jueves, 23 de septiembre de 2021

Mi top 10 de César Mallorquí


 

Mis listado de obras preferidas de César Mallorquí:

 

1. La isla de Bowen, Edebé.

2. La mansión Dax, SM.

3. “La trilogía del parásito” SM.

4. La catedral, SM.

5. Las lágrimas de Shiva, Edebé.

6. El último trabajo del Señor Luna, Edebé.

7. La cruz de El Dorado, Edebé.

8. La caligrafía secreta, SM.

9. La puerta de Agartha, Edebé.

10. El círculo escarlata, Edebé.

 

 Con estos diez libros vais a vivir aventuras trepidantes. 

 

 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Mis reseñas de libros de Jon Bilbao



 

Dejo aquí mis reseñas de algunas de las obras del escritor Jon Bilbao, publicadas en Salto de Página e Impedimenta. Las dos primeras las podéis encontrar en la Feria del Libro que tiene lugar en Madrid:

 

* Basilisco, 2021. AQUÍ.

* Estrómboli, 2016. AQUÍ.

* Padres, hijos y primates, 2015. AQUÍ.

* El hermano de las moscas, 2014. AQUÍ.


lunes, 20 de septiembre de 2021

Ítaca es nunca

 

Ítaca es nunca, Cristina Falcón Maldonado. Barcelona, Candaya. 2021. 128 páginas.

 



 

 

 

 

 

 

Cristina Falcón Maldonado nació en Venezuela en 1963. No obstante, vivió en Italia un tiempo, y a día de hoy reside en Cuenca. Es autora de libros infantiles (publicados por dos de nuestras editoriales más prestigiosas: Kalandraka y Edebé), pero, sobre todo, destaca por su labor poética. Tres son sus poemarios que han visto la luz en Candaya: Memoria errante (2009), Borrar el paisaje (2014) e Ítaca es nunca (2021). Así, de entrada, todos compaten un denominador común: el desarraigo, la falta de pertenencia, la desmaterialización de un espacio, el regreso imposible.

 

De hecho, son muchos los símbolos que en su última obra nos hablan de una ausencia: “páramo”, “solar”, “sombras”, “sed”, “huella”, “abismo”, “rastro”; y son muchos también los términos abstractos que insisten en la idea de la desposesión: “nada”, “vacío”, “expolio”, “duelo”, “abandono”, “silencio”, “soledad”.

 

Será, precisamente, la palabra escrita la responsable de la recuperación de lo perdido, la que pesque fragmentos de memoria. De modo que podemos deducir que para Cristina Falcón la patria es el poema.

 

Si el paisaje está borrado, como sostenía la autora en su segundo libro, es lógico que en su reciente entrega hayan sido extirpados los topónimos. En su lugar encontramos adverbios deícticos (“aquí”, “allí”) de baja saturación semántica. Los lectores podemos atribuirles un significado si somos de la opinión de que la poeta, en la elaboración de sus composiciones, haya partido de sus actuales coordenadas de percepción: yo-aquí-ahora. De modo que ese “aquí” se corresponda con Cuenca (y por extensión, con España); y ese “allí” con la Ítaca perdida (Venezuela):

 

Siguen allí

 

la casa

el yagrumo,

el apamate

la tierra roja

 

 

Pero no puede decartarse el caso contrario, con la necesaria inversión de correspondencias: de modo que ese “allí” sea el estado de acogida, provisional y extraño; y el “aquí¨ haga referencia a la tierra madre, al país americano, “famélico”, “donde la vida no se sobrepone”:

 

El que no está aquí no existe (poemaXV)

 

No vuelvas

 

para envilecer

 

para recordarme

que aquí

solo vive el abandono (poema XXVIII)

 

 

De lo anterior se deduce que Cristina Falcón nos quiere decir que uno se siente extraño, extranjero de sí, en cualquier parte.

 

Como quiera que sea, Ítaca es nunca nace de la tensión entre olvido y recuerdo, de esa fricción que está a punto de resquejabrar la esencia del sujeto que enuncia. Y es que no sólo el espacio se desvanece, también sus habitantes (“nadie/ en medio del vacío”) y hasta la voz que late en los poemas. Toda la realidad, en su conjunto, es un gran holograma; un escenario de cartón-piedra; un sueño, que diría Calderón. El mundo, viene a decir Cristina, sólo existe en la mente, es hijo de nuestra capacidad para representarlo (como aseguraba Schopenhauer). De ahí la lucha titánica de la autora, libro a libro, para apuntalar sus vigas con palabras; y para sostenerse a sí misma.

 

Quizás por ese carácter gelatinoso de la realidad, el sujeto que enuncia conserva “cajas vacías”, símbolo de la itinerancia y monumento a la memoria. Olvidar el origen supone deshabitarse por dentro, deshacer el nudo que aprieta la propia identidad y la del resto, de ahí la lucha sin cuartel contra el olvido.

 

La amenaza del vacío, a su vez, condiciona la estética de todo el poemario. El peligro que supone la niebla interior, la conciencia de la caducidad, la amnesia, la falta de comunicación, la ignorancia de las vidas ajenas… en suma, la negación constante de la vida, avalan el empleo de un estilo minimalista y abstracto. El fondo, pues, determinada la forma.

 

En ocasiones, el peligro que representan tanto la “distancia” física como la temporal, queda reflejado a través de metáforas animalizadoras de carácter negativo. Así, se nos dirá que ese concepto abstracto es una “bestia” letal, siempre dispuesta para la “dentellada”, o una temible “culebra” que “envenena”.

 

Con objeto de acercar lo lejano, de salvar lo invisible, Cristina Falcón crea un oasis de palabras, un espejismo de versos. La apariencia simula la realidad, y con ella se colma el hueco de un vacío.   

 

Su nostalgia es análoga a la de Rainer Maria Rilke: “Es extraño/ ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró” (Elegías de Duino).

 

Y es que la vida es frágil, y siempre está sujeta a transformaciones. Interiorizar el mundo es salvarlo. La palabra designa, pero más allá de su valor referencial, llega a tener incluso un valor ontológico. El mundo es en el poema.

 

La autora se afana por preservar su Ítaca. Yo me inclino a pensar que Ítaca no es una región en el espacio, sino en el tiempo. No importa dónde podemos encontrarla, sino cuándo. De ahí que su regreso no pueda producirse, salvo a través del libro. Ítaca es la infancia.

 

Esa edad dorada viene simbolizada por la casa, la lluvia, el padre, la madre… La autora se impone la responsabilidad de protegerlos a todos de la erosión del tiempo, consciente de que la enfermedad es una espada de Damocles sobre sus cabezas. No obstante, como decíamos, el verso es sucedáneo, una ficción. De manera que la autora sólo aspira a “reinventar/ esta sombra de dos sombras”.

 

Y a la vez, Ítaca puede ser el pasado de la propia Venezuela, un estado actualmente en declive, un “país del revés” donde la gente resiste con dignidad o bien es arrastrada por la crecida corriente abajo, expulsada de su lugar de origen. Una república que ha dejado de ser como se la recuerda, y cuya percepción se ha transformado.

 

A la trágica condición del migrante, en precario equilbrio entre las dos orillas, suma Cristina Falcón la del Homo viator. Todos somos viajeros. Cada mujer y cada hombre está de paso en la Tierra, entre desconocidos (“piel ajena… viéndonos pasar”), todos en tránsito entre dos oscuridades, segundo motor que empuja a la escritora hacia el poema, esa bola de cristal que preserva la nieve hasta en verano.

 

Son especialmente emotivos los poemas escritos a la madre, quien padece demencia senil. Los encontramos en el bloque III de la obra. Qué difícil no identificarse con alguno de ellos:

 

 

Ella se ausenta

apoya el pesar

en su mano sin tiempo.

 

Y una allí

anclada a la silla

 

sin saber

qué

hacer decir

temblando casi

 

como si al tocarla

fuera a hacerse añicos

 

 

El poemario viene precedido por un prólogo de otra poeta apátrida, nacida en Orense, criada en Venezuela, residente en Holanda y vecina de Barcelona: Miriam Reyes. Su lectura, honda y certera, es iluminadora.

 

Ítaca es nunca es un libro que hay que leer despacio, desplegarlo lentamente como a los abanicos, admirando cada nuevo pliegue, asimilando su contenido, descubriendo poco a poco la coherencia y profundidad del conjunto. Pero que nadie se llame a engaño, no hablo de abanicos corrientes, sino de los utilizados por los samuráis para el combate: es un libro que hiere.

 

domingo, 12 de septiembre de 2021

Lecturas 4º ESO


 Antología de la poesía española (1939-1975), edición de Ariadna G. García. (AKAL). Poesía

Antología poética de mujeres. De la Generación del 27 al siglo XV. Alba Editorial. Poesía

 

Fahrenheit 451, Ray Bradbury.

El hombre ilustrado, ídem.

El guardián entre el centeno, J. D. Salinger.

El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde.

Frankenstein, Mary Shelly.

Viaje al centro de la Tierra, Julio Verne.

Muerte en el Nilo, Ágatha Christie.

 

 

Yo soy Alexander Cuervo, Patricia García-Rojo. (SM).

La deriva, José Antonio Cotrina. (SM).

La balada de los unicornios, Ledicia Costas. (Anaya).

La estrategia del parasíto, César Mallorquí (la trilogía del “Parásito”). (SM).

La isla de Bowen, ídem. (Edebé).

La caligrafía secreta, ídem. (SM).

Desconocidos, David Lozano. (Edebé).

La casa de la colina negra, José Antonio Cotrina (Alfaguara).

Las esferas del tiempo, Rubén Montañá. (LaGalera).

La versión de Eric, Nando López.

La Guerra de Invierno, Ariadna G. García. (Hiperión). Poesía

 

 

jueves, 9 de septiembre de 2021

Janowitz

 

Janowitz, Salvador Macip y Ricard Ruiz Garzón. Obscura. 2021. 263 páginas.

 

 

 

 

Obscura editorial apenas tiene un año de vida. Nació en plena pandemia, en marzo de 2020. Especializada en narrativa de terror y de fantasía, Janowitz es su primer título de ciencia-ficción, y la edición del libro es maravillosa. La sugerente e hipnótica cubierta esconde una novela que responde a los adjetivos que buscan los editores para valorar un manuscrito: es inquietante, misteriosa y algo tétrica. Pero sobre todo, es una obra perfectamente construida, a cuatro manos. Sus autores (Salvador Macip, científico y autor de novelas juveniles; y Ricard Ruiz Garzón, premio EDEBÉ de literatura infantil) se reparten el amplio –y variopinto– elenco de personajes que protagonizan la historia: Wade (periodista independiente, un personaje que parece inspirado en el Jonás de Los escarabajos vuelan al atardecer, de Maria Gripe), Alice (psiquiatra), Katniss (una anciana arqueomática experta en informática y en antiguas leyendas locales), Ziggy (programadora), Ender (líder revolucionario), Joshua (profeta), Hoenikken (una suerte de alcalde que ostenta el cargo de “hegemón”, máxima auroridad política de Janowitz, ciudad-estado que gobierna con mano de hierro), Flynn (la infalible teniente del ejército) y una niña sin nombre que es un enigma en sí.  

 

Se trata, por tanto, de una obra coral y polifónica. El narrador es omnisciente y multiselectivo. Los capítulos son cortos. Está escrita en presente, igual que otras narraciones apocalípticas. Ismael M. Biurrun explica en su relato “Coronación” la predilección de las distopías que hablan del colapso por este tiempo verbal, persigue “una retransmisión en vivo, que el lector forme parte del acontecimiento”. No en vano, como adelantaba, Wade ejerce su profesión tableta en mano, y va colgando videocast en su canal para informar a los ciudadanos de las anomalías que padece Janowitz.

 

Y es que en la ciudad se han suspendido las leyes naturales que rigen el mundo: los ríos no corren, los cielos son morados, se ha declarado una epidemia de ceguera, llueve sin nubes, el reino vegetal ataca a los humanos desprovistos de tecnología (¿huella de la película El incidente?)… La realidad ha sido alterada por causas desconocidas, si bien cada grupo de poder de Janowitz sostiene una hipótesis sobre el origen de esta modificación de las ciencias físicas. Para el gobierno, es obra de terroristas; para estos (los “argivos”), se debe al capitalismo y a su impacto ecocida en la naturaleza; para los místicos, es una señal de dios contra la clase política y empresarial que machaca a la gente; y en última lugar, para los sanitarios, puede tratarse de una alucinación colectiva causada por un virus.

 

Los síntomas enumerados relacionan esta entretenida y bien pensada novela con otras que abordan el asunto del colapso civilizatorio por causas de orden natural. Son los casos, también, de la irreverente y divertida Donde siempre es medianoche, de Luis Artigue (Pez de Plata, 2019. “Premio Celsius”); y del tríptico terrorífico Las invasiones, de Ismael M. Biurrun (Valdemar, 2017).

 

Al igual que en la novela de Artigue, los fenómenos paranormales son la excusa perfecta para que el ejército tome las calles y para que los predicadores arenguen a las mesas a la revolución. En ese sentido, no faltan en Janowitz las críticas al sistema que sostiene la sociedad occidental (las prisas, el dinero, el consumo, la corrupción, la dependencia tecnológica...). Pero su fuerte es otro. La novela es un prisma, es un juego de espejos, un caleidoscopio donde las escenas se ensanchan, se duplican en un baile de ecos, destellos y reverberaciones. Es pura matemáticas. Cada capítulo abre un sorprendente punto de fuga, dialoga con otro, desarrolla un detalle, ramifica la historia como lo haría la secuencia Fibonacci. El tándem Macip Garzón ofrece a la comunidad lectora un libro magnificamente diseñado, de arquitectura sólida; escrito con un estilo cuidado, de alto vuelo retórico. La poesía respira en sus páginas, hasta el punto de que incluso descubrimos una cita intercalada: “De alguna manera, presiente que tanta belleza no puede ser más que el anuncio de algo terrible” (p. 86, sacada de las Elegías del Duino, de Rainer Maria Rilke: “La belleza no es más que el comienzo de lo terrible”).

 

Cada personaje es una pieza única en el engranaje del libro. Entre todos habrán de hacer frente a la insólita convergencia de energías que ha tomado la pagoda de la ciudad -el corazón místico de Janowitz, su centro simbólico-, hasta envolverla en un tenebrosa telaraña verde provista de tentáculos.

 

Sobre el argumento no diré más. Sí recalcaré el ágil sentido del ritmo de tiene la historia, y su magnífico desenlace. El chat gamberro que cierra el volumen da un golpe de timón que se agradece, tiene un giro metadiscursivo interesante a la par que divertido y clásico.

 

Janowitz no deja de ser un canto a la libertad, al cambio, al abandono de roles, así como una reflexión sobre la posibilidad real –o no– de transformar el estado de cosas del mundo. ¿La Historia está condenada a repetirse? ¿Es el albedrío una quimera? O como se pregunta Borges en su célebre soneto: “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”.

 

No se pierdan el libro. Es para tenerlo.  

 

   

 

 

 

martes, 7 de septiembre de 2021

¡En marcha!

 


En 2016 publiqué mi primer libro dedicado a un público juvenil (a partir de 11 años) : Las noches de Ugglebo, por el que merecí el premio de poesía LIJ "El Príncipe Preguntón". Se trata de una fábula escrita en verso protagonizada por una bandada de aves rapaces nocturnas que viven en Finlandia. Aborda, entre otros, los temas de la construcción (y defensa) de la identidad o el cambio climático, apelando a nuestra responsabilidad individual para salvar el planeta.

Hoy tengo el honor de presentaros mi segundo libro para los más pequeños (a partir de 9 años): ¡En marcha!, publicado en Colombia por Corazón de Mango. Un viaje por el globo para desconfinar la mirada, empatizar con la flora y la fauna o dejarse sorprender por el sentido de los maravilloso. Un mosaico de poemas localizados en lugares sorprendentes (el río Mekong, el taller de un juguetero de Praga, una librería de Estambul...) que juega con la métrica tradicional y recurre a potentes imágenes para sorprender a sus jóvenes lectores.

¡No os los perdáis!

Llevo un lustro dando charlas a alumnos de 1º y 2º ESO sobre Las noches de Ugglebo, y será un placer comenzar a impartirlas sobre ¡En marcha!

 

 

viernes, 3 de septiembre de 2021

Un tigre se aleja

 

Un tigre se aleja, Rubén Martín Díaz. Renacimiento, Sevilla, 2021. 79 páginas.

 

  Hace un par de años, Rubén Martín Díaz me envió el manuscrito de Un tigre se aleja para comentarle mis impresiones. Y tener esa piel rayada entre mis manos, al cabo del tiempo, es motivo de alegría, porque la belleza nos alumbra por dentro y nos mejora. Si la edición del libro, en cuanto a soporte, es un lujo estético para la mirada, el contenido de la obra es una delicia para nuestra mente. En una sociedad como la nuestra, tan falta de armonía, poemarios como el suyo nos estabilizan, nos devuelven a un —precario— equilibrio de índole moral y espirirual.

 

   Martín Díaz, como los poetas del Renacimiento, contempla el devenir de la existencia con serenidad (actitud que debió de predestinar la casa que ha acogido sus versos). El sujeto lírico que habla en sus poemas es consciente del tempus fugit (“Apenas un segundo y todo acaba”), de la caducidad de la “efímera belleza”, de la muerte como meta ineludible:

 

…y más tarde el silencio

o el vacío,

el flujo inalterable

de la nada

 

(De “El juicio final”)

 

  Pero no por ello la voz se desliza por la pendiente de la pesadumbre, ni se abisma en un pozo de nostalgia. El poeta hace suyo los versos celebratorios del gran Francisco Brines, al que recientemente hemos despedido:

 

Y a pesar del dolor y la amargura del alentar humano

defendiste la vida con amor

 

(De Palabras a la oscuridad, 1966)

  

   De hecho, Un tigre se aleja se define por su carácter hímnico. La voz que enuncia, a través de un paseo por su memoria, invita a los lectores a que emprendan su propio carpe diem, al igual que hizo ella:

 

Justifico estas manos con el gesto

irónico de haber gozado a muerte

cada trozo esculpido por la vida

en la piedra marmórea del pasado

 

(De “Mis manos”)

 

   Las heridas, y hasta el mismo dolor, son fuente inagotable de agradecimiento, en la medida en que suponen una revelación del existir (recuérdese el famoso poema de Miguel de Unamuno “El buitre de Prometeo”).

   Pero hay más anclajes en el mundo: los hijos, el amor, los amigos, el deporte y la naturaleza. Este último motivo es recurrente en la trayectoria de su autor. Ya en el espléndido El mirador de piedra (Visor, 2012, Premio “Hermanos Argensola”) Rubén Martín Díaz abordaba el asunto de la fusión de los seres humanos con el mundo, que leemos de nuevo en su último libro: “He sido el cielo desde mí,/ el aire desde el aire” o “y ser sencillamente, viento y hoja/ sucediendo ante nadie y para nunca”. Es más, el autor reelabora escenarios áureos, donde el cielo nocturno es cómplice de las dudas existenciales del sujeto que lo contempla (veo un guiño a Francisco de la Torre):

 

Qué bóveda de crucería trazan

esas estrellas, brujas de la noche,

asomándose así con ese pálpito,

con esa forma nueva de avivar

la sombra estremecida, el sonajero

de grillos. Qué sabrán, latentes, tibias,

rumiantes de sí mismas y su propio

destello en procesión, virutas cándidas,

azules limaduras que pernoctan

sin sueño, digo: qué sabrán de mí,

de nuestra noble causa en este mundo

 

(De “Cosmología”).

 

   La extensa cita anterior me sirve de excusa para hablar del estilo de la obra. Más allá del cuidado del ritmo (de corte clásico), caracteriza la obra la abundancia de metáforas brillantes (las estrellas son “lámparas de lava”, “ralladuras de cuarzo”), de poderosas imágenes sinestéticas (quiero “beber el agua clara del relámpago”) y de bellas hipérboles (“Abro los ojos;/ se inundan de pureza con la fragua/ sostenida en el cielo por el sol”). En suma, el poeta hace gala de una sensibilidad extrema y de un perfecto dominio de las figuras retóricas.

 Un tigre se aleja es un poemario hondo, de calado existencial, donde cada poema es una diminuta piedra preciosa que embellece al conjunto. De modo que Rubén, además de un felino, es un orfebre. Con esta nueva entrega, su autor consolida una obra de calidad, por primera vez, al margen de los premios (ganó también el “Adonáis” por El minuto interior), pero no de la crítica.

 

Esta reseña se publicó en Estado Crítico el pasado 18 de junio de 2021