viernes, 28 de septiembre de 2018

La ola de frío polar

La ola de frío polar, Marina Yuszczuk. Ediciones Liliputienses. Cáceres. 2017. 77 páginas. 10 euros.



“La tristeza no quiere
ser invisible,
ni quedarse muda”

Esta cita recoge a la perfección la atmósfera del libro de poemas La ola de frío polar, de la autora argentina Marina Yuszczuk (1978). Ante la duda sobre la conveniencia o no de hablar de ciertas cosas, la escritora retira el precinto de lo secreto, rompe el sello de un viejo pergamino heredado, y repasa con dedos firmes esa piel cuarteada donde la tinta airea nuestras imperfecciones, que son muchas. Para empezar, en la primera parte de la obra (Fuego mínimo) se describe un contexto amargo, una realidad gelatinosa, tambaleante, de escasa consistencia para el sujeto que enuncia: “nada de lo que pasa/tiene sentido”. La protagonista de los poemas se mueve en un espacio sin futuro: sobrevive gracias al empeño de enseres y al remiendo de ropas. Pareciera que el mundo no le atañe (“no quiero hacer nada”, “todos van a algún lado, menos yo”). La carcoma devora los muebles de sus ilusiones, destroza su esperanza, acaba con las vigas de sus enhelos. Si acaso, la violencia se apodera en ocasiones de sus impulsos (“es imposible romper una persona/pero las ganas/ a veces están”), aunque lo cierto es que ni siquiera la injusticia mueve un átomo de su musculatura:

“Otra vez se rompió la zapatilla
la suela se abrió por un borde […]
duran re poco las converse, y eso
medio que es motivo para la denuncia
de un mundo preparado
para que todo
todo
se rompa”

Al ambiente de escasez y al clima de violencia sumemos el desencanto sentimental de quien reniega del matrimonio o de las relaciones estables, de quien no soporta la idea de que las personas “se vuelvan algodón” y “pongan todo su valor/cada una en la otra”.

La segunda sección del libro (Laboratorio) abre la profundidad de campo. Del espacio urbano, local, se pasa a una esceonografía legendaria. Sobresale un poema espectacular, Almejas en un frasco. La autora rinde tributo a las gentes humildes de su tierra, canta la épica de una estirpe de mujeres que extraía el alimento con sus manos, escarbando en la playas. Realiza un himno a las abuelas que se hacían cargo de la alimentación familiar, doblando el espinazo bajo el sol. El poema funciona como homenaje no menos que como dura crítica: “asistimos a la extinción de una pequeña especie/que era una rara costumbre doméstica/ ¿y las abuelas? se extinguieron también”. El diario La Nación publicó hace unos meses un artículo que vincula la “extinción masiva” de almejas a la “depredación humana”, a la codicia de los hombres de negocios que, con tal de celebrar la aparición de un nuevo dígito en su cuenta del banco, ordenan la extracción de arena para levantar balnearios y hoteles en las playas (06/02/2018). En otro gran poema del libro, Oda a San Francisco, Marina nos recuerda que vivimos sobre una falla a punto de tragarnos. Hasta aquí, La ola de frío polar congela la alegría que pudiéramos haber sentido antes de atravesar sus páginas. Oscurece el confeti. Silencia el silbido de las cafeteras. Pero el libro da un volantazo en la tercera parte.

Temporada de petardos se centra en el asunto de la maternidad. La protagonista se sacude el tedio cuando se sabe a punto de ser madre. Desmonta el decorado de sus dudas y de su estancamiento:

“no hay nada que una chica
no pueda hacer
pienso, en este invierno donde me preparo
como un soldado
para defenderte siempre” (Canción)

Sin paños calientes, la poeta argentina describe los inconvenientes del embarazo, del alumbramiento y de la vida familiar:

“todo bebé se extiende por kilómetros

primero, destructores
del mundo que vienen a ocupar y lo primero que hacen
es hacerlo estallar
todo bebé viene con dinamita” (Cómo se apaga, si se apaga, tanto fuego)

Pero al tiempo, Yuszczuk reivindica nuestra condición animal y nuestra interdependencia con el medio:

“pensar que fui
ese animal que salió de otro cuerpo
ese mamífero

no tenemos memoria de haber sido un animal
y por eso decimos como tontos
es un milagro, un bebé es un milagro
tan alejados estamos de la vida” (del memorable Cuando nos hicimos padres)

Marina Yuszczuk, además, flagela al patriarcado en versos maravillosos como los siguientes:

“todos creen que saben
algo de algo
especialmente los varones
que dicen soy papá
y piensan en juguetes y equipos de fútbol
no en cuidado […]

¿por qué cuidar parece ser un arte
que solamente aprendieron las mujeres
que los cuidan también
a ellos? (ídem)

El libro acaba con un tornado que nos zarandea, con el realismo implacable que supone nuestra transitoriedad. No obstante, pese a su fuerza centrífuga hay una gravedad que nos sujeta al suelo, un cargamento de luz que destierra el temor al paso por el último umbral: el hijo, “él es la garantía plena de que alguna vez estuve/poderosamente viva”.

La ola de frío polar parte de anécdotas trascendidas de las que la autora extrae conclusiones generales con las que nos identificamos. Los temas que aborda están en la mesa de novedades: la crítica de la obsolescencia programada, la reivindicación ecológica de nuestro estatus animal, la lucha feminista por el reparto igualitario de tareas, o la necesidad del cuidado y del repeto mutuo. En conclusión, se trata de un excelente libro de poemas, de bella cubierta a cargo de Liliputienses. Una lectura más que recomendable para plantarle cara a la paleta oscura del otoño que empieza.

Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit. Enlace, AQUÍ.

 

sábado, 22 de septiembre de 2018

Harrison Ford en la Cumbre Mundial contra el Cambio Climático


 
Discurso del actor Harrison Ford (76 años) para concienciar a la población mundial de los efectos adversos del cambio climático, apelando a nuestra responsabilidad moral para cambiar de modelo civilizatorio. Está el planeta en juego. Y la vida humana en él.

“Estamos aquí porque nos importa esto. No sólo hoy, nos importa mucho el futuro. Sabemos que sólo tenemos una posibilidad de evitar la catástrofe que se avecina y la gente como nosotros se niega a abandonar. Los programas de conservación internacional [estadounidenses] llevan trabajando 30 años en proteger la naturaleza para la gente y en otros países lo llevan haciendo unos 20. Hemos hecho un buen trabajo durante este tiempo y hemos trabajado todos juntos. Hemos cumplido muchos objetivos, pero eso incluye muchos riesgos: no hemos conseguido cambiar el camino en el que estamos hoy. El futuro de la humanidad está en juego. A todos los que trabajáis en el desafío contra del cambio climático, os lo ruego: No os olvidéis de la naturaleza, porque hoy la destrucción de la naturaleza produce más emisiones contaminantes que todos los camiones y los coches del mundo.

Podemos poner paneles solares en todas las casas, convertir todos los coches en vehículos eléctricos, pero mientras Sumatra siga ardiendo, habremos fracasado. Lo mismo pasará, mientras el Amazonas esté siendo talado y quemado y hagan lo mismo con las selvas y los parajes tribales protegidos. Mientras que los indígenas están siendo invadidos y se están destruyendo los humedales y las turberas, nuestros objetivos climáticos seguirán fuera de nuestro alcance, y nos quedaremos sin tiempo. Si no nos preocupamos de parar la destrucción de la naturaleza, dará igual lo que hagamos. ¿Por qué? Porque proteger y unir fuerzas a favor de los manglares, de los humedales y las cuevas de carbón representa un 30% de lo que necesitamos hacer para protegernos contra la catástrofe del calentamiento global. Si no protegemos la naturaleza, no podemos protegernos a nosotros mismos. Esto es lo que necesitamos hacer con el calentamiento: incluir a la naturaleza en todos los apartados corporativos y en cada objetivo nacional contra el cambio climático.

Cada vez que se ponga en marcha un plan con su horario y su planteamiento, hay que invertir en los manglares y en los bosques tropicales, igual que lo hacemos con las energías renovables. Hay que trabajar en frenar la destrucción de estos ecosistemas, hacer el esfuerzo en la próxima década de mantenerlos para el futuro. Hay que investigar en reforestación, igual que lo hacemos en las reservas de carbono. Ponéoslo como meta. El coste de las talas está creciendo dramáticamente y hay que empoderar a las tribus indígenas para usar su conocimiento, su historia, su imaginación para que crezcan en sus territorios. Respetadles y asegurad sus derechos. Educad y elegid a líderes que crean en la ciencia y entended la importancia de proteger a la naturaleza.

¡Por el amor de Dios, parad esta denigración a la ciencia! ¡Dejad de darle poder a la gente que no cree en la ciencia! O peor aún, a aquellos que fingen no creer en ella por sus propios intereses. Ellos saben quiénes son y nosotros sabemos quiénes son ellos. Ricos o pobres, poderosos o no, todos sufriremos las consecuencias del cambio climático y la destrucción de los ecosistemas. Estamos enfrentándonos a la mayor crisis moral de nuestro tiempo y aquellos que menos culpa tienen cargarán con los mayores costes.

Mina abierta en México
No olvidéis por lo que estamos luchando: por los pescadores en Colombia, en Somalia, que se preguntan cuál será su próxima pesca. Sus gobiernos no les protegen frente a las piscifactorías de todo el mundo. Es una madre en Filipinas la que piensa que la próxima tormenta podrá solucionar un daño irreparable. Es gente en California, en la Costa Este, la que está haciendo frente a incendios y a las peores tormentas de la historia. Es nuestra propia gente, nuestra comunidad, son nuestras familias. Esta es la principal verdad. Si queremos sobrevivir en este planeta, el único hogar para nosotros es nuestro clima, nuestra seguridad y nuestro futuro, necesitamos la naturaleza. Ahora más que nunca. La naturaleza no necesita a la gente, la gente necesita naturaleza. Vamos a apagar los teléfonos, a remangarnos y vamos a patearle el culo a este monstruo". 
 
 
Parte del video podéis verlo Aquí.
 
 

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Recordando a León Felipe

Ayer hizo cincuenta años que murió León Felipe, poeta que nunca rehuyó su responsabilidad moral para con sus lectores, que encaró la verdad en sus escritos. Miró de frente tanto los abismos de la condición humana, como los suyos propios. Ya fuese en la juventud, o en la vejez.  

Escribe Gerardo Diego en su prólogo a la Obra poética escogida de León Felipe (Espasa-Calpe, 1980), que éste escribió un “aluvión incontenible” de nuevos libros a partir de 1939. Tenía el poeta 55 años cuando acabó la guerra. Entre otros poemarios, daría a imprenta El hacha, Español del éxodo y del llanto, Ganarás la luz, Antología rota, El cuervo o ¡Oh, este viejo y roto violín! Es decir, compuso lo más granado de su obra bien entrado en la madurez, cuando no directamente en la tercera edad. En  esos versos predomina –nos confiesa el propio autor– una voz de “grajo, destemplada y maldiciente”. Sobrecoge El ciervo (1958), escrito a la muerte de su esposa, de cuño “herético” y tono “desesperado” (Diego, dixit). En él leemos fragmentos como los siguientes: “Todos somos fantasmas/ hechuras del viento”, somos “una larga e interminable familia de fantasmas”. Por entonces contaba setenta y tres años y reconocía: “no he averiguado todavía si la vida es un acertijo o una trampa”. En su dolor, sólo aguardaba la muerte, daría –dice– : “todas mis lágrimas por un profundo e interminable sueño”, y así se lo exigía a Dios: “No me despiertes más”, “Quiero entrar en la Nada”. Cuando Losada publicó –un lustro después– sus Obras completas, León Felipe reaccionó con furia. Muestra de ello es la carta que escribió a su editor:

“Al libro, con su preciosa encuadernación, le pusisteis una camisa de fuerza, y la metisteis (me metisteis) en una caja de cartón dura y gris, con una cerradura japonesa: un perfecto catafalco. Así me quisisteis enterrar. Pero no estoy muerto”

(De Castillo interior. Edición de Gonzalo Santonja, Fundación Santander, 2015)

Para reivindicarse a sí mismo en la senectud, para demostrar su buen estado de salud poética, para sacar músculo existencial a los ochenta años, publicó en 1966 ¡Oh, este viejo y roto violín! Del que dice:

Es verdad que suena muy mal este violín […]
Pero con él tengo que tocar todavía
unas cuantas canciones
que se me olvidaron en mis Obras completas […]
Y no quiero marcharme sin tocarlas.

En el libro se oye el latido de su sangre. Y supone un cambio con respecto a su obra anterior: “El infierno enseña mucho…y ahora de vuelta… me he puesto a escribir de otra manera. Y a decir cosas que no había dicho antes” (carta citada). Este viejo rebelde, de “verso recto y limpio como una lanza”, pretendía “tocar algo nuevo antes/ de marcharme definitivamente/ de la tierra”. En sus páginas encontramos una trémula llama de esperanza (“Si existe el infierno/ no existe la Nada”) y un imperativo deseo de eternidad (“¿Y es tan difícil/ hacer que todos los hombres sean dioses?”). No obstante, no se encuentra ahora tan lejos de aquella descripción que realizaba de sí en una carta a Juan Larrea fechada en 1949: “He sido un espíritu de la noche, un lamento lunar”. Si bien León Felipe renació, a dos años del fin, a un ansia espiritual, lo cierto es que su estilo siguió siendo agónico, bronco y febril: “Me gusta lo que he escrito/ sin levantar la pluma”.

León Felipe desapareció de la tierra hace medio siglo. Él sólo aspiraba a que le sobreviviesen algunos poemas de los Versos y oraciones del caminante y El ciervo: “Quedará menos, una gotita de rocío diluida, perdida y anónima en el gran río de las canciones eternas” (carta a Camilo José Cela, 1959. Obra citada). Puso el destino de su obra a las órdenes del viento:

“Mi palabra está aún trémula y tímida en el aire, y a merced del viento estará siempre. Es posible, casi seguro, que se la lleve el vendaval. Si al mundo el día de mañana llega algún resto de mis versos, eso será lo que recojan los antólogos venideros”. (artículo publicado en Letras de México, 1941. Obra citada)

Lo cierto es que a nuestras manos ha llegado su obra a través de distintos volúmenes. A la mencionada selección de Gerardo Diego, sumemos la edición de Akal/Bolsillo de su Antología rota (yo tengo la edición de 1990), o más recientemente, la que acaba de publicar Visor. Ha ganado su batalla al olvido con su obra, que es también una plegaria a la divinidad: “La poesía no es más que un sistema luminoso de señales… Hoguera que encendemos aquí abajo, entre tinieblas encontradas, para que alguien nos vea… para que no nos olviden… ¡Aquí estamos, Señor!” (Ganarás la luz, 1942).

Leerlo es la mejor manera de celebrarlo.


domingo, 16 de septiembre de 2018

Entrevista a Siomara España



Me estreno en el mundo de las entrevistas culturales con esta batería de preguntas a la poeta ecuatoriana Siomara España Muñoz, por motivo de la publicación en nuestro país de su último trabajo: Celebración de la memoria (Huerga & Fierro, 2018). El diálogo tuvo lugar en la sede de la editorial el mismo día de la presentación del libro, que corrió a mi cargo, el pasado 10 de abril. 

Publica la entrevista la revista Oculta Lit. Para leerla, pinchad AQUÍ.


viernes, 14 de septiembre de 2018

Un final para Benjamin Walter

Un final para Benjamin Walter, Álex Chico. Candaya. Barcelona. 2017. 254 pp. 16 euros.

Un final para Benjamin Walter es una especie de diario escrito por su autor, el poeta y docente de secundaria Álex Chico. Compuesto por capítulos breves, cada uno supone una pieza de lego con la que recomponer una vida, un pedazo del mapa de las últimas horas del celébre filósofo y crítico alemán fallecido en Portbou, un trozo del espejo que habrá de devolver la imagen borrosa, cubierta de vaho, de un hombre elevado a la categoría de símbolo del refugiado, exiliado o apátrida. El libro gira en espiral desde el paisaje que envuelve al mito hasta su propia esencia, la niebla de su biografía. Chico se detiene en la estación de ferrocarril, en el cementerio o en el memorial de Karavan para crear la atmósfera de lo irrecuperable: “ahí no sólo reposa lo que queda de un hombre, sino la suma de restos y de personas que alguna vez huyeron de la barbarie”. Walter Benjamin, como Antonio Machado, perdió la vida en la frontera, empujado por el miedo y el horror al fascismo. En nombre de la libertad. Portbou y Colliure representan la resistencia a los totalitarismos. De ahí, por ejemplo, que el régimen franquista tratara de ocultar el lugar de la muerte de Machado poniendo en su baja por defunción en el Cuerpo de Catedráticos de Instituto que había perdido la vida en un campo de concentración en Francia (así consta en un documento que puede consultarse en el IES Cervantes, donde tenía la plaza al estallar la guerra). De ese modo, se eliminaba del imaginario colectivo la posibilidad de la subversión, la defensa de la alternativa, la lección de coraje. Álex Chico reflexiona en su diario sobre las causas del abandono de los pueblos fronterizos, limítrofes entre los estados español y francés, liderados respectivamente –en 1940– por el general golpista Franco y el presidente colaboracionista Vichy: “se trata de una historia que genera vergüenza, una historia fea que conviene olvidar, porque remover en el pasado puede pasar factura en el presente, puede alterar la tranquilidad de quien esconde una memoria turbia”. Ishiguro también centraba su última novela, El gigante enterrado, en este mismo asunto: ¿olvidamos nuestro pasado para construir un futuro sobre la amnesia, o recuperamos su memoria para limpiar bien la herida, que cicatrice y no supere más adelante? El debate no puede ser de mayor actualidad. Pero quizás las páginas más memorables del libro sean aquellas que el escritor dedica a la caducidad, a la transitoriedad de la existencia, o la frustración de su intento por dar sumaria cuenta de una vida, pues sólo encuentra girones, fragmentos que, como escribía yo en Napalm, apenas ofrecen una versión limitada de un mundo ilimitado. La verdad es que me ha gustado mucho el libro hasta casi el final, que ya repite ideas e incoporta un afluente un poco innecesario. Por lo demás, su estilo es impecable, lírico y lapidario:  “Portbou no es más que la narración de un silencio”. Su pensamiento, hondo. Su fin, digno de alabanza: “hacer regresar una lejanía”. 

Foto de Andy Solé
Junto a su lectura, recomiendo la de un poemario que cita Chico al comienzo de su crónica: Elegía en Portbou, del también profesor –ya jubilado– Antonio Crespo Massieu (Bartleby, 2011), obra de gran belleza estética y de alta tensión emocional. 

La fotografía de cubierta, del propio Álex Chico, portentosa.




Dejo AQUÍ mi reseña de otro libro mencionado por Chico en su ensayo: El truco preferido de Satán, Walter Benjamin (Salto de Página, 2012).

Y AQUÍ, mi artículo sobre la novela de Ishiguro (Anagrama, 2016).


sábado, 8 de septiembre de 2018

Cuaderno griego


Cuaderno griego, José María Bermejo. Polibea, Madrid. 168 páginas. 2016. 12 euros.


En una entrevista concedida a la revista Alcántara (1972), el joven cacereño José María Bermejo, recientemente galardonado con un accésit del premio Adonáis por su libro Epidemia de nieve (del que ya hablaré), confesaba: “Asimilo la evocación de mi tierra a mi espíritu interior”. Paisaje y alma son la misma cosa. Es la tesis que sostenía Azorín en La ruta de don Quijote (1905): 

“Hay en esta campiña bravía, salvaje, nunca rota, una fuerza, una hosquedad, una dureza, una autoridad indómita que nos hace pensar en los conquistadores, en los guerreros, en los místicos, en las almas, en fin, solitarias y alucinadas, tremendas, de los tiempos lejanos”

“La fantasía se echa a volar frenética por estos llanos; surgen en los cerebros visiones, quimeras, fantasías torturadoras y locas”

Pero, ¿qué tierras son esas en que se sustenta la espiritualidad? En aquella entrevista Bermejo se refería a Tornavacas. No obstante, son muchas las patrias que nos construyen por dentro. Algunos vivimos en un paisaje leído, evocado por enardecientes palabras, del que nos sentimos parte antes incluso de conocerlo in situ para constatar a posteriori que sí, que nuestro yo proviene de otro tiempo, detenido, parado, en un lugar remoto. Tal parece el caso de nuestro autor, enamorado de Grecia, de su cielo y sus islas, de su esencia y sus dioses, ya antes de que viajara hasta allí en 1977. Cabría preguntarse ahora cómo es tan legendario espacio pasa saber qué comparten el hombre y la naturaleza; o qué gracia transfirió el mundo exterior al deseante corazón humano para que éste levantase hace milenios toda una cosmogonía en el Mediterraneo. José María Bermejo da cabal respuesta en su libro de ensayos Cuaderno griego (Polibea, 2016), donde ofrece su interpretación de la mítica tierra helena, territorio que, kilómetro a kilómetro, ruina a ruina, le va revelando no ya una geografía, sino lo ignoto de su ser –cumpliendo así la máxima que en la mencionada entrevista pronunciaba: “el poeta debe adivinarse a sí mismo” –.

Bermejo comenzó la escritura de los ensayos que componen el volumen “el mismo día en que visité Delfos”. Cuál honda sería la impresión que le produjo el santuario consagrado a Apolo. ¿Y quién ha recorrido el archipiélago griego, se ha bañado en sus aguas o ha respirado su brisa sin sentir la presencia divina en su interior, el fuego de lo sacro en la mirada? No se sale indemne de Grecia, cuna de las regiones nobles del espíritu, bajo cuyo cielo hasta el cuerpo parece digno reflejo de la perfección de un dios.

Me han gustado mucho los artículos La marioneta y el héroe, Ítaca, Música de sirenas, Ambigüedad del canto, Lo divino, Laberinto marítimo y Delos.

Dejo aquí algunas citas de cada uno, a propósito de Ulises y de Orfeo:

 “No basta la memoria de la aventura. Es la aventura misma la que sostiene el héroe como émulo de los dioses y ejemplo para los mortales […] No hay que llegar jamás a Ítaca” (p. 32)

“Seducción: mito, pasión ambigua por donde la fugacidad aún podría precipitarse en un ser profundo, si fuéramos capaces de escuchar a una única sirena y de merecerla desde el silencio puro. Esa concentración es hoy, más que nunca, una tarea de héroes, porque vivimos atrapados por la vana y dispersa dulzura de mil cantos” (p. 39)

“La impaciencia puede matar la posesión, y siempre, aunque la logre, acaba degradándola. ¿Cuándo aprenderemos a esperar, incluso a renunciar?” (p. 49)

“En Grecia la hospitalidad es sagrada: un huésped puede ser un dios” (p. 85)

José María Bermejo extrae conclusiones de los mitos perfectamente válidas para el siglo XXI, un siglo reducido –en palabras de Jorge Riechmann– “a tratar de obtener satisfacciones inmediatas por el consumo de mercancias” (¿Vivir como buenos huérfanos? Catarata, 2017), poniendo en peligro la vida humana en la Tierra. De las citas anteriores se deducen lecciones de modestia, compasión, caridad y humildad, valores imprescindibles para autoconservarnos. ¿Cómo no relacionar los mitos, su sabiduría de los límites –Riechmann–, cifrada en la sentencia de Delfos “Nada en demasía” con las reivindicaciones de los humanistas-ecologistas, que tratan de frenar el sistema capitalista visibilizando nuestras principales crisis contemporáneas: de valores, energéticas y ambientales?

Absolutamente recomendable este Cuaderno griego, de bellísima edición. Y José María Bermejo, un intelectual del que aún queda mucho por descubrir.


Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit.


sábado, 1 de septiembre de 2018

Las moras agraces y Rincones sucios


Las moras agraces, Carmen Jodra. “XIV Premio de Poesía Hiperión”. Hiperión, Madrid, 80 pp. 1999.

Rincones sucios, Carmen Jodra. Accésit del “XIX Premio de Poesía Joaquín Benito de Lucas”. Ayuntamiento de Talavera, Colección Melibea, Talavera de la Reina, 69 pp. 2004.


      Sé que la poesía, salvo excepciones, no suele ser santo de devoción del que guste alardear (desplazada, sin duda, por el mayor prestigio social que tienen otros géneros), sino que, por el contrario, exige un culto privado (circunscrito a la esfera de lo doméstico) que se venera en la intimidad de una habitación propia (caso distinto del de la novela, que suele consumirse en espacios públicos, como el metro). Siendo consciente de que la poesía gusta aunque sea en secreto (no vayáis a pensar que somos unos cursis), me arriesgo a recomendaros a la poeta Carmen Jodra. Pocos saben que la poesía es un género incendiario y que el fuego purifica las almas. Con los buenos libros de poemas desarrollamos la musculatura de la mente. Cada libro es un disco de cromo de un kilo, ¿cuánto peso podéis levantar con las mancuernas de la lectura? Si queréis saber el estado de vuestra fortaleza interior, enfrentaos a dos libros: Las moras agraces y Rincones sucios. Y si ya consideráis que no pasáis por vuestro mejor momento de forma psíquica, no dejéis de leer estas dos obras y de tonificar vuestras mentes con un poco de ejercio diario.

        En un encuentro literario convocado por El Cultural entre la novelista Carmen Martín Gaite y Carmen Jodra, explicaba esta última que tendía “a la tristeza sin razón”, que la buscaba “donde sea, viendo cómo es la vida”. Mucho deben al nihilismo y al existencialismo también sus textos. Carmen, o su trasunto poético, anhela un equilibrio que armonice la polaridad que enfrenta dialécticamente dos maneras de ser y de estar en el mundo. Sin embargo, al igual que fray Luis, no encuentra esa paz y el sujeto lírico se ve en un permanente fuego cruzado entre distintos pares de oposición: virtud-perversidad, dicha-pena, ironía-desconsuelo, placer-dolor, homosexualidad-heterosexualidad, aceptación-denuncia, vida-muerte… La búsqueda de una identidad que vertebre un proyecto de vida, identidad amenazada por las inseguridades que atraviesa todo ser humano desde su adolescencia, es el gran tema tanto de Las moras agraces como de Rincones sucios.

        Si alguna de vosotras no teme enfrentarse a esos espejos que ponen a una delante de sus propias dudas, pase esta página encuéntrese a sí misma en los poemas de Carmen Jodra.


Esta reseña apareció publicada en la antología Los Jueves Poéticos en La casa del Libro, publicada por Hiperión en 2006, páginas 34-35.