miércoles, 25 de mayo de 2022

Entrevisto a la poeta Ángela Álvarez Sáez

 


En la presentación del poemario Los ritos familiares (Lastura, 2022), de Ángela Álvarez Sáez, entablé un diálogo con la autora sobre algunos temas. Dejó aquí mis preguntas y sus respuestas.

 

1.      Tu libro es barroco no solo por la acumulación de materiales que incorporas al texto, sino también por el contraste entre el desbordamiento de noticias y el ansia de imposición de un orden al caos. Según Carlos Bousoño y Dámaso Alonso, los poetas del siglo XVII ordenaban la abundancia por medio de paralelismos, anáforas y correlaciones. ¿Te consideras en deuda con los poetas barrocos? ¿Tienes otras influencias, hispanoamericanas, quizás? No en vano, el uso del poema-río lo encontramos en Octavio Paz.

 

  Sí, puede que mis libros tengan elementos para considerarse barrocos, sí que hay un desbordamiento de noticias y un intento de ordenar el caos, y sí ahondo en distintos temas, y puede que lo más característico de mis libros sea la forma en la que están escritos. Sí, en ese sentido sí me considero en deuda con los poetas barrocos. 

Aunque también creo que mi influencia mayor es de la literatura hispanoamericana. Leo a muchos autores hispanoamericanos, y no sólo poesía, si no también novela o libros de género híbrido. Me gusta mucho su literatura, me parece exuberante, me deslumbra igual que su naturaleza y sus costumbres. La primera vez que viajé a ese continente, fui a Méjico, con veinte años, y me impactó su belleza, su colorido, todo. Luego Brasil, Argentina, Chile, me sorprendieron igualmente.

Cuando tenía unos dieciocho años leí a Alejandra Pizarnik y para mí fue un descubrimiento que me abrió hacia la poesía. Antes de ella, sólo otro poeta me había causado la misma impresión, Valente. Esos dos autores han sido fundamentales en mis comienzos.

Gabriel García Márquez fue otro de los autores que me impactaron en la adolescencia. Esa literatura tan rica y despampanante, siempre recordaré la primera vez que leí Cien años de soledad, un verano en el desván de la casa de mis abuelos. 

Libros y autores que me hayan impactado, en prosa, actuales, Siberia, un año después, de Daniela Alcívar Bellolio, Esta herida llena de peces, de Lorena Salazar Masso. Me siento muy identificada con la poesía de María Auxiliadora Álvarez o Hanni Ossott.

 

 

2.      En tu obra se distinguen dos tendencias: una hermética y otra de línea clara. En la primera sondeas en la noche, te adentras en los enigmas del mundo. En libros como De conjuros y ofrendas tu poesía comunica una experiencia de autodescubrimiento que nos atañe a todos (con ecos de Valente). En la segunda asomas la cabeza por la realidad exterior y el mundo cotidiano. Es mucho más referencial. Caso del libro que nos ocupa hoy. ¿Tú vas quemando etapas, como Federico García Lorca; o las simultaneas, como Gerardo Diego?

 

  Creo que en mi poesía ha habido una evolución. Es cierto que De conjuros y ofrendas bebe de Valente, es un libro que tantea la noche, que indaga en el interior sin un asidero claro en la realidad. En la misma línea son mis libros La columna rota, un libro sobre los cuadros de Frida Kahlo; La tierra más frágil, mi libro con menos florituras, que va más al hueso; Libro de la nieve que indaga en la memoria, su pérdida y el lenguaje; o Palabra vegetal, un libro que comencé a escribir con poemas en prosa y terminó siendo un poema río.

Antes también había escrito otros libros más referenciales, sobre el mundo que nos rodea, La torre de las tortugas, y La estación de las moras.

 

3.      ¿Qué aporta Los ritos familiares al conjunto de tu obra? 

 

  Aporta mi mirada sobre la evolución de las relaciones familiares, lo que han cambiado desde la época de nuestros abuelos a la actual. Hablo de cómo subimos fotos de nuestros recién nacidos a Facebook, de cómo nos han apartado de nuestros hijos, de los niños hiperactivos en guarderías multicolor.  Pero también hablo de las generaciones anteriores y de lo que hemos construido sobre sus cimientos. También hablo de la culpa, del sentimiento de culpa en el que nos hemos educado y que no sé si va despareciendo en las nuevas generaciones. Los ritos familiares es un libro que desde mi experiencia abarca también la experiencia social de toda una generación.

 

4.      Un motivo recurrente en tu obra es la maternidad. ¿Cómo afecta el hecho de ser madre a la selección de los temas que abordas en tus libros? ¿Y al proceso de escritura?

 

La maternidad irrumpió en mí con una fuerza descomunal. Me abrió de tal manera que sólo fui capaz de coserme con palabras. A raíz de ser madre por primera vez, escribí La estación de las moras. Posteriormente, en El hijo culebra, escribí sobre la maternidad subrogada, porque al ser madre quise investigar sobre el dolor de las mujeres que no podían tener hijos y sobre aquellas otras que aceptaban llevar en sus entrañas a un bebé que iban a entregar una vez naciera.

En cuanto al proceso de escritura, las ideas me vienen normalmente paseando o al levantarme. Luego las escribo y las voy amasando y cortando y dando forma. Además, últimamente me ayuda bastante el móvil, porque si se me ocurre algo en el parque, esperando a las niñas del colegio, cojo el móvil y lo escribo. Empecé a escribir con el móvil por la lactancia de las niñas. Daba el pecho muy a menudo y esas horas dando el pecho las aprovechaba para escribir.

 

 

5.      En De conjuros y ofrendas nos hablas de un rito individual. En tu último poemario, nos hablas de los ritos familiares (colectivos). ¿Qué pasos rituales crees que son indispensables para los individuos y para la sociedad de hoy? 

 

Creo que la sociedad actual tiene que repensarse. Tiene que adoptar nuevos ritos que nos alejen del individualismo y egoismo. Algo que nos empuje a construir juntos. Últimamente escucho cada vez a más personas que tienen el sueño de volver al campo, al pueblo, a los orígenes. De volver a trabajar en algo que no sea etéreo, como lo es internet. De volver a trabajar el objeto. No comparto la visión idealizada del campo, pero sí, tal vez, la necesidad de encontrar asideros, algo que nos vuelva a enraizar en la tierra. Estoy de acuerdo con que esta es una sociedad de consumo, una sociedad líquida. Se venden experiencias, de un masaje, un restaurante, una casa compartida y alquilada, un coche compartido. Estamos construyendo una sociedad nómada, viniendo de una sociedad de agricultores. En la época de nuestros padres y abuelos los trabajos eran para toda la vida, las cosas se compraban casas para toda la vida, con relaciones para toda la vida. Ahora todo es momentáneo, todo es cambio. Y está bien, hay que evolucionar, pero tanto estado líquido está  creando muchas personas insatisfechas, quieren siempre más, nunca están contentas ni con el trabajo ni la casa ni la pareja que tienen, no encuentran sentido a sus vidas entre tanta experiencia infértil. No sé hacia dónde irá la sociedad, pero lo que tengo claro es que en algún momento se volverá a construir sobre unos valores que nos sirvan a todos y nos anclen a la tierra.

 

6. Acabas de sacar tu primer texto narrativo. ¿Te costó mucho cambiar de un género a otro?

 

No me costó porque mi poesía ya había evolucionado hacia una forma más narrativa. Sobre todo con El hijo culebra, que es casi una novela poética. Además, Los bosques violentos, aunque narrativo, también es poético y surgió de un momento de mi vida en el que la poesía no me servía para escribir sobre lo que estaba viviendo, el diagnóstico de la enfermedad rara a mi hija mayor. Necesitaba contarlo de una forma nueva. Y así surgió esa prosa poética que son Los bosques violentos.

 

7.      Acaba de publicarse una antología que recoge la obra de los becarios de la Fundación Antonio Gala, entre los que te encuentras. ¿Qué significó para ti el paso por aquella institución? 

 

  Para mí significó mucho, me becaron justo al año siguiente de terminar Derecho en Icade. Entrar en la Fundación fue como un sueño, porque yo lo que quería era dedicarme a escribir y leer, todavía hoy sería mi sueño poder vivir sólo de la literatura. Recuerdo que eché la solicitud, adjuntando los poemas y relatos que había escrito, sin creer que me iban a admitir, y la ilusión al ver mi nombre en la lista provisional de admitidos de aquella cuarta promoción. Luego me hizo una entrevista personal Antonio Gala y finalmente me admitieron. Ese año escribí La torre de las tortugas, que me publicó Hiperión, al ganar el Premio Antonio Carvajal, y recuerdo que estuvo entre los libros más vendidos de poesía. Me gustó compartir ese año con pintores, músicos y escritores. Y conocer a Verónica Aranda, que me ha ayudado desde el principio y de la que he aprendido mucha poesía. 

 

 

 

domingo, 22 de mayo de 2022

Los ritos familiares

Los ritos familiares, Ángela Álvarez Sáez. Lastura, 2022.


Ángela Álvarez Sáez es autora de una obra fructífera. Ha publicado doce libros de poemas, con los que se ha alzado con premios de reconocido prestigio como el “Antonio Carvajal”, el “Carmen Conde” o el “Blas de Otero”. Recientemente ha sacado a la luz su primer texto narrativo: Los bosques violentos. Sus poemarios oscilan entre dos tendencias: una hermética, sustentada en una simbología perturbadora (caso de los libros De conjuros y ofrendas, Polibea, 2015; o La tierra más frágil, Catorce Bis editorial, 2018); y otra de línea más clara, donde el componente irracional convive con la palabra designativa (caso de La estación de las moras, Torremozas, 2017; o de Los ritos familiares, Lastura, 2022).

 

Este último poemario versa sobre algunos temas clave en la obra de Ángela: la maternidad, el linaje y la enfermedad. Consta de tres secciones, que se ofrecen al lector como tres extensos poemas desbordados. Se trata de poemas-río. Una suerte de flujo de conciencia que mezcla distintos motivos, siguiendo la estela del Octavio Paz de Piedra de sol. Dichos textos muestran una tensión dialéctica entre la afirmación de la existencia y la inexorabilidad de la muerte, la infancia y la vejez, el amor y el temor a la pérdida. 

 

El primer bloque se titula “Mamá y papá”. En él se citan el discurso idealizado y la amenaza desasosegante. El poema recupera, a través de la memoria, un pasado paradisiaco. No faltan en él escenas prototípicas de la infancia tanto de la madre como de la hija. Pero por debajo de la línea de flotación se vislumbra el avance de un torpedo que hace saltar el mundo en mil pedazos. La irrupción de los cambios viene simbolizada por aberturas de las que salen o bien elementos negativos (sapos, culebras) o ansias de liberación (ciervos). Y es que se agazapan en las sombras la vejez y su decadencia. Nuestra caducidad.

 

El segundo bloque, “Las hijas”, supone un pretexto para la reflexión sobre diferentes temas: la maternidad tardía, la propia infancia, o el contraste entre los sueños de juventud y la realidad. El poema se abre al exterior, y no faltan las referencias a las redes sociales o a los gimnasios.

 

El tercero, “La familia”, es metaliterario. Su discurso se bifurca en dos senderos: uno que pondera las bondades de la existencia, y otro que enfatiza sus contratiempos.

 

Ángela Álvarez ordena la heterogeneidad de asuntos que aborda en sus poemas-río por medio de dos reiterados recursos literarios: el paralelismo y la anáfora. Estas repeticiones formales se avienen a la perfección al sentido del libro, en la medida que este expone un ritual de prácticas heredades de madres a hijas. Fondo y forma son inseparables, como tiene que ser en los buenos libros.

 

martes, 10 de mayo de 2022

Dientes rojos


Dientes rojos, Jesús Cañadas. Madrid, Obscura editorial. 2022. 368 pp.

 

 

 

La violencia machista es una lacra. Por más que haya partidos que traten de ocultarla, sigue ahí. No da tregua. Corrijo: No nos da tregua. Ya lo dice Jesús Cañadas en su nuevo libro: las víctimas “siempre son mujeres”. Dientes rojos (Obscura, 2022) orbita en torno a este asunto candente. Y lo hace de un modo original. Vamos a analizarlo. La novela se divide en dos partes. Cada una está contada por un narrador interno diferente. Cada una posee una voz. Ambas pertenecen a géneros distintos. Las dos se complementan.

 

La primera parte ocupa dos tercios de la obra. La narra su protagonista, Lukas Kocaj, un agente novato de la policía berlinesa, de origen polaco. A través de su mirada, insegura y desconfiada, conocemos al resto de personajes: el compañero al que se le asigna, Otto Ritter (un sargento brutal de la vieja escuela, un hombre roto de dolor que arrastra un drama); una indigente, Babsi (conocedora de los bajos fondos de la ciudad); una recién llegada al barrio, Lucía (ilustradora, de profesión; italiana, de nacionalidad); otro agente del cuerpo, Suly (otro extranjero, turco); y una adolescente rebelde, Ulrike (alumna del internado St. Marien). Con Lukas, además, recorremos las calles de Berlín y aprendemos a distinguir sus barrios.

 

Estos ocho capítulos pertenecen al género de la novela policiaca. El caso a investigar por la pareja Kocaj-Ritter es el siguiente: la desaparición de una joven de dieciséis años: Rebecca Lilienthal. Las pesquisas los llevan a distintos enclaves: el internado donde estudiaba, el centro de refugiados donde prestaba ayuda, la librería El Incendio (ubicada en un garito oculto) y el club industrial El Hoyo. La trama avanza a golpe de interrogatorios, persecuciones, encuentros fortuitos y hallazgos de pistas; pero, a la vez, Cañadas nos dibuja el territorio íntimo de sus personajes. En estos meandros, la corriente se para. Asistimos a la camadería creciente entre los incompatibles, a priori, Kocaj-Ritter; a la complicidad que nace entre Lukas y Lucía; a las revelaciones que comparten el padre de Kocaj (policía jubilado) y Babsi con el bisoño agente. En estos recodos, el agua es más profuna. Pierdes pie. Tú no ves la violencia, te la resumen. Pero duele igual. Dientes rojos recoge un mapa del dolor (Alemania, Polonia, Italia), y una taxonomía de las disntintas formas de mancillar un cuerpo femenino (violaciones, palizas, bulilyng, quemaduras, esposas que no aguantan y se quitan la vida). El agente de la infamia puede ser cualquiera: curas, padres, esposos, comerciantes o jóvenes que se divierten a costa del sufrimiento ajeno.

 

La segunda parte del libro la relata Rebecca. Quien haya leído La canción secreta del mundo, de José Antonio Cotrina, verá un hermanamiento entre la protagonista de Dientes rojos y Ariadna, la vírago inmortal (medio monstruo y medio humana) que venga el vil asesinato de sus padres en la “tierra pálida” (ella pertenece a la “umbría”).

 

Aquí la novela deviene en fantasía oscura. Y aquí son las mujeres quienes toman el mando. La adolescente no es una excusa para el lucimiento del cuerpo de policía berlinés. Es un ser empoderado que trata de buscarse a sí mismo, de buscarse una meta, y lo consigue con la ayuda de Ulrike.

 

Si bien es cierto que los niveles de violencia de esta parte a veces nos exigen recurrir a “los derechos del lector” (Como una novela, Daniel Pennac), para saltarnos párrafos, también lo es que los personajes protagonistas ganan en profundidad; no los justificamos, pero los comprendemos. Se nos parte el alma con la confesión de Kocaj:

 “Yo no os odio. Yo sólo me odio a mí. Odio la posibilidad de fracasar. No haber podido cuidar de mi padre. No haber sido capaz de perdonarlo […] Cada segundo del día odio las decisiones que he tomado y las que no he tomado. Odio la persona en que me iba a convertir. No sabía qué hacer con todo ese odio, nadie me ha enseñado” (p. 360)

 

Se le parte al sargento Ritter con la impotencia de Yousuf (el novio de Rebecca, un refugiado negro):

 

“Dispare. Usted ha decidido que soy culpable. […] Da igual qué hacemos, ustedes encuentran manera de decir que es porque culpables. Si nos persiguen y huimos, culpables. Si nos pegan y defendemos, culpables. Si nos apuntan con una pistola, culpables. Ustedes nos odian porque no somos ustedes”  (p. 331)

 

Dientes rojos es una novela muy bien narrada, con mucho ritmo, diálogos trepidantes, giros inteligentes y personajes redondos, que carga contra dos de los males eternos que arrastra nuestra civilización: el machismo y el racismo. Pero es mucho más, narra la historia de un fracaso colectivo, el de una sociedad que no educa lo sufiente en el respeto al otro. Ulrike tiene muy clara la medicina que necesitamos para cambiar las cosas:

 

“El arma para acabar con esa violencia de la que habláis es esta: un colegio. Un colegio que enseñe a las niñas a no someterse […] Un colegio que enseñe a los niños que no somos víctimas”  (p. 355).

 

Capítulo aparte merece la estética de Jesús Cañadas. Envolvente, cautivadora, con la medida exacta de tropos para que el estilo no eclipse el relato, pero sí con los suficientes como para padalear la prosa de su autor.

sábado, 7 de mayo de 2022

Presento Ritos familiares

 


El próximo 21 de mayo presento el nuevo poemario de Ángela Álvarez Sáez, Ritos familiares (Lastura, 2022). Será en la librería Nakama. Dirección: calle de Pelayo, 22. Madrid. Hora: 19:00. Introducirá el evento Lidia López Miguel, la editora.

 Os esperamos.



jueves, 5 de mayo de 2022

20 libros publicados


 

Ayer me llegaron los ejemplares de mi último libro, ¡En marcha!, publicado en Colombia por Ediciones Corazón de Mango. Es mi segundo libro americano (tras Línea de flotación, editado por Aguadulce en Puerto Rico, 2017), y mi segundo poemario LIJ (tras Las noches de Ugglebo, premio "El Príncipe Preguntón". Diputación de Granada, 2016). Con esta obra, ya son 20 los títulos que he dado a la imprenta en 25 años de carrera literaria. No está mal. Y así, en confianza, os anuncio que en el horizonte ya se vislumbra la llegada de otros, de los que todavía no puedo hablar.

¡En marcha! es un libro que juega con el motivo del viaje, con las ganas que tienen los niños de conocer el mundo. Se trata de una obra plástica y musical. Cada poema se ancla en un país, y este aporta al texto tanto las imágenes como el ritmo (seguidillas, romances, haikus, sonetos, coplas, fados, sones...). No faltan en sus páginas el humor, el misterio, la magia o la ternura, para que sus pequeños lectores/as puedan desarrollar sus emociones y sensibilidades. En definitiva, ¡En marcha! supone un entretenido viaje por el mundo, un modo de que los niños desconfinen su mirada. Con él fomento valores como la amistad, la conciencia ecológica, la curiosidad, la fantasía o el gusto por la diversidad cultural.

Gracia por seguir ahí.


lunes, 2 de mayo de 2022

Reseña de Sublevación en la revista Anáfora

 

Sobre Ariadna G. García, Sublevación, Valencia, Pre-Textos, 2020.

Por Francisco José Martínez Morán

 

A la humanidad escindida, reza la dedicatoria general del nuevo poemario de Ariadna G. García (Madrid, 1977): la frase (pórtico, en efecto, ideal para el libro) resume a las claras un llamamiento que puede identificarse como distintivo de la obra, ya larga y gozosamente fructífera, de la poeta madrileña. Frente a la deshumanización de la vida, frente a las distracciones y discordias impuestas por un día a día cada vez más carente de crítica y sentido solidario, la poesía se abre (se revela y se rebela; se subleva, en suma) como una insustituible herramienta de conocimiento y de cambio.

A partir de este punto encontramos cuarenta y dos poemas (no distribuidos en secciones, sino de modo consecutivo) que generan un tono poliédrico y orgánico (a la manera del Cántico espiritual, en una evolución basada en pequeñas células lírico-narrativas autónomas y cargadas de significación alegórica), un ritmo de largo aliento y desembocadura climática en el que, página a página, y más allá de la mera protesta, la voz de Ariadna G. García explora las posibilidades expresivas de un descontento, al unísono, íntimo y generalizado: «Yo no puedo gran cosa con mis manos, / pero tengo el coraje / como para romper este monólogo / vuelto sobre sí mismo.» (p. 50).

Algo distinto estéticamente a sus trabajos anteriores, Sublevación propone, gracias a la habitual lucidez de la obra de Ariadna G. García, con intuición y contundencia: es meridiano en el mejor sentido de la palabra, como es meridiana la constancia de la crisis que nos arrastra (ya prácticamente en una rutina de espasmos letárgicos) y como es palpable el punto de inflexión que ha marcado en nuestras existencias: así, en la página 49 se lee:

 

Abandonada ya la mansedumbre

que necrosó mi ardiente voluntad,

escarbaré en el barro con vosotros

buscando las raíces y los frutos

que habrán de alimentaros la alegría

y enderezar la sangre hacia la luz.

 

Con la intimidad y la meditación como fundamentos, la poeta reflexiona y actúa; el tiempo, nuestro tiempo, nos ha sido sustraído y el viaje vital consistirá en recuperar la limpia certeza de estar vivo y de amar:

 

No existe una palabra

más subversiva: rompe

la celda que habitamos, la prisión

que nos confina dentro de nosotros […]

Piensa bien

en su significado

antes de contestarte a esta pregunta

y sumergirte en oro: / ¿Eres Amor? (p. 45)

 

La alta cultura y la cultura popular, con ecos de la mística y de la poesía de los Siglos de Oro, están presentes en toda la obra, dentro incluso de un mismo poema: «

 

En mi cuerpo se ven por igual

animales y diosas, arroyos y rocas. /

Solo aspiro a lo bello.

Tú que engendras los rayos, concede a mi alma armonía.

Dame amor, entereza;

pues quiero esforzarme en la acción a mi alcance, posible. (p. 29).

 

De la misma forma, también están presentes realidades del día a día: una saturación de trenes, andenes, vías, redes sociales, y publicidad («¿Quién me oye? / ¿Alguien requiere ayuda, / conversación, abrazo? / Oasis te permite ser quien sueñas. / 97 likes.», p. 33).

Las notas y referencias que se incluyen al final del volumen (y que, como es obvio, merece la pena repasar tras la primera lectura y como andamio para los siguientes acercamientos) son atinadísimas y sugeridoras, ya que redondean el engarce del libro con las tradiciones previas y con la propia producción poética de Ariadna G. García: baste recordar el poema “Ciudad sumergida”, que cerraba y daba título a la anterior entrega de la poeta madrileña para retomar la épica de lo actual que se plasmará en los poemas de esta nueva colección: «Hombreras, guardabrazos, peto, gola, / yelmo, espaldar, manoplas y escarpines / ponen límite al miedo.», se nos decía entonces (Ciudad sumergida, Madrid, Hiperión, 2018, p. 63); ahora el cantar tiene otra perspectiva y otra entonación, pero una dirección similar, un mismo objetivo: la poeta se erige, gracias a su propio verso, en guía para todos los que deseen acompañarla en la peregrinación purificadora, de manera que el libro termina con un sonoro aldabonazo, preludio de un devenir que no ha hecho más que comenzar: «A mis espaldas llevo / un poderoso escudo de abedul. // Serenamente miro / las huestes que descienden / con la primera luz de la alborada.» (p. 51).

Frente a la pasividad de la poesía de neto corte contemplativo (y en no pocas ocasiones autoindulgente), fruto de un estatismo a menudo compartido por poetas y receptores, la nueva obra de Ariadna G. García (en simbiosis con su quehacer en la narrativa, así como en el plano filológico y docente) propone el uso del lenguaje como instrumento de acción moldeadora de la realidad del mundo que nos rodea, tanto en lo personal como en lo colectivo. Tal es la poderosa sublevación que este libro propone: frente a un mundo que nos empuja a la incomunicación y la tristeza atomizada, frente al abarrotado panorama desleído de una sociedad cada vez más y más plagada de ruido demoledor, la palabra.