El gigante enterrado, Kazuo Ishiguro. Anagrama. Traducción Mauricio
Bach. 364 páginas. 20,90 euros. 2016.
Alguna vez he leído y escuchado a algunos escritores y críticos
literarios despotricar contra las novelas de género, considerándolas de rango
menor respecto a una supuesta narrativa seria. No deja de ser paradógica esa
inquina cuando lo más granado de nuestra novelística de los Siglos de Oro
encaja a la perfección dentro de esa categoría, tan injustamente denostada, por
lo visto, a día de hoy. Desde La Diana a El Quijote todas las novelas imitaban un género (pastoril,
caballerías…), seguían modelos concretos (La Arcadia, El Amadís…) y eran, en mayor o menor
medida, obras de puro entretenimiento para los lectores de su época. Frente a
ellas se levantaba la atalaya de las obras serias: los diálogos y tratados de
espiritualidad (Luis de León, Francisco de Osuna…). Cervantes, pese al éxito de
su novela de caballerías, trató hasta el último suspiro de su vida de
granjearse fama de escritor serio trabajando sin descanso en su obra final: El Persiles,
novela, en esta
ocasión, bizantina (otro género narrativo en boga, muy del gusto –este, sí– de
los humanistas por su contenido moral). Este preámbulo pretende lanzar una
salva a favor de la llamada narrativa de género.
La última novela de Ishiguro, El
gigante enterrado, puede
catalogarse como una moderna novela de caballerías. Como tal, encontramos en
ella motivos tópicos de la materia de Bretaña: aparecen un guerrero sajón que
busca venganza y un caballero de Arturo que trata de mantener la paz en la región
(el legendario Gawain, sobrino del rey), encontramos alusiones al mago Merlín y
a sus encantamientos, así como la presencia de seres fantásticos: dragones,
orcos y duendes. Además, el libro relata la historia legendaria de las islas, y
recoge motivos como la cortesía. Añadamos a esto que el autor selecciona a un personaje –artúrico–
para convertirlo en protagonista de un libro propio, argucia típica de los
novelistas medievales y renacentistas (Lisuarte en Grecia, Las sergas de
Esplandián…).
Pero Ishiguro enseguida se sale del patrón para enfocar el género desde la
perspectiva de un escritor del siglo XXI que se dirige a lectores de su tiempo.
La obra no sigue una cronología lineal, sino que está salpicada de flash
back, a veces
unos dentro de otros. El narrador, con frecuencia, no da muestras de su
omniscencia, y duda de los pensamientos de su personajes. Se trata, en todo
caso, de un narrador implícito que apela continuamente al lector explícito del
texto para que compare los mundos del presente y del pasado. En un par de
ocasiones cede la voz a Gawain, que desvela secretos que guardan él y Axl, el
viejo diplomático en tiempos de Arturo que protagoniza la obra junto a su mujer
(Beatrice). Ishiguro emplea una modelación multiselectiva con objeto de ir
alternando el foco sobre los distintos personajes. Estos se distribuyen por –novedosas
y peculiares– parejas a cuyo cargo tienen una misión: Axl y su amada esposa
(una anciana adorable y enferma), Winstan (el espía sajón) y Edwin (un niño
britano con alma de guerrero y cazador) y, por último, Gawain y su montura
(Horace). El perspectivismo permite no ya sólo actualizar motivos y temas al
lector, sino también desvelar intrigas y desmontar las supersticiones y mitos
celtas. Esta revisión de las antiguas creencias es uno de los atractivos del
libro. Por otro lado, Kazuo Ishiguro introduce –conocidos– motivos de su acerbo
personal. No faltan en la novela la búsqueda de la madre y la abolición de la
infancia (igual que en la memorable Cuando fuimos huérfanos), el contraste entre una vida
consagrada a la causa política o a los placeres –domésticos– (Un artista del
mundo flotante),o
el empeño de los
personajes por recuperar los recuerdos de un pasado lejano y violento, al que se
enfrentan (cualquiera de sus libros). El argumento es simple: una pareja de
ancianos hartos de las discriminaciones que sufren a causa de la edad, decide
abandonar su refugio, horadado en las profundidades de una ladera, para
reencontrarse con su hijo. Sus vidas se cruzan con las de los personajes
citados, hasta el punto de que asumen como propia una misión peligrosa que les
incumbe a todos. También habría que añadir al barquero encargado de llevar a
una isla paradisiaca a quienes cumplen ciertos requisitos, así como a Querig,
un temible dragón hembra que tiene sumida a Inglaterra en una amnesia general –denominada
niebla– que duerme las pasiones y
rencores, ya sean de índole privada o nacional. La lucha interior de los
personajes por recuperar sus –malos y buenos– recuerdos corre en paralelo a la
batalla exterior que pergueña el ejército sajón contra los britanos. Ishiguro
ha escrito una novela redonda, atractiva en la forma y compleja en el fondo; un
libro que nos interroga sobre la necesidad –o no– de conocerlo todo. Si tenemos
una vida, una sociedad, feliz y estable, ¿debemos remover el pasado para
ajustarle cuentas? ¿Y pagando qué precio?
No caigan en el prejuicio contra las
obras de género y lean esta novela de caballerías del siglo XXI. Por cierto, el
nobel a Ishiguro, ¿para cuándo?
Esta reseña ha sido publicada por
La Tormenta en un Vaso.
Original, aquí.
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