Me encantan los contrastes. Por eso adoro Praga y siempre vuelvo. Los seres humanos somos como esas arquitecturas que se concentran en la ciudad, unas junto a otras: radiantes y sombríos, abiertos y misteriosos, esperanzados y temerosos, volcados hacia afuera con todo el boato y muy metidos dentro de nosotros. Los edificios parecen metáforas de la complejidad de nuestras almas. No en diacronía, no. En sincronía. Praga nos recuerda que somos ambiguos, y que en esa dualidad reside también nuestra mayor riqueza. Reconociendo las sombras que nos habitan podemos aspirar a la luz; y no permitiendo que las luces nos cieguen, tenemos la oportunidad de ser humildes y de descender hasta nuestros abismos para poder nombrarlos. Supongo que ese péndulo es el que define mi obra.
Antología. Juana Inés de la Cruz
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