La luz impronunciable, Ernesto Kavi. Sexto Piso. 2016. 126 páginas.
16 euros.
Escribía George Bataille: “La angustia, no menos que la
inteligencia, es un medio de conocimiento”. La luz impronunciable, teñida de dicha emoción, trata
de alcanzar la sabiduría y de encontrar las razones que empujan a unos hombres
contra otros, pero el intento es en vano: “sólo hallé/ en mis labios
desolación”. Ernesto Kavi parece dialogar con la aspiración –igualmente frustrada–
de Juana Inés de la Cruz por comprenderlo todo (recuérdese el Primero sueño); así como con la agonía de Miguel
de Unamuno, para
quien el conocimiento suponía una fuente de sufrimiento. “Todo el saber/ es
dolor”, sentencia el mexicano; mientras que para el rector salmantino, la
conciencia es “tormento”. Con estos ecos aúreos y contemporáneos, entre otros
que veremos en breve, Ernesto Kavi teje un texto potente, que indaga y ahonda
en la luz y en la oscuridad de la vida en la Tierra. La simbología del libro
hunde sus raíces es la estética sanjuanista (la llama y la noche), si bien el
poemario no es, en absolusto, una obra que podamos tildar de mística; es decir: la voz que enuncia no
busca a Dios, ni se transforma en la divinidad, ni apela al recogimiento
interior para purificarse, enmendarse y perfeccionarse, ni transita por las
tres vías tradicionales de la mística medieval (purgativa, iluminativa y
unitiva). Lo que sí encontramos, y se trata de una gran acierto de Ernesto
Kavi, es una incorporación de imágenes y citas de cuño clásico –y hasta bíblico–
a su propio mundo poético. Así, merodean por los Cantos del libro sintagmas
como “ciervo vulnerable” (que juega con el “ciervo vulnerado” de San Juan) o “mi amado”, y oraciones como
“Los dormidos de corazón/ ¿hasta cuándo dormirán?” (que remiten a la vez a San
Pablo y al coro
de escritores ascéticos-místicos del siglo XVI, desde Pedro de Medina –Libro de la vida, 1548– a fray Luis de León: ¡Oh, despertad, mortales!”, Noche
serena). Ernesto Kavi recurre al
sortilegio hipnótico de una imagen que se repite a los largo de los Cantos para
envolvernos en una sinfonía (“Bajo el sol”). Con un estilo sobrio, nominal,
enumerativo, limado al máximo, simbólico y falto de signos de puntuación, la
voz que enuncia nos informa de que ha sido testigo de lo malo y lo bueno de la
Humanidad. De la destrucción inicial, la voz se reconcilia con nuestra especie
dando gracias al amor y a la naturaleza. No falta en el libro un hermoso carpe
diem cercano al Cantar
de los Cantares.
Decía
Clara Janés
que la poesía y la mística se parecen en su carácter errático, ambas dan un
rodeo a ciegas en torno a un “elemento fugitivo”. La experiencia de vida, en
este caso, es lo inefable (de ahí el título de la obra). Precisamente por eso,
este libro –que apenas sugiere, connota, aquello que pretende– es tan
bello.
Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un Vaso. Enlace al original, pinchando aquí.