jueves, 28 de abril de 2016

Contracubierta de Ugglebo



Las noches de Ugglebo narra en verso el viaje iniciático de un joven búho. Ugglebo, despertado en su curiosidad por lo que pueda existir más allá de su isla y espoleado por dos sueños febriles en los que ve encallar un petrolero y fundirse los glaciares por exceso de calor, decide viajar a la ciudad humana. "-Tengo el presentimiento/ de que en el continente, los humanos/ nos están exponiendo a un gran peligro./ Necesito saber qué hay más allá/ de estas islas de aquí/ si quiero averiguarlo". Acompañado por sus amigos, Ugglebo se lanzará a una aventura de autodescubrimiento en la que hallará una noción de sí mismo antes que una respuesta a la pregunta que lo animó a salir del nido. Ariadna G. García y Susana Román elevan a la joven rapaz a través del aire gélido con unos versos y unos dibujos poseedores de la misma valentía y curiosidad que las de su protagonista, haciendo de este pequeño libro una hermosa metáfora del viaje de formación de esos lectores jóvenes que, como Ugglebo, estén empezando a construirse una identidad propia y una visión del mundo.


jueves, 21 de abril de 2016

Eduardo García



El pasado 19 de abril perdimos a un buen poeta, a un autor "de primera línea", como dice el crítico José Luis Morante. Un hombre sonriente, entusiasta, combativo. Un profesor de Filosofía contrario a la LOMCE y los recortes en Educación. Un virtuoso de la palabra con el que tenía una gran afinidad ideológica y estética. Un escritor sin dobleces, de mirada franca y corazón noble. Era muy fácil no ya sólo conversar, sino reír con él. Me enteré de su muerte ayer, por las redes sociales. Y la siento de veras. Pero Eduardo García no nos ha dejado. Nos lega sus versos. Poemas potentes, imaginativos, de ritmo impecable, llenos de fuerza vital y de energía. En sus libros encontramos auténticas joyas. Poemas que iluminan y acompañan. Palabras que hacen volar los raíles, que desatan las camisas de fuerza, que se sacuden de encima el polvo de las convenciones. Os dejo uno de ellos, con la seguridad de que os va a robustecer por dentro. In memoriam.


 
PARA NO RENUNCIAR AL ENTUSIASMO

Soñar despiertos siempre
para que los insectos de la herrumbre nos permitan tejer sin telarañas
para ser el hervor la levadura
y no el cemento gris que repta por los muros
pan crujiente en el horno del sol del mediodía fruta madura vértigo
y nunca más sedientos de imposible
reconocernos en el barro de un parabrisas sucio
soñar despiertos siempre
olvidar el autobús cautivo de su ruta el maquinal semáforo los maniquíes ciegos
abandonar el dique seco de los formularios la astucia del burócrata destilando en la tinta su cianuro
dar la espalda sin miedo a cuanto esperan de nosotros aquellos que veneran dos tristes palmos de suelo bajo sus pies
porque es vasta la tierra y a nadie pertenece su clamor
como nadie puede calcular la trayectoria de una grieta en un témpano de hielo
pero ahí está
desafiando la maquinaria de los astros
fiel a su andadura irregular a la belleza
de lo que niega toda simetría soñar
como rasga el torrente la maleza felino por instinto
despreciando
la fría servidumbre de los surtidores el agua encadenada a geometría
soñar despiertos siempre
para no obedecer la ley del amo las consignas
de los ventrílocuos feroces acudir
al futuro que llama a nuestra puerta pidiendo realidad
porque podemos esculpir la vida verdadera
escuchar la llamada de los sueños para rendir la piedra a nuestro afán
abrir surco en las calles sembrándolas de estrellas y de pájaros
de alamedas de cisnes regueros de palomas corrientes submarinas
una extensión de labios que sonríen de juncos que se mecen de amazonas
soñar despiertos siempre
para no renunciar al entusiasmo
y que el hombre no olvide su vocación de nube el súbito
resplandor incendiando su mirada
alfarero del mundo comadrona
que asiste al parto de sus propios sueños.


(De La Vida Nueva,
Visor, Madrid, 2008)     

miércoles, 13 de abril de 2016

Las noches de Ugglebo





Mi primer libro infanto-juvenil (Premio de Poesía El Príncipe Preguntón 2015) ya tiene rostro, gracias a la ilustradora Susana Román. Ganas de que Ugglebo y su bandada de aves rapaces nocturnas vuelen hacia las librerías y hacia sus primeros lectores. 

Seguiremos informando.


sábado, 9 de abril de 2016

Doppelgänger

 Según Demetrio Estébanez Calderón, el narrador es el elemento fundamental de la narración, el artífice de que la historia se convierta en relato. Se trata de la figura de papel sobre la que el autor empírico delega su responsabilidad enunciativa. A los modos de llevar a cabo su misión discursiva se le denomina punto de vista o focalización. Esta, según nomenclatura de Genette, puede ser interna. Con ella percibimos el mundo a través de la subjetividad de una voz, que se expresa por medio de un monólogo interior. El padre de esta técnica literaria, según Darío Villanueva, es el escritor francés Eduard Dujardin, que la define (1887) así: “discurso sin auditor y no pronunciado, por el que un personaje expresa sus pensamientos más íntimos, más cercanos al inconsciente, antes de cualquier organización lógica de los mismos –es decir, en el momento en que brotan por medio de frases directas reducidas a una sintaxis mínima, con el propósito de dar la más absoluta impresión de inmediatez”. Por medio del monólogo interior, y de la corriente de conciencia, los lectores-espeleólogos, descendemos al inconsciente del sujeto que habla y somos testigos de sus miedos y frustraciones. Estos no se explicitan, pues nos encontramos en un proceso psíquico pre-consciente (la influencia tanto del surrealismo literario como del psicolálisis son evidentes), pero pueden deducirse a través de los textos. Gracias al monólogo interior dicho sujeto se nos presenta como un antihéroe, como un hombre o una mujer modernos, perdidos, enfrentados a sus limitaciones. Esta técnica literaria tuvo tres grandes cultivadores en el siglo pasado: James Joyce (Ulises, 1922), Virginia Woolf (Las olas, 1931) y William Faulkner (El ruido y la furia, 1929). En España no tuvo demasiado predicamento hasta que lo incorporó a sus obras Elena Quiroga en los años cincuenta (La careta, La enferma, 1955), si bien su consagración llegó en la década siguiente de la mano de Luis Martín Santos (Tiempo de silencio, 1962; en donde Pedro, el protagonista de la obra, aconseja “Hay que leer el Ulises”), Juan Goytisolo (Señas de identidad, 1966) y Miguel Delibes (Cinco horas con Mario, 1966). ¿Por qué el triunfo ahora? En la narrativa española, a partir de la publicación en 1962 de Tiempo de silencio,  novela firmada por el escritor y psiquiatra Luis Martín Santos, se produce una enriquecedora renovación estética que pondrá fin al neorrealismo (objetivista o crítico) que triunfó en los años 50 con obras como El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (1955). Frente a la novela social, que daba prioridad al contenido con respecto a la técnica, y que no buscaba la belleza en las obras, sino la eficacia; la novela experimental (años 62-75) va a defender los valores estéticos de las composiciones, y el carácter artístico de la actividad novelística. Esta inversión de postulados hay que relacionarla con el nuevo contexto socio-político de la España y de la Europa de entonces, puesto que no es privativa de la narrativa, sino que afecta por igual al género dramático (recordemos el teatro pánico de Fernando Arrabal, cuyos ecos llegan a Madrid desde Francia a través de la revista Índice, despertando la rebeldía de los universitarios) y al género lírico (en concreto, tanto al “grupo poético del 60” –nomenclatura de Jambrina como a los novísimos Castellet). Las movilizaciones estudiantiles y el deseo de libertad tienen su reflejo en una literatura que prescinde de corsés estéticos, de camisas de fuerza ideológicas y que ensayan nuevas propuestas para acercarse al lector, cansado de proclamas y de eslóganes. 
Así, encontramos en muchos poemarios de los años 62-75 tanto el uso de la corriente de conciencia (caso de Blanco spirituals, de Félix Grande 1967 y de El cuerpo fragmentario, de Jenaro Talens 1973) como la aparición del doppel, del yo escindido, del monólogo dramático de una voz que se desdobla, de un sujeto que se interpela a sí mismo (Poemas póstumos, de Jaime Gil de Biedma 1968) o se contempla desde fuera (Libro de las alucinaciones, de José Hierro 1964). En mi segundo libro de poemas, Napalm (Premio Hiperión, 2001) retomo el motivo del doble en su versión romántica: el doppelgänger. Jung lo denomina “sombra”. Mario Praz lo relaciona con cuentos populares como el del hombre lobo. En tres de los poemas de mi libro (“Cíber-crimen”, “Napalm” y “Hácker”) no sólo se escinde la psique de la voz que enuncia, sino que emerge una segunda personalidad sociópata y violenta que había permanecido oculta, maniatada. El antecedente es claro: El Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. 
Allá por 1999-00, cuando escribía aquellos textos, no sólo estaba estudiando literatura romántica alemana en la facultad, sino que también asistí al estreno de El club de la lucha (dirigida por David Fincher), devoré la novela en que se inspiraba (de Chuck Palahniuk), así como leí con entusiasmo La muerte de Artemio Cruz (Carlos Fuentes), Rayuela y Las armas secretas (Julio Cortázar). De aquella convergencia de influencias (cine, novela, ensayo y cuento), unida a la coincidencia de mi último año de carrera con el fin del siglo y la enésima crisis económica del modelo capitalista, nacieron tres poemas existenciales, irónicos y oscuros. 
No sé si algún otro poeta español ha adaptado el doppelgänger a nuestra lírica (Unamuno lo aborda en su novela Abel Sánchez). Pero lo cierto es que dicho diálogo con la tradición romántica (Hoffman, Los elixires del diablo 1815), mezclada con la narrativa americana, no fue arbitrario. En literatura nada lo es. Aquellos tres poemas –y en realidad, el libro en su conjunto– fueron un síntoma de un cambio biográfico y de un cambio de época.