Luciana, Pilar Tena. Tres hermanas. Madrid. 2018. 244 páginas.
Hay libros cuya belleza nos acompaña para siempre, que leemos
una vez y se quedan con nosotros para toda la vida, relámpagos que nos hacen
retumbar por dentro e iluminan esas zonas oscuras que da miedo mirar. Otros
cumplen la noble misión de recordarnos motivos y temas que debemos tener en
nuestra agenda moral, obras bien escritas cuyo mérito consiste en mantener viva
la llama de la ética, para que no se extinga. A esta especie pertenece la última
novela de la periodista y escritora Pilar Tena, de quien ya reseñé un libro de
relatos realmente bueno, innovador, crítico, que reproduce a la perfección la
mímesis conversacional y que recoge las congojas de distintos tipos sociales
golpeados por la reciente crisis económica : Contratiempos (Salto de Página, 2014). En Luciana (Tres Hermanas, 2018) Pilar Tena recurre a la
narración multiselectiva para dar cuerpo a su historia, de manera que recompone
el puzzle de los acontecimientos a través de las miradas de varios personajes
separados en el espacio-tiempo. Esta técnica pretende avivar el interés del
lector por seguir una trama que conocemos, porque ya se ha contado muchas
veces: la del matrimonio acomodado, bien avenido, que se desintegra por las infidelidades
de él y la paciencia estoica de su esposa. No obstante, no acaba de funcionar.
El nuevo ingrediente que aporta Tena a esta trama trillada es el protagonismo
de la sirvienta, Luciana, cuya vida se dilata hasta desplazar hacia los
márgenes a la pareja principal (un profesor universitario español instalado en
Dublín y su mujer, una meticulosa traductora con quien tiene cuatro hijos). Su
existencia no ya sólo merecía el premio del título de la novela, sino más
extensión. Se pasa por su biografía de puntillas. Se nos dan los suficientes
datos como para jutistificarla, pero no para quererla. Demanda a gritos tiempo
para el análisis pormenorizado de sus crisis familiares, sexuales, económicas,
afectivas, maternas… pero apenas se han juntado las piezas que permiten hacerla
funcionar, que no existir. Pasa lo mismo con el profesor Lago y con Olga. No
conocemos nada de sus dudas, de sus remordimientos, de sus complejos, de sus
sentimientos de culpa, de sus ansias, más allá de los meramente necesarios para
que la novela avance. En mi opinión, Luciana tiene un gran argumento que debería haber tenido
mucho más desarrollo. Los episodios relatados desde la perspectiva de Felipe
(hijo primogénito de los Lago) y Kate (hija de Luciana, entregada en adopción
al poco de nacer) también son funcionales. Sirven a la acción, pero no al
estudio de la reconstrucción de los personajes. Una lástima, porque sus puntos
de vista, además, habrían coloreado zonas en sombra de la sirvienta. Aquí Tena
deja morir a su protagonista, porque todos la olvidan. Ni Felipe ahonda dentro
de sí para rescatar esos recuerdos únicos de quien fuera el ojo derecho de la
criada durante años, ni Kate se atreve a conocer la tierra de su madre para
buscarse en ella. Entonces, tanta lucha por conocer sus orígenes, por descubrir
el manantial oculto de su sangre, para qué. Lejos estamos de la necesidad
existencial de Hortense (la protagonista de la película de Secretos
y mentiras, de Mike
Leigh. 1996) por conocer a su madre
biológica en busca de un pasado en que reconocerse, que responda a sus dudas o
ensanche su visión de sí misma. Kate recorre medio mundo para renunciar,
finalmente, al reencuentro materno, simbolizado en el viaje a España, a tierras
de Logroño. Este final a mí no me convence.
Así y todo, la novela afronta un
asunto que sigue siendo actual medio siglo después: la denuncia de Tena del
negocio de la compra-venta de bebés en la Irlanda de los años 60 -con el
beneplácito de la Iglesia Católica- podemos relacionarla con el lucrativo
tráfico de recién nacidos hoy en día en países como Malasia. Además, Luciana
nos muestra algunos de los grandes avances
que las mujeres hemos logrado en las sociedades de Occidente: la liberación
sexual, la maternidad en solitario o la independencia económica. Añadamos a
esto el atractivo del oficio de la protagonista: una criada, la niñera que
cuida de los vástagos del matrimonio Lago, un tipo social escaso en la
narrativa del siglo XXI, y que tiene por obra emblemática al thriller Canción
dulce, de Leila
Slimani (Cabaret Voltaire. 2017). Pese a
las objeciones referidas más arriba, el último libro de Pilar Tena es grato de
leer, posee voluntad crítica, una estructura amena, así como describe muy bien
el contexto socio-cultural español e irlandés de la Europa de postguerra.