Haikus de guerra. Trad. de Seiko Ota y Elena Gallego. Hiperión. 211 páginas. 2016. 17 euros.
En su prólogo al libro Haikus de guerra Elena Gallego recuerda a los
escritores que han encarnado el ideal cortesano del militar diestro en las
armas y en las letras, para enfatizar la relación entre el género lírico y el
motivo militar. Reconociendo esa simbiosis, yo creo que la relevancia de Haikus
de guerra descansa
en otra parte. Me explico. Si bien es verdad que Garcilaso o Cervantes son
prototipos del caballero perfecto –según el ideario renacentista–, también lo
es que ninguno de nuestros poetas-soldados de los siglos XV a XVIII escribió
poemas sobre su experiencia en combate. La guerra servía de escenario para la
elaboración de poemas cancioneriles, simbólicos, de tema amoroso (“Castillo de
amor” y “Escala de amor”, de Jorge Manrique), de poemas mitológicos que
sustentaran valores en auge (erasmistas, en el caso de “La contienta de Áyax
Telamonio y Ulises sobre las armas de Aquiles”, de Hernando de Acuña), o para
la composición de poemas de circunstancias (como el elogio a Carlos V: “Al rey,
nuestro señor”, también de Acuña). Pero ningún poeta convirtió su vivencia
personal de una batalla en motivo temático. ¿Cuántos versos dedicó a la milicia
Garcilaso de la Vega, maestre de campo del emperador, tras la campaña de Rodas
o Navarra? ¿Y José Cadalso, coronel del ejército, tras la guerra contra
Portugal? Tendremos que esperar a Miguel Hernández, que no fue soldado de
carrera, sino por obligación (combatió en Buitrago, Majadahonda o Teruel con el
Quinto Regimiento), para leer poemas bélicos que relaten la vida en las
trincheras (“Rosario, dinamitera”). Y habrá que esperar a Luis Cernuda (que
luchó en Guadarrama, alistado al Batallón Alpino) para leer versos rotundos
sobre el impacto de la guerra en la biografía de un autor (“Un español habla de
su tierra”, o “El ruiseñor sobre la piedra”). De ahí la importancia de esta
colección de haikus, muchos de ellos fueron compuestos por militares que volcaron en sus
versos su experiencia
del frente o de la retaguardia.
Seiko Ota, por su parte, abre con su introducción dos
debates: ¿puede un autor evocar el dolor, el desasosiego, la angustia de la
guerra, pese a no haber entrado nunca en combate? Si miramos a nuestra propia
tradición literaria, veremos que algunos de los mejores poemas de tema bélico
fueron escritos por religiosos, como la “Oda a la profecía del Tajo”, del
fraile agustino Luis de León; o la canción en honor de la Gran Armada “Levanta,
España, su famosa diestra”, firmada por el racionero de la catedral de Córdoba,
Luis de Góngora. (El primero con la intención de dialogar con la lírica de Horacio, del que imita su "Oda a Nereo"; el segundo con el propósito de congraciarse con el obispo de Córdoba, tras ser amonestado por sus superiores.)
El segundo debate es el siguiente, y nos interpela a los
escritores y artistas de hoy: ¿debemos mantenernos al margen de los conflictos,
evitando poner nuestra obra al servicio de una causa, sorteando la denuncia del
impacto de las distintas crisis que vivimos sobre la sociedad? Seiko Ota expone
la controversia que enfrentó a los haijines que componían haikus tradicionales (inspirados en la
naturaleza, evocadores de sentimientos a través de la simbología de cada
estación), y los haijines del movimiento “contracorriente”, que durante la Segunda
Guerra Mundial innovaron en sus composiciones con la introducción de motivos
marciales. Dentro de este grupo también hubo disputas que dividieron a los
poetas-soldados (muchos de ellos kamikazes) de los poetas que se inspiraron
en libros de contenido bélico.
Kazuo Ishiguro, en una novela maravillosa, Un artista
del mundo flotante, relata
también la encrucijada de los artistas, pintores en este caso, durante la Gran
Guerra. Así, dice Ono (el protagonista, un pintor implicado) a su sensei (maestro
modernista): “siento que debo pasar a otras cosas. Pienso que en tiempos como
los que corren, los artistas deben aprender a valorar otras cosas más tangibles
y dejar a un lado placeres que desaparecen con la luz del día”. Ono representa
al creador que anima a la batalla con sus cuadros, que persigue un fin
patriótico, en lugar de consagrar su obra a la belleza.
En Haikus de guerra también encontramos haijines que con sus versos tratan de
alentar a civiles y soldados: “Otoño del país./La fuerza ilimitada/sí que
existe”, de Kyoshi; “Los de arriba y los de abajo,/jóvenes y viejos de corazón
unidos,/primavera del país”, de Getto. Los hay que son pequeñas joyas, por su gran plasticidad:
“Avión patrulla,/amaneciendo con la luna/sobre el cerezo”, de Suiha. Algunos muestran
el arrojo de su autor, como éste, escrito por un sargento tokkootai
(comando
suicida) de 21 años: “Para deshojarse/florecerá, precipitado/el cerezo joven”.
Con todo, los mejores haikus de la colección son aquellos que muestran la desolación
del frente (“Batalla ganada,/entre tanto silencio/está nevando”, de Fura), el
dolor por la pérdida
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Taneda Santooka |
(“Al pie del monte/en un sitio templado,/aquí te
entierro”, de Santoooka), el vacío de la espera (“Noche de nieve./Pronto los
centinelas/se vuelven blancos”, de Sumio), el alivio de la supervivencia
(“Oscura la noche fría,/acabada la batalla,/conservo la vida”, de Sosei), el
contraste entre el paisaje y la acción que se desarrolla en él (“Campo de trigo
verde./A contraluz/un tanque viene”, de Soojoo) o el miedo (“Sin poder dormir/una
hoguera nocturna/rodeamos”, de Sosei).
Se echa en falta en el prólogo la investigación sobre el
resultado de la guerra (derrota del eje Alemania-Italia-Japón) y su posible
influjo en los haijines nacionalistas. En su novela, Ishiguro sí aborda este interesantísimo
asunto, el de los pintores que trataton por todos los medios de ocultar su
pasado belicista, avergonzados de sus sueños juveniles. ¿Ocurrió los mismo con
los escritores de haikus?
Cierra su prólogo Elena Gallego con un interesante recorrido
por las distintas formas de censura que padecieron los haijines que se opusieron a la guerra o
que pusieron sus versos al servicio de la denuncia social, a través de una
estética de corte realista.
El libro se presenta en una bella edición, como todas las
de Hiperión. Ofrece el texto en japonés, su transcripción fonética al español y
su traducción. Un haiku por página. Son pocos los textos acompañados de nota. Igual habría
estado bien que todos la tuvieran. Por ejemplo, se nos dice que Soojoo compuso
los siete poemas seleccionados para este libro tras la lectura de Trigo y
soldados, de
Ashihei, ¿nos habría sido útil que las editoras hubiesen escrito algún
comentario sobre la relación de cada haiku con el pasaje inspirador? Por otro lado, la nota
de la página 107 se repite en la 122, que claramente sobra (con remitir a la
lectura de la anterior habría bastado). También se repite el haiku de la página 145 en la 146.
Haikus de guerra es un libro muy
recomendable. Sobre todo para los amantes de la cultura nipona. Rompe tópicos
literarios. Ya lo escribía Hegel en Lecciones sobre la estética: en tiempos de guerra la poesía
se vuelve épica. Además, muestra cómo la mirada de los haijines era capaz de apreciar la
hermosura incluso en medio de la devastación (“La batalla:/ante mí, va el
deslumbramiento/de la mariposa”, de Kakio). Los textos sobrecogen y emocionan.
A veces lo más pequeño hiere hasta lo más profundo.