Subversión y heterodoxia
Llega un momento en la vida de todo poeta en el que necesitamos ponernos en un mapa, no tanto físico –que también– como temporal. Buscamos ubicarnos en un plano moral, reconocer las deudas y agradecer los valores heredados. Pero no sólo eso. La mina del compás que somos traza un círculo completo alrededor de un eje. Así nos proyectamos del pasado al futuro, siguiendo un orden cronológico. Y, por supuesto, anclamos con fuerza nuestra aguja de acero en el presente.
Materia se articula en tres partes. Las dos primeras, “Ríos subterráneos” e “Iceberg”, remiten, respectivamente, a los estados líquido y sólido. Son metáforas del devenir y de la inmutabilidad. Y, curiosamente, ambas se refieren a la esfera de lo oculto.
Que la familia fluya hasta nosotros está relacionado con la biología, pero también con las ideas y con un posicionamiento ante el mundo. Desde luego, Yolanda ha cogido el testigo de su abuela en su actitud desafiante frente las convenciones (“Modas Lolita Rivas”):
Qué poco valemos nosotras para ser mandadas, abuela […]
Quríamos marcar el ritmo del pedal con nuestras piernas,
cubrir la niebla de brocados,
trazar a mano alzada nuestro propio patrón.
El presente, por su parte, está constituido por elementos permanentes, compactos y estables. En esas coordinadas del yo, aquí, ahora encontramos poemas al hermano, a la madre, a las amigas, al hogar, al cuerpo y a un antiguo amor. Yolanda Castaño hace un guiño a Parménides a propósito de la negación del cambio. Así, recuerda el nudo de complicidades que la une a su hermano, pese al paso del tiempo:
Alberto, la gente no lo dice, pero en el fondo
aman los grilletes, nosotros en cambio
queríamos nadar, sacudir el tiempo, queríamos erigir
nuestra propia disciplina.
Incluso el amor se resiste a su extinción. Las llamas aún calientan. El fuego todavía arde, si bien su intensidad es otra. Me refiero al hermoso y emotivo poema “El viento no rompió”. El amor poesee unas propiedades que pueden cambiar con el transcurso de los años, en tanto que son accidentales:
lloramos por todo cuanto hemos perdido la manos las rodillas pegadas la loza humeante de la lealtad jardines la lumbre de las palabras emulsionar juntas la disidencia…
Sin embargo, la esencia de ese amor es inalterable:
El viento no rompió lo caminado yo siempre voy a sentirme unida a ti.
La última sección del libro remite al estado gaseoso: “Nube o el peso de la ingrávida”. Como adelantaba, se centra en el futuro. Los poemas reflexionan sobre la maternidad. Y aquí sí se vislumbra el temor a que los hijos modifiquen la consistencia del mundo real. La sombra de Heráclito se extiende de modo sutil. Quien ansiaba nadar por un vasto océano sin límites ve en la descendencia un obstáculo a su liberdad. Así leemos en los poemas “Plomo” y “Ortodoxia”, respectivamente:
Los niños son
cemento.
Un niño es una piedra.
Debido a la crianza de los vástagos, la vida –sin remedio– entraría en crisis, se transformaría, mutaría en otra cosa para la que el sujeto que enuncia no está preparado (ni tiene porqué estarlo). Recordemos que los gases tienden a ocupar siempre todo el espacio disponible que se les deje, lo mismo que los hijos. De ahí la renuncia de la autora a ser madre, que explicita en un poema conmovedor: “No llegaré a”.
Nunca detendrás mi viaje […]
No me sorberás el tiempo.
Así y todo, la nostalgia por la experiencia descartada queda patente en los versos más extremecedores de todo el poemario:
Ya nunca sabré […]
Qué significaría amarte.
Esta última sección, por tanto, es polisémica. El estado gaseoso puede referirse, o bien a la condición volátil de quien suelta un lastre existencial con su rechazo de los deberes y obligaciones de la crianza; o bien a esos niños que, como el gas en el aire, se acaban adueñando de la vida de sus progenitores (lo que tiene asociadas continuas deflagraciones, pues las fricciones entre madres, padres e hijos generan chispas).
Por lo que respecta a la estética del libro, Yolanda Castaño incluye una variante con respecto a las anteriores entregas. Junto a la disidencia verbal (largos poemas en versículos, omisión de signos de puntuación, símbolos herméticos, textos en prosa…) leemos poemas que combinan la vanguardia con la métrica y los recursos formales de la lírica tradicional (no en vano, encontramos canciones compuestas por cuartetas y coplas, así como un amplio abanico de figuras de repetición: paralelismos, anáforas, versos bimembres…).
La subversión de la forma está realacionada con la heterodoxia del fondo. Yolanda Castaño reivindica en Materia una opción antipatriarcal (la renuncia a la maternidad); así como varias actitudes antinormativas: el desafío a las convenciones sociales de postguerra en la España franquista y la rebelión contra toda forma de imposición externa (simbolizada en las “bridas”, esas riendas contra las que luchan las “bravas e indomables” amigas, quienes:
Se hicieron un día con sus propios estribos).
Es decir, frente a los “grilletes”, las “bridas” y los “patrones” que tratan de imponer su presión anajenadora a la voz que habla, a su hermano, a sus amigas y a su abuela; Yolanda Castaño reivindica la “disidencia”, la “independencia”, el “escándalo” y la “emancipación” como formas apetecibles de proyecto vital.
Materia acaba de obtener el Premio de la Crítica al mejor libro de poesía escrito en lengua gallega. Desde aquí felicito a Yolanda por su estremecedor poemario.
Esta reseña fue publicada en la revista Turia,
número 149-150. Páginas 485-487. 2024
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