Erwin Schrödinger, Candentes cenizas. Salto de Página. Traducción de
Clara Janés y Félix Schmelzer. 99 páginas. 2014.
De todos es conocido que Leonardo Da Vinci, además de un célebre pintor fue
un gran ingeniero civil del Renacimiento. De espíritu curioso, simultaneaba el
uso de pinceles con el esbozo de inventos mecánicos. Ya en época barroca, Galileo
Galilei, hijo de
un conocido compositor florentino, tocaba el laúd. Quizás como para el famoso
detective novelesco Sherlock Holmes, la música fuese un complemento a su
vocación científica, un destensador de estrés, un afinador de la sensibilidad,
un catalizador de sus emociones. Por lo visto, además de un buen intérprete de
instrumentos de cuerda, el padre de la física moderna también coqueteó con el
género lírico; suya es una sátira contra los bajos salarios con que la
universidad de Pisa remuneraba su actividad docente. En resumen, los grandes
científicos áureos -de formación humanista- incorporaron a sus conocimientos
astrónomos, físicos y matemáticos unas aptitudes innatas para la creación
artística, ya fuese pintora, literaria o musical. Ciencia y Arte era
indisolubles, necesarias, como el esqueleto y la musculatura. Pues bien, el
físico austriaco Erwin Schrödinger (1887-1961) también compaginó sus estudios cuánticos
(que le valieron el Nobel en 1933) con su querencia por la composición
artística, y en concreto, por la poesía de cuño lírico, que hoy recoge en un
bello volumen la editorial madrileña Salto de Página.
Schrödinger publicó sus Gedichte (Poesías) en 1949. Él mismo cuenta que le
hubiese gustado dedicarse a la literatura. En un poema, incluso, confiesa la
poca simpatía que su entorno sintió por sus escritos; es más, el texto descubre
la incomprensión de su círculo más cercano hacia su hedonismo, ya se
manifestase en poemas eróticos o de abandono al goce despreocupado de una tarde
de sol (precioso texto, titulado “Zurich”).
Candentes cenizas clasifica los poemas en tres
bloques, según la lengua en que fueron escritos (alemán e inglés –Schrödinger se exilió de Graz en 1938 y se
instaló en Irlanda hasta 1956–) y un tercer apartado que sus preparadores no
acaban de justificar (“Otros poemas”). Los textos escritos en su lengua materna
son los más representados en el volumen. En ellos reconocemos una huella
romántica que afecta tanto al imaginario (neblinas, lunas, sombras,
crespúsculos y
penumbras) como
a la filosofía amorosa: el poeta busca en la amada la plenitud existencial,
encarnada en el sexo (así lo expresa Hölderlin en su Hiperión). La mujer representa un anhelo
de totalidad que el conocimiento no permite. Ella, en sí, es el Todo: “Gracias
a ti el mundo entero es bello”, “a través de ti respiro/ el aliento del mundo”.
De modo que la amada justifica la existencia del sujeto que enuncia (“Si no existieras
tú, quién querría afrontar/ la necia luz del día”).
Sobresale en esta colección un bellísimo poema de
traducción excelente: “Octubre en Merano”; el texto es una invitación a la
sensualidad antes de la llegada del fin, una suerte de carpe diem originalísimo, cifrado en una
racimo de uvas. La sensibilidad de Schrödinger para describirnos la escena
campestre y apercibirnos, con ella, del tempus fugit tentándonos con la última cosecha
del año, es portentosa. Texto barroco, lleno de contrastes y violentos
hipérbatos, por él solo merece la pena la edición del libro.
Si el es sexo es contrapunto de la muerte, el científico
austriaco se debate entre ambos polos a lo largo del libro. Destaca, con
respecto al primer asunto, un poema de su etapa en Irlanda: “Oración”, cuyo
cierre se incardina en la filosofía hindú: “Mas si esto no puede darse en una
corta vida/ sea en la próxima, o sea en la siguiente, pero en una una./ Renazca
yo ciervo, y tú su amada cierva,/ sea yo águila y tú su hembra querida,/ o cualquier
cosa que complazca al desconocido”. Con respecto al segundo de los temas, me
quedo con uno que habla del deterioro y el desgaste del cuerpo: “No sé” (“No sé
si echarás de menos/ la opresora fuerza de mi amor,/ que ya no sentirás/ cuando
esté marchita”).
Es de aplaudir que Salto de Página haya publicado Candentes
cenizas un
año antes de la entrada en vigor de la LOMCE, reivindicando con ello la
formación multidisciplinar de los seres humanos. Schrödinger concilia en su persona dos
mundos complementarios: la razón y la sensibilidad, la ciencia y el arte, los
átomos y las metáforas. Es de esta forma como ha avanzado el conocimiento:
sumando perspectivas y pasiones. Parece mentira que quinientos años después del
Renacimiento, tengamos un ministro de Educación que no se haya enterado de
nada. En su afán por destruir el sistema educativo público ha suprimido los
Bachilleratos de Música, Danza y Artes escénicas, y ha recortado horas a las
asignaturas de Plástica y Tecnología, despreciando la educación integral de
nuestros estudiantes. Como si Leonardo Da Vinci no hubiese sido, además de
ingeniero, un grandísimo pintor; o como si Albert Einstein, además del científico más
importante del siglo pasado, no se hubiese erigido como el virtuoso violinista
que fue.
La inclusión en Candentes cenizas de un fragmento de un texto de
Galileo, de fotografías de Adriana Veyrat, de un prólogo literario a cargo de
Félix Schmelzer, de un epílogo científico de Clara Janés y de una cronología de
la vida del autor, sirven muy bien para contextualizar la obra de Erwin Schrödinger. Ya saben que las ediciones de
Salto de Página son un lujo para quienes aman no ya sólo la poesía, sino la
vida, en general.