Migrante, Giovanni Collazos. La Garúa.
Santa Coloma de Gramenet. Barcelona. 60 páginas. 10 euros.
Cuando un hombre, o una mujer,
abandona su tierra natal y emigra a otro estado, se siente desubicado, tarda un
tiempo en adaptarse a las nuevas costumbres, a la climatología, o a la lengua
foránea. Como en un cuadro de Chirico,
se convierte en la pieza desencajada de su contexto para implantarse en un
entorno extraño, en las antípodas de su naturaleza. Es la estatua helena en
medio de una fábrica, la canoa que surca un gran salón. Esa experiencia resulta
inefable. Ni compartiendo un mismo código, se puede transmitir con exactitud.
Por eso Giovanni Collazos, poeta peruano afincado en Madrid desde hace dos
décadas, reniega en su nuevo poemario de la claridad conceptual o de los metros
tradicionales para hablarnos de sus tribulaciones de emigrante. Compartimos la
lengua, pero no las emociones: el desarraigo, la incertidumbre, la soledad, el
miedo. Con el objetivo de que nos identifiquemos con él, con su extrañamiento,
desvertebra la sintaxis y la morfología. Retuerce la semántica. La estética del
libro connota, por tanto, la incomprensibilidad que rige la convivencia entre quien estrena un país y sus nuevos
vecinos. En la novela Intento de escapada (Anagrama, 2014), Miguel Ángel
Hernández reflexiona sobre este asunto a
propósito del diario escrito en bambara por un emigrante de Mali, que pretende
exponer Jacobo Montes en una galería de arte sin traducir al castellano:
“Prefiero que nadie lo entienda –defiende el artista social–. Eso es lo de
menos. Además, por mucho que entiendan las palabras, no sabrán lo que es […] ¿Y
qué sentido tiene no traducirlo? El sentido de hacer consciente a la gente de
la imposibilidad de conocer. Lo contrario es incluso peor. Si alguien cree que
sabe cómo es el mundo, ya no se ocupará de buscar una solución. Pero es mucho
más problemático no saber, no comprender. Ésa es la única manera de
reaccionar”. Los lectores de Migrante harán suya la frustración
de los que no se hacen comprender, de los que no se integran, de los que se
golpean contra el muro de una vida que no les satisface, porque se encuentran
solos o andan marginados. ¿Y cómo lo consigue su autor? Con un estilo próximo a
Vallejo. Al igual que el célebre
creador de Trilce, Collazos connota la tragedia existencial por medio del
lenguaje. Así, la tensión emotiva del sujeto que enuncia viene expresada por
imágenes irracionales (“se forman en las costillas guayabas relámpagos y albas
de nieve”), enumeraciones caóticas, ausencia de puntuación y visiones
(realmente prodigiosas: “baile carnívoro”, “piedra destejida”, “el pezón de una
trompeta”, “el toldo mojado de una égloga”, “un campo escayolado”, “luzco
mandibular”, “hombro descalzo”). El poema se convierte en un golpe para
despertarnos a la realidad. Collazos bien puede identificarse con estos versos
del poeta vasco Gabriel Aresti:
“yo les diré/ que la poesía/es/ un martillo”. El libro supone un alegato contra
la incomunicación humana y sus consecuencias (la soledad, la exclusión, el hambre),
pero a la vez es una delicia desde un punto de vista estético.
A la plasticidad
de las imágenes debemos sumar la eufonía de su vocabulario, lograda por la
incorporación de americanismos (mondonguito, guagüita), la querencia por las
palabras esdrújulas, los neologismos (hombresvapor, pelosable) o
la aliteración de fonemas líquidos. Muy buen poemario este Migrante. Seguiremos de cerca a su autor. Y mis felitaciones a
La Garúa, no ya sólo por el poemario, sino por las cada vez más elegantes y
cuidadas ediciones que alberga su catálogo.
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