Panza de burro, Andrea Abreu. Editorial Barret. 2020. 172 pp.
Un libro puede proponer una aventura existencial y puede invitarnos a realizar un viaje lingüístico. Estamos acostumbrados a que este último recaiga en la responsabilidad de los poetas, esos distorsoniadores de las estructuras, esos artificieros que hacemos explotar las convenciones formales y semánticas. ¿Pero qué pasa cuando una poeta se interna en el género narrativo con su ópera prima? Pues puede pasar que se ponga a hacer cabriolas con la sintaxis o malabares con las palabras; puede pasar que abra a codazos una brecha novedosa en nuestra narrativa actual. Son los casos de Irene Solá, Bibiana Candia y de la autora que nos ocupa hoy: Andrea Abreu.
Panza de burro nos propone un viaje por la mente de una púber canaria oriunda del norte de Tenerife, de la zona rural. La edad de la protagonista, su procedencia geográfica y su origen social determinan el lenguaje de la obra, narrada por ella. Fruto de este cóctel encontramos en las páginas del libro un uso coloquial de la lengua (vulgarismos, onomatopeyas, síncopas, apócopes—variante diafásica), un léxico canario —variante diatópica— y el empleo de una jerga juvenil —variante diastrática—. A esto añadamos que la joven protagonista se encuentra en pleno proceso de efervescencia hormonal, lo que justifica la incontinencia verbal de la voz narradora, cuyo torrente discurre con tanta fuerza que desdibuja los párrafos y no reconoce los límites de las oraciones.
Pero Panza de burro no es sólo eso. Esta novela corta nos relata la historia del aprendizaje común que emprenden dos amigas preadolescentes. Nos narra su despertar compartido al instinto erótico, así como a los sinsabores de la existencia (la orfandad, el tedio, la falta de cariño materno, los prejuicios sexistas, la homofobia). Pero, sobre todo, nos cuenta el rito de paso que emprende su protagonista, su desengaño amoroso, su progresiva toma de conciencia de una realidad demasiado hiriente.
Antes de proseguir, despejemos la incógnita de lo que significa el título. “Panza de burro” hace alusión al cielo grisáceo. Tiene, por tanto, un valor simbólico. Doble en este caso. Por un lado, expresa el sentimiento de tristeza que asola a las dos niñas. Por otro, connota el odio que experimenta la protagonista cuando su mundo afectivo-sentimental comienza a fracturarse en el último tercio de la obra.
Y están tristes, ¿por qué? Isora, la amiga sublimada, es huérfana. Vive con una abuela a la que odia. Padece de bulimia. No le gusta su cuerpo. Pese a todo, está llena de anhelos. También de frustraciones. La narradora y protagonista, por su parte, sólo se siente triste al separarse de la niña que ama, pues:
“si algo yo sabía era que Isora y yo estábamos hechas como están hechas las cosas que nacen para vivir y morir juntas” (P. 60)
Bajo la panza de burro se incuba una tristeza y se gesta un cambio. Las púberes padecen una crisis transformativa que se traduce en un ansia sexual. Encerradas en la crisálida oscura de su infancia, hayan en el deseo una liberación de las restricciones externas y un modo de calmar la sed de sus anhelos. Ambas amigas construyen una relación cómplice e íntima, entregándose a una masturbación diaria que viven a la vez y en el mismo lugar, pero por separado, sin tocarse. Cada una es testigo del orgasmo que disfruta la otra.
Su amistad entra en crisis a partir del momento en que la protagonista constata que Isora (pese a sus besos y abrazos ocasionales) es en realidad heterosexual. A partir del instante en que comprueba su interés por la anatomía masculina su mundo se fractura; y a partir del instante en que escucha sus risas y gritos en el bosque en donde se ha adentrado con un chico, se rompe para siempre. Los celos y la frustración de sus expectativas amorosas transforman, de súbito, su amor en odio. Y es que comprende que para Isora ella no constituye la meta de su deseo, sino una parada, una estación de paso. Lo peor, con todo, es la rabia que siente hacia sí misma por intentar complacer a su amiga, cediendo su cuerpo a otro muchacho. Lo que la convierte en alguien que no es.
El desenlace de la novela es liberador para la protagonista. Isora era un espejo en cuyo azogue vivía encerrada. Constituía su modelo. Ella la imitaba para retenerla al lado. La rotura del cristal le permite conquistarse a sí misma. Recuperar el control de su albedrío. Simboliza este cambio la bajada a la playa y el relumbre del sol, elementos opuestos a las cuestas y el cielo tormentoso de su pueblo (de su pasado), situado en la montaña.
Panza de burro es una novela trágica. Todos sus personajes han nacido para ser infelices. El único respiro entre tanta desgracia son las últimas veinte líneas de la obra. Su promesa de futuro. Por eso, quizás, nos emociona tanto. Porque compadecemos a sus protagonistas y necesitamos confiar en el cambio.
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