Apunta Demetrio Estébanez Calderón que la crítica literaria
angloamericana acuña el término The point of view para referirse al ángulo, el punto de fuga, desde el
que se sitúa la voz que enuncia para relatarnos una historia o transmitirnos
una idea. Ortega y Gasset, por su parte, en su ensayo El tema de
nuestro tiempo emplea la nomenclatura perspectiva
para aludir a las condiciones individuales
de percepción de la realidad, partiendo de las coordenadas yo-aquí-ahora.
El filósofo, influido por la teoría de la relatividad,
esboza un mosaico de verdades relativas, de cuya suma resultada la verdad completa. Aunque el concepto perspectivismo, por tanto, es de invención contemporánea, lo cierto
es que su uso como técnica literaria se remonta a la Antigüedad. Pensemos en
las Heroidas, de Ovidio, donde el
poeta romano, a través de varias epístolas, cede la voz a las mujeres
despechadas por sus amantes. Esta
inversión de la perspectiva amorosa tradicional –de enfoque masculino– tendrá
su eco en la voz de la poeta mexicana Juana Inés de la Cruz, quien –en sus
famosos sonetos de casuística afectiva– dará la palabra a amadas y amantes para que justifiquen y expliquen
tanto sus sentimientos como sus acciones. Otro, sin embargo, es el género
literario donde la técnica del perspectivismo es consustancial: el diálogo.
Originario de la literatura grecorromana (recordemos las obras de Platón y
Cicerón), gozó de éxito en la Edad Media (bajo el formato de debate o disputa, caso del texto Razón de amor) y se convirtió en el vehículo, por excelencia, de
difusión de ideas en el Renacimiento. Son muchos los diálogos de estructura
polémica donde dos interlocutores enfrentan sus visiones del mundo a propósito
de un tema determinado (Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, de Alfonso de Valdés). Pero también los hay que
presentan una conversación familiar entre varios personajes individualizados,
donde cada uno aporta un punto de vista, así como muestra su desacuerdo y
discute las opiniones de los demás (Diálogos familiares, de Juan de Pineda). Hablamos de obras de influencia
erasmista que abordan cuestiones religiosas o morales. El perspectivismo
literario, por otra parte, no sólo afecta al ideario de cada personaje, sino a
su expresión lingüística. Cervantes fue un maestro en ambos casos, y prueba es El
Quijote. En el siglo XVIII, esta técnica se
desarrolla, fundamentalmente, en el teatro. Ahora bien, la obra que mejor
representa la observación de la realidad desde distintas ópticas la firma José
Cadalso: Cartas marruecas. La
técnica del perspectivismo le sirve para varios propósitos: dar una apariencia
de objetividad a su escrito, ofrecer una lectura amena, reflejar sus propias
contradiciones, y permir al lector que escoja la verdad que más le cuadre con
su propio criterio. La literatura del siglo XX no se entiende, como comentaba
al principio, sin la huella de la teoría de la relatividad en los escritores.
Desde el Lorca de La casa de Bernarda Alba (que enfrenta los principios de libertad y
autoridad), al Gabriel García Márquez que desordena su Crónica de una
muerte anunciada para relatarnos un crimen
desde varios puntos de mira y con una cronología dislocada. No existen las
verdades absolutas. Henry James, en el prólogo a Retrato de una dama,
utilizaba las metáforas de la casa y sus
ventanas para referirse a las perspectivas desde las que observar un tema.