Orquesta de desaparecidos, Francisco Javier
Irazoki. Hiperión. 2015. 133 páginas. 12
euros.
¿Qué poesía escribir a día de
hoy? ¿A quién nos dirigimos cuando nos sentamos a ordenar un libro recién
acabado? A lo largo de nuestra historia literaria la lírica ha oscilado como un
péndulo entre dos opciones, dos grandes alternativas no exluyentes, es decir:
hay autores que han dedicado su talento y esfuerzo a la escritura de las dos.
Por un lado, han puesto su pluma al servicio de la denuncia de los males que infectaban
–en su opinión– la España/Castilla/Corona de Aragón etc. de su tiempo. Si
hacemos un rápido recorrido del siglo XIII al XX nos salen nombres
imprescindibles de poetas que han criticado o bien las perniciosas costumbres
de sus contemporáneos o las estructuras represivas del Estado, ya sea a través
de la sátira (Arcipreste de Hita, Gutierre de Cetina, Francisco de Quevedo, sor
Juana Inés de la Cruz, Luis de Góngora, Lope de Vega, Tomás de Iriarte, José de
Espronceda, Ángela Figuera Aymerich, Ángel González), de la grave lección moral
(canciller Ayala, marqués de Santillana, Juan de Mena, fray Luis de León, Juan
Meléndez Valdés, Antonio Machado) o la queja que busca tranzar un
puente solidario (Federico García Lorca, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Blas
de Otero, Jorge Riechmann). Por otro lado, también nos encontramos autores que en época de
crisis –de cambio, ya sea político, institucional, económico…¡llevamos en
crisis toda nuestra Historia!– han
respondido no ya con la denuncia y la crítica, sino exportanto luz a sus
conciudadanos, irradiando energía con sus libros, certezas con sus versos,
belleza con su canto. Me refiero a Gonzalo de Berceo, Juan Boscán, Garcilaso de
la Vega, san Juan de la Cruz, Francisco de Rioja, Rosalía de Castro, Bécquer,
Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Vicente Gaos, Antonio Gamoneda, Clara
Janés... Ambas listas son amplísimas. Y cualquiera de esas dos opciones
estético-ideológicas son perfectamente válidas. Se complementan. Necesitamos
ser conscientes del mundo en que vivimos para poder cambiarlo, transformarlo.
La poesía es un despertador de conciencias. Pero si sólo nos fijásemos en lo
que no funciona, correríamos el riesgo de caer en el desencanto, en la
frustración y en el desengaño; en una falta de voluntad por variar el rumbo
colectivo que es marca nacional desde tiempos remotos. Por eso necesitamos
también el agua clara y luminosa de unos versos que nos refresquen y sacien
otras carencias: la comprensión, el ánimo, la esperanza en el futuro común.
Cada poeta sabrá cuál su misión en la coyuntura actual, porqué camino se
decanta. Lo único que les puede pedir es honradez en su trabajo.
Orquesta de desaparecidos, de Francisco Javier
Irazoki (Hiperión, 2015), es un buen
ejemplo de poesía luminosa (bajo el formato de prosa-poética). Pese a la evocación nostálgica de aquellas
personas que formaron parte del mundo del sujeto que enuncia, éste les rinde
homenaje por medio de la recuperación de sus valores. Es el caso del texto La
entereza, donde ensalza la “serenidad”, el
“humor” y la “rectitud” del padre, un hombre solidario y comunicativo, cuya
honda presencia lo acompaña muchos años después. O de El último
verano, dedicado a su hermana “De ingenio
ágil, esbelta y con melenas
rizadas, su movimiento casi continuo nos incitaba a vivir. La veíamos ascender
una cuesta y al poco rato descendía impetuosa por una ledera”. Gracias a la
memoria de dichos modelos, a su herencia moral, a su actitud ante la vida, el
sujeto que habla podrá estar solo, pero no en soledad. La importancia que confiere
Irazoki a los valores entra en colisión con nuestro mundo, desnortado de
ideales comunes, de empresas solidarias, individualista y hedonista hasta la
desesperación. En el libro encontramos textos preciosos sobre la libertad
lingüística, sobre la discreción como manera de desenvolvernos en sociedad,
sobre el compromiso hacia la perfección moral para no repetir errores. Destaco
tres piezas dentro del junto: La casa de mi padre, emocionante y emocionado texto contra el terrorismo
de ETA y a favor de la diversidad en el País Vasco (“Defenderé la casa de mi
padre abriendo una brecha en el tejado; por allí gotearán los idiomas y músicas
venidos de tierras desconocidas y remotas”); Los objetos más caros, tributo a los poetas acmeístas rusos Osip
Mandelstam y Anna Ajmátova,
víctimas del régimen estalinista. El sujeto que habla asume un compromiso en su
recuerdo: sortener la antorcha que portaron pese a la intransigencia y las
persecuciones que los silenciaron; y, por último, Abrazo de forasteros, rendido
homenaje a su compañera y toda una lección de convivencia (“Desde su ventana,
casi a diario, mi habitación echa a las calles un abrazo colectivo”).
Orquesta de desaparecidos es un libro luminoso en la medida en que que rememora, trae
al presente, a aquellas personas (familiares, amigos, escritores) que
encarnaron altos valores morales necesarios hoy. Su estética, unas veces
simbólica y otras alucinada, rayante en lo surrealista, se encarna en un estilo
cuidado y eufónico (por aliteraciones de fonemas líquidos y vibrantes). Su
lectura, en suma, es un pequeño placer que nos hace mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario