viernes, 30 de septiembre de 2022

Panza de burro

 

Panza de burro, Andrea Abreu. Editorial Barret. 2020. 172 pp.

 

 

 

Un libro puede proponer una aventura existencial y puede invitarnos a realizar un viaje lingüístico. Estamos acostumbrados a que este último recaiga en la responsabilidad de los poetas, esos distorsoniadores de las estructuras, esos artificieros que hacemos explotar las convenciones formales y semánticas. ¿Pero qué pasa cuando una poeta se interna en el género narrativo con su ópera prima? Pues puede pasar que se ponga a hacer cabriolas con la sintaxis o malabares con las palabras; puede pasar que abra a codazos una brecha novedosa en nuestra narrativa actual. Son los casos de Irene Solá, Bibiana Candia y de la autora que nos ocupa hoy: Andrea Abreu.  

 

Panza de burro nos propone un viaje por la mente de una púber canaria oriunda del norte de Tenerife, de la zona rural. La edad de la protagonista, su procedencia geográfica y su origen social determinan el lenguaje de la obra, narrada por ella. Fruto de este cóctel encontramos en las páginas del libro un uso coloquial de la lengua (vulgarismos, onomatopeyas, síncopas, apócopes—variante diafásica), un léxico canario —variante diatópica— y el empleo de una jerga juvenil —variante diastrática—. A esto añadamos que la joven protagonista se encuentra en pleno proceso de efervescencia hormonal, lo que justifica la incontinencia verbal de la voz narradora, cuyo torrente discurre con tanta fuerza que desdibuja los párrafos y no reconoce los límites de las oraciones.

 

Pero Panza de burro no es sólo eso. Esta novela corta nos relata la historia del aprendizaje común que emprenden dos amigas preadolescentes. Nos narra su despertar compartido al instinto erótico, así como a los sinsabores de la existencia (la orfandad, el tedio, la falta de cariño materno, los prejuicios sexistas, la homofobia). Pero, sobre todo, nos cuenta el rito de paso que emprende su protagonista, su desengaño amoroso, su progresiva toma de conciencia de una realidad demasiado hiriente.

 

Antes de proseguir, despejemos la incógnita de lo que significa el título. “Panza de burro” hace alusión al cielo grisáceo. Tiene, por tanto, un valor simbólico. Doble en este caso. Por un lado, expresa el sentimiento de tristeza que asola a las dos niñas. Por otro, connota el odio que experimenta la protagonista cuando su mundo afectivo-sentimental comienza a fracturarse en el último tercio de la obra.

 

Y están tristes, ¿por qué? Isora, la amiga sublimada, es huérfana. Vive con una abuela a la que odia. Padece de bulimia. No le gusta su cuerpo. Pese a todo, está llena de anhelos. También de frustraciones. La narradora y protagonista, por su parte, sólo se siente triste al separarse de la niña que ama, pues:

 

“si algo yo sabía era que Isora y yo estábamos hechas como están hechas las cosas que nacen para vivir y morir juntas” (P. 60)

 

Bajo la panza de burro se incuba una tristeza y se gesta un cambio. Las púberes padecen una crisis transformativa que se traduce en un ansia sexual. Encerradas en la crisálida oscura de su infancia, hayan en el deseo una liberación de las restricciones externas y un modo de calmar la sed de sus anhelos. Ambas amigas construyen una relación cómplice e íntima, entregándose a una masturbación diaria que viven a la vez y en el mismo lugar, pero por separado, sin tocarse. Cada una es testigo del orgasmo que disfruta la otra.

 

Su amistad entra en crisis a partir del momento en que la protagonista constata que Isora (pese a sus besos y abrazos ocasionales) es en realidad heterosexual. A partir del instante en que comprueba su interés por la anatomía masculina su mundo se fractura; y a partir del instante en que escucha sus risas y gritos en el bosque en donde se ha adentrado con un chico, se rompe para siempre. Los celos y la frustración de sus expectativas amorosas transforman, de súbito, su amor en odio. Y es que comprende que para Isora ella no constituye la meta de su deseo, sino una parada, una estación de paso. Lo peor, con todo, es la rabia que siente hacia sí misma por intentar complacer a su amiga, cediendo su cuerpo a otro muchacho. Lo que la convierte en alguien que no es.

 

El desenlace de la novela es liberador para la protagonista. Isora era un espejo en cuyo azogue vivía encerrada. Constituía su modelo. Ella la imitaba para retenerla al lado. La rotura del cristal le permite conquistarse a sí misma. Recuperar el control de su albedrío. Simboliza este cambio la bajada a la playa y el relumbre del sol, elementos opuestos a las cuestas y el cielo tormentoso de su pueblo (de su pasado), situado en la montaña.

 

Panza de burro es una novela trágica. Todos sus personajes han nacido para ser infelices. El único respiro entre tanta desgracia son las últimas veinte líneas de la obra. Su promesa de futuro. Por eso, quizás, nos emociona tanto. Porque compadecemos a sus protagonistas y necesitamos confiar en el cambio.

 

lunes, 12 de septiembre de 2022

Solaris


Solaris, Stanislaw Lem. Traducción de Joanna Orzechowska. Impedimenta, 2011.

 

 

 

 

Solaris es una novela de ciencia ficción, básicamente, por una razón: su cronotopos (transcurre en un futuro indeterminado y en un planeta remoto recorrido por un inmenso océano). Sin embargo, los temas de los que habla son más propios de la narrativa de terror o de la poesía. En última instancia, el libro posee un hondo anclaje en otras disciplinas del conocimiento, como son la filosofía y la psicología. Esta riqueza de afluentes, por otra parte, es una seña indiscutible del género; la lectura de las obras emblemáticas de Ray Bradbury o Phil K. Dick podría confirmarlo.

 

Hace un mes me leí un ensayo extraordinario que me ha resultado de gran ayuda para llegar al fondo de Solaris, o al menos, para formarme mi opinión sobre él. Me refiero al libro Soy lo que me persigue, escrito a cuatro manos entre Ismael Martínez Biurrun y Carlos Pitillas Salvá (Dilatando mentes, 2021). Ambos autores sostienen la tesis de que “la ficción de horror opera como una exploración poética y simbólica de lo traumático", y eso es, precisamente, lo que se propone Stanislaw Lem en su célebre obra. Lo que ocurre es que en Solaris no hay monstruos que representen el trauma por resolver, como muy bien se encarga de advertir un personaje de la obra, Snaut, a su protagonista, Kris Kelvin:

 

“Si ella fuera… Si un monstruo, dispuesto a hacerlo todo por ti, te persiguiera, no dudarías ni por un instante en eliminarlo, ¿no es cierto?” (p. 224).

 

Al contrario, el trauma viene simbolizado por el mismo sujeto que lo generó, lo que no deja de ser, en un primer momento, espeluznante.

 

Y llegados a este punto, conviene revelar algunos aspectos de la trama.

 

Kelvin es un psicólogo destinado a la estación suspendida sobre el mar de Solaris, una base de operaciones en desuso en la que solo trabajan tres tripulantes. Cuando llega, descubre que uno se ha suicidado (Gibarian), mientras que los otros dos (Snaut y Sartorius) mantienen conductas extrañas (sobre todo el último). El motivo se debe a las “visitas” que ambos reciben contra todo pronóstico, de las que no se libra el propio Kelvin.

 

Conviene que diga que la novela está narrada en primer persona por su protagonista. Este nos irá propiciando, con cuentagotas, los datos relevantes acerca del misterio que vive. Así, dudaremos con él sobre la naturaleza de la mujer con la que despierta un día. ¿Sueño? ¿Realidad? ¿Alucinación? También le tendremos lástima cuando nos confiese que Harey, así se llama ella, murió con apenas 19 años, siendo “preciosa”; muerte de la que él se siente culpable y que le provocó un trauma.

 

A través de sus recuerdos conoceremos el pasado de su relación de pareja, y por medio de los informes, audios y libros que se va encontrando nos informará sobre el estado de las investigaciones a propósito de Solaris y de su sorprendente océano.

 

Si la primera mitad de la obra coquetea con la literatura de terror, la segunda parte es un desasosegado análisis sobre la psique humana (además de una historia de amor imposible).

 

Los tripulantes de la estación se enfrentan a sus “encuentros” de modo diferente, pero comparten el ansia por conocer el motivo de la presencia a bordo de esos dobles. La hipótesis que sostiene Snaut nos define como especie (y todo sea dicho: no salimos muy bien parados). Sus intervenciones son, por otra parte, absolutamente poéticas. El científico sostiene que el mar de Solaris descifra los deseos inconscientes de los seres humanos y se los cumple. Las réplicas son oportunidades de redimirse, y en ese sentido, son auténticos regalos. Lem, como un vate lírico, se adentra en las profundidades abisales del yo universal, emprende la aventura del tránsito por las fronteras interiores del alma humana, abre todas las puertas, libera las fuerzas reprimidas en el subconsciente y… nos enfrenta a un espejo doloroso: no estamos preparados para la felicidad, no sabemos pedir deseos al genio de la lámpara, no creemos que sea posible lo que más anhelamos… de manera que sólo concebimos el sufrimiento, la oscuridad y el miedo. (Recuerden que Matrix se creó utópica, y la mente humana la rechazó; no olviden que en la película Esfera los científicos desean olvidar la máquina alienígena que satisface sus deseos más ímtimos porque su subconsciente sólo libera catástrofes.)

 

Kris Kelvin superará su trauma, pero ignoramos si será feliz. Ya se decía en Dune: “El miedo mata la mente”.

 

 

 

Nota: Quien guste de obras que aborden el tema de la reproducción, de la réplica, de la copia (en definitiva, del doppelgänger) que no deje de ver la serie islandesa Katla.

 

 

 

sábado, 3 de septiembre de 2022

Azucre

Azucre, Bibiana Candia. Logroño: Pepitas ed., 141 páginas. 2021.

 

 

 

 

 

 

 

Nada mejor que recordar la propia historia, para desarrollar el músculo de la empatía. Rememorando las migraciones de nuestros antepasados, los intentos de quienes nos precedieron por dejar atrás la pobreza en busca de las oportunidades que brindaba un país diferente (al atro lado del océano), podemos entender mejor las motivaciones de cuantos hoy, sin otra pertenencia que la vida, se embarcan en un bote hacia la vieja Europa. De eso se encarga, precisamente, la escritora Bibiana Candia en su primera novela, Azucre.

 

Candia (A Coruña, 1977) comenzó su carrera literaria publicando dos libros de poemas. Y ese bagaje se deja traslucir en su nouvelle (de 141 páginas). El libro aborda el tema de la emigración gallega a mediados del siglo XIX. Recoge una historia real, la de los cientos de jóvenes que cambiaron su aldea por un sueño: el enriquecimiento, por medio del trabajo, en la isla de Cuba; sueño que se transforma en pesadilla, al verse reducidos a esclavos en los campos de caña.

 

Les suena, ¿no?

 

Cuántos migrantes, hoy, ven frustradas sus esperanzas de cambio al caer en redes que les roban su libertad. Hombres y mujeres engañados por mafias. De nacionalidades diversas. De los que sabemos poco o nada, mientras son exprimidos como limones en explotaciones agrícolas (y ay si eres mujer, tu jornada prosigue por la noche).

 

Para cambiar el mundo, primero que hay que visibilizar sus taras. Y eso hace Candia en su hermosa y cruel Azucre: concienciarnos de la existencia de la esclavitud laboral, removernos por dentro, solidarizarnos con los que llegan porque ignoramos sus condiciones reales de trabajo, apuntalar bien fuerte en la conciencia que el migrante merece un trato digno, grabar a fuego que quieren cruzaban los mares no hace mucho éramos nosotros.

 

La estructura de Azucre es convencional: planteamiento (reclutamiento de adolescentes en Vigo, A Coruña y Santiago), nudo (la prodigiosa descripción de la travesía marítima, el arribo a Cuba, las primeras jornadas en el ingenio agrícola) y desenlace (amotinamientos, muertes, huidas y envío masivo de cartas a Galicia).

 

Pero esa sencillez estructural (añadamos que la línea del tiempo, básicamente, es cronológica) no debe engañarnos. Se trata de un libro maravilloso. Su fuerza descansa en la poderosa capacidad de evocación de Bibiana Candia. Ya dije que es poeta. Su manejo de la técnica para sugestionarnos es prodigioso. El libro se divide en capítulos muy breves, de entre una y dos páginas. Muchos parecen textos en prosa poética. Con poca palabras y el empleo de los recursos retóricos adecuados, la autora nos conmueve hasta la médula. Gusta, sobre todo, de los símbolos, palalelismos y contrastes. Una suave ironía lo tiñe todo. Por medio de la personificación, es capaz de humanizar a animales y piedras, lo que imprime esa necesaria ternura que compensa los pasajes violentos. Como en el caso de Irene Solá, su sensibilidad es extrema.

 

No faltan alusiones bíblicas y mitológicas, referencias a leyendas gallegas y a supersticiones naúticas.

 

Las menciones a las “viudas sin muertos” nos recuerdan a Rosalía de Castro; sus guiños a las mujeres que trabajan en las tabacaleras, a Emilia Pardo Bazán.

 

El libro es un viaje del sueño a la pesadilla; pero también, de la brutalidad a la ternura; de la ira, al arrepentimiento; de la muerte, a la resurrección. 

 

En fin, acaba de salir de imprenta la 6ª edición. Yo que vosotros, no me lo pensaba.