El baile de los pájaros, Basilio Sánchez. Pre-Textos, 89 páginas.
Hay quien coloca el centro de
la vida humana en el poder exterior, en la riqueza, en un bien convencional. Yo
pongo el centro en el espíritu.
Estas palabras de Ángel Ganivet resumen perfectamente el ideario vital del poeta
cacereño Basilio Sánchez, autor de los espléndidos poemarios Los bosques
interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde, El cielo de las cosas,
Para guardar el sueño, Entre una sombra y otra, Las estaciones lentas, Cristalizaciones,
Esperando las noticias del agua y He heredado un nogal sobre la
tumba de los reyes.
Su último libro, El baile de los pájaros, retoma el paisaje campestre de sus trabajos
anteriores. Tal y como leemos en los clásicos (Virgilio, Horacio, fray Luis de León), la voz que enuncia huye del ajetreo de las
ciudades en busca de otro ritmo, mucho más sosegado: “La soledad del bosque es
un refugio”. Si hay una palabra que se repite a lo largo de la obra, es silencio,
concepto indispensable para bucear dentro de nosotros y conocernos
mejor; y desde luego, requisito primordial para la creación poética. Gracias a
ese recogimiento, el sujeto lírico va soltando el lastre de las imposiciones
externas, se olvida del cronómetro y de los objetivos. El sentido de su vida no
se lo marcan otros, sino que lo improvisa: “Mi destino es un árbol”.
A la vez que Sánchez elogia la humildad de los seres vivos,
también critica el impacto humano en la naturaleza:
Todos los animales
se sienten traicionados por
nosotros.
No hay ningún animal que
pueda amarnos.
“Somos los constructores de nuestra propia ruina”, añade.
Frente a tanta devastación, el poeta apela al cuidado de la casa común que
cobija a todas las especies: “He aprendido a sentirme responsable de lo que no
conozco”. Nuestro afán aniquilador viene motivado por el deseo de satisfaccer
nuestras demandas. La velocidad con que anhelamos nos lleva a arrasar el mundo.
De ahí que Basilio reivindique la pausa, la desaceleración, como forma
apetecible de vida. La poesía, por tanto, “es una apuesta moral” por un cambio
de paradigma.
Los mejores resultados se consiguen sin prisa. Carl
Honoré, en su ensayo Elogio de la
lentitud, señala que la serenidad logra que las relaciones se
asienten y crezcan. Basilio Sánchez canta otro tipo de belleza, la del paisaje
que se crea despacio:
No hay en los movimientos de
la vida
ni un asomo de precipitación,
en sus prerrogativas sólo
cabe la espera,
la paciencia que hace
hermosos los árboles,
azules las montañas,
caudalosos los ríos.
El ritmo pausado, por otra parte, aumenta nuestro nivel de
conciencia y de empatía. Nos centra en el presente (“Amo la eternidad de un
solo instante”). Nos re-liga a las
cosas:
Te hablo por instinto,
por un hermanamiento
visionario
con todo lo que existe.
Basilio Sánchez se subleva contra la dictadura de la tecnología, contra la tiranía de las
distracciones, contra el látigo del reloj que nos aleja de nosotros y de
aquello que amamos. De ahí la importancia de algunos símbolos (la nieve, el pájaro), bastiones elegantes contra la hiperactividad del mundo que vivimos.
El tiempo es esencial para que los frutos maduren.
Disfrútenlo antes de que se acabe.
Con los años
nos sobran las palabras,
pero nos falta tiempo.
Cultiven la paciencia.
Lo bueno de esta vida es que
lo extraordinario siempre está por llegar.