jueves, 28 de julio de 2022

Reseña de Helio

Ocho años después de su publicación, veo que el poeta Javier Díaz Gil reseñó en su blog mi poemario Helio (La Garúa). Javier fue, precisamente, quien me presentó la obra en La Casa del Libro el 13 de mayo de 2014. Como nunca es tarde si la dicha es buena, enlazo por aquí su artículo:


http://javierdiazgil.blogspot.com/2014/05/helio-nuevo-poemario-de-ariadna-g.html?m=1

Helio fue, sin duda, un libro fundamental en mi ya dilatada trayectoria. Si bien recoge temas que abordo en entregas anteriores (el amor, la frustración, la reivindicación LGTBI), su semántica varía. A partir de ahora, la presencia de la fauna y la flora tendrá un correlato con el mundo real. Es decir, designará referentes externos al poema. Mientras que en Napalm o Apátrida dichos elementos no tenían un valor deíctico, sino sólo simbólico-retórico. Aquí se produce un giro de sentido. Por eso considero Helio una obra bisagra. Un punto de inflexión. En adelante, mi obra se decantará por la contemplación de la naturaleza con un claro carácter político, siguiendo la estela de mi admirado fray Luis de León. El espacio será escenario simbólico de asuntos a tratar (tempus fugit, condena de la guerra, amor, muerte...) y en un segundo nivel de lectura (con los estoicos de fondo) ensalzará la vida sencilla arraigada en un entorno natural (La Guerra de Invierno, Las noches de Ugglebo).



lunes, 18 de julio de 2022

Sublevación, en la revista Paraíso

 


 

Dejo aquí el comienzo y el final de la reseña que Paula Fernández Villalobos ha escrito, para la revista Paraíso, sobre mi Sublevación. 

 

Tenéis en papel el artículo completo. Número 19. Año 2022. 


martes, 12 de julio de 2022

Balance del curso (literario) 2021-2022

 


Comencé el curso con la presentación de mi nuevo libro de poemas, ¡En marcha! (Corazón de mango, 2021), un poemario LIJ dirigido a lectores de 10-12 años. El evento tuvo lugar dentro del marco del Encuentro de Mujeres Poetas que tuvo lugar en Cereté (Colombia), y fue retransmitido por Zoom a través de Facebook. Para mí fue un acto muy entrañable, en la medida en que suponía regresar, aunque fuese virtualmente, a Colombia y a su fantástico Encuentro, en donde hice tantas amistades allá por 2015.

 

Acto seguido, Hiperión publicó en noviembre la antología Uni-versos, donde tengo el honor de aparecer.

 

Acabé el primer trimestre con una de esas noticias por las que escribir merece la pena. El crítico Túa Blesa seleccionaba mi poemario Sublevación (Pre-Textos, 2020) entre sus mejores lecturas de año 2021. Lista que publicó El Cultural el 23/21/21.

 

Y la verdad es que Sublevación, dos años después de salir de imprenta, me sigue dando alegrías. Precisamente, en el último tramo del curso han aparecido dos reseñas sobre él en sendas revistas especializadas. Las firman Francisco José Martínez Morán, para Anáfora; y Paula Fernández Villalobos, para Paraíso. Un lujo, vamos.

 

En estos meses también he presentado libros. De diferentes géneros. Agradezco desde aquí a los autores/as su confianza en mí para la puesta de largo de sus obras. He tenido la suerte de dar a conocer a la comunidad lectora los siguientes volúmenes:

 

 

*Novela: Esto no es Bambi, de David Pérez Vega (Maclein y Parker, 2021). En La Central de Callao. El 11/11/2021.

 

*Ensayo: Silenciadas. Represión de la homosexualidad en el franquismo (LES, 2021), de Estefanía Sanz Romero. En la librería Berkana. El 23/02/22.

 

*Poesía: No, de Francisco José Martínez Morán (Pre-Textos, 2021). En el Rectorado de la Universidad de Alcalá de Henares. El 31/03/2022.

 

*Poesía: Los ritos familiares , de Ángela Álvarez Sáez (Lastura, 2022). En la librería Nakama. El 21/05/2022.

 

 

Participé en un par de recitales colectivos. Uno contra la invasión rusa de Ucrania (en la plaza Luca de Tena) y el otro en homenaje a Julio Cortázar (en la librería Alberti).

 

Un año más, he tenido la inmensa fortuna de participar en el Programa del MEC “Encuentros con autor”. Agradezco, de corazón, a los departamentos de Lengua y Literatura de los institutos “Pedro Antonio de Alarcón” (Guadix. Granada) y “Dionisio Aguado” (Fuenlabrada. Madrid) la oportunidad brindada para hablar a sus estudiantes de bachillerato sobre mis poemarios y mi actividad literaria. (11/03/2022 y 27/04/2022).

 

El 21 de marzo fallamos el XXXVII Premio de Poesía Hiperión; que recayó en el jovencísimo Omar Fonollosa, por su libro Los niños no ven féretros.

 

Por motivo del Día de la Poesía, participé en una iniciativa de las bibliotecas públicas municipales de Madrid. Consistió en grabar un video en donde aparezco leyendo poemas de mis libros Napalm y La Guerra de Invierno. La biblioteca Gloria Fuertes se encargó de su difusión en redes.

 

También tuve el honor de asistir, en calidad de escritora, al Encuentro LGTBI+Q que tuvo lugar en el Ministerio de Igualdad el 26 de abril, Día de la Visibilidad Lésbica; con presencia de la ministra Irene Montero.

 

Y, por supuesto, he escrito. Mucho. Con pasión. Novela, poesía y un montón de reseñas que he publicado en mi blog, El rompehielos. Blog que hace unos meses cumplió diez años.

 

En fin, ha sido este un curso muy intenso, muy emocionante. Ahora toca disfrutar del verano para recuperar fuerzas y para… seguir escribiendo, claro. Que hay muchos proyectos que deben avanzar.

 

sábado, 9 de julio de 2022

Sinsonte

Sinsonte, Walter Tevis. Traducción de Jon Bilbao. Impedimenta, 2022.

 

Walter Tevis publicó Sinsonte en 1980, apenas cuatro años antes de morir de cáncer. Esta novela distópica fue nominada al premio Nebula a la mejor obra de ciencia-ficción publicada entonces en los Estados Unidos. Es decir: el lanzamiento del libro se produce en un momento histórico en que la Humanidad vislumbra su aniquilamiento por el auge de las tensiones políticas entre los bloques OTAN-URSS y vive atenazada por el miedo nuclear; así como en un periodo vital sensible para Tevis. Historia y biografía, por tanto, dejan sedimientos en Sinsonte que reconocemos a ojo, convirtiendo la novela en un clásico.

 

Hay otras huellas en él, de corte literario. Las deudas que contrae con respecto a Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; 1984, de George Orwell; y Un mundo feliz, de Aldous Huxley, son evidentes. Tevis toma de ellos varias ideas: en el futuro se erradica la lectura para evitar la infelicidad, desaparen los espacios urbanos propicios a la conversación, se prohiben las parejas estables y la convivencia, se fomenta el uso de drogas y narcóticos, se destruye el pasado, se reduce el léxico y se limita el ámbito del pensamiento, los murales televisivos se extienden en el ámbito doméstico…

 

Con todo, esa humanidad embobada que pinta el escritor californiano a mí me recuerda más a la que describe H. G. Wells, un siglo antes, en La máquina del tiempo.

 

La novela se localiza en el Nueva York del siglo XXV. En esas fechas, la demografía humana ha descendido hasta los raquíticos 19 millones de habitantes. Los robots se encargan de mantener con vida a los supervivientes (dotándoles de comida y ropa). Esa sociedad futura viene regida por una serie de principios como el Individualismo y la Intimidad, que prohiben tanto la amistad como las relaciones afectivas. (El sexo rápido, en cambio, sí está bien visto, y hasta de protege.)

 

Vayamos a la trama.

 

Un narrador omnisciente en tercera persona nos presenta a los personajes protagonistas. A saber: Robert Spofforth, un robot Máquina 9 que ostenta los más elevados cargos no ya en Manhattan, sino en el planeta; y Paul Bentley: un profesor universitario que ha aprendido a leer por su propia cuenta visionando películas mudas.

 

A partir de aquí, Paul se convertirá en paranarrador del relato. Con un estilo directo y conversacional (no en vano, se dirige a una grabadora para dejar constancia de su vida en una especie de diario), dará testimonio de su tiempo: de las inmolaciones colectivas en restaurantes, de la ausencia de niños y adolescentes, o de la desaparición del concepto “familia”. Será en un paseo, precisamente, cuando conozca al único espíritu libre que mora en Nueva York: Mary Lou Borne, una treinteañera que vive en un zoo. Esta mujer al principio lo desconcierta y luego le fascina por su desafío a las normas. De hecho, se trata de una versión adulta de Clarisse McClellan, la joven que desafía las convenciones urbanas en Fahrenheit 451.

 

Durante las siete semanas que dura su convivencia (inflingiendo las leyes que prohiben la cohabitación y la Intimidad), ambos experimentan una felicidad sin fisuras. Su sintonía y confianza avanzan a contrapelo de las normas. El sexo que mantienen no sólo satisface una necesidad física, sino emocional. Se quieren.  En este tiempo, además, él la enseñará a leer. Juntos descubrirán sensaciones nuevas, sentimientos vedados. Tendrán afinidades con otros individuos, con los que compartirán ideas. (Recuérdense varias escenas protagonizadas por Montang: cuando lee poemas ante las amigas de su esposa; cuando conversa con su capitán sobre las consecuencias nefastas de la literatura.)

 

Pero nada perdura. Spofforth separa a la pareja por su desacato al dédalo de leyes. Y con este giro de guión arranca la segunda parte.

 

A partir de aquí tendremos dos paranarradores: Mary Lou, que escribe su diario; y Paul. Sus tramas se suceden en largos episodios alternos. Ella convive con el robot Máquina 9, quien está enamorado de ella. Paul, por su parte, se convierte en un recluso. Trabaja en un campo de cultivo próximo al mar, abandonando semillas bajo la estrecha vigilancia de los androides.

 

No voy a seguir desgranando el argumento. Sólo diré que Sinsonte es un canto al amor en sus múltiples manifestaciones (propio, pareja, amistad, mascotas). Walter Tevis nos alerta en su libro de los riesgos de la desaparición del lenguaje (1984), de la anulación de la empatía (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) y de la sociedad del mero entretenimiento (Fahrenheit 451); y a su vez nos convoca a la resistencia.

 

Teniendo el cuenta el rumbo que ha tomado nuestra sociedad (qué felices que somos con nuestras plataformas, con ese escaso tiempo que tenemos para compartirlo con alguien, con nuestra ignorancia política…), parece apropiado leer Sinsonte. Que nos recuerden todo lo que podemos perder, pero también qué es lo que necesitamos para sobrevivir como especie: ese amor al que aludía antes.    

 

miércoles, 6 de julio de 2022

Un único corazón


 

 

Un único corazón, Alejandro Duque Amusco. Valencia: Pre-Textos, 2022. 96 pp.

 

 

Trabajé en el IES Cervantes el curso 2018-19. Por aquel entonces, el centro estaba renovando su biblioteca, condición indispensable para que le fuese otorgado el Bachillerato Internacional. En calidad de profesora del claustro, tenía dos guardias allí para realizar, en principio, la apasionada labor de quitar los tejuelos a docenas de libros que esperaban caer entre mis manos. La verdad sea dicha, sólo en la guardia de recreo me encomendaba a esa tediosa tarea, porque coincidía con una compañera y había que guardar las formas. En la otra, sin embargo, abandonaba el frasco de alcohol por los mucho más entretenidos paseos entre las columnas y estantes de una biblioteca que habría hecho las delicias de Hermione Granger. En una de aquellas incursiones por los pasillos me encontré con una librería de expurgos. Para mi sorpresa, el centro pensaba deshacerse de libros regalados por poetas que habían recitado allí y de primeras ediciones de títulos ya descatalogados. Ni que decir tiene que rescaté algunos de aquellos ejemplares, que a día de hoy gozan de una segunda (y provechosa) vida en mi biblioteca. Uno de los volúmenes era Sueño en el fuego, de Alejandro Duque Amusco (Renacimiento, 1987), que leí en el otoño de 2021, y me encantó. Al poco me compraba Donde rompe la noche (Visor, 1994). Entre ambos hay un abismo. Y es que el simbolismo luminoso, el misterio ornírico del primero da paso a un conjunto de poemas puros y estilizados, pero mucho menos potentes y evocadores, en la segunda entrega. Ahora mismo acaba de publicarse Un único corazón (Pre-Textos, 2022), obra extensa y ambiciosa; donde predominan los textos en prosa poética. El poeta hace gala en ellos de una exquisita sensibilidad.

 

La componen cuatro secciones: “El Sur”, “Servidumbre de amor”, “Memento” y “Zona crítica”.

 

“El Sur” dialoga con la poesía elegiaca clásica. No en vano, se habla de la muerte y del tempus fugit. A veces con versos estremecedores: “La vida huyó de mí y no la alcanzo” (tiene el poeta, por cierto, 73 años). Amusco me recuerda, por sus breves pinceladas cromáticas, al Calderón de La vida es sueño. Así nos describe los pétalos de una buganvilla: “carmines encendidos”, “coral de luz”. Si la paleta metafórica es barroca, no lo es el gusto por la simbología floral para hablar de la plenitud, justo al contrario de lo que proponía Francisco de Rioja en sus famosas silvas.

 

“Servidumbre de amor” es un hermoso canto a eros. Se intuye cierta nostalgia en las composiciones. Cada verso está barnizado con una fina capa de melancolía: “Hoy me duelen los ojos de no verte”, “El deseo se acrece con la espera”, “No me des tu recuerdo:/ esa forma de adiós”. Así y todo, hay un antídoto contra la tristeza que necrosa un corazón no correspondido: la esperanza, el día de mañana, de otro cuerpo al que amar: “Si ella no quiere, no quieras tú tampoco. / Nuevos soles vendrán resplandecientes”. Se cierra la sección con siete soleás reunidas bajo el título “Para una reina de corazón gitano”. Transcribo la II:

 

De forma desesperada

ama el amante, sabiendo

que el amor se acaba y pasa.    

 

“Memento” nos apercibe del fin. Duque Amusco se empapa en las aguas de Miguel de Unamuno (“propia de ilusos esa risa hueca que ha cerrado los ojos al dolor y a la muerte” (p. 48) o del Quevedo de los Sueños (“Postrimerías”, p. 46-47). Pero no ya nosotros, sujetos individuales, tenemos el destino sentenciado. Toda la Humanidad camina sin remedio a su debacle (cuando la Vía Láctea choque con Andrómeda; no en vano, ambas galaxias están en rumbo de colisión). 

 

Ni qué decir tiene que el acusado pesimismo de este bloque depende de los anteriores: de la suma de pérdidas existenciales que acumula un hombre de cierta edad, y de la frustración afectiva que dicho sujeto experimenta, cuando el horizonte que tiene por delante cada día parece más cerrado.

 

“Zona crítica” compensa el desánimo previo con un cambio de actitud. Los textos se abren a la celebración de la existencia. El sujeto que enuncia busca el amor dentro de sí; esto es, busca la divinidad en su pecho. Una reliquia espiritual religadora, panteísta, que siempre estuvo ahí, pero no percibió (“La larga travesía”, p. 85):

 

Tarde, muy tarde, en el último tramo de tu vida

has llegado a darte cuenta de que un dios te habitaba. Como una fuerza luminosa,

 

dentro de ti lo hallaste, silencioso y fecundo.

Siempre estuvo contigo y no lo viste.

 

Un único corazón nos reconcilia con la ambigüedad humana, con los contrastes que tapizan la realidad de todos. Nos hunden los mismos temores (a la muerte, a la pérdida de pulso vital, a la falta de la alegría). Pero nos rescata el mismo flotador: el amor de caridad, que diría san Agustín; el amor mundi que defendía Hannah Arendt. Ponemos el descanso de la dicha fuera de nosotros, pero lo llevamos dentro. Sólo hay que ponerse a buscarlo. (Una y otra vez. Me temo. Porque se nos olvida.)

 

 

 

martes, 5 de julio de 2022

"El cedro"

Concentración, ayer, por la conversión de la casa de V. Aleixandre en la Casa de la Poesía.
 

En diciembre de 2009 tuve el honor de participar en un recital conjunto en la casa de Vicente Aleixandre, en la antigua Velintonia, 3. Se trataba de un homenaje a Gerardo Diego. Allí estaban Pureza Canelo (Presidenta de la Fundación G. Diego), Javier Lostalé (periodista de RNE), Francisco Javier Díez de Revenga (Catedrático de Literatura), Alejandro Sanz (Presidente de la asociación de Amigos de Vicente Aleixandre)... y muchos escritores más.

Como consecuencia de aquella velada, escribí un poema al cedro que el poeta plantase en su jardín.

 

El cedro

 

 

 

A Vicente Aleixandre

 

 

 

Una tarde de invierno, un grupo de poetas

abrimos el candado del jardín

y entramos en tu casa, viendo cómo

se abría una pared como costilla,

pintando grietas hasta la techumbre.

El vaho de nuestro aliento se extendía

por el salón helado, silencioso,

la enorme biblioteca abandonada

y las habitaciones carentes de latidos.

Los ojos tropezaban con las sombras

de libros en estantes descolgados,

fantasmas melancólicos, privados de caricias.

Fue entonces cuando uno de nosotros

se acercó al ventanal, donde bailaba

un escuadrón de copos ordenados

y recitó unos versos. Nos turnamos.

Nuestras voces trepaban por el aire,

donde se arracimaban y giraban

como un loco derviche de fonemas,

mezclándose con otras anteriores.

Los rostros revelaban gestos nuevos.

El cedro que plantaste con tus manos

veía en nuestros pómulos paisajes

que no creyó que fuese a ver de nuevo.

Sus ramas nos miraban tras el vidrio

como huérfanos sucios, hechizados,

por la lumbre tensada como un nervio.

Colmamos su renuncia de esperanza,

su memoria de anhelo.

Todas las estaciones estallaron

en sus hojas, cubiertas por tapetes

rojizos, rubios, verdes o estampados.

A la noche nos fuimos, con lentos pasos torpes,

lo mismo que exiliados en columna

camino a la frontera más lejana.

La luz recuperada se quebró.

Las noches de vainilla, jaspeadas,

los astros y la piel se extraviaron.

El árbol se sumió en la soledad,

la casa en su derrota de pedernales ígneos.

 

 

(Poema inédito)

 

 

 

lunes, 4 de julio de 2022

Lecturas inspiradoras


 Estas son las lecturas que me inocularon el deseo de escribir novelas. Estamos hablando del año 2005. En enero de 2006 empezaba a trabajar en el primer borrador de mi primera novela, Inercia. En realidad, no tenía intención de que fuese un trabajo extenso. Un amigo me había retado a presentarnos los dos, con sendos relatos, a un certamen de El País; pero a las 30 páginas yo ya veía que me pasaba de frenada. Necesitaba desarrollar mi mundo narrativo. Las lecturas de Ishiguro, Auster, Oksanen, Cunningham, Connelly y Capote me dieron herramientas para hacerlo. Destripaba sus libros para aprender sus trucos. El curso 2011-12, que lo pasé en el paro por los recortes de Lucía Figar en Educación, acabé mi primer borrador del libro. Luego vinieron las lecturas de amigos (Toni Hill, Juan Gómez Bárcena, Teresa Bailach), cuyas aportaciones fueron fundamentales para mejorarlo. Por entonces, leía y preparaba las reseñas para el portal La tormenta en un vaso de los grandes novelistas de género que empezaban a despuntar en este país (Bueso, Biurrun, de Paz, Ruiz...). En fin, quería codearme con ellos, y en 2014 se cumplía un pequeño milagro: publicaba mi distopía en Baile del Sol. Me presentó la obra Roberto de Paz, en La Casa del Libro. Entre el público, Ismael M. Biurrun. Unos meses más tarde, comenzaba la primera versión de mi segunda obra narrativa, El año cero. Esta vez, un thriller. En la trastienda, Mazzucco, Ford... De nuevo la mirada exigente y certera de Teresa Bailach fue clave para la puesta a punto de la obra. La sacaría en 2019 de la mano de una editorial de reciente creación: Ménades. La presenté en el Café Libertad. Me acompañó el novelista y crítico David Pérez Vega. Ignacio Elguero de Olavide me entrevistó, a propósito de su lanzamiento, para La estación azul (RNE). Y desde entonces, no he parado de escribir narrativa. Pero de eso ya hablaré en otro post.

  

domingo, 3 de julio de 2022

Concentración por Vicente Aleixandre

 


¿Nos vemos mañana? A ver si conseguimos que las autoridades competentes adquieran la casa de Vicente Aleixandre, ahora mismo en venta en el portal de Idealista por 4 millones de euros. En otros países no tendrían la casa de todo un premio Nobel de Literatura en el estado ruinoso en que se encuentra la del vate malagueño. Ojalá algún día se convierta en un centro de conservación de la memoria poética y literaria de este país, así como en un centro de investigación. Igual con la ayuda de todos lo conseguimos. Así que no nos faltes, ¿eh?

 

Gracias.