Ácido sulfúrico. Anagrama. 5ª ed. 2013. 166 páginas.
15´90. Trad. Sergi Pàmies.
En veinticuatro años, otras tantas novelas. Y eso que
dice que tiene muchas más en el cajón. Amélie Nothomb (1967) escribe a diario porque
vive el instante. No se enreda en la maraña de la duda, de las posibilidades
perdidas o del futuro incierto. Enfoca su energía hacia su ahora. Séneca ya advertía de que la mayoría de
los humanos no sabemos estar en el presente: “Nos quejamos mucho de la brevedad
del tiempo y, no obstante, tenemos mucho más del que sabemos aprovechar.
Pasamos nuestras vidas o bien sin hacer nada, o bien sin hacer nada con un
objetivo claro, o sin hacer nada de lo que deberíamos hacer”. La escritora
belga no sólo dispone de minutos, sino que, como un buen jugador de baloncesto,
saca lo mejor de sí para rentabilizarlos. Además, sus historias son buenas. Y
tienen consecuencias. Ácido sulfúrico (2005), que ya va por la quinta edición
en España (2013), se localiza en un violento reality show (Concentración, inspirado en los campos de
exterminio nazis) para denunciar la hipocresía de la sociedad que estamos
diseñando. Su dedo acusador nos señala a todos. El mundo se construye cada
amanecer. La responsabilidad de su proyecto, de sus planos, de su edificación y
de sus acabados es conjunta. La fuerza de Ácido sulfúrico radica en su mensaje de cambio. Amélie
Nothomb idea un
entretenimiento deleznable, televisado las 24 horas, bastante parecido al que
leemos en Los juegos del hambre (Suzanne Collins. 2008). Pero en su novela, la galería
por la que desciende la deshonra humana es aún más honda, pues los espectadores
deciden con su mando a distancia qué prisioneros mueren.
Amélie
Nothomb ha
escrito una nouvelle conceptual, sin concesiones a la descripción. Su obra se articula en
torno a los diálogos. No se desvía un paso de la trama. Ácido sulfúrico posee un estilo directo, magro,
musculoso. Los personajes, como pedía Ortega, se definen a sí mismos. Y lo
hacen a través de sus palabras y de sus actos. Sobresalen dos: los polos
antagónicos que se repelen y estructuran la obra. A saber: una guardiana del campo
(la kapo Zdena,
una veinteañera sin estudios ni empleo que pasa a convertirse en una nini armada) y una reclusa de la que
se enamora (Pannonique, una joven de extremada belleza y dignidad).
Aristóteles prescribía en su Poética “No es obra de un poeta el decir
lo que ha sucedido, sino qué podría suceder, y lo que resulta posible según lo
que es verosímil”. Nothomb o Collins –entre otras escritoras– nos alertan de que estamos
perdiendo valores en aras del espectáculo, de que somos inmunes al dolor de los
otros, de que el futuro –a este ritmo de destrucción de vínculos– puede ser muy
negro.
Ácido sulfúrico es una buena excusa para
subvertir ese orden.