Materia, Yolanda Castaño. Trad. Por ella misma. Visor. 2023.
Edición bilingüe. 119 páginas.
Subversión y heterodoxia
Llega un momento en la vida de
todo poeta en el que necesitamos ponernos en un mapa, no tanto físico –que
también– como temporal. Buscamos ubicarnos en un plano moral, reconocer las
deudas y agradecer los valores heredados. Pero no sólo eso. La mina del compás
que somos traza un círculo completo alrededor de un eje. Así nos proyectamos
del pasado al futuro, siguiendo un orden cronológico. Y, por supuesto, anclamos
con fuerza nuestra aguja de acero en el presente.
Materia se articula en tres partes. Las dos primeras, “Ríos
subterráneos” e “Iceberg”, remiten, respectivamente, a los estados líquido y
sólido. Son metáforas del devenir y de la inmutabilidad. Y, curiosamente, ambas
se refieren a la esfera de lo oculto.
Que la familia
fluya hasta nosotros está relacionado
con la biología, pero también con las ideas y con un posicionamiento ante el
mundo. Desde luego, Yolanda ha cogido el testigo de su abuela en su actitud
desafiante frente las convenciones (“Modas Lolita Rivas”):
Qué
poco valemos nosotras para ser mandadas, abuela […]
Quríamos
marcar el ritmo del pedal con nuestras piernas,
cubrir
la niebla de brocados,
trazar
a mano alzada nuestro propio patrón.
El presente,
por su parte, está constituido por
elementos permanentes, compactos
y estables. En esas coordinadas del yo, aquí, ahora encontramos poemas al hermano, a la madre, a las
amigas, al hogar, al cuerpo y a un antiguo amor. Yolanda Castaño hace un guiño
a Parménides a propósito de la negación del cambio. Así, recuerda
el nudo de complicidades que la une a su hermano, pese al paso del tiempo:
Alberto,
la gente no lo dice, pero en el fondo
aman
los grilletes, nosotros en cambio
queríamos
nadar, sacudir el tiempo, queríamos erigir
nuestra
propia disciplina.
Incluso el
amor se resiste a su extinción. Las llamas aún calientan. El fuego todavía
arde, si bien su intensidad es otra. Me refiero al hermoso y emotivo poema “El
viento no rompió”. El amor poesee unas propiedades que pueden cambiar con el transcurso de los años, en
tanto que son accidentales:
lloramos
por todo cuanto hemos perdido la manos las rodillas pegadas la loza humeante de
la lealtad jardines la lumbre de las palabras emulsionar juntas la disidencia…
Sin embargo,
la esencia de ese amor es inalterable:
El
viento no rompió lo caminado yo siempre voy a sentirme unida a ti.
La última
sección del libro remite al estado gaseoso: “Nube o el peso de la ingrávida”.
Como adelantaba, se centra en el futuro. Los poemas reflexionan sobre la
maternidad. Y aquí sí se vislumbra el temor a que los hijos modifiquen la
consistencia del mundo real. La sombra de Heráclito se extiende de modo sutil. Quien ansiaba nadar por
un vasto océano sin límites ve en la descendencia un obstáculo a su liberdad.
Así leemos en los poemas “Plomo” y “Ortodoxia”, respectivamente:
Los
niños son
cemento.
Un
niño es una piedra.
Debido a la
crianza de los vástagos, la vida –sin remedio– entraría en crisis, se
transformaría, mutaría en otra cosa para la que el sujeto que enuncia no está
preparado (ni tiene porqué estarlo). Recordemos que los gases tienden a ocupar
siempre todo el espacio disponible que se les deje, lo mismo que los hijos. De
ahí la renuncia de la autora a ser madre, que explicita en un poema conmovedor:
“No llegaré a”.
Nunca
detendrás mi viaje […]
No
me sorberás el tiempo.
Así y todo, la
nostalgia por la experiencia descartada queda patente en los versos más
extremecedores de todo el poemario:
Ya
nunca sabré […]
Qué
significaría amarte.
Esta última
sección, por tanto, es polisémica. El estado gaseoso puede referirse, o bien a
la condición volátil de quien suelta un lastre existencial con su rechazo de
los deberes y obligaciones de la crianza; o bien a esos niños que, como el gas
en el aire, se acaban adueñando de la vida de sus progenitores (lo que tiene
asociadas continuas deflagraciones, pues las fricciones entre madres, padres e
hijos generan chispas).
Por lo que respecta
a la estética del libro, Yolanda Castaño incluye una variante con respecto a
las anteriores entregas. Junto a la disidencia verbal (largos poemas en
versículos, omisión de signos de puntuación, símbolos herméticos, textos en
prosa…) leemos poemas que combinan la vanguardia con la métrica y los recursos
formales de la lírica tradicional (no en vano, encontramos canciones compuestas
por cuartetas y coplas, así como un amplio abanico de figuras de repetición:
paralelismos, anáforas, versos bimembres…).
La subversión
de la forma está realacionada con la heterodoxia del fondo. Yolanda Castaño
reivindica en Materia una opción
antipatriarcal (la renuncia a la maternidad); así como varias actitudes
antinormativas: el desafío a las convenciones sociales de postguerra en la
España franquista y la rebelión contra toda forma de imposición externa
(simbolizada en las “bridas”, esas riendas contra las que luchan las “bravas e
indomables” amigas, quienes:
Se
hicieron un día con sus propios estribos).
Es decir, frente
a los “grilletes”, las “bridas” y los “patrones” que tratan de imponer su
presión anajenadora a la voz que habla, a su hermano, a sus amigas y a su
abuela; Yolanda Castaño reivindica la “disidencia”, la “independencia”, el
“escándalo” y la “emancipación” como formas apetecibles de proyecto vital.
Materia acaba de obtener el Premio de la Crítica al mejor
libro de poesía escrito en lengua gallega. Desde aquí felicito a Yolanda por su
estremecedor poemario.
Esta reseña fue publicada en la revista Turia,
número 149-150. Páginas 485-487. 2024