Foto de Samuel Sánchez
Hablemos de cosas pequeñas; es decir de cosas
importantes. Por ejemplo los gestos. Ese instante detenido en el tiempo, fugaz
como todos pero que permanece en la memoria. Lo que el cuerpo hace o dice en un
momento concreto, algo físico, material; siempre un hacer. Algunos gestos
perduran. No los olvidamos. Y no me refiero necesariamente a la imagen. No
hablo de ese pueril exhibicionismo ante la cámara propio de la era digital. El
gesto lo puede registrar una cámara, y en el siglo XX, siglo de la fotografía,
es lo más frecuente, o quedar fijado en las palabras de otros, en la escritura.
Pero el gesto que ahora me importa es aquel en el que algo importante se
afirma. El gesto vendría a ser ese “instante decisivo” que Cartier-Bresson
buscaba capturar con sus fotografías. El instante de la dignidad. El momento en
que un hombre, una mujer, se dicen con sólo un gesto. Y hablo de los gestos
sencillos, los que parecen fáciles, que están al alcance de cualquiera pero que
no se realizan. Hace falta tomar la decisión, arriesgar el cuerpo. No el gesto
grandilocuente, condenado de antemano por ser artificioso, premeditado. Este
otro no calcula, no pretende pasar a la historia o ni siquiera ser recordado;
se hace de la manera más natural y al hacerse, al dibujarse en el espacio, se
fija en el tiempo y es capaz de lo que no pretendía: condensar un estado de
ánimo colectivo, alimentar la esperanza de muchos. Se arriesga en el gesto.
Digamos algunos recientes. Por ejemplo un muchacho
obtiene la nota máxima en Selectividad en la Comunidad de Madrid, un 9,95 de
media, estudia en un Instituto, el IES Juan de la Cierva, y lo primero que hace
es enfundarse una camiseta verde con el lema Escuela pública para tod@s e improvisar con sus
compañeros y compañeras el escenario de su fiesta: una pancarta verde con el
mismo lema sobre un tablón de anuncios, unos globos verdes, y muchos de sus
amigas y amigos con camisetas, también, claro está, verdes. La sonrisa de
Anatolio Alonso, así se llama el estudiante, la mano derecha sujetando un ramo
de flores y la izquierda señalando la pancarta, vaqueros y camiseta verde,
piercing en una oreja, queda fijada en una fotografía. Esta foto, este gesto,
dice mucho. Es una multitudinaria marea verde, una rebelión alegre y
desafiante, una terca resistencia, un reconocerse en el espacio de lo común, lo
compartido, lo no negociable. Cuando uno recorría las grandes manifestaciones
de la marea verde o la marea blanca en Madrid o las convocadas por el 15 M era
eso lo que se sentía. Un orgullo de barrio, instituto o escuela, hospital o
centro de salud. Leer las pancartas con los nombres de los lugares de trabajo
que se iban sucediendo era reconocerse en esa historia, la nuestra, y descubrir
todo el trabajo común, los años de esfuerzo colectivo, que allí estaban. Se
afirmaban esas pequeñas identidades o, por utilizar palabras de Paul Ricoeur,
esos “lugares de reconocimiento” que nos configuran [...]
Foto de Álvaro García
¿Esto no es política? Afirmar la dignidad, decir
no o sí (pero decirlo en público, ante otros), dar la mano o no darla, festejar
o gritar de rabia, ponerse una camiseta y no otra, salir un día (y muchos más)
a la calle, ser uno más entre muchos pero ser uno (que es lo difícil y lo que
importa)… Es política. Lo es rescatar la ciudadanía, los espacios y tiempos
expropiados. Aunque los gestos sean pequeños, incluso pequeñitos. Estos gestos,
dicen, no cambiarán el mundo. Que se lo digan a Rosa Parks que el 1 de
diciembre de 1955, tal vez sólo por un cansancio infinito o por un no poder
resistir más la diaria humillación, se negó a ceder su asiento a una persona de
raza blanca en un autobús en Montgomery, Alabama. O a esos jóvenes que, al caer
la tarde, al terminar la manifestación, se sentaron en Sol (tal vez, de nuevo,
fue sólo cansancio) y luego decidieron no moverse de allí. O los que acamparon
en el parque de Gezi en Estambul.
En todo caso estos gestos alimentan nuestra
esperanza. No todo está perdido. Todo puede ser ganado cuando una mujer, un
hombre, dice con su cuerpo, con su gesto, la verdad que lleva dentro. La
certeza de que otro mundo es posible. Y que está a nuestro alcance. Por eso he
querido traer esta pequeña colección de gestos; para no olvidarlos, para que
nos acompañen en estos tiempos difíciles. Para sonreír cuando la desesperanza
amenace con paralizarnos. Sonreír ante la incredulidad de los poderosos, el
temor de los señores, el desconcierto de los privilegiados. Sonreír. Ya sabéis,
la sonrisa del fantasma.
(Artículo completo en Viento Sur. 2013)