sábado, 21 de septiembre de 2019

Tajo a "La estación azul" (RNE)



Como ustedes saben, en Radio Nacional de España (esa radio de todos) se emite los domingos el programa Tablero deportivo entre las 16:00 y las 00:00. Y seguro que conocen que justo antes se retransmite el programa La estación azul (15:00-16:00), dedicado en exclusiva a los distintos géneros literarios. Pues bien, el equipo de Facebook de este último acaba de anunciar el inminente recorte de 10 minutos al mítico espacio de cultura en favor del espacio deportivo. Por lo visto, necesita un poco más de tiempo para nombrar la alineación de los equipos de fútbol del partido de las cuatro. Precisamente ahora que es más necesaria que nunca la cultura, que existe un claro repunte del fascismo, que la ultraderecha se ha colado en las instituciones, Radional Nacional muestra un menosprecio absoluto hacia el Arte, hacia la literatura. Y eso que La estación azul va a celebrar en breve su 20ª aniversario, que ha recibido galardones como el Premio Audiovisual Internacional Antonio Machado (2000), el Premio Ondas (2002), el Premio Galicia de Comunicación (2007), el Premio Aula de las Metáforas (2009) y el Premio Nacional de Fomento a la Lectura (2011). ¿Es esta la política que debe guiar a la RTVE, la del hachazo a la Cultura en favor del fútbol? ¿Hay alguien que piense que esos diez minutos amputados a la Estación azul van a producir un trasvase masivo de oyentes desde Carrusel deportivo (Cadena SER) a Tablero deportivo? ¿De verdad que en un programa que dura ocho horas no hay tiempo para cantar la alineación de esos veinticuatro jugadores y de los soldados que lucharon en La batalla de Lepanto? Quitar diez minutos a un programa que dura 54 -y que se emite solamente una vez a la semana- es herirlo de muerte. Y por si fuese poco, acompañará al calvario de La estación azul otro espacio cultural, esta vez radiado los sábados: Nómadas (15:00-16:00), dedicado a los viajes por los rincones más fascinantes del planeta. Hoy, que tan necesaria es la cultura para erradicar el machismo, para evitar la violencia o la homofobia, para defender los Derechos Humanos y para contribuir a la consolidación de una sociedad libre y respetuosa, Radio Nacional de España va a dar un tajo mortal a un programa señero, va a imponer un capricho a un acto de justicia, el fútbol a las Letras. ¿Es esto lo que se espera de una radio pública? 


viernes, 20 de septiembre de 2019

Sé. Itinerario de una despedida


Sé. Itinerario de una despedida. Norberto García Hernanz. Traducción al catalán José Luis García Herrera. Madrid, Devenir, 2019. 105 páginas.



Morir es sumergirse en una oscuridad interminable. Nadie conoce la fecha de su fin. Pero sí sabemos que a todos nos llega, antes o después. De que la vida pasa rápido nos advierten los poetas desde el siglo I antes de Cristo. A Virgilio debemos el tópico latino del tempus fugit. De su paso sigiloso y traicionero nos previene Manrique en su inmortal elegía, cuando escribe: “cómo se viene la muerte/tan callando”. Si en la poesía cancioneril y en la lírica áurea encontramos innumerables composiciones panegíricas dedicadas a amigos y familiares que han perdido la vida, lo cierto es que no abundan en los proyectos literarios que se publican hoy. Vivimos en una sociedad hedonista en exceso, que se cree inmortal gracias a sus avances científicos; en una sociedad pagada de sí misma que oculta la enfermedad, el envejecimiento o la muerte tras los cristales de los grandes almacenes y de las pantallas de plasma. Por eso, cuando leo un libro elegiaco, más que una curiosidad sé que sostengo entre las manos un corazón valiente que late en el sentido inverso a las agujas del reloj. Pienso en obras como Desalojos, de Miriam Reyes; El don de la batalla, de María Luisa Mora Alameda; o en el volumen Sé. Itinerarios de una despedida, de Norberto García Hernanz. El libro es una pequeña boya en el mar, una “página breve de afecto” dedicada a la madre, y que nos alerta sobre la inexorabilidad del fin. Me gusta el poema Ángel exterminador: “Cuando acaba,/se tiñe de blanco las alas manchadas de sangre/y repasa la lista siguiente,/repleta de nombres”. Norberto, lejos de inventar un imaginario para evocar la muerte, la nombra por medio de una simbología reconocible (la Nada, la noche, las sombras) y de alusiones tradicionales de cuño cristiano o heleno (ángeles, barqueros, rayos destructores). Con un verso claro, de tono coloquial, Norberto connota una pesadumbre que llega a emocionarnos (“…nada quedó por decir/en el desvanecerse, poco a poco tu firme palabra./Eso es lo bueno./Lo malo es que te fuiste y no hay camino de regreso”, p.29), una nostalgia por la cotidianeidad perdida que conmueve (“todos los inviernos que me quedan/serán más fríos y nevados/sin el abrigo amoroso/de tu medio punto inglés”, p. 67). Sé. Itinerario de una despedida traza un viaje de regreso desde el hospital donde la madre sucumbe hasta la eterna altura de su infancia, en la Costa Brava (de ahí que la edición sea bilingüe catalán-castellano); en un intento por conseguir que el cronómetro vuelva a ponerse a cero, como si el poeta tuviese en su mano, por sortilegio, el control del tiempo. La obra se cierra con una contundente invitación al goce del instante: “Todos los amaneceres/son ocasiones de celebrar lo efímero” (p. 73).

Esta reseña fue publicada por Culturamas el 30/08/2019. AQUÍ.

 

viernes, 13 de septiembre de 2019

jueves, 12 de septiembre de 2019

El cuento de la criada


El cuento de la criada, Margaret Atwood. Ediciones Salamandra. 2017. 416 páginas. 20 euros.


Desde que estalló la crisis, hace una década, abundan las publicaciones de novelas distópicas en nuestro país. Algunos escritores, siguiendo los ejemplos de Bradbury, K. Dick y Orwells, hemos mirado a las estrellas para orientarnos. Y las editoriales han sacado a la luz los mapas que hemos ido trazando por intuición. La incertidumbre en la que vivimos, las especulaciones sobre el futuro próximo, animaron a Salamandra a rescatar hace un par de años un título imprescindible en la narrativa de anticipación: El cuento de la criada, de Margaret Atwood (cuya primera edición se remonta a 1985). El empoderamiento actual de la mujer y la reivindicación de sus –desconocidas– obras literarias, unidas a ese juego de elucubraciones sobre las diferentes –y desasosegantes– opciones de futuro que nos aguardan, han convertido el libro en un éxito de ventas. La célebre serie de HBO también ha contribuido a que buena parte de la ciudadanía conozca los entresijos de la República de Gilead, ese estado totalitario y postapocalíptico en que se convertirán los EEUU de aquí a unos pocos años.
     El libro a mí me inquieta por dos razones. Por una parte: por la inminencia de la –progresiva y plenamente aceptada– implantación de una nueva-vieja sociedad nacida de un modelo agotado, garante de los derechos humanos y víctima de sus propios excesos. Pero también por el brusco contraste entre las luchas feministas de los años 60 (representada por la madre de Defred, la protagonista del libro) y el régimen de esclavitud en que viven las mujeres avanzada esta nueva centuria.
     Margaret Atwood diseña un mundo que golpea a las mujeres de la clase media, pero no a las privilegiadas, a las que forman parte de la élite. La República de Gilead ha impuesto un miedo atávico, cerval, a las jóvenes en edad fértil, que o malviven como esclavas del sexo en ajardinadas mansiones -con el fin de engrendar herederos para sus respectivos Comandantes (caso de Defred)- o malarrastran su existencia por colonias contaminadas, donde la esperanza de vida no supera el lustro.
     La historia está contada en primera persona por su protagonista. Con una prosa maravillosa (detallista, pulcra, sensitiva y muy plástica), la narradora va colocando a sus personajes sobre el tablero del relato a modo de presentación. Dedica medio libro a describir las piezas de su ajedrez, mostrando sus puntos fuertes y debilidades; y en el otro medio, las pone en acción. A través de un paseo de 40 páginas Defred nos detalla su mundo y sus peligros. A partir de aquí, son continuos los saltos en el tiempo para que conozcamos tanto su pasado remoto (empleada, casada, madre de una niña e hija de una activista civil), como el inmediatamente anterior (durante la instrucción a su nuevo estatus: vasija de la descendencia de una pareja rica e infértil). En el segundo tramo, decía, Margaret Atwood pone a sus personajes a transgredir cada prohibición decretada, a recorrer cada espacio vedado. Nadie se salva: ni el Comandante, ni su Esposa, ni el cochero Nick, ni la criada Eglen… Convirtiéndose así la novela en un libro de intriga donde la esperanza convive con la angustia.
     El cuento de la criada me ha encantado. Y me ha revelado la importancia de las flores. 
 

martes, 3 de septiembre de 2019