Antología. Juana Inés de la Cruz

viernes, 29 de agosto de 2014

Ácido sulfúrico



 
Ácido sulfúrico. Anagrama. 5ª ed. 2013. 166 páginas. 15´90. Trad. Sergi Pàmies.


En veinticuatro años, otras tantas novelas. Y eso que dice que tiene muchas más en el cajón. Amélie Nothomb (1967) escribe a diario porque vive el instante. No se enreda en la maraña de la duda, de las posibilidades perdidas o del futuro incierto. Enfoca su energía hacia su ahora. Séneca ya advertía de que la mayoría de los humanos no sabemos estar en el presente: “Nos quejamos mucho de la brevedad del tiempo y, no obstante, tenemos mucho más del que sabemos aprovechar. Pasamos nuestras vidas o bien sin hacer nada, o bien sin hacer nada con un objetivo claro, o sin hacer nada de lo que deberíamos hacer”. La escritora belga no sólo dispone de minutos, sino que, como un buen jugador de baloncesto, saca lo mejor de sí para rentabilizarlos. Además, sus historias son buenas. Y tienen consecuencias. Ácido sulfúrico (2005), que ya va por la quinta edición en España (2013), se localiza en un violento reality show (Concentración, inspirado en los campos de exterminio nazis) para denunciar la hipocresía de la sociedad que estamos diseñando. Su dedo acusador nos señala a todos. El mundo se construye cada amanecer. La responsabilidad de su proyecto, de sus planos, de su edificación y de sus acabados es conjunta. La fuerza de Ácido sulfúrico radica en su mensaje de cambio. Amélie Nothomb idea un entretenimiento deleznable, televisado las 24 horas, bastante parecido al que leemos en Los juegos del hambre (Suzanne Collins. 2008). Pero en su novela, la galería por la que desciende la deshonra humana es aún más honda, pues los espectadores deciden con su mando a distancia qué prisioneros mueren.

 

Amélie Nothomb ha escrito una nouvelle conceptual, sin concesiones a la descripción. Su obra se articula en torno a los diálogos. No se desvía un paso de la trama. Ácido sulfúrico posee un estilo directo, magro, musculoso. Los personajes, como pedía Ortega, se definen a sí mismos. Y lo hacen a través de sus palabras y de sus actos. Sobresalen dos: los polos antagónicos que se repelen y estructuran la obra. A saber: una guardiana del campo (la kapo Zdena, una veinteañera sin estudios ni empleo que pasa a convertirse en una nini armada) y una reclusa de la que se enamora (Pannonique, una joven de extremada belleza y dignidad).

Aristóteles prescribía en su Poética “No es obra de un poeta el decir lo que ha sucedido, sino qué podría suceder, y lo que resulta posible según lo que es verosímil”. Nothomb o Collins –entre otras escritoras– nos alertan de que estamos perdiendo valores en aras del espectáculo, de que somos inmunes al dolor de los otros, de que el futuro –a este ritmo de destrucción de vínculos– puede ser muy negro. 

Ácido sulfúrico es una buena excusa para subvertir ese orden.  


domingo, 24 de agosto de 2014

Intento de escapada



 

Anagrama. 2013. 248 páginas. 16´90 euros.

¿Qué entendemos por Arte? ¿Cuáles son sus límites? En los tiempos que corren es la mirada del receptor la que otorga o retira el rango artístico a los objetos. Ninguno es, de entrada, estético. Nosotros le conferimos ese valor. Los objetos instrumentales, por ejemplo, pueden tener un uso artístico cuando suspendemos su interpretación usual y los identificamos con una categoría estética. Su belleza nace de la muerte de su utilidad. Así las cosas, ¿podría considerarse una “obra magistral” una caja, un contenedor en medio de una sala de exposiciones? ¿Y si encerrase en su interior a una persona? ¿Y si se tratara de un inmigrante sin papeles? Miguel Ángel Hernández aborda estos asuntos en su ópera prima Intento de escapada. En la novela, un estudiante de Bellas Artes se convierte en colaborador de un polémico y afamado artista, Jacobo Montes. Para éste, lo verdaderamente importante de una instalación es la potencia de su significado simbólico, de sus metáforas. Más allá de la realización física, lo relevante descansa en la idea que sustenta la obra, en su mensaje político y en su dimensión poética. El joven Marcos comparte este ideario, hasta el punto de no ver necesaria la ejecución de un proyecto, basta con sentir la experiencia que lo acompaña, porque al final el resultado frustra un poco. No obstante este punto de intercesión, según avanza el libro las posturas toman distancia. Y las preguntas cada vez irrumpen con mayor frecuencia. ¿Puede el Arte cambiar la vida o sólo la repite? ¿Puede un artista saltarse las normas éticas y morales de que nos hemos provisto para crear su producto estético, o ha de estar sometido a las reglas de todos?

Lo atractivo de Intento de escapada es la confrontación ideológica. El debate se sustenta sobre la descripción de videos, fotografías e instalaciones. La crudeza de estas imágenes apela a los lectores para que se interroguen a sí mismos acerca de su visión del Arte.

El punto débil de la novela radica, precisamente, en su ejecución. El yo-protagonista (Marcos) que asume la narración de los hechos es demasiado inocente y manipulable, de manera que no nos lo creemos. Jacobo Montes, pese a sus posibilidades, es un personaje desdibujado. Un sujeto ausente. Quizá si la novela se hubiese escrito en tercera persona, y hubiésemos tenido acceso a su interioridad, no sólo se habría ganado el estatus de personaje redondo, sino que nos habría alumbrado a los neófitos sobre los motivos, dudas y desgarros íntimos que empujan a un artista a lo más alto de la indecencia humana (ya sea por sus planteamientos teóricos o por sus ejecuciones prácticas).




Pese a ello, merece la pena dedicar un par de tardes al libro. Remueve las conciencias. Critica el Arte contemporáneo. Aborda el tema de la emigración irregular sin subterfugios que enmascaren su dureza. Sobrecoge. Impacta.

Para lectores con mucho aguante.   

sábado, 16 de agosto de 2014

La leyenda de la isla sin voz



 

La leyenda de la isla sin voz, Vanessa Montfort. Plaza & Janés. 432 páginas. 18´90 euros. 2014.

 
¿Cómo se le ocurriría a Charles Dickens la historia que nutre su Cuento de Navidad? Vanessa Montfort arma su nueva novela, La leyenda de la isla sin voz, para esbozar una hipótesis plausible. No obstante, más que una novela, el libro –pese a sus 400 páginas– se asemeja a un cuento, por el tratamiento de la trama. Montfort, como el Kaurismaki de Le Havre, aborda asuntos espinosos (el maltrato a la gente sin recursos, el racismo, la explotación del débil, la marginación, la exclusión social) desdeñando el realismo al uso. ¿La razón? Porque ambos autores confían en el sentimiento de comunidad, en la transformación colectiva del entorno. De ahí que la escritora realice una cruda denuncia de los efectos del capitalismo –proyectados sobre la crisis de1837 y las sucesivas hasta hoy– sin caer en la –tan de moda– violencia gratuita. Donde otros autores se habrían regodeado con escenas morbosas y hubieran salpicado los párrafos de sangre, Montfort insinúa la vejación para centrarse en el tema que centra el libro: la solidaridad humana.

La leyenda de la isla sin voz nos remonta al Nueva York de 1842 y 1867, y en concreto, a la isla-penal-asilo-correccional-manicomio de Blackwell, a donde la autoridades desterraban a sus excedentes civiles: “Blackwell era el resultado de cómo una población en crisis, asustada por el hambre, deprimida y paralizada se dejaba hacer, de cómo el gobierno de una sociedad empobrecida gestionaba sus recursos sobrantes” p. 229. Hasta allí se dirige Charles Dickens tras recibir una inquietante carta que rogaba su ayuda. Si bien es cierto que Vanessa Montfort retrasa hasta la mitad del libro el descubrimiento de la misión que Dickens va a emprender en la isla (en una interminable presentación de personajes que quizás podría haber sido algo más corta), una vez se pone en marcha el engranaje, el libro atrapa tanto por los imprevistos meandros del guión, como por el optimismo que desprende.

Junto al afamado escritor, la coprotagonista del libro es la enfermera Anne Radcliffe, verdadero bastión de la lucha por la libertad y dignidad humanas. De sus labios salen las proclamas más entusiastas de la obra (“Yo lucho, precisamente, porque creo que la libertad puede conquistarse” p. 347). Montfort se retrotrae al siglo XIX para hablarnos también del siglo XXI. Critica un sistema económico que infarta cada década. Ya lo escribe Riechmann: no hay salida a la crisis dentro del capitalismo. El científico Antonio Turiel alerta de que la crisis no acabará nunca. La leyenda de la isla sin voz parece confirmar ambas premisas, pero a la vez, combate el pesimismo. La unión de la ciudadanía (en el caso de la novela, de un grupo formado por un niño inválido –Tim–, un gigante negro –Tom–, una prostituta –Darcy–, una enajenada por amor –Lili–, un hombrecito albino –Ratón–, un irlandés desarraigado –McCarthy–, un antiguo cochero atormentado por un homicidio imprudente –Marley–, una indígena maya entrada en años –Florita– y una anciana que cree ser marquesa –Ada–) y la cooperación por un objetivo común otorgan esperanza, confieren albedrío y encienden la chispa de la felicidad. Con estos mimbres, el miedo se destierra y las circunstancias adversas pueden cambiarse.

 
Quien necesite un baño de realidad e idealismo para sobrevivir al calor sofocante de la crisis, no debe desaprovechar las playas de esta interesante isla sin voz. Saldrá de las 400 páginas con miles de gotas de optimismo y coraje refrescando la potencia de su voluntad. 

martes, 12 de agosto de 2014

Argos



                                                   
                        A mi gata, Argos
                                   
                                          
  Ha pasado ya un año desde el día
  en que te recogimos de la calle
  para darte un hogar. Ahora eres miembro
  de esta alegre familia. La ternura
  que siento cuando subes a mi mesa
  de estudio y te recuestas sobre pilas
  de apuntes y de libros por quedarte
  a mi lado, no puedo describirla.
  Cuánto has crecido en todos estos meses.
  Lo noto en que te cuesta desplazarte
  de la impresora al flexo, de las obras
  del siglo XVI hasta la esquina
  opuesta, en donde tienes la toalla
  que te suelo poner para que duermas
  un poco más mullida; ésa que ignoras
  por sentir en la piel el tacto suave
  de unos folios escritos con un amor tan grande
  como es este que sabes que te tengo.

(Poema de mi libro Apátrida. Hiperión. 2005)

             

jueves, 7 de agosto de 2014

La trabajadora



La Tormenta en un Vaso publica mi reseña del tercer libro de Elvira Navarro (Huelva, 1978), publicado recientemente por Penguin Random House: La trabajadora.

El enlace, aquí.