viernes, 25 de febrero de 2022

Actos marzo 2022

 Madrid

* 5 de marzo. Participo en un recital conjunto contra la invasión rusa de Ucrania. Plaza Luca de Tena. 17:00.


Guadix (Granada):


* 11 de marzo. Doy una conferencia sobre mi obra poética en el IES "Pedro Antonio de Alarcón". Programa del MEC "Encuentros con autor".


Alcalá de Henares (Madrid):

* 31 de marzo. Presento el libro de poemas No, de Francisco José Martínez Morán (Pre-Textos, 2021). Librería Diógenes.18:00.




miércoles, 16 de febrero de 2022

Presento el ensayo Silenciadas

 


El próximo miércoles 23 de febrero presento el ensayo Silenciadas. Represión de la homosexualidad en el franquismo, de la investigadora y profesora de Historia Estefanía Sanz Romero. El evento tendrá lugar en la librería Berkana, y comenzará a las 19:00.




lunes, 14 de febrero de 2022

Peachtree City

 

Peachtree City, Mario Obrero. Madrid: Visor. XXXIII “Premio Loewe a la Creación Joven”. 2021. 78 pp.

 

 

En el libro de relatos El círculo de Jericó, editado por Nova, César Mallorquí reflexiona sobre la importancia que tienen los viajes en los escritores. Nada mejor que la sensación de extrañamiento que uno experimenta fuera de su contexto para encontrar ideas diferentes, para experimentar con las formas, para conocernos mejor o para completar con una pieza nueva el mapa de nuestras experiencias. Cuando pasamos un tiempo fuera del hogar no sólo recorremos una geografía, sino que nos desplazamos hacia dentro. Esa inédita percepción tanto del mundo como de nosotros, descarga una corriente en los poetas, los electrifica, los pone del revés. Los poemas son postales del alma, girones de realidad atravesados por el rayo del desconcierto. Así nacieron Diario de un poeta recién casado, de JRJ (1916) y Poeta en Nueva York, de Federico (1931). Ambos autores pusieron rumbo a América y se trajeron un mundo en la mirada. Ambos regresaron distintos, transformados. Y su estética se vio modificada en igual medida. El primero de ellos comenzó su etapa “intelectual”, atravesada por un simbolismo propio, hermético. El segundo experimentó la solidaridad hacia los desfavorecidos, y afiló su lenguaje en la piedra de la corriente surrealista. La Historia de nuestra lírica cambió gracias a ellos. Los dos abrieron caminos por los que aún transitamos.

 

Mario García Obrero (Getafe, 2003) se dio a conocer en 2018 ganando el premio de poesía joven “Félix Grande” con el libro Carpintería de armónicos. Al año, publicó: Ese ruido ya pájaro. Fue entonces cuando embarcó en un Boeing 767 con destino a Atlanta. Tenía 15 años. Aquellos meses de estancia cuajaron en un ramo de poemas, a cada cual más imaginativo, torrencial e irónico. Lo tituló Peachtree City, y con él obtuvo en 2020 —con apenas 17 años— el XXXIII “Pemio Loewe de Poesía a la Creación Joven”. 

 

Obrero observa la realidad estadounidense de dos modos distintos. Por un lado, a través de la lente prejuiciosa de quien ha leído libros y ha visto películas norteamericanas. No faltan, pues, las alusiones típicas al rugby, a las armas, a la comida basura o a la bandera nacional. A propósito de esta perspectiva, resulta interesante el ejercicio de sinceridad que realiza un poeta abrumado por el peso de la historia:

 

“es difícil vivir en un río nombrado por todos los poetas” (p.35)

 

Por otro lado, Obrero analiza el mundo a través de su propia experiencia. De modo que, más allá de esas alusiones culturales que satisfacen nuestras expectativas, el joven getafense —ebrio de estímulos— nos muestra la riqueza del entorno que ve, fijándose en la fauna, la flora, el mestizaje étnico o las contradiciones de un país (“que huele a gofre y a gasolina”).

 

 

Este ahondamiento en la idiosincrasia de los EEUU tiene una repercusión en clave interna. El sujeto que enuncia también se reconoce diferente a como se esperaba. El viaje lo transforma. Le revela perfiles cuya existencia ignoraba antes de partir (“escribo con palabras desconocidas que salen de mi boca”). Él mismo se descubre un misterio, y no faltan los poemas en los que trata —en vano— de averiguarse:

 

“escribo cuidadosamente mi nombre cada medianoche

lo pronuncio hasta que parece una lanza de sílex

entonces lo cojo y lo lanzo contra el espejo”.

 

Y es que la construcción de la identidad es uno de los temas angulares del libro. El andamiaje afirma al adolescente en la otrodedad (“Mi alma tiene nuevas hogueras donde voces innumerables queman sus malvaviscos”) y rompe la barrera de los géneros (“me encuentro y hablo a esa yo”).

 

Además de estos poemas ontológicos que se interrogan sobre la verdad del mundo, los prejuicios, los esterotipos o las expectativas, encontramos en Peachtree City otros poemas de calado social. Mario Obrero no pierde la ocasión de criticar la débil democracia de una confederación de estados que no garantiza la sanidad pública, pero sí permite el uso y tenencia de armas.

 

El poeta getafense no oculta sus deudas con Federico, al que cita. Comparte tanto su espíritu de protesta como su lirismo. No es el único poeta vanguardista del que bebe También ha probado el elixir de Aleixandre (de hecho, toma prestada una imagen creacionista de Pasión de la Tierra: su “mar de cáscaras de pera” es un guiño al “mar de cáscaras de naranja” del malagueño), y hasta suena algún eco de Huidobro (“silencio colgando de una estrella muerta”).

 

Peachtree City es un poemario-relámpago, lleno de destellos y de reminiscencias, que alumbra un gran porvenir a su joven autor, que eclipsa la parapoesía que se sigue publicando, que detona en los oídos y anuncia en el cielo de la contemplación un potente imaginario.

 


 


lunes, 7 de febrero de 2022

Cómo guardar ceniza en el pecho

 

 Cómo guardar ceniza en el pecho, Miren Agur Meabe. Traducido por ella. Premio Nacional de Poesía. Barteby. 2021. 210 páginas.

 

 

 

¿Qué nos atrae poderosamente de nuestros clásicos? Cuando leo al Arcipreste de Hita, a san Juan de la Cruz o a Federico García Lorca me fascina la pirotecnia de sus imágenes, el rico mosaico de tradiciones que convergen en sus textos, su irreverencia para combinar texturas a su antojo sin importar su origen, sino los efectos que producen en la comunidad lectora. Son eclécticos, hacen malabares con todo lo que encuentran: mezclando en el mortero ingredientes de la alta y baja cultura, lo popular y lo filosófico, lo grave y lo ligero. Rojas, Cervantes o Góngora eran exploradores de caminos estéticos. Esa misma actitud desprejuiciada, subversiva e indagadora la encontramos en el último premio Nacional de Poesía, concedido al libro Cómo guardar ceniza en el pecho, de la autora vasca Miren Agur Meabe (Bartleby, 2021).

 

El poemario aborda distintos motivos temáticos, que van desde el recuerdo de la infancia, a la reflexión metalírica o a la denuncia de la civilización occidental. En uno de los poemas finales, “Un gin tonic en Miramar con la señora Atwood”, el sujeto que enuncia enumera los asuntos sobre los que escribir: memoria, genealogía, violencias desamor, muerte y el enigma de la poesía. Debicki (1977) señalaba que los verdaderos autores exponen en sus libros los andamios y materiales con los que construyen sus obras, para a continuación hablar de ellos. Meabe explicita sus preocupaciones, e incluso especifica sus preferencias de estilo:

 

El del gentil árbol que se multiplica en sus ramas y hojas.

El del charco turbio donde flotan la lata y la rata. (p. 190)

 

Lo sublime y lo escatológico. Lo bello y lo macabro. La dualidad recorre el poemario. Para disfrutar su lectura es necesario saber antes que la travesía se verá zarandeada por las olas, que no es monocorde, sino variable; de ahí su dificultad, pero también su atractivo. ¿Cómo iba a ser uniforme si trata de integrar las complejidades de la existencia, el pulso que mantienen vida y muerte, la “abundancia y la carencia”? En el mejor poema del libro, “Naturaleza muerta” (p. 194-197), encontramos las claves para su cabal comprensión.

 

“El equilibrio es un ideal huidizo e inexplicable” (p. 199), confiesa la autora. Cómo guardar ceniza en el pecho indica en qué consiste nuestra fragilidad, tanto individual como colectiva. Y lo hace recurriendo a la heterogeneidad de registros y tonos. Así, Meabe mete en su coctelera redacciones infantiles con rimas en eco (“Día de escuela”), parodias del Padre Nuestro (“Oración” elogiosa dedicada a Mary Blair, pintora de desnudos; si Meabe hubiese nacido en el siglo XVI a estas alturas ya se le habría abierto un proceso inquisitorial por blasfemias; hoy despertará la inquina entre los votantes de VOX), epitafios (“Un epitafio al estilo de Dorothy Parker”), epístolas (“Los encajes de Lucy”, “Cinco cartas sobre los dolores del parto”), los movimientos de un partitura (“La muerte y la doncella”, cuarteto de cuerda nº 14 de Franz Schubert), elegías (“Elegía para dos Milias”), una carta de presentación (“Je suis, ni naiz”), un manual de instrucciones (“Instrucciones para andar en la ciudad”), una colección de haikus (“Canción de cuna”), baladas (“Balada polisexual”), inscripciones (“Inscripción oculta bajo la tapa de la caja”), libretos (“Enésimo sueño antes del olvido”), un libro de horas (“Delirio”), una crónica (“Crónica” de un amor acabado en el contexto general de una pandemia que va segando vidas y generando ausencias), una canción de Queen (“El pájaro del Rock)…

 

¿Y qué une todas estas piezas, aparentemente desligadas unas de otras? Antes comentaba que ponían el foco en la fragilidad humana. Ahora recalco que tienen en común su carácter crítico. Tampoco falta su reivindicación de una genealogía artística femenina. Son muchas la autoras que Meabe visibiliza en sus textos (poetas, novelistas, pintoras, fotógrafas, cineastas); aquí sigue la estela de Juana Inés de la Cruz, otra gran defensora del legado intelectual y artístico femenino. 

 

Juan Cano Ballesta (1972) insistía en que los buenos escritores son conscientes de su responsabilidad social, y ponen sus obras al servicio del compromiso civil. Miren Agur Meabe trasciende sus circunstancias personales (que también tienen cabida en el libro, sobre todo en las secciones Un álbum y Esa puerta, centradas en la infancia y en el desamor) para construir un poemario total, que pretende transformar la convivencia. 

 

Para ello, la autora vasca no duda en recurrir a las alusiones culturales. A menudo son citas de títulos; en otras ocasiones, refencias a autoras; y a veces actualiza mitos clásicos (Casandra) o utiliza a personajes de ficción con valor simbólico (la teniente Ripley).

 

Cómo guardar la ceniza en el pecho es un libro variado en lo temático, en lo estético y en lo compositivo; polisémico, dada su naturaleza híbrida. Su lectura aventa la ceniza interior, esa de la que una renace en forma de Ave Fénix.

 

 

 

martes, 1 de febrero de 2022

Pulso solar

 


Pulso solar, Diego Vaya. Accésit del premio de poesía “Jaime Gil de Biedma”. 2021.

 


 

La pandemia ha puesto sobre el tapete el viejo tópico romano del memento mori. Nuestra sociedad llevaba decenios enmarcando la muerte y la enfermedad en las pantallas de cine, como si los virus fuesen creación de guionistas, y no un remedio del planeta para mantener a raya la natalidad de nuestra especie. La Covid 19 ha recordado a los grandes poderes empresariales que somos finitos, que existen la vejez y el dolor, que la acumulación de posesiones no frena el avance de los coronavirus, que ninguno está salvo de engrosar esa lista en la que aparecen nueve millones de nombres con su pasado a cuestas.

 

Somos frágiles. Los videojuegos nos hacen soñar con que disponemos de un número inagotables de vidas, pero nada más lejos de la realidad. La industria del entretenimiento nos ha convertido en héroes capaces de cualquier proeza, menos la de mirar dentro de nosotros para saber quiénes somos y hacia dónde vamos. Valientes ignorantes.

 

Pero no todo el mundo se ha derramado hacia fuera. El poeta Diego Vaya ha ingresado en las filas de Visor con un hondo poemario de corte existencial. De tono meditativo y espíritu elegiaco, Pulso solar avanza en equilibrio entre dos polos: el amor hacia el hijo (símbolo del futuro) y el amor a la madre (símbolo de la pérdida). La voz que enuncia se sabe un naipe efímero, un eslabón en una cadena de muertes. Pero no por ello sucumbe a la desesperanza. La conciencia del fin le da una perspectiva celebratoria desde la que contemplar el mundo. Así, la degustación de una fruta compartida con el hijo, el aprendizaje de la lecto-escritura suponen hitos en la vida de un padre anclado a su presente, al goce del instante (“yo no quiero que esto acabe”). No obstante, este carpe diem carece de jovialidad. La alegría es serena. La vida tiene un plazo, y la asunción de ese límite tiñe de melancolía los placeres domésticos: “Pero no volveremos. Y no puedo/ entender que aquí acabe tanto amor” p. 17).

 

Pulso solar conmueve por su intimismo. Fácilmente dejamos que nuestras emociones se deslicen por un tobogán común.

 

La felicidad da paso a la tristeza en la segunda parte del poemario, dedicado a la madre (“qué sueño de agua rota/ nos separó por siempre” p. 27). Pero así como el hijo es la esperanza, el sujeto que enuncia se debe a la memoria de los predecesores, cuyas llamas aún perviven en él: “Y tal vez esto sea amar la vida:/ hacer que quienes amo perpetuen su viaje/ dentro de mí: regresas”.

 

De estilo claro, sin complejos alardes retóticos,  no faltan en el libro alusiones cultas a Francisco de Quevedo y a Pedro Calderón de la Barca:

 

“…y cuando al fin mi vida se termine

quiero seguir quemándome en tu boca

hasta ser, aire en aire, respiración o voz

de un fuego que jamás se apagará” (p. 21)     

 

“…donde no pueda nunca saber si estoy despierto

o si hay algo real” (p. 40)

 

Y es que en la cuarta sección de Pulso solar se encuentran los textos más extremecedores, aquellos que interrogan sobre el sentido de la existencia, aquellos que destilan “el dolor y el miedo” ante lo inexorable, aquellos que nos hablan de que estamos de paso.

 

En apenas 20 poemas que suman 458 versos Diego Vaya ha concentrado la esencia de su lírica. No es necesario más. Con sus versos rotundos, hermosamente cincelados, el poeta hispalense se ha alzado con un accésit del premio “Jaime Gil de Biedma”.  Una buena forma de permanecer y de que la vida no se olvide de ti.