sábado, 30 de noviembre de 2013

Entrega del Premio Miguel Hernández



 
El pasado día 8 de noviembre recibí en el aula CAM de Orihuela el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández. El acto, breve y poco concurrido (coincidía con una procesión consagrada a Jesús, y la gente -no olvidemos que en Orihuela hay diecisiete templos católicos- se echó a las calles para honrar la figura), estuvo amenizado por el grupo escénico Auralaria, que realizó un par de montajes audiovisuales sobre los dos poemarios ganadores: La vida en los ramajes, de Olalla Castro (Premio Nacional) y La Guerra de Invierno, el libro con el que concurrí y me alcé con el certamen Internacional.

Acabada la escueta ceremonia, lo mejor del viaje a Orihuela vino al día siguiente, cuando Aitor Larrabide -Presidente de la Fundación Miguel Hernández- nos mostró a las premiadas y a nuestros respectivos acompañantes (sus padres y mi esposa) la casa del poeta. Para mí fue acontecimiento mágico. 


 En la casa de Miguel Hernández.


Miguel (a secas) guió mis comienzos líricos desde que un antiguo profesor de instituto (Ángel Ysern -qué importancia han tenido en mi vida algunos maravillosos docentes de la enseñanza pública, tan vapuleada ahora por el ministro Wert y por ese laboratorio privatizador en que se ha convertido la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid-) me regalara una entrevista a Claudio Rodríguez (publicada en el ABC), a quien luego tuve el gusto de conocer en aquel instituto seis años antes de su fallecimiento. El poeta hablaba en ella de la huella indeleble de Miguel Hernández en su primera obra, Don de la ebriedad, libro que publicó con tan sólo 18 años tras conquistar el Premio Adonáis. Aquellas palabras de Claudio Rodríguez, así como su posterior conocimiento, me animaron a leerle con avidez y a remontarme a sus orígenes: al poeta-pastor de la tórrida Orihuela. Fruto de aquellas lecturas escribí mi primer poemario en 2º de BUP, con 16 años (pacientemente leído por otro profesor impagable: el poeta salmantino Gonzalo Alonso-Bartol), y publiqué mis primeros poemas en un par de revistas. Mi inquieto e insaciable espíritu poético cobraba forma en la vasija de sus poemas, pero lo más importante que aprendí de Miguel fue su actitud ante el mundo: su valentía, su desafío humano a las injusticias, su vehemencia amorosa, su afán transformativo de la realidad. Ese legado de entonces todavía perdura. Lo llevo en la sangre. Orienta mi creación y mi conducta. Y ya se puede implantar la LOMCE, que yo -profesora de instituto y poeta-, seguiré animando a mis alumnos a la lectura de autores como Miguel Hernández; les seguiré inculcando valores para que no se dejen dominar, para que no se acomoden, para que sean solidarios, para que se cuestionen el orden establecido, para que saquen lo mejor de sí mismos.  Ustedes saben muy bien a qué se deben los esfuerzos de Wert para derribar la cultura de este triste país y para aprobar la LOMCE: teme la libertad de espíritu, la sensibilidad, la conciencia crítica y la empatía con que el arte ilumina a la ciudadanía y la engrandece. Yo, desde luego, no voy a permitir semejante agresión a la democracia. Seguiré creando. Seguiré inculcando valores. Seguiré luchando junto a aquellos que conmigo se vengan a las calles. No se me ocurre otra manera de rendir homenaje a mis antepasados y a Miguel.


 En el huerto de Miguel, sentada bajo su higuera preferida, 
donde escribía y recibía a sus amistades.


Para acabar, aquí les dejo dos poemas donde se aprecia la impronta del poeta-soldado:                    


                 Habibi


Se me cuaja la sangre cuando veo
la rosa de tus labios encrespada;
y es mi sangre un helado de granada,
y es tu rosa mi más firme deseo.

Me derrites con ese bamboleo
de leche con espuma desbordada;
y por beberla avanzo entusiasmada
como el polen directa a su apogeo.

Pero la timidez irreductible
que por costumbre sale de tu boca
el corazón me deja disgustado.

Y al no poder librarme de esa roca
una punta de acero, inamovible,
se clava como un pez en mi costado.


                              (De mi libro Construyéndome en ti. Libertarias/Prodhufi. 1997)




         Be Strong


HOY me siento invencible
como un viejo autobús
acelerando a tope
en los discos en ámbar.

Qué pocos poderosos los emblemas
en contra de la sangre,
los halcones cegados por el odio
a lo desconocido,
el petróleo avanzando
sobre estanques de luz.

Soy un guerrero en busca
del registro de héroes
para inscribir su nombre,
un bíceps musculoso estrangulando
prejuicios y complejos,
una nube metálica a punto de tormenta.

No quiero un cementerio de ilusiones,
ningún sueño surcado por las balas.
No es la vida un juguete prescindible
que podamos romper en nuestro cuarto
una tarde con forma de tridente.
En tu pecho se esconde
una joya olvidada por las constelaciones más borrosas,
un arpa nunca oída por caballos con crines de coral;
pero sé que la pólvora devolverá los peces a las urnas,
porque muy a menudo
te sorprendo tocando
el lomo de una estrella
con la profundidad de un arrecife
sangrando en tu mirada.

Destierra de tu boca
los bancos de escorpiones,
los eclipses de rosas,
el cetro de la cobra,
la pira donde arden
con tristeza de lámpara
tus besos.

En el fondo del mar la vida es menos dura,
asume cada especie  su papel con dignidad de esfinge:
los cangrejos recorren autopistas de plancton
de espaldas al momento,
a la erupción en pétalos del magma,
al carrusel azul de la medusa;
y no por eso emigran
a mares más profundos que el olvido.

Extrae de tus arterias
el miedo a ser tú misma,
la proa donde rompen tus deseos,
y no permitas nunca
que tu felicidad se ponga cárdena
a la sombra de un tótem.


                             (De mi libro Napalm. Hiperión. 2001. Premio Hiperión de Poesía)

lunes, 25 de noviembre de 2013

La Guerra de Invierno, en La opinión de Murcia




El pasado viernes 8 de noviembre el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga publicó en La opinión de Murcia la siguiente reseña sobre mi nuevo poemario:

 
La denominado Guerra de Invierno estalló cuando la Unión Soviética atacó a Finlandia el 30 de noviembre de 1939, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. La resistencia finlandesa se opuso a las fuerzas soviéticas, y el país aguantó hasta marzo de 1940, cuando se firmó un tratado de paz por el cual cedieron parte de su territorio a la Unión Soviética. Son pertinentes estos datos históricos porque los hechos bélicos evocados y la guerra en cuestión dan título al libro de Ariadna G. García (Madrid, 1977) quien, en efecto, reúne en La Guerra de Invierno un poemario con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández,  que ahora publica en Madrid en su colección de poesía la editorial Hiperión.

Se trata desde luego de un poemario muy original aunque heterogéneo, ya que en él confluyen por un lado la experiencia geográfica de un viaje detenido a Finlandia en el más crudo invierno y, junto a una apasionada historia de amor, la referencia histórica al conflicto militar entre Finlandia y Rusia junto a un decidido viaje también hacia el interior de un yo lírico, que desde luego es yo también autobiográfico, representado por la enamorada viajera que se entusiasma ante lo que ve y ante la historia que se ha vivido no hace mucho en los mismos amplios y prodigiosos escenarios evocados.

Asombra, como hemos adelantado, que, en un poemario donde todo es placidez y gozo de la vida y del amor, sensualidad y percepciones estimulantes, comparezca el recuerdo de una guerra sangrienta y especialmente cruel desarrollada en los helados campos de un país que volvía a sufrir el martirio de la invasión y la opresión. Quizá, en el contraste entre el disfrute pleno del amor, plácido y sereno, en unos paisajes envidiables, y el horror de la guerra esté la mayor virtud de este originalísimo libro, escrito con pasión y con detenimiento, con un estilo claro y sosegado, formulado en composiciones poéticas de una entereza especial, singularmente aquellos poemas en prosa que reflejan historia y pasado épico, o los brevísimos e impresionistas poemas finales que revelan concentración e intensidad pero acaso muestran, aún más, gozo.

Desde luego, predomina Finlandia, con sus nieves casi perpetuas, con sus bloques de hielo, paisajes, ríos, helados árboles y ambientes que adquieren metafórica reflexión alusiva al propio viaje interior que todo este libro transmite. Lírica y épica se compensan adecuadamente en la estructura del poemario y el verso sucede a la prosa cuando la historia y los personajes de la historia comparecen en el libro con su tragedia y en ese sentido destacan la evocación de las proezas del francotirador Simo Häyha, o el monólogo del patinador Birger Wasenius, caído en aquella horrorosa contienda.

Quizá el poema más representativo de esta fusión estética sea el titulado Catedral luterana de Turku, que comienza con una afirmación absoluta: “Es el ciclo anual de muerte y vida/ de la naturaleza”, a la que sigue la presencia de unos grandes bloques de hielo descendiendo sobre la superficie del río cercano, mientras las viajeras amantes se abrazan junto a la puerta entornada de una sólida catedral, resistencia y memoria frente al tiempo. En su interior suena el Réquiem de Mozart, que suplica permanencia y suena a infinito, el mismo infinito que buscan las enamoradas para su amor, cuando quieren “detener este instante/ suspenderlo, clavarlo”, mientras los bloques continúan deslizándose sin descanso río abajo. Lección de vida, de muerte y de más allá que revela la intensidad metafísica de muchas de estas reflexiones poemáticas.

Divido entonces en tres partes y un epílogo, La Guerra de Invierno de Ariadna G. García pone de relieve la capacidad de su autora para compensar paisajes remotos, el relato amoroso y la historia, mientras manifiesta igualmente la calidad estructural de un libro que es ambicioso en su proyecto creativo, al abarcar elementos muy variados bajo un tema común (Finlandia). Todo ello confirma la destreza de Ariadna para construir un poemario y crear una obra conjunta, cohesionada y sólida, inevitablemente atractiva para el lector que no sale de su asombro al ver tantos y tan variados componentes debidamente coordinados y ofrecidos al lector para comprometerlo en reflexiones que son la identidad misma de su autora, la propia introspección del yo lírico y, desde él, alcanzar una conclusión tan lacónica como lapidaria, la de su último poema: “El espejo glaciar se ha derretido/ a lo lejos redobla/ la intensa partitura de las aguas”.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Vivo en lo invisible, de Ray Bradbury: en el ABC Cultural

Jaime Siles

Es su placer compartir con vosotros la reseña que el poeta y crítico Jaime Siles publicó el pasado 3 de octubre en el ABC Cultural sobre Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos, del escritor Ray Bradbury (Salto de Página. 2013); la primera traducción conjunta que publicamos Ruth Guajardo y yo.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Tierra

Fotografía de Ulf Andersen

La tormenta en un vaso y Culturamas publican mi reseña de la última novela del escritor alaskeño David Vann: Tierra (Mondadori, 2013). Otras novelas suyas son: Sukkwan Island (Alfabia, 2010) y Caribou Island (Mondadori, 2011). 

lunes, 11 de noviembre de 2013

La vida simple




Hoy publica La tormenta en un vaso mi reseña de La vida simple, ensayo de Sylvain Tesson (Alfaguara, 2013). Cada vez somos más los que localizamos nuestras obras en el Norte, los que buscamos la naturaleza virgen porque "lo salvaje consuela", los que aspiramos a una vida intensa y desprovista de utensilios inútiles. Igual el hombre nuevo que tanto reclamaban los místicos del siglo XVI no es otra cosa que una generación de mujeres y de hombres bien avenidos, respetuosos con su entorno natural y satisfechos con su mundo interior. Igual para salvarnos de nosotros mismos debemos, más que nunca, despojarnos de la piel del hombre viejo (individualista, tecno-dependiente, insatisfecho) para renacer a una segunda naturaleza evolucionada desde un punto de vista moral: empática.   

jueves, 7 de noviembre de 2013

La orientación de las hormigas


La tormenta en un vaso publica mi reseña de La orientación de las hormigas, segundo poemario del jovencísimo poeta Cristian Alcaraz (1990).

sábado, 2 de noviembre de 2013

Esta noche arderá el cielo

Ilustración de cubierta de Pier Brito

Mi reseña de Esta noche arderá el cielo (Salto de Página. 2013), la última novela de unos de los mejores narradores de este país -Emilio Bueso-, en Micro-revista.

Os dejo también mis críticas a Diástole y Cenital (Salto de Página. 2011 y 2012).