martes, 29 de julio de 2014

Ahí es nada



El nuevo libro de Jorge Riechmann, Ahí es nada (Ediciones El Gallo de Oro. 2014), deja a un lado las reflexiones político-económicas y eco-sociales para centrarse, primero en sus conciudadanos, y después, en la figura del escritor. Quienes lo venimos leyendo desde hace años reconocemos en el libro un ideario (la poesía, y la literatura, como agentes transformativos del mundo) cuya expresión se enriquece con citas y matices. Este filósofo de nuestro tiempo insiste en la “obligación moral de combatir el pesimismo” con palabras y actos, mediante el establecimiento de redes que nos salven a todos. La obra literaria constituye un vínculo que anuda al escritor con sus lectores. De ahí que no ceje en su empeño de publicar, de aproximarse, de interpelar, de crear relaciones sociales nuevas a través de sus páginas. Riechmann, como los místicos del Renacimiento, se dirige a la gente para auparla a su plenitud. No a la plenitud material, sino a la espiritual. No está lejos de nuestros franciscanos del siglo XVI Francisco de Osuna o Diego de Estella. Amor, presente y acción son los tres pilares que sostienen su obra. En su ensayo abundan las referencias al compromiso de los intelectuales (“Investiga la verdad de tu tiempo, la incertidumbre de tu tiempo y sobre todo las mentiras de tiempo, podríamos precisar. Y luego: investiga tus propias verdades, incertidumbres y mentiras” p. 72), cuyos libros de poemas, novelas y tratados deben tener un efecto perlocutivo, deben modificar el estado de cosas. En su poética, el autor reivindica la verdad de lo escrito, la fidelidad a esa verdad y el diálogo con las necesidades de su tiempo. Ahí es nada recoge, con amenidad, apuntes del autor y citas de clásicos. Aquí va una de Píndaro para cambiar el estado espistemológico de los lectores: “No pretendas la vida inmortal, alma mía/ y esfuérzate en la acción a ti posible” (p. 31). Si ahora leen el libro, y tras él La vida simple, de Sylvain Tesson y Walden, de Henry D. Thoreau, les garantizo que no serán los mismos cuando acabe el verano.           

sábado, 26 de julio de 2014

Intemperie



Hay autores enamorados de la tierra, como Miguel Delibes. Basta leer El camino o Las ratas, para apreciar la estrecha relación del novelista con el mundo agreste. Si recordamos el personaje del Nini veremos el hondo amor por la naturaleza que siente Delibes, filtrado a través del niño y del narrador. Las descripciones de ambos libros obedecen a un profundo conocimiento de la vida del campo y a la delicadeza de una mirada (“los pájaros desconcertados se acurrucaban en la nieve, hasta que el calor de sus cuerpos la fundía y tomaban, de nuevo, contacto con la tibieza de la tierra” Las ratas). Esta magia es la que impregna cada párrafo de la ópera prima de Jesús Carrasco: Intemperie (Seix Barral, 2013).

Una novela impacta cuando transmite un sentimiento de autenticidad, de vivencia; cuando la voz del sujeto que enuncia nos lleva a donde quiere, porque sabe la ruta, se encuentra a gusto en ella. Carrasco ha escrito un libro arrebatador no tanto por la historia, como por el espacio que la alberga. Cuánta vida ignorada por nosotros, mujeres y hombres de ciudad, toma cuerpo en sus páginas. Recupera un léxico en desuso, para la literatura. Nos pone delante de los ojos la violencia, dificultades y peligros del mundo rural. Obra medio tremendista y naturalista, nos enseña los brazos desnudos y el corazón honesto de un niño huido y de un viejo pastor, que asume protegerlo. Se trata, por supuesto, de una novela de aprendizaje; del paso de un rito de iniciación; elementos, ambos, propios de nuestra narrativa desde la picaresca. La aportación de Carrasco descansa en el paisaje y en la relación de los hombres con los animales (propios: perro y cabras; ajenos: conejos y otras piezas de caza). El niño aprenderá a valerse por sí mismo en un oficio duro como pocos, bajo un sol de justicia, a la intemperie. 

Pero detrás de esta cooperación entre el viejo y el niño (los comienzos del Nini junto al Ratero debieron ser iguales), late una solidaridad cuyos vínculos apenas sospechamos, pero intuimos. Detrás de cada uno ruge un drama. La argolla que los une tiene oficio: alguacil, terrible antagonista del relato. Ninguno de los tres posee nombre. Tampoco es necesario. Forman parte de la tierra. Además, Carrasco prevé que la historia narrada es cíclica, eterna, atemporal. De ahí que omita todo tipo de nomenclatura y de localización en el espacio-tiempo. Basta traer a colación “La tierra de Alvargonzález”, de Antonio Machado, para conceder crédito a su pesimista visión del Hombre.   

 Foto de Alex García

Jesús Carrasco conoce muy bien el suelo que pisa. Se nota. De ahí la potencia de su libro. Por otra parte, la obra –muy plástica, apenas conocemos la interioridad de los personajes– contrae alguna deuda con el cine, y en concreto con una escena mítica de Pulp Fiction. Quien se atreva a franquear la cubierta de Intemperie sabrá perfectamente de qué hablo.

Mundo real, herencia; vivencia, cultura. Y todo en poco más de 200 páginas. En kindle 9´49 euros. No hay excusas.

miércoles, 23 de julio de 2014

El cielo de Lima



Reseña publicada en micro-revista.


 
Quienes disfrutamos con la lectura de Los que duermen (Salto de Página, 2012) sabíamos que no nos iba a defraudar el estilo literario del siguiente libro que escribiera Juan Gómez Bárcena, que nos sumergiríamos en esas nuevas páginas con la confianza de nadar en aguas cristalinas y esplendorosas. El cielo de Lima (Salto de Página, 2014), debut novelístico del autor, satisface las expectativas estéticas de esos lectores que buscan, más allá de leer una buena historia, regodearse en las palabras que la visten.

La novela se basa en una anécdota real: la invención por parte de dos señoritos limeños –Carlos Rodríguez y José Gálvez– de un personaje de ficción –Georgina Hübber– para mantener una correspondencia con Juan Ramón Jiménez que les permitiera atesorar fetiches de su ídolo (libros de poemas, postales, fotografías y cartas). A partir de esta broma, Gómez Bárcena se inventa la historia de ambos jóvenes, y reconstruye –aunque por encima– las tensiones políticas y sociales del Perú de 1904.

A las virtudes estéticas sumamos, pues, las imaginativas del autor.

El narrador omnisciente autorial del libro es un acierto. Recordemos que esta modalización narrativa es la que impera en la novela realista y naturalista de finales del siglo XIX y principios del XX; el tipo de novelas que los dos señoritos limeños leen, y que sirven de modelo a su propia creación literaria; porque ellos también están creando una novela: la obra de Georgina y Juan Ramón.

Dicho narrador interpela de continuo a los lectores e introduce una ironía que ameniza las páginas del libro. Ahora bien, peca de interpolar –en exceso– comentarios meta-literarios. Ya Galdós en El amigo manso (1882) introducía una voz narradora consciente del carácter ontológico de los personajes y que reflexionaba sobre el propio proceso creativo, pero con discreción, al principio y al final de la obra. No convertía la dispositio en el eje argumental de su novela. Gómez Bárcena, en cambio, sí lo hace. Estas numerosísimas digresiones restan protagonismo a la construcción de los personajes y de su contexto histórico, evitan el desarrollo de conflictos. Y eso que la trama los ponía en bandeja, sobre todo en el caso de Carlos. Éste pertenece a una familia adinerada, pero carente de un pasado ilustre, es más, de origen indiano. Una lástima que el autor desaprovechase el insulto que le dedica el señorito José (“ya te salió el indio. Mucho tardaba, con esa sangre tan distinguida que tienes”, pág. 228) para ahondar en ese motivo, para mostrarnos a un personaje atormentado por el sentimiento de culpa y por su inferioridad, para retratar los defectos de la una sociedad racista. Una pena que el autor haya evitado ilustrar el conflicto entre operarios y patronos (como el padre de Carlos, sin ir más lejos: hombre déspota y dueño de una rica plantación en la que no ocurre nada) en plena revolución obrera; tan sólo hay una escena de salón donde la criada de la casa se dirige a Carlos para asegurarle que se conforma con la vida que tiene. Y una oportunidad perdida la que deja pasar el autor a propósito de la sexualidad del personaje, que duda en algún momento de sus inclinaciones heterosexuales, que admira incluso a un líder sindical, pero que no experimenta –salvo en teoría– esas tribulaciones eróticas. Es decir, los dramas sociales, obreros y sexuales se enuncian pero no se nos describen, salvo de pasada. La obra se concentra, prácticamente, en un espacio simbólico: el prostíbulo. En él se produce la evolución de Carlos, de la inseguridad a la violencia. Sin embargo, ese cambio se podía haber efectuado –quizás– en otros parajes, para mayor entretenimiento y diversidad de la obra.



Con todo, El cielo de Lima es una novela de amena lectura, que realiza un encomiable ejercicio de reconstrucción de época (ropajes, tradiciones, hablas, localizaciones), y que incluye agudas reflexiones sobre el poder que tienen las palabras para construir nuestra sensibilidad y nuestra percepción del mundo (opiniones que vierte el licenciado; ya en un fantástico relato de Los que duermen, “Cuaderno de bitácora”, Gómez Bárcena abordaba este asunto).

En resumen: debut interesante del autor, de quien ya esperamos su siguiente novela.

lunes, 14 de julio de 2014

Inercia, reseñada en Devoradora de libros



Os dejo la fantástica reseña -extensa, bien argumentada y elogiosa- que el espacio literario Devoradora de libros he hecho sobre mi primera novela, Inercia. Un pequeño adelanto: 

"Extraordinario debut... El grueso del libro se sostiene sobre un armazón deslumbrante, preciso en la escritura y persuasivo en el tema... El lector interesado en conocer cómo la buena literatura se convierte en instrumento de denuncia no debería perderse Inercia". 

El artículo completo -merece la pena leerlo, de verdad-, en el siguiente enlace:

http://www.devoradoradelibros.com/2014/07/inercia-ariadna-g-garcia.html

sábado, 12 de julio de 2014

Gaza



 
                                                                                                       Jan Yunis. Gaza.
                                                                                                               
                                                                                                              

El sol se posa en Gaza, acaricia la angustia de las calles cubiertas de escombros. Poco a poco, los comerciantes montan sus puestos de carne, verdura y ropa de invierno. La ciudad se levanta y fluye como un río acostumbrado a que alteren su curso. El mercado callejero -pese al cierre de fronteras decretado por Israel- recompone la mutilada, ajada, reventada normalidad. La escuela contribuye a esa tenaz resistencia de las cosas que siguen. Los edificios carecen de ventanas o puertas, los pupitres están rotos, pero los niños siguen llenando las aulas dispuestos a aprender. Se protegen de las lluvias con cuadernos prestados, se resguardan del ultraje diario con las risas. No existe el desconsuelo en sus miradas, ni conocen las sílabas que anuncian el cansancio o la resignación. Comparten la esperanza de un mundo sin violencia. 

(Poema de mi libro en elaboración)


                                  

lunes, 7 de julio de 2014

Manifiesto en defensa de una nueva civilización y de un cambio económico-social



Última llamada
(manifiesto)


Los ciudadanos y ciudadanas europeos, en su gran mayoría, asumen la idea de que la sociedad de consumo actual puede “mejorar” hacia el futuro (y que debería hacerlo). Mientras tanto, buena parte de los habitantes del planeta esperan ir acercándose a nuestros niveles de bienestar material. Sin embargo, el nivel de producción y consumo se ha conseguido a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, y romper los equilibrios ecológicos de la Tierra.
Nada de esto es nuevo. Las investigadoras y los científicos más lúcidos llevan dándonos fundadas señales de alarma desde principios de los años setenta del siglo XX: de proseguir con las tendencias de crecimiento vigentes (económico, demográfico, en el uso de recursos, generación de contaminantes e incremento de desigualdades) el resultado más probable para el siglo XXI es un colapso civilizatorio.


Hoy se acumulan las noticias que indican que la vía del crecimiento es ya un genocidio a cámara lenta. El declive en la disponibilidad de energía barata, los escenarios catastróficos del cambio climático y las tensiones geopolíticas por los recursos muestran que las tendencias de progreso del pasado se están quebrando.


Frente a este desafío no bastan los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta “economía verde” que encubre la mercantilización generalizada de bienes naturales y servicios ecosistémicos. Las soluciones tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes. Además, la crisis ecológica no es un tema parcial sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos… Se trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas.


Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra cultura, tecnólatra y mercadólatra, olvida que somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes.




La sociedad productivista y consumista no puede ser sustentada por el planeta. Necesitamos construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a una enorme población humana (hoy más de 7.200 millones), aún creciente, que habita un mundo de recursos menguantes. Para ello van a ser necesarios cambios radicales en los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización territorial: y sobre todo en los valores que guían todo lo anterior. Necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la tecnología, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Necesitaremos para ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad técnica que logremos desplegar.


Pero esta Gran Transformación se topa con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida capitalista y los intereses de los grupos privilegiados. Para evitar el caos y la barbarie hacia donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una ruptura política profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera, y no el incremento del beneficio privado.


Por suerte, cada vez más gente está reaccionando ante los intentos de las elites de hacerles pagar los platos rotos. Hoy, en el Estado español, el despertar de dignidad y democracia que supuso el 15M (desde la primavera de 2011) está gestando un proceso constituyente que abre posibilidades para otras formas de organización social.


Sin embargo, es fundamental que los proyectos alternativos tomen conciencia de las implicaciones que suponen los límites del crecimiento y diseñen propuestas de cambio mucho más audaces. La crisis de régimen y la crisis económica sólo se podrán superar si al mismo tiempo se supera la crisis ecológica. En este sentido, no bastan políticas que vuelvan a las recetas del capitalismo keynesiano. Estas políticas nos llevaron, en los decenios que siguieron a la segunda guerra mundial, a un ciclo de expansión que nos colocó en el umbral de los límites del planeta. Un nuevo ciclo de expansión es inviable: no hay base material, ni espacio ecológico y recursos naturales que pudieran sustentarlo.


El siglo XXI será el siglo más decisivo de la historia de la humanidad. Supondrá una gran prueba para todas las culturas y sociedades, y para la especie en su conjunto. Una prueba donde se dirimirá nuestra continuidad en la Tierra y la posibilidad de llamar “humana” a la vida que seamos capaces de organizar después. Tenemos ante nosotros el reto de una transformación de calibre análogo al de grandes acontecimientos históricos como la revolución neolítica o la revolución industrial.


Atención: la ventana de oportunidad se está cerrando. Es cierto que hay muchos movimientos de resistencia alrededor del mundo en pro de la justicia ambiental (la organización Global Witness ha registrado casi mil ambientalistas muertos sólo en los últimos diez años, en sus luchas contra proyectos mineros o petroleros, defendiendo sus tierras y sus aguas). Pero a lo sumo tenemos un lustro para asentar un debate amplio y transversal sobre los límites del crecimiento, y para construir democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a la vez rigurosas y viables. Deberíamos ser capaces de ganar grandes mayorías para un cambio de modelo económico, energético, social y cultural. Además de combatir las injusticias originadas por el ejercicio de la dominación y la acumulación de riqueza, hablamos de un modelo que asuma la realidad, haga las paces con la naturaleza y posibilite la vida buena dentro de los límites ecológicos de la Tierra.


Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada -o hacer demasiado poco- nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta.


Fuente: Oil Crash.
Texto original con la lista de firmantes y recogida de adhesiones en http://www.ultimallamada.org/ 




En diversos lugares de la Península Ibérica, Baleares y Canarias, y en el verano de 2014

viernes, 4 de julio de 2014

Los líquidos íntimos



La tormenta en un vaso publica mi reseña de la antología Los líquidos íntimos, de la poeta gallega Olga Novo. Podéis leerla aquí.

Mi lectura de sus textos (en el programa Castillos en el aire, Radio 21), aquí.