sábado, 29 de diciembre de 2012

La buena novela


 
En el último año, El País ha venido publicando una serie de entrevistas a grandes editores, preocupados no ya sólo por el impacto de las nuevas tecnologías en el mundo del libro, sino por los derroteros literarios (temáticos, estéticos) que siguen las novelas que se escriben en la actualidad. Algunos de ellos lamentan el uso de patrones que garanticen un éxito de ventas, la uniformidad literaria, la copia de  un estilo (Sigrid Graus, Salamandra); otros tratan de equilibrar la publicación de libros “exigentes” con obras “comerciales” para sobrevivir en el negocio (Antoine Gallimard, Gallimard); los hay que buscan enseñanza en los textos, orientación ante la incertidumbre o el latido del pulso de una época (Michael Krüger, Hanser); a veces, esos editores apuestan abiertamente por la excelencia de los libros, sin considerar otros parámetros: “Creemos en la cantidad de lectores que quieren algo de calidad” (Stephen Page, Faber & Faber); y en ocasiones reivindican la imaginación como piedra angular de una novela. Todos ellos hacen frente a lo que Constantino Bértolo (Caballo de Troya) denomina “literatura pre-cocinada de alta, media o baja gama”. La crisis de la narrativa que se escribe hoy no tiene tanto que ver con el formato (libro/e-reader) o con el puesto de venta (librería/Amazon), como con la creatividad de los autores (Graus), más atentos a la demanda del mercado que a sus propios impulsos internos. Imaginemos ahora una librería cuya apuesta fuese vender en exclusividad novelas exquisitas, alejadas del vendaval de obras escritas con oficio que sólo ofrecen entretenimiento a sus lectores; novelas escritas con pasión, con ansia, con desgarro, en las antípodas del sentimentalismo fácil; novelas magníficamente escritas, provistas de mensaje, que huyen de a vulgaridad y de los lugares comunes. Esa es la librería que da nombre a La buena novela. 

Francesca Aldo-Valbelli e Iván Georg son dos libreros apasionados a los que el destino ha unido por casualidad. Su gran ambición es la apertura de una librería atípica, especializada en obras maestras, la mayoría, desconocidas para el gran público; lo que supone un riesgo, no tanto para la supervivencia del establecimiento, como para la suya propia. De la elaboración del fondo de la librería se encarga un comité. Se trata de ocho escritores cuyas identidades se ocultan para preservar su independencia. La buena novela, desde el mismo instante de su inauguración, se convierte en un éxito. La ausencia de best sellers es su marca distintiva. Su apuesta son los libros excepcionales, aunque no reporten cuantiosos ingresos. Y a este compromiso con sus propios valores ni siquiera renuncia cuando encaja sus primeros golpes. La envidia de autores y editores excluidos de la librería de moda en París toma cuerpo en artículos beligerantes publicados en la prensa nacional; sin embargo, con el paso del tiempo adquiere forma de tsunami homicida.

Escrita in medias res, con la descripción de las primeras agresiones a los miembros del comité, y con estructura de thriller, La buena novela encandila por su prosa elegante (mérito de la traductora, Isabel González-Gallarza), por la sabia elaboración del suspense y por su preciso conocimiento del mundillo literario, cuya trastienda muestra sin tapujos: una crítica literaria “perezosa” y “frívola”, que “solo conoce dos leyes: la pertenencia al clan y el amiguismo” (pág. 83); libreros miserables que despachan a los clientes en tres minutos y recomiendan títulos de oídas (p. 84); “editores industriales” que publican un 90% de libros insufribles para no perder su cuota de mercado (p. 142)…


Pero Laurence Cossé no se conforma con el sermón. Su libro constituye un emocionado homenaje a la literatura, arte placentero que enseña a los lectores a vivir. Y por eso, el amor y las relaciones familiares ocupan un lugar privilegiado en la novela. Detrás de cada personaje (escritor o librero) hay una historia que también es contada, pues son las experiencias personales las que empujan tanto al abismo de la escritura como al reto de la búsqueda y posterior defensa de las pequeñas joyas narrativas.

Los apasionados de la novela disfrutarán con esta obra.

Al contrario que el vino, un libro es bueno (o no) desde el mismo instante de su publicación. No mejora con los años. Otra cosa es que seamos capaces de descubrirlo en medio de la avalancha de obras que arrasa las librerías cada mes. Y La buena novela hace honor a su título. De lo contrario, no estaría escribiendo esta reseña.

sábado, 22 de diciembre de 2012

La voz de Federico

Gerardo Diego

El sábado pasado tuve el honor de participar en el homenaje que la Fundación Gerardo Diego y la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre prepararon para conmemorar el 25º aniversario de la muerte de Gerardo Diego. El emotivo acto tuvo lugar en la casa del poeta malagueño, en la antigua calle Velintonia 3, y estuvo presidido por Elena Diego y María Amaya Aleixandre (hija y sobrina, respectivamente, de cada poeta).

El poema que elegí para mi lectura fue "La voz de Federico", perteneciente al poemario Vuelta del peregrino (1951-1965). De todas las corrientes de su obra, es la existencial que escribió durante la última etapa de su vida la que considero más emocionante y honda. Al libro citado hay que añadir, dentro de lo que la crítica ha reunido bajo el membrete de Últimos poemas (1968-1983), el libro Cementerio civil, donde se encuentra uno de los mejores textos líricos de Gerardo Diego: "Revelación de Mozart".

Os dejo aquí el desgarrado poema que dedicó a su inolvidable amigo Federico García Lorca


 
                    La voz de Federico


Qué pena que el archivo de palabra española
no captase en su cera la voz única.
Cuando todos nosotros sus amigos testigos
terminemos de morirnos,
con nosotros el timbre inolvidable,
sus inflexiones se desvanecerán.
Desvanecer, tremendo destino de lo humano,
y esta vez sin siquiera el engaño piadoso
del habla en noria atada
que gira y gira y gira desgastándose.
Como esa luz de estrella
que estamos contemplando y ya no existe.

Tan sólo si pianillo
cascabelero, fresco, exacto, ritmo puro,
nos sonoriza la memoria suya.
Y, sí, yo le estoy viendo,
acercándose, todo luz, sonrisa
–triste sonrisa alegre, luz morena–.
Y le veo sentado
echando atrás por encima del hombro
–golpecito del dedo–
la ceniza del pitillo.

Pero es su voz, su voz la que me llega,
la que en mi oído vive,
su voz como encuevada, suavemente ronca,
de un pardo único,
y su recitación –música y gesto–
y sus ondeadas, íntimas carcajadas
–ejé, ejé, ejé–
celebrando sus anécdotas,
verdades milagrosas de lo increíble.
El día en que se invente, si se llega a inventar
la poesía de palabra-ruido,
la música concreta del idioma,
podremos remedar su voz y su metal oscuro.

Háblame, Federico. Tantas noches
sueño que no has muerto,
que escondido vivías y estamos en Granada,
una maravillosa Granada distinta, tuya y mía,
y otra vez o la misma somos jóvenes
y nos contamos cosas, proyectos, dichos, versos.
Y tu voz suena y eres tú, gracias a ella.
¿Quién, ni en mundo de sueños podría falsificarla?
Tu voz que me habla siempre, que me llama,
tu voz, sí, tu voz llamando,
tu voz clamando…

 Federico García Lorca

                                                                                                                            Gerardo Diego 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Moravia


Hoy, por fin, publica La tormenta en un vaso mi reseña de Moravia, segunda novela del escritor argentino Marcelo Luján (El Aleph Editores, colección Página Negra).

sábado, 15 de diciembre de 2012

Gritos verticales

  

Pocos autores hay que vean el mundo desde la mirada inocente de un niño, sorprendida, preñada de interrogantes, iluminada por las expectativas que la realidad despliega ante esos ojos inquietos, entregados como ofrendas a todo resplandor; y, que a la vez, escruten el orbe desde la mirada desgastada, frustrada de un adulto a quien la vida, en parte, ha decepcionado. Lorenzo Silva es uno de ellos. Lo fue Gloria Fuertes. Y Gracia Iglesias se suma a la pequeña nómina de escritores ambidiestros, capaces de abrir con idéntico pulso firme las puertas de la infancia y de la madurez.

Muchos lectores conocen su obra infantil, compuesta por los libros Mono Lolo, El mundo de Casimiro. Memorias de un saltamontes, El tren de los ronquidos, Los meagrada y Huevos y patatas. En ellos encontramos un inquebrantable espíritu de superación de los miedos e inseguridades que amenazan nuestros primeros pasos. Su fin es tallar hermosos seres humanos que crezcan sin complejos o que gocen de las cosas menudas.

¡Qué distinto son sus poemarios!

La luz cede paso a la noche, el día a las tinieblas.

En su creación lírica Gracia Iglesias nos muestra su cara oculta. Lejos quedan los pinceles bañados en colores. Sus textos son oscuros como entrañas.

Sospecho que soy humo, Aunque cubras mi cuerpo de cerezas, Distintos métodos para hacer elefantes y Gritos verticales son dardos que hieren el cuerpo de las propias creencias. La desmitificación de los valores en los que el Hombre suele depositar su fe derrumba las certezas, deshoja la flor que da sentido a cuanto contemplamos. 

Y el libro que mejor horada el suelo debajo de los pies es el último, que destaca por la plasticidad y crudeza de sus imágenes. Los poemas "Son las ardillas muertas y no las golondrinas", "Mis zapatos mojados", "Se ha curvado el perfil de la ciudad" y “Con ese abrigo viejo y esas botas” destacan dentro del volumen. Qué versos más rotundos. Se pueden masticar sus palabras. Nos sacuden por dentro con el vacío que sugieren. Pero es tan bello el temblor, que no importa sentir su sacudida.

Gritos verticales enfría la existencia como una noche de lluvia en pleno invierno. Su autora mira hacia el exterior de sí misma proyectando en la naturaleza su desgarro interno. El bestiario del libro está compuesto por animales (ardillas, gatos, pájaros…) que simbolizan la destrucción. El paraje helado que describe nos habla de un lugar inhóspito. El sujeto lírico del libro respira bajo la amenaza de la geografía circundante, así, el bosque de hielo y la ciudad parada, anclada, impiden el desarrollo completo de su personalidad. En consecuencia, el yo pierde su identidad y se desvanece por el sumidero “de las alcantarillas”.

Ni el hábitat ni el amor sirven de refugio a la voz que enuncia. Ambos se han convertido en una barra de hielo, fría y resbaladiza. La soledad se ve reflejada en el silencio del paisaje, así como en el monólogo dirigido a un destinatario a menudo ausente.

La protagonista de Gritos verticales nos revela una poética aplicable a todos los poemarios de su autora: escribe con rabia. La angustia emerge del fondo de sí misma, como un géiser, y luego guía sus dedos sobre la superficie del papel.




Esa misma pasión es la que pone Gracia en todos sus proyectos: ya sean performances, libros, cuenta-cuentos o la dirección del centro cultural Oropéndola, donde se multiplica por enriquecer la vida literaria y musical de Guadalajara.

Hoy más que nunca son necesarias personas como ella, vehementes, entusiastas, que realicen transfusiones de energía para descongelar los músculos que pretenden inutilizarnos.

Sus libros migran de espacios cálidos a regiones heladas, lo mismo que las aves. En esa alternancia de mundos, de miradas, de motivos y tonos, reside la grandeza de su vuelo. Sigan su trayectoria.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Stoner



Mi reseña de Stoner, del escritor norteamericano John E. Williams (sargento del ejército de los EEUU desplegado en Birmania e India, profesor de literatura en las universidades de Misuri y Denver), hoy en Culturamas y en La tormenta en un vaso.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Un minuto de retraso sobre lo real



Hoy publica Culturamas mi reseña del volumen Un minuto de retraso sobre lo real, del poeta libanés Abbas Beydoun, encarcelado por tropas de asalto israelíes durante la Guerra del Líbano (1982).