Las cosas que perdimos en el fuego, Mariana Enríquez. Anagrama. 2015.
Doce son los relatos que componen Las cosas que perdimos en el fuego, de la escritora argentina Mariana Enríquez. En todos partimos de ambientes realistas en los que, antes o después, se materializa el horror. En cada uno, además, la mayoría de los personajes están barnizados con una capa de amargura, lo que contribuye a la creación de un ambiente de asfixia.
El elemento terrorífico adquiere diferentes matices en el volumen. Se manifiesta de distintos modos.
Por una parte, cobra cuerpo en los tropos habituales del género (fantasmas, ritos satánicos, casas encantadas o presencias diabólicas), caso de los relatos “La hostería”, “El chico sucio”, “La casa de Adela” y “Fin de curso”.
En otras ocasiones, el terror es mucho más sutil, se filtra en los asuntos domésticos. Hablamos del pánico que siente una mujer al darse cuenta de que ha unido su vida al hombre equivocado, del pavor de un marido al constatar que su mundo ha saltado en mil pedazos tras convertirse en padre, de la angustia de varias adolescentes al ver amenazada la complicidad del grupo por el interés de una por los chicos, o del miedo de una joven LGTBI+Q a que la familia conozca su identidad sexual (“Tela de araña”, “Pablito clavó un clavito”, “Los años intoxicados” y “La hostería”).
No falta el terror de tipo socio-económico, con el que es imposible no empatizar visto el panarama que nuestra actualidad política. Este se manifiesta en el auge de la violencia en las calles, en el empobrecimiento de la gente, en el abuso de poder de los cuerpos y fuerzas de seguridad, así como en las nefastas consecuencias de la falta de suministro eléctrico (“Los años intoxicados”, “Tela de araña”).
Por último, Enríquez inocula en su libro el terrorismo de Estado. De ahí las alusiones a los excesos del ejército y de la policía durante los años de la dictadura argentina (“La hostería”).
Tuve la oportunidad de preguntarle a la autora, dentro del marco del festival gótico Sui Géneris, si a ella le interesaba más alguna de estas manifestaciones del terror en sus libros, y me dijo que no, que todas le parecían igual de relevantes y que por eso trenzaba sus historias con los elementos de estas cuatro madejas. Vemos que se trata de un horror que invade las esferas de lo privado y lo público, de ahí que las obras de Mariana Enríquez conecten con un amplio abanico de lectores. No es una mujer que evite la controversia. Ella misma lo dejó muy claro en una de sus intervenciones: “Ser tímida en la literatura me parece cobarde”.