jueves, 28 de octubre de 2021

Campamento de supervivencia

Campamento de supervivencia, Jimena Arnolfi Villarraza. Cáceres, Liliputienses, 2021. 88pp.

 

 

En el relato El Perseguidor, Julio Cortázar reflexiona sobre dos maneras distintas de sobrevivir en el tiempo: el arte y la biología. La joven poeta Jimena Arnolfi Villarraza (Buenos Aires, 1986) también las hace converger en su último libro: Campamento de supervivencia. No en vano, nos dice, un poeta no hace otra cosa que mirar el mundo con ojos inocentes, desprejuiciados, renovándolo con su visión aún pura, presta a recibir los relumbres de lo que no comprende pero le maravilla, como hacen los niños. La autora, arrastrada por el misterio, ahonda en los motivos que le sugieren la maternidad y la literatura. Al fin y al cabo, ambas obedecen a un mismo impulso, el de la creación. Y lo hace con metáforas deslumbrantes (“soy un pequeño país tropical/ a la espera del gran tornado” p. 11), con quiasmos sugerentes (“Cuando digo que nos entretenemos,/ me refiero exactamente a eso:/ Nos tenemos entre nosotras” p. 13) y con la humildad de quien comparte sin tapujos una experiencia límite (dar, cuidar y salvar —a diario— una vida), de quien traspasa una puerta y se expone a la tormenta de los juicios ajenos:

 

…Sin saber de construcción, todos los días

levanto un mundo posible con mis manos.

 

No siempre me sale pero todo el tiempo

intento que sea un poco mejor.

 

(De “La rutina”, p.15)

 

Campamento de supervivencia está formado por 62 poemas breves, divididos en dos secciones: “Puerperio” y “Embarazo”. Textos con los que nos identificamos, sobre todo, las madres, pero que son lo suficientemente simbólicos como para germinen en otros pechos y ensanchen otras miradas:

 

Trabajar la tierra y arrancar la maleza 

puede ser un modo de vida, hija.

 

Cada fruta es un logro,

el esfuerzo de la planta

que libró batallas,

lo que quiere el cielo,

heladas y plagas,

entre otras injusticias.

 

                        (De “Rumbo a ver”, p.43)

 

 

En mi opinión, se trata de un libro inaugural, que celebra la vida en todas sus manifestaciones. De ahí la importancia que cobra la naturaleza en el poemario. Los humanidad se integra en un entorno, forma parte de él, no vive aislada; es ecodependiente. Y es que somos “animales emocionados” (p. 31), idénticos a los pájaros que cantan sorprendidos por el hecho de existir; “yo también me sorprendo”, reconoce la voz que enuncia (p. 21), y es por eso que escribe, y su escritura es canto.

El tamaño del libro, tipo Moleskine, invita a llevarlo encima y releerlo. La edición es preciosa, y algunos de los versos se quedan revoloteando en la mente como tercas polillas:

 

…El futuro es una planta

que avanza hacia cualquier

luz disponible.

 

(De “mucho tiempo sola”, p. 71)

 

 

domingo, 24 de octubre de 2021

Ritual del laberinto

Ritual del laberinto, Julio Mas Alcaraz. Madrid, Bartleby. 2021.

 

 

¿Qué nos hace recuperar un pasado doloroso y vertirlo en una copa de la que dar a beber? El amor, la deuda contraída con familiares queridos y el homenaje a quienes han sido sedimentos de la materia que nos ha formado. Así lo sentí yo cuando publiqué Ciudad sumergida (Hiperión, 2018), en el que rindo tributo a mis antepasados (durante la guerra, la inmediata posguerra y el momento actual). Me imagino que el poeta Julio Mas Alcaraz tiró del mismo carrete para recoger el fruto de su obra, pues la intensidad de su libro, la fuerza de sus imágenes, así lo indica. O puede que sus fuentes sean otras, al fin y al cabo, son muchas las familias a las que asolan las mismas pesadillas, y que se haya limitado a recoger un dolor con el que empatiza, para así atemperar la tristeza, la pérdida, la rabia o la frustración de otros. Tanto da. Eso no menoscaba la calidad de su poemario.

 

Ritual del laberinto ha sido montado como si se tratara de un cortometraje (todo libro de poemas es breve, de ahí el símil), con la alternancia de planos y de contraplanos. Por una parte, enuncia la voz de Lorea; por otra, la de su abuela Lucía. Ambas posan su mirada sobre los mismos escenarios (el pueblo, el bosque, el mar…), mostrando el contrastre que marca a fuego el tiempo:

 

“La maleza cubre un antiguo refugio pintado con grafitis.” (p. 96)

 

Dicho contraste, en ocasiones, muestra la frivolidad con que se pasa una página a la Historia; en otras, el autor aprovecha para realizar una crítica del capitalismo lacerante:

 

“La costa que ella observó no existe y un cartel anuncia la última promoción de viviendas entre elevadas torres de cemento” (p. 69)   

 

Pero no sólo varía el espacio, las propias voces de las protagonistas poseen un estilo diferenciador, al menos, al principio. Lucía, que padeció la Guerra Civil y partió rumbo al exilio, suele expresarse en prosa para relatar sus recuerdos (los registros nocturnos, los fusilamientos, las fosas comunes, el silencio de los pájaros…). Lorea, en cambio, muestra mayor predisposición hacia el verso libre. Ya lo apuntaba Hegel en Lecciones de estética, la épica surge en tiempos en que las mujeres y los hombres se ven obligados a desarrollar su heroismo (para sobrevivir a una guerra, en este caso); mientras que la lírica nace en periodos de paz, más propicios para la reflexión y el análisis:

 

“Pienso en vosotras y en vuestro dolor.

 

Pienso en cuando los árboles dejaron de crecer.

 

Todo recuerdo puede volverse

una revelación,…” (p. 104)

 

 

No obstante, decía, ese lenguaje diferenciado va diluyendo sus fronteras a medida que avanza el libro. Así, por ejemplo, cuando Lucía pasa a formar parte de la España trasterrada, en plena travesía en barco, su voz se vuelve minimalista, escueta; como si al abandonar el país dejara entre las rocas el lenguaje. El sujeto que enuncia se contrae, pues lo ha perdido todo: la identidad, las ganas, la sintaxis:

 

“El mar es el silencio que se expande.” (p. 65)

 

Lorea, a su vez, por la identificación con su abuela, asume su estilo narrativo/descriptivo cuando denuncia los estragos que sobre la naruraleza realiza nuestra civilización. Otra forma de guerra. Nosotros contra el mundo.

 

Ritual del laberinto se inscribe en una de las líneas sobresalientes de la editorial Bartleby, esa que tiene como centro neurálgico nuestra Guerra Civil, y donde destacan libros como Elegía en Portbou, de Antonio Prieto; Los trescientos escalones, de Francisca Aguirre; o Poema del soldado, de Angelina Gatell. 

 

Un libro necesario para entender nuestra situación política:

 

“Somos el humo de una guerra mal apagada” (p. 17)

 

domingo, 17 de octubre de 2021

Esto no es Bambi

 

Esto no es Bambi, David Pérez Vega. Maclein y Parker. Sevilla. 2021. 240 pp.

 

 

 

 

 

 

He de decir, de entrada, que la nueva novela del escritor David Pérez Vega (Madrid, 1974), Esto no es Bambi, es sin duda alguna la más sólida, coherente y la mejor armada de cuantas he leído suyas en estos últimos años. Fiel a sus motivos y obsesiones, como cualquier autor, David retoma asuntos que ya tratase en su libro anterior, Caminaré entre las ratas. Pero a nivel técnico su nueva criatura supera con creces a la predecesora.

 

A veces, el combustible de la escritura es la exploración imaginativa, el amor hacia el misterio, la aventura de lo ignoto, la pasión por el peligro. En otras ocasiones, sin embargo, la gasolina que mueve la mano por las teclas o por el papel, tiene un origen diferente, oscuro y sanador: el recuerdo, el ajuste de cuentas, e incluso la —elegante y discreta— venganza. Esto no es Bambi me parece movida por el segundo tipo de inspiración.

 

La obra se divide en seis capítulos, que son otros tantos monólogos de sus protagonistas. Cada uno de ellos se expresa con sus propios rasgos lingüísticos, dotando a la novela de riqueza coral. Podría parecer que algunos personajes están caricaturizados, precisamente porque su lenguaje responde a esterotipos (la pija, el bravucón, el abnegado…), pero David, que es un narrador inteligente, salva ese obstáculo por un procedimiento ingenioso y clásico: el perspectivismo. Y aquí aprecio la lectura —y el aprendizaje derivado de ella— de los célebres autores del Realismo.

 

La mirada caleidoscópica que se dedican los personajes consigue que todos crezcan al calor del contacto con los demás. Es decir, los arquetipos quedan superados por la superposición de los más variados puntos de vista. Y es que los seis opinan sobre el resto. De la suma de pareceres obtenemos personajes redondos (algunos más que otros. Los más logrados son Alfonso y Javier).

 

Otro acierto técnico de la novela es la progresión temporal. El arco cronológico abarca los años 2000-2005. Pero ese lento transcurrir de los años se observa desde la óptica de los seis protagonistas, como si fuesen los atletas integrantes de un preciso equipo de relevos.

 

Por lo que respecta al fondo del libro, digamos que David no deja títere con cabeza. El relato se orienta hacia la crítica de las condiciones de trabajo y de las corruptelas que tuvieron lugar en la otrora reputada auditoría Arthur Andersen, sabiamente ocultada bajo el nombre ficticio William Golding. El valor simbólico de este guiño al célebre autor de El señor de las moscas puede consistir —y es una hipótesis— en la denuncia de la vileza, de la explotación a la que se ven sometidos los trabajadores, así como en el testimonio de la transformación que se opera en los individuos para sobrevivir en un entorno laboral que acaba siendo adverso (y que pasa factura a nivel físico y psicológico).

 

Ese cambio progresivo —esa oxidación— que se produce en la personalidad de los seis protagonistas queda plasmado en el juego de espejos al que aludía antes.

 

De entre los monólogos, destaca el que sostiene Daniel Márquez Cavas (las voces se reparten, equitativamente, entre mujeres y hombres: Marta, Carmen, Alfonso, Nerea, Daniel y Javier), presunto alter ego de su autor. No en vano, encontramos aquí referencias metaliterarias cuando habla de “la novela que sé que se está incubando en mi interior, la novela en que explicaré qué ocurría en Madrid, en España, en una época (a comienzos del siglo XXI), cómo eran los trabajos de traje y corbata y 168.000 pesetas al mes” (p. 182).

 

Libro valiente, bien estructurado, de técnica impecable, y estilo exacto y pulcro, cumple a la perfección el propósito que se había fijado su autor hace veinte años.

 

Nunca es tarde si la dicha es buena.

 

 

 

sábado, 16 de octubre de 2021

Una generación de poetas que también publicamos narrativa

 


Son varios los poetas que este año 2021 se han estrenado en el mundo de la narrativa. Creo que ese es uno de los rasgos distintivos de mi generación: que somos muy versátiles.

Dejo aquí algunos nombres de poetas de mi quinta (entre los 49 y los 37 años) que hemos dado a imprenta poemarios y novelas.


1. Ernesto Pérez Zúñiga (1971): 30 años de carrera literaria. Últimas novelas: La fuga del maestro Tartini (2013), No cantaremos en tierras de extraños (2016) y Escarcha (2018).

 


2. Javier Cánaves (1973): 20 años de carrera literaria. Sus novelas más recientes son: Piscinas iluminadas (2013) y Mi Berghof particular (2019).

 

3. Luis Artigue (1974): 24 años de carrera literaria. Últimas novelas: El club Sorbona (2013), Donde siempre es medianoche (2018) y Café Jazz El Destripador (2020).

 

4. Mario Cuenca Sandoval (1975): 16 años de carrera literaria. La narrativa parece haber desplazado a la lírica. Últimas novelas: Los hemisferios (2014), El don de la fiebre (2018) y Lux (2021).

 

5. Antonio Lucas (1976): 25 años de carrera literaria. Acabar de publicar su primera novela: Buena mar (2021).

 

6. Joaquín Pérez Azaústre (1976): 23 años de carrera literaria. Novelas recientes: Los nadadores (2012), Corazones en la oscuridad (2016) y Atocha 55 (2020).

 

7. Ariadna G. García (1977): 24 años de carrera literaria. Ha publicado dos novelas: Inercia (2014) y El año cero (2019).

 

8. Andrés Neuman (1977): 23 años de carrera literaria. Últimas novelas: Hablar solos (2012) y Fracturas (2018).

 

9. Sofía Rhey (1978): 16 años de carrera literaria. Últimamente publica más narrativa. Novelas recientes: La calle Andersen (2014), Róndola (2016), Espérame en la última página (2017), Irlanda sin ti (2010) y Newropía (2021).

 

10. Lola Mascarell (1979): 11 años de carrera literaria. A la lírica, acaba de sumar su primera novela: Nosotras ya no estaremos (2021).

 

11. Juan Marqués (1980): 12 años de carrera literaria. A sus poemarios añade su primera novela: El hombre que ordenaba bibliotecas (2021). 

 


12. Francisco José Martínez Morán (1981): 15 años de carrera literaria. Una novela en su haber: Las amistades comunes (2018).

 

13. Alejandro Simón Partal (1983): 11 años de carrera literaria. Acaba de publicar su primera novela: La parcela (2021).

 

14. Jesús Montiel (1984): 9 años de carrera literaria. Ha publicado tres novelas breves: Sucederá la flor (2018), Lo que no se ve (2020) y La última rosa (2021).  

 

 

jueves, 14 de octubre de 2021

Salgo en el Huffingtonpost.es

 


 

Descubro ahora que el Huffingtonpost.es incluyó mi poemario Sublevación (Pre-Textos, 2020) entre los libros de poemas destacados del año pasado. El título del artículo sólo puede arrancarme una sonrisa y un agradecimiento:

La poesía en español que iluminó el año gris de la covid 19

 

Dejo aquí el enlace, para que disfrutéis de los poemas antologados y de las obras seleccionadas:

https://www.huffingtonpost.es/entry/la-poesia-en-espanol-que-ilumino-el-ano-gris-de-la-covid-19_es_6054f4bdc5b66a80f4e777e0


jueves, 7 de octubre de 2021

Cobalto oscuro

Cobalto oscuro, Verónica Aranda. XIV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Pamplona”. Berriozar, Navarra, Cénlit Ediciones. 55 páginas. 2020.

 

16 años lleva Verónica Aranda publicando libros. Hasta el 2020, fecha de edición de Cobalto oscuro (Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Pamplona”) había sacado a la luz once poemarios, casi todos galardonados en certámenes. Si hay una nota predominante en ellos, es la descripción costumbrista, la evocación nostálgica de ambientes, el diálogo con tradiciones poéticas orientales (de la India a Japón), el gusto por la contemplación tranquila del espacio y sus gentes, la pincelada simbólica o el halago sutil a los sentidos.

 

En su último trabajo, y sin abandonar estos rasgos de estilo, Aranda se sumerge en un experimento. Los 40 poemas que lo componen no nacen de la experiencia de un viaje físico, sino imaginario; no son fruto de la contemplación de lo real, sino de la representación que del mundo hicieron otras tantas pintoras a lo largo de los siglos. El Arte dialoga con el Arte. Una mujer con otras. 

 

Cobalto oscuro es a un tiempo homenaje y reivindicación. La obra visibiliza a las artistas plásticas relegadas por la Historia a una esquina del cuadro. Pero, a la vez, combate prejuicios contra las mujeres, denuncia los roles que el patriarcado nos colgó como si fuéramos perchas; y exporta modelos femeninos emancipados.

 

Es decir, Verónica Aranda innova en los planteamientos ideológicos de su nuevo libro, si bien se mantiene fiel a su voz, pacientemente trabajada año tras año.

 

Justo hace ahora un siglo, cuando se pusieron de moda el Futurismo y su hermana literaria, el Ultraísmo, la Vanguardia puso los pinceles y las plumas estilográficas a disposición del deporte. La poeta madrileña, en su galería de retratos, recoge el testigo de autoras como Concha Méndez, que también lo exaltó. Verónica, siguiendo la estela de Tamara de Lempicka, rinde tributo a esas mujeres desafiantes y libres, que derribaron con su actitud los encorsetadores exterotipos: desde niñas que se burlaron de las “restricciones” jugando al ajedrez en el siglo XVI; a muchachas que ensalzaron el “culto al ejercicio, a los viajes, al ocio” a finales del siglo XIX; o a mujeres liberadas de cualquier atadura, a los mandos de su descapotable en los Felices —y locos Años 20.

 

Cobalto oscuro sigue un orden cronológico, desde el Renacimiento hasta el XXI. A través de sus páginas recorremos una galería de tablas y paños, pero también un túnel del tiempo. No faltan las alusiones históricas, ni el guiño a los diferentes movimientos pictóricos (Barroco: “La terrible violencia/ conforma un claroscuro/ donde venga Artemisa a cada víctima/ de mandas brutales”, Impresionismo: “El mediodía ocioso/ solo invita a las ensoñaciones./ ¿Quién es esa muchacha?/ Qué gesto absorto esconde/ la pincelada rápida/ y qué melancolía?” Futurismo: “el motor deportivo despierta su deseo”, Cubismo: “llega la nostalgia/ en planos superpuestos”…)

 

Por supuesto, en el poemario abunda el cromatismo, con sus diversos tonos (“entre el verde grisáceo/ y la luz verde oliva”, “y todas las escalas de naranjas”), y es que “la música la dictan los colores”.

 

Cobalto oscuro invita a la lectura reposada, igual que visitamos un museo.  Su elogio de la vida detenida, lenta y suave, invita a la delectación del tiempo que es, en el preciso instante en que acontece.