De conjuros y ofrendas, Ángela Álvarez Saez. Polibea. Madrid. Prólogo de
Marta Fuentes. 114 páginas. 2015.
Ángela Álvarez Saez (1981) lleva
doce años publicando libros de poemas y ganando premios meritorios. Allá por el
curso 2005-2006 fue becaria de creación de la Fundación Antonio Gala. Unos
meses más tarde ganaba el Antonio Carvajal y publicaba en Hiperión su primera
obra: La torre de las tortugas, a la que
siguieron los títulos Metales en la voz (Premio Gran Hotel Canaria, Vitruvio, 2006), Las versiones
del tigre (Vitruvio, 2007), De
conjuros y ofrendas (Polibea, 2015), La
columna rota (Huerga y Fierro, 2016), La
estación de las Moras (Premio Carmen Conde,
Torremozas, 2017), El libro de la nieve (Premio María del Villar, 2017. En imprenta) y La casa salvaje (Premio
Internacional León Felipe, 2018. En imprenta). Su obra se construye sobre un bosque
de símbolos. Es muy visual, muy plástica. La voz que enuncia en De
conjuros y ofrendas se aparta del
egocentrismo romántico para eregirse en portavoz de quienes acometen el paso
del rito. No falta la escenografía tribal (tambores, aborígenes,
fuego), el bestiario amenazante (lobos,
minotauros, tigres), ni el fin del
sacrificio (“Aprendimos a doblegar el miedo”, “a través de un sendero de
arterias transparentes/ llegamos a la entrada de nuestra identidad”). La poesía
comunica una experiencia de autodescubrimiento que nos atañe a todos. El sujeto
que habla dice: “Descubrirse en la extrañeza de la propia voz”. Su viaje es
simultáneo a la escritura. Como explicaba José Ángel Valente, el
texto es un “conocimiento haciéndose”, una revelación que tiene lugar en la
propia exploración del verbo. En ese sondear en la noche, Ángela se adentra en
los enigmas del mundo y de su propia concepción: “Tal vez en el libro
sagrado…haya un misterio áspero”, que trata de resolver por medio de la
palabra, mediante conjuros, ofrendas, oraciones, escenas de caza o bailes chamánicos que brotan del inconsciente. Dámaso
Alonso, a propósito de Otero, comentaba: “Toda poesía es religiosa”,
en la medida en que “se vierte hacia las grandes incógnitas que fustigan el corazón
del hombre”. La joven poeta madrileña refrenda esta tesis con su poemario: “He
regresado a la ciudad desconocida, esperando encontrar/ una respuesta”.
Dejo por aquí un par de poemas
que dan buena cuenta de la pulsión del libro. Una autora a seguir.
Tormenta
En el sueño aparece un palacio
antiguo
con pasillos interminables,
hileras de libros en habitaciones
blancas.
Un reloj mide mis pasos
sobre las losas de piedra,
ahuyentando todas las mentiras.
Al fondo,
una pared de cristal que da al
interior de uno mismo.
O tal vez un bosque. Un paseo de
estatuas.
Tal vez
el incio de la nieve después del
deseo.
Invierno
Los árboles avanzan desnudos
hacia la ciudad,
entretejiéndose los sueños a
través de sus raíces
y de sus algas azules. Mientras
que el pueblo
de tu infancia está a punto de
despoblarse.
El fondo del mar huele a leña,
como el primer sorbo de luz de la
mañana.
La memoria
hilvana musgo a orillas de
febrero.
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