domingo, 28 de septiembre de 2014

Sentido de la literatura. Rosa Montero


 
"Confieso que, durante muchos años, consideré que era una indecencia hacer un uso artístico del propio dolor. Deploré que Eric Clapton compusiera Tears in Heaven (Lágrimas en el Cielo), la canción dedicada a su hijo Conor, fallecido a los cuatro años de edad al caer de un piso 53 en Nueva York; y me incomodó que Isabel Allende publicara Paula, la novela autobiográfica sobre la muerte de su hija. Para mí era como si estuvieran de algún modo traficando con esos dolores que hubieran debido ser tan puros.. Pero luego, con el tiempo, he ido cambiando de opinión; de hecho he llegado a la conclusión de que en realidad es algo que hacemos todos: aunque en mis novelas yo huya con especial ahínco de lo autobiográfico, simbólicamente siempre me estoy lamiendo mis más profundas heridas. En el origen de la creatividad está el sufrimiento, el propio y el ajeno. El verdadero dolor es inefable, nos deja sordos y mudos, está más allá de toda descripción y todo consuelo. El verdadero dolor es una ballena demasiado grande para poder ser arponeada. Y sin embargo, y a pesar de ello, los escritores nos empeñamos en poner palabras en la nada. Arrojamos palabras como quien arroja piedrecitas a un pozo radiactivo hasta cegarlo.

Yo ahora sé que escribo para intentar otorgarle al Mal y al Dolor un sentido que en realidad sé que no tienen. Clapton y Allende utilizaron el único recurso que conocían para poder sobrellevar lo sucedido.

El arte es una herida hecha luz, decía Georges Braque. Necesitamos esa luz, no sólo los que escribimos o pintamos o componemos música, sino también los que leemos y vemos cuadros y escuchamos un concierto. Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable. Lo expresó muy bien Fernando Pessoa: “La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta.” No basta, no. Por eso estoy redactando este libro. Por eso lo estás leyendo."

La ridícula idea de no volver a verte. Rosa Montero. Barcelona, Seix Barral. 2013

lunes, 22 de septiembre de 2014

Extraños eones




Esta reseña ha sido publicada por Culturamas.


 
Extraños eones, Emilio Bueso. Valdemar. 2014. 20 euros.
 

Hay novelistas que al escribir asumen riesgos, cuyas obras se alejan de los caminos más trillados, que desconocen la existencia de raíles por los que transitan los demás, o que simplemente miran hacia otros horizontes cuando escriben sus libros. Novelistas-antorchas, descubridores de mundos; y no sólo porque alumbren lugares e historias que de otro modo se perderían, sino porque su estilo embauca, su manera de narrar es en sí una aventura, un continente aparte. Emilio Bueso forma parte de ese elenco de voces. Cada uno de sus libros abre una puerta a un misterio diferente, inédito, imposible de trasladar a las páginas si no fuese por él. Tiene el tono adecuado para llevarse a los lectores por hipnosis a la Transtaiga del Canadá, a un puerto de montaña pirenaico, a una eco-aldea autosuficiente de Castellón y al cementerio más poblado del mundo, El ´Arafa del Cairo. Emilio maneja los tiempos, es hábil fabricando armazones para sus novelas, pero sobre todo, es un encantador. De lectores. Por eso, año tras año, esperamos su nuevo libro dentro de un catálogo. A esto añadamos que los temas que aborda nos afectan a todos: la soledad, la pérdida, la supervivencia mental. De ahí que sus obras se localicen en carreteras desiertas ubicadas en bosques boreales, en ciudades abandonadas junto al reactor de Chernóbil o en desiertos africanos. Busca la escenografía más inaccesible y basta que permite La Tierra. Será que estamos solos y que somos pequeños. Y es que, en el fondo, Emilio es un romántico. Luego, además, se adentra en la espesura del terror y del miedo. Dos flancos desde los que atacar la actualidad que ocultan los telediarios, los peligros de la ingeniería genética o la miseria de cientos de miles de niños cairotas. Dos excusas para hablarnos de lo que verdad importa: la fragilidad de nuestras vidas. Tan frágil, tan expuesta a continuas amenazas (un mordisco mortal, el fin de los combustibles fósiles, un amor sin proyecto, padres sin vocación…) que los personajes de todos los libros de Emilio Bueso sucumben a las drogas para quitarse el polvo de una triste existencia. Heroína, porros, pegamento. Cualquier ayuda externa es bienvenida. Y otra marca de la casa: sus finales grandiosos, apoteósicos, que remarcan muy bien la soledad que los sigue después.

 
Extraños eones es quizás un libro menos lírico -de prosa más directa- que los anteriores, pero mantiene intacto el embrujo de las palabras. En esta ocasión, el libro se localiza en el mayor cementerio del mundo, habitado por muertos y por vivos que no constan en registro alguno, por niños invisibles cuya meta es malvivir un nuevo día. Una de estas pandas, liderada por un adolescente (Benipé), es la protagonista de la historia. Frente a ellos se despliegan las fuerzas del mal, en cuyas filas hay un escuadrón de polillas humanoides, un panteón nubio, una ciudad milenaria enterrada en la arena, un faraón negro y un dios antiguo. Se trata de una obra de aventuras, con mucho de denuncia social cairota, que sólo en el último tercio vira hacia el terror. A diferencia del resto de sus novelas, Emilio Bueso ensaya en Extraños eones dos nuevos registros: el humor (fantástica la conversación de David con el funcionario del cementerio local) y la ternura. Pruebas de que aún no ha encontrado techo como autor. Y somos nosotros, los lectores, quienes nos felicitamos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

La Guerra de Invierno, en la revista cultural Salitre

Foto: Ruth Guajardo

Os dejo la última reseña que, por el momento, se ha publicado sobre mi cuarto libro de poemas, La Guerra de Invierno (Hiperión, 2013. Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana).

Pinchad aquí. La firma Víctor Manuel Chanchís Amat.

domingo, 14 de septiembre de 2014

¿Novela o guión?


 
Es muy fácil asombrar al lector de novelas por la vía de lo extravagante. Lo verdaderamente difícil es emocionarlo.

También resulta sencillo mantener su atención gracias a la división del libro en actos. Pero ojo. No olvidemos que se trata de hacer literatura, no de realizar una escaleta. 

Hay novelas que parecen escritas con tiralíneas. De estructura perfecta. En ellas no faltan los enfrentamientos de emociones, los secretos, las revelaciones inesperadas, las intrigas o las amenazas. En la trastienda vemos pasajes de películas que han podido influir (guiones, sí, en lugar de otros libros). Obras en que la información se dosifica con ingenio. Provistas de diálogos hábiles (aunque llenos de tópicos). Pero que resultan demasiado esquemáticas. Hablo de novelas de poca narración, menos descripción y mucha dialéctica. En las que se echa en falta la ambientación, la plasticidad y la construcción interna de los personajes. Obras que piden mucho más desarrollo. Es verdad que su ritmo trepidante –ya sea por la colisión de caracteres o por la sucesión de aventuras– constituye un buen motivo para leerlas. Sin embargo, carecen de alma y de color. Libros escritos deprisa. Que pretenden que el lector tampoco respire. Páginas informativas que no implican al lector en la historia. Porque nadie se ha preocupado por meterlo dentro de ella, por pintarle ese mundo con palabras. Novelas de estilo directo, que pasan por alto la capacidad sugestiva de las imágenes, la magia de la evocación.
 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Divina



 
Divina. Inma Luna. Baile del Sol. 2014. 69 páginas. 12´48 euros.


No es fácil mantener una editorial en los tiempos que corren. Y resulta más complicado todavía cuando sus responsables publican títulos con criterios nada desdeñables, como la calidad, la renovación, la autenticidad o el cuestionamiento del mundo. La empresa cobra dimensiones heroicas cuando esos sellos tienen colecciones de poesía o sólo se alimentan de ella. Pero si algo hemos aprendido en milenios de evolución de especies, es que se adaptan mejor a las épocas de cambio los seres más versátiles y los más diminutos. Es verdad que a menudo son víctimas de la despiadada cadena trófica, pero han dejado atrás a grandes bestias que se las prometían muy felices.

Baile del Sol lleva editando libros veinte años. Son las hormigas del ecosistema literario nacional. Tienen un catálogo solvente. Recolectan autores y manuscritos con ilusión no exenta de paciencia. Rama a rama, han construido un hogar para los escritores y una despensa cultural para la comunidad lectora.

Ahora acaban de publicar el poemario Divina, de Inma Luna (1966). El libro se divide en tres partes. Todas suponen un ajuste de cuentas con el pasado. Y es que la voz que enuncia se despacha a gusto contra su internado de monjas y contra las hipocresías y las incomprensiones que vinieron más tarde.

En la primera parte los poemas se centran en los años transcurridos en un colegio religioso. Años de represión, de tedio, de negación del cuerpo, de amputación de todas las vivencias de la infancia. No hay espacio que evoquen las palabras (habitaciones, baños, aulas, confesionarios, patios de recreo) que no supure la muerte de la inocencia, de la curiosidad, del albedrío. Por eso los poemas –la mayoría– exportan un rencor acumulado bajo la piel que cubre los recuerdos. Los tonos que los lanzan al mundo pasan de la ironía al reproche, de la amargura a la ira en muchos poemas; mientras que en otros la voz que habla parece distanciarse y se limita a levantar acta de una tragedia (poemas-atestados). Es en los primeros donde la voz de Inma Luna alcanza notas más altas. Destacan los textos Los uniformes, Antigua loba, Los zapatos, El patio, Privadas, Las palabras y Prohibido jugar (que copio íntegro: “No me dejaban jugar con los chicos/ así que nunca supe/ cómo relacionarme con los hombres./ Mi matrimonio fue un fracaso/ que se gestó en la infancia” p. 37).



En la segunda parte (muy breve, apenas siete poemas) toma el relevo temático la iniciación al sexo.

En la tercera, el testigo encara la línea de meta recorriendo la recta del matrimonio. Sobresale un texto por su lirismo y su rotundidad: El ramo.

Pocas obras traspasan el ambiente encerrado de un colegio de monjas. Elena Quiroga lo hizo en la magnífica novela Escribo tu nombre (1965). Es una buena noticia que Inma Luna haya dedicado su libro a la visibilidad de una educación represiva, que sólo inflige taras. De lectura recomendable. Un libro diferente por lo novedoso de los asuntos que aborda. La edición incluye bellas ilustraciones de Loreto Rodera.