Tu
sangre en mis venas. Poemas al
padre. Edición de Enrique
García-Máiquez. Renacimiento, Sevilla, 2017. 277 pp. 12 €
Enrique
García-Máiquez firma una antología en Renacimiento que compila poemas dedicados
a la figura del padre. Explica el escritor, en el prólogo, que se ha
circunscrito a la producción lírica española e hispanoamericana contemporáneas.
Leyendo el índice, una se pregunta si otro criterio de la selección no habrá
sido que sólo tenga voz el sexo masculino, como si la figura del padre fuese
monopolio de los hijos varones, un coto vedado a la injerencia de las mujeres.
No en vano, frente a la torre de los 84 poetas varones que expresan su punto de
vista sobre el tema del padre, nos encontramos con la banqueta de las –escasas–
6 autoras femeninas. Como resultado, el discurso familiar, la representación
del progenitor, queda en manos
de los de siempre: los hombres. Y el modelo que dibujan entre otros se justa a
los roles patriarcales y a los esterotipos tradicionales. Estos hijos nos
hablan de padres “de alma fuerte, sobria y senequista” (Duque-Amusco), de
carácter seguro, orgulloso, seco, severo y a menudo violento; no faltan las
escenas de caza, de pesca, en bares y burdeles. Por supuesto, han sido educados
para la incomunicaión afectiva, para la represión de sentimientos, y esa
distancia, a veces, está simbolizada por el despacho o el estudio donde
acometen empresas de mayor calado que el disfrute de sus hijos. Me pregunto qué
imagen habría exportado de sus padres la mitad ignorada. Porque, obviamente, no
todos los varones del siglo pasado, nuestros padres y abuelos, fueron cortados
con la medida del tópico. ¿Habrían hablado las hijas de esos otros modelos
alternativos a la ideología dominante?
Vamos a poner un ejemplo paradigmático. Paca
Aguirre, en su poemario Los trescientos escalones (1976), nos evoca el apego de un padre hacia su hija –del estrecho vínculo
amoroso que comparten– en una escena donde él, pincel en mano, esboza el
retrato de la pequeña en un hotel de París, ya en el exilio. La mujer que
dialogada con su padre treinta años después del episodio descrito, aún mantiene
viva la calidez del trato, la complicidad que los unió en la lejana infancia:
Papá
me dice que levante la cara un poco más,
dos
o tres pinceladas y termina el retrato […]
Papá,
perdimos tantas cosas […]
Y
para eso pasaste días enteros
pintando
una escalera interminable,
una
hermosa escalera rodeada de árboles y árboles,
llena
de luz y amor,
una
escalera para mí,
una
escalera para que pudiese subir,
vivir
Este
otro modelo de padre –cercano, accesible, cariñoso–, además, pretende la
autonomía de su hija, la quiere libre, autónoma.
Pongamos
un segundo ejemplo: Miriam Reyes abre Espejo negro (2001) con un durísimo poema dedicado a un padre
hundido, desorientado, vulnerable, que sueña con su tierra y con la juventud
perdida:
Luego
despierta en un piso alquilado a la ciudad de los huracanes de la miseria
y
blasfema y maldice y no tiene amigos.
Escondido
en la noche
papá
llora por las certezas que lo defraudaron.
¿Cuántas
otras poetas habrán elaborado, en las últimas décadas, un arquetipo distinto al
patriarcal? ¿Cuántas lo habrán criticado?
No obstante los reparos mencionados, Tu sangre
en mis venas recoge algunos
poemas verdaderamente bellos, conmovedores, que se ofrecen a modo de elegía
funeral, o de homenaje al padre que aún pervive. Algunos recogen motivos
manriqueños: la estimación del plazo de la vida, la reflexión sobre la
inexorabilidad de la muerte, o el elogio del fallecido. Otros desarrollan
motivos tradicionales de la elegía fúnebre renacentista y barroca. Lo hay que
guardan relación con Garcilaso: la idea de que la muerte no daña a quien muere
sino a aquellos que le sobreviven, el anhelo de la propia extinción, o el
contraste entre las “memorias llenas de alegría” y el dolor actual (precioso La
tierra se ha quedado negra y sola, del
poeta argentino César Fernández Moreno).
Destaco Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (de Jaime Sabines) e In Memoriam J.B. (de Paco Brines), por el tono grave y sentencioso;
Coral roto (de Vincent Andrés
Estellés), De re rústica (de
Aquilino Duque), Noche de los furtivos (de Andrés Trapiello) y Escribir es sembrar (de Pedro Sevilla), por la belleza de sus imágenes
y el trabajo con el léxico; Frente a la estatua del poeta Leopoldo Panero (de Juan Luis Panero), por la ironía y la crítica
que condena los excesos de un padre violento, alcohólico y promiscuo; Habla
a su padre (de Miguel d´Ors) y Don
Manuel (de Fernando Ortiz) por el
sincero testimonio de quienes evocan las frustraciones y desencuentros vividos
en casa; Padre (de José Carlos
Llop), por la búsqueda –abocada al fracaso– de un vínculo en la muerte que fue
imposble en vida; Oración por mis padres (de Jesús Aguado), por el himno que celebra el milagro de la
existencia; Sueño con mi padre (de
Amalia Bautista), por el delicado e ingenioso texto dedicado un fantasma; y
sobre todo: Care Pater (de
Mario Míguez), excelente poema dedicado a un padre enfermo, necesitado de
cuidados que asume su hijo, toda una lección moral sobre el sentido de la vida
y de la poesía:
…Hay
que entregarse.
No
es sólo escribir versos ser poeta […]
Que
no basta tener conocimiento,
saber
qué es la bondad o la nobleza,
que
hay que intentar vivirlas, encarnarlas.
Detrás
suena, claro, la Epístola moral a Fabio, del capitán Andrés Fernández de Andrada: “Iguala con la vida el
pensamiento”.
Ojalá
la antología vea en el futuro una segunda edición, y que García-Máiquez
equilibre la presencia de mujeres y hombres en sus páginas. Son muchas las
voces fememinas que han quedado fuera, y son cada vez más los autores varones
que se están replanteando su masculinidad. Quizás sea este un buen momento para
una compilación dedicada al padre no se quede en la mera recolección de textos,
sino que sirva de reflexión a la sociedad sobre la confrontación de modelos, y
sobre la progresiva evolución de un concepto que necesitamos –pensemos en la
violencia machista– moderno y democrático.
Esta reseña ha sido publicada por la revista Oculta Lit. Original, aquí.
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