En unos días hará un año que gané el “Premio
Internacional de Poesía Miguel Hernández”. Hasta la fecha he publicado cuatro
libros de poemas, un número suficiente como para reflexionar un poco sobre
ellos. Más ahora, que el quinto está en camino. No quiero, sin embargo,
realizar un estudio pormenorizado de ellos. Sólo pretendo recoger algunas
notas, leves apuntes. Dicen que el peor crítico de un libro es su autor, pero a
mí me parece que cuando dicho autor tiene una conciencia muy clara de su obra,
de sus deudas, de su estética y de sus objetivos, está plenamente capacitado
para arrojar una pequeña luz sobre sus criaturas. Basta con leer el epistolario
y las conferencias de Federico García Lorca o las lúcidas reflexiones de Luis
Cernuda y Vicente
Aleixandre a
propósito de sus libros para testimoniarlo. Si retrocedemos a los Siglos de Oro
encontraremos también valiosos análisis metaliterarios de poetas como Juan
del Encina, Juan
Boscán (quién no
recuerda su famosa carta-prólogo dirigida a la Duquesa de Soma donde explica su
renovación lírica de raigambre italianizante con objeto de regenerar el
desgaste que sufrían los géneros líricos castellanos), el Brocense, Juan de la Cruz, Luis de Góngora, Lope de Vega, Juan de Jáuregui o Francisco de Córdoba.
En alguna entrevista he hablado, por encima, del diálogo
de mis libros con la tradición poética española, y ha habido autores (Ángel
Luján, Elena
Medel) que han resaltado esa digestión de la lírica previa. Cada
poemario, pues, se mide con un movimiento artístico –no siempre peninsular– o
mezcla en un mismo caudal tributos procedentes de distintos veneros.
Construyéndome en ti (1997). La obra gira entorno al
erotismo. Otros temas secundarios son: la toma de conciencia de la propia
sexualidad, el paso de la infancia a la juventud y el desafío a las
convenciones sociales. La estética surrealista o simbólica sirven como cauce de
expresión de motivos renacentistas (locus amoenus, amor sensual, placer, hedonismo)
y medievales (desdén de la amada). Junto al verso libre y la prosa poética
encontramos sonetos endecasílabos y alejandrinos. Dividido en tres partes,
todas comparten un mismo título (“Agente del deseo”, tomado de Miguel
Hernández), a
imitación de la estructura de Sobre los ángeles (Rafael Alberti); símbolo de la importancia del
asunto erótico. No obstante, hay un desarrollo argumental: búsqueda interior,
insatisfacción amorosa y consecución del deseo. La voz que enuncia se construye
y se afirma en su sexualidad.
Banzay
(Fragmento)
He liberado al fuego que me forma,
a la luz de un corazón en celo,
con el deliberado propósito de que alguien me abrace.
Me he adueñado de mí.
Y te busco.
Un cuerpo
“¿A
dónde huir, entonces?”
Ángel González
Tumbada entre las flores, las amapolas muerden
los restos de ternura que me quedan.
Habibi
Se me cuaja la sangre cuando veo
la rosa de tus labios encrespada;
y es mi sangre un helado de granada,
y es tu rosa mi más firme deseo.
Me derrites con ese bamboleo
de leche con espuma desbordada;
y por beberla avanzo entusiasmada
como el polen directa a su apogeo.
Pero la timidez irreductible
que por costumbre sale de tu boca
el corazón me deja disgustado.
Y al no poder librarme de esa roca
una punta de acero, inamovible,
se clava como un pez en mi costado.