Una comida en invierno, Hubert Mingarelli.
Hubert Mingarelli ha publicado en
Francia, donde nació en 1956, más de una veintena de libros, de los que a
nuestro idioma sólo se ha traducido Una comida en invierno (Siruela, 2019). Nouvelle de 117 páginas, es un magnífico relato ambientado en
Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Narrada en primera persona por un
soldado nazi del que desconocemos el nombre, cuenta la pericia de tres alemanes
para convencer a su comandante de que los permita buscar judíos en los bosques
nevados para saltarse así la matanza de un contigente de presos a punto de
llegar al barracón. Dice el personaje: “prefiríamos la caza a los
fusilamientos”. De aquí en
adelante, la obra relata un paréntesis en la vida atormentada de unos hombres
que hacen la guerra sin convicción alguna y con bastante remordimiento. Uno de
ellos aprovechará esta pausa para compartir con sus compañeros un temor que sí
le importa: que su hijo adolescente, a miles de kilómetros, coja gusto al
tabaco. No obstante, por lo regular caminan en silencio, bajo el frío,
soportando cada uno su carga de recuerdos. Poco o nada sabemos de lo que
piensan. Son libres (en apariencia), se paran a fumar de vez en cuando para
recuperar un hábito doméstico y contemplan el hermoso paisaje que la nieve ha
pintado sin ambición. En su batida, encuentran a un judío y a un polaco
católico. Pero antes de regresar junto al resto de la tropa, deciden descansar
en una casa de campo abandonada. Quieren recuperar la intimidad que la guerra ha
barrido preparando una sopa que los caliente y reconforte a un tiempo. Quieren
sentirse hombres, no soldados, compartiendo la mesa y cocinando. Aquí Una
comida en invierno se transforma, casi, en
una pieza teatral. Ya no saldremos de estas cuatro paredes. En apenas unos
metros cuadrados y unas pocas horas viviremos con los seis personajes momentos
de tensión y de complicidades. Al calor del hogar, entre los restos de un
mobiliario reducido a leña, se sentirán humanos. Una vez colgados los abrigos
(parte voluminosa de sus uniformes) y descongelado el músculo de la empatía,
los nazis zozobrarán en una tormenta de dudas hacia su rehén. Mingarelli, que
no revela el nombre de su narrador (podría ser cualquiera, tal vez alguno de
nosotros), coloca a sus personajes en una tesitura complicada. Habrán de
decidir qué hacer con el joven judío que come de su cazo: ¿lo entregan o lo
salvan? Concisa, tensa, Una comida en invierno indaga en las contradicciones de los soldados no
profesionales, y por extensión, nos interpela a todos: ¿queremos sentir el
alivio en la conciencia que supone preservar una vida o no?