Tuve el honor de conocer a Elena Buixaderas en 2008. Aquel año viajé por primera vez a Praga. Invitada por el Instituto Cervantes, di un recital el 10 de abril, coincidiendo con la Semana Cultural checa. Recuerdo que Blanca Fernández, una amiga común y lectora de español en la universidad, me comentó que me presentaría una poeta que vivía allí desde hacía muchos años. Quién nos iba a decir que aquel sería el comienzo de una relación que ha superado la distancia del tiempo y del espacio.
La segunda vez que nos vimos fue en junio de 2013. Con la excusa de la publicación de mi poemario La Guerra de invierno (Hiperión, Premio Internacional Miguel Hernández-Comunidad Valenciana), repetí experiencia en el Cervantes, en esta ocasión, en el marco de los encuentros literarios que dirige Elena: "Luces de Bohemia". La verdad es que pasamos unos días maravillosos, llenos de complicidades, en los que me hizo de Cicerone (como Blanca un lustro antes) por las callejuelas y cafés de la ciudad.
Como no hay dos sin tres, he regresado a Praga este año. Esta vez con mis hijos y mi esposa. Merendamos en el célebre Café Cubista de los años 20, no lejos del Teatro de los Estados, donde Mozart estrenó Don Giovanni en 1787. En fin, fue una tarde de reencuentros, presentaciones, puestas al día... que se hizo muy corta. Pero que me valió para tasar mi cariño y admiración hacia una mujer todoterreno: física de profesión, poeta, traductora (ha publicado en Vaso roto, recientemente, una antología de poetas checos) y gestora cultural.
Como dice ella, la próxima cita, en breve.
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