sábado, 15 de noviembre de 2025

Miguel Hernández: un hermano en el tiempo

 

Ariadna G. García


Artículo publicado en: 


Revista Paraíso. Nº 24. 2025. Diputación de Jaén. Páginas 73 a 78.  



Miguel Hernández: un hermano, en el tiempo



Cuando visité la casa de Miguel Hernández —el 13 de noviembre de 2013, tras recibir en Orihuela el Premio Internacional de Poesía que lleva su nombre—, recuerdo que me sobrecogió su amado huerto. Es verdad que, en comparación con el huerto que yo me había imaginado fruto de mis lecturas, me pareció pequeño, pero aquel espacio evocaba todo cuanto Miguel me había transmitido con sus versos. Y en en ese sentido, cobraba dimensiones mayores. A medida que olía sus claveles, contemplaba su higuera, escuchaba los pájaros, tocaba los limoneros o bebía del agua del botijo, el huerto aquel se iba dilatando. Entraba en mí. Se ensanchaba en el espacio y en el tiempo. Hasta alcanzar a ese joven que escribía a su amada versos como púlsares, latientes, cargados de pasión y de deseo. Siempre he tenido a Miguel por un alma gemela. De adolescente era igual. Cuánto me identificaba con su lucha contra las convenciones de su tiempo. Las normas provincianas suponían un corsé para su amor ansioso por verterse y entregarse. Escribía a Josefina, desde la capital, que se fuera con él a vivir a Madrid: “donde la gente no tiene que esconderse para darse un beso”. Aquellas palabras la subscribía yo sesenta años después de que su mano ardiente las trazara. Nos unía el ardor por la vida, una forma de entender el mundo como espacio abierto a la sorpresa y a la improvisación, las ganas mutuas de derribar los muros que impedían que él besase a su novia y yo a la mía. Y la poesía, claro está. Ambos interpretamos que los versos constituyen un modo de seducción, una forma elegante y sugestiva de transformar los recelos de la persona amada en entrega al torrente de la vida. Cuánto debe mi primer poemario, Construyéndome en ti, a su ímpetu erótico y a su afán liberador de los códigos morales que su pareja había interiorizado, y que lo encadenaban a él a la desesperación y a la tristeza:


Por otra senda, yo, por otra senda

que no conduce al beso, aunque es la hora.


Así se lamentaba Miguel en El rayo que no cesa. Y de esta forma, yo, en mi poemario juvenil:


Pero la timidez irreductible

que por costumbre sale de tu boca

el corazón me deja disgustado.


Escribía el oriolano en otro célebre soneto: 


Y sin dormir estás, celosamente,

vigilando mi boca ¡con qué cuido!

para que no se vicie y se desmande. 


Y protestaba yo a mis veinte años, recurriendo a la misma estructura métrica:


Y en vigilancia tienes mi insistencia

para que ya no pueda desnudarte

con mi mano, mis ojos y mi rosa.


Las dos parejas, de períodos distintos (años 30 y 90 del siglo XX), vivíamos esclavizadas por las convenciones morales, víctimas de la presión coercitiva que la sociedad ejercía sobre los cuatro.  




Pero regresemos al huerto. En aquel retiro, Miguel encontraba alimento para el cuerpo y para el espíritu. Su felicidad estaba acotada entre aquellos muros. Allí, en su imaginación, era un ser libre. Alto como los árboles que lo acompañaban. Los frutos embriagaban su existencia. Entre flores y parras debió de experimentar la serenidad, (la ataraxia) que el jardín de su casa prodigaba a Epicuro, el filósofo griego. Así lo expresa en el poema Huerto mío: “su sosiego / recojo”. Esta calma terapéutica se debe al goce de los sentidos. La naturaleza equilibra las almas atormentadas. Y más todavía cuando es uno quien trabaja en el cultivo y el cuidado de las orquídeas. La dicha es compañera de los que ponen sus manos sobre perejiles o claveles, sobre vidas que afirman el milagro de la existencia. Felices los que duermen entre pétalos, o a la sombra de higueras. Miguel es descendiente de Epicuro, de Virgilio, de Horacio y de fray Luis. “Adán por afición”, así se tiene, en su vergel idílico y casero. La lentitud de quien acompasa su ritmo al de las estaciones le alegra el espíritu. El trabajo manual concede independencia (eutárkeia). Así debió de sentirlo Epicuro cuando, debido a sus frustraciones personales y cansado de sus nulos intentos por enmendar la polis, se compró una casa con un huerto o jardín (ambos términos eran equivalentes en la Grecia clásica) y se ocultó al amparo a de sus tapias. Y no otra cosa festejaban Horacio o el fraile agustino. El uno huía de su pasado militar; el otro, del “mundanal ruido” de una ciudadanía entregada a los deseos vanos y a las pasiones irracionales.

En mi caso, me uno al coro de amantes de la naturaleza en varios libros: Helio, Las noches de Ugglebo, La Guerra de Invierno, Ciudad sumergida y Sublevación. Es más, en un poemario inédito (en libro, que no en revistas) localizo varios textos en un locus amoenus propio de nuestro siglo: el huerto urbano Comparto su comienzo:


A León —y a Virgilio—

le habría enamorado nuestro huerto.

Carecemos de río y de un gran bosque

desordenado, es cierto,

pero los paisajistas han creado

—donde había un solar

de pisos derribados y cimientos

vencidos— un jardín

tan armonioso y bello

como La Flecha […]

    

Como se aprecia, el poema tiene una dimensión política. Se trata de un espacio autosuficiente y autogestionado por una organización vecinal de tipo asambleario. Un solar abandonado en el corazón de Lavapiés (en el centro de Madrid) se ha transformado en un huerto para disfrute de la gente del barrio, que se encarga de él. Donde hubo un terreno sujeto a la especulación inmobiliaria, se ha creado —con entusiasmo y voluntad— un espacio verde, de recreo, para todos los vecinos. El locus amoenus queda delimitado por los muros. Y es dentro de ese coto protegido donde se produce la vivencia de la felicidad: dentro de un jardín reservado a una comunidad compuesta por familiares y amigos. Las risas y las charlas ralentizan el tiempo. Lo detienen. Aquí no hay prisa. A la vez que se ponderan la alegría y la lentitud, se elogia la hermosura del enclave. Tampoco falta éros. Ni el placer asociado a la cultura. Se trata de un poema claramente epicúreo y clasicista. No en vano, en el texto se desprecian los valores capitalistas: el consumo, el lujo, la posesión de bienes onerosos y el dinero.  

Y esto me lleva mi última conexión con mi admirado Miguel Hernández. En la capital, el joven poeta entabló amistad con Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. Ambos lo introdujeron en el surrealismo, un movimiento estético e ideológico provocador y contestatario que contravino las convenciones establecidas por medio de la sorpresa, las imágenes alucinadas y la presencia de lo corporal. El surrealismo tomó como suya la meta que había proclamado Arthur Rumbaud: cambiar la vida. Era  —y es— un “ismo” nacido para rebelión. ¿Contra qué? Contra los valores burgueses: arcaicos y tradicionales. Y a eso se dedicó el joven Miguel en sus primeros tiempos en la capital: a cuestionar lo comúnmente aceptado desde un punto de vista artístico o moral. Mi vínculo con él es evidente. Sobre todo, si pensamos en sus Odas o en los largos textos “Sonreídme” o “Mi sangre es un camino”, tan afines a mi segundo libro: Napalm. Pongamos como prueba unos fragmentos. Escribía Miguel en el primer texto citado:


En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose 


Y replicaba yo en “Be strong”:


Soy un guerrero en busca

del registro de héroes

para inscribir su nombre,

un bíceps musculoso estrangulando

prejuicios y complejos,

una nube metálica a punto de tormenta […]


El sujeto que enuncia en “Mi sangre es un camino” ordenaba a la interlocutora pasiva de los versos:


No me pongas obstáculos que tengo que salvar,

no me siembres de cárceles,

no bastan cerraduras ni cementos,

no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado

capaz de despertar calentura en la nieve. 


Y en “Be strong”, la voz que habla pide a su amada:


Extrae de tus arterias

el miedo a ser tú misma,

la proa donde ronpen tus deseos […]



 Ambos compartimos el compromiso liberador contra las costumbres sociales. Desde luego, en la literatura de España de principios de siglo no era habitual ni la reivindicación LGTBI ni la denuncia de la homofobia. Pero yo lo hacía. Y este coraje lo aprendí de Miguel Hernández. 

Cuando estalló la Guerra Civil, él puso sus versos al servicio de la libertad. Si en algo coincidíamos los hombres y mujeres de los años 1936 y 1996, cuando empecé a escribir los versos de mi libro incendiario, es que unos y otros participábamos en un quehacer común que nos ilusionaba: la lucha antifascista (de un lado) y por los derechos civiles (del otro). Creíamos en un orden utópico, cuyo polo congregaba a su alrededor valores por los que merecía la pena tomar partido. De hecho, Miguel murió por ellos. Esos ideales de libertad e igualdad nos dieron un principio rector al que enderezar nuestra existencia.  

A los 34 años, comencé a componer los poemas que conforman La Guerra de Invierno. El corazón del libro se ubica en un cronotopos atípico en la poesía española: Finlandia, durante la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un libro antibelicista que, al tiempo que condena la ocupación rusa de Finlandia y el enfrentamiento armado por las materias primas, pondera el espíritu de cooperación en la búsqueda de recursos que beneficien a todos. Al acabar la obra tuve claro a qué premio lo iba a presentar: el “Internacional Miguel Hernández-Comunidad Valenciana”, que publicaba Hiperión. Y es que el poeta de Orihuela simboliza como nadie los valores morales que defiendo en sus versos.




En los tiempos que corren me pregunto, en ocasiones, qué haría Miguel. En efecto, nuestro mundo padece un proceso de transformación. Nos hemos creído un discurso que ha sido difundido por los medios de comunicación, por la industria del cine y por la publicidad, que hace que la mayoría de los ciudadanos nieguen la adversa realidad: que hemos chocado con los límites físicos del planeta. Asumir este dato objetivo es absolutamente insatisfactorio y frustrante. Cuesta asimilar el choque entre el mundo que nos gustaría tener, el confort al que aspiramos, las comodidades con las que soñamos y es ese otro modelo de vida más modesto y humilde al que, más pronto que tarde, nos vamos a tener que acostumbrar. En esta tesitura, me planteo si Miguel, pese al desencanto que la acción política suscita en la gente y aunque la mayoría opine que cualquier cosa que hagamos no sirve para nada, se sumaría a la corriente pronaturaleza y vida descansada que practicamos algunos poetas (Verónica Aranda, Andrés García Cerdán, Rubén Martín Díaz, Juan Antonio González Iglesias, Marcela Duque, Constantino Molina…), si escribiría poemas con los que alentarnos al cambio de paradigma sociocultural que necesitamos para la pervivencia de la especie; si sería ecologista o vegetariano; si participaría en las performances que científicos y filósofos como Jorge Riechmann realizan para provocar una toma de conciencia en el espectador-conciudadano; si daría con sus huesos en la cárcel por alterar el espacio público tratando de que la ciudadanía despierte de su enajenación (debido al uso de la redes sociales y al exceso de pantallas). Y tengo la certeza de que sí.

Además, su voz se alzaría contra la de aquellos que vienen renovando viejos odios, levantan muros que dificultan la convivencia y tratan de quitarnos los derechos que tanto nos costó adquirir. Por ello, no sería extraño que Miguel fuera un estilete contra la ultraderecha.

 Él, que siempre defendió las causas justas, es más que probable que, por todas las razones esbozadas, compartiese escenario con nosotros. Porque la acción poética, pese a que muchos piensen lo contrario, no es un tiempo perdido; sino ganado a la desilusión y a la desesperanza. Creo que Miguel Hernández compartiría nuestro amor a los gestos pequeños y en los grandes ideales, porque todos pensamos que la cultura abre ventanas, oxigena la vida y nos ayuda a construir —conforme a nuestro anhelo— el ancho porvenir que imaginamos.     



jueves, 13 de noviembre de 2025

Adamar, en Infolibre

 


Nueva reseña de mi último libro de poemas, Adamar. Escribe la crítica Luis Bagué, catedrático universitario.


La tenéis aquí:


https://www.infolibre.es/cultura/los-diablos-azules/claridad-serena_1_2096314.html



Me encanta el final:

Adamar emerge como una compendiosa síntesis de la poesía de Ariadna G. García. Si en su producción previa la apertura hacia los asuntos colectivos no estaba reñida con la vibración lírica ni con la indagación intimista, en esta entrega se observa una solidaridad recíproca entre la biosfera y el recinto familiar, la denuncia ecológica y el panteísmo activo, la imaginación verbal y la contención expresiva. A pesar de la palabra insumisa de la autora, en este libro predomina “la claridad / serena” de un verso sosegado en el que la desolación va por dentro.


viernes, 31 de octubre de 2025

Abierto el plazo de inscripción al curso de literatura "Más allá de los clásicos"

 


Debido al éxito de la pasada convocatoria, la CAM vuelve a ofrecer el curso para el profesorado "Más allá de los clásicos: La literatura hispánica en el siglo XXI". Tengo el honor de encargarme de nuevo de la ponencia dedicada a la poesía reciente. Ya está abierto el plazo de inscripción. Se ha aumentado el número de plazas. Os dejo el enlace:


domingo, 19 de octubre de 2025

Recordatorio de presentación

 


Este próximo sábado 25 de octubre presento Adamar en la librería Antígona de Zaragoza. Me acompañará mi querido David Mayor. A las 12:00. Os esperamos.



viernes, 17 de octubre de 2025

Adamar, en Estado Crítico


 

Juan Carlos Sierra firma hoy un extensa e interesante reseña, para Estado Crítico, de mi último poemario: Adamar (Pre-Textos, 2025). La tenéis aquí:


"Mística pagana ecologista y enamorada


Según se indica en las páginas de inicio de Adamar, el último poemario publicado hasta la fecha por Ariadna G. García (Madrid, 1977), este título hay que entenderlo etimológicamente como “amar con pasión y vehemencia”. Tirando de este hilo, podríamos pensar que nos espera un libro de amor desbordante, de amor fou, uno más, pero ya anticipamos que en sus versos no aparece lo que comúnmente se entiende por pasión y vehemencia en materia amorosa ni mucho menos estamos ante unos poemas que reduzcan al amor al ámbito de la pareja.

            Esta nota etimológica se complementa al volver la página con una serie de citas que encajan coherentemente con el programa lírico que prometen y que se materializará más adelante. Son, por otra parte, citas heterogéneas, multiculturales y diacrónicas que van de Lao-Tse a Van Gogh pasando por Fray Luis de León, Marco Aurelio, Horacio o Virgilio. Las ideas que se desprenden de ellas además guardan relación -y lo comprobaremos según avancemos en la lectura de Adamar– con parte de la obra más reciente de la poeta madrileña, especialmente con Sabiduría de los límites y Línea de flotación, dos libros publicados en un solo volumen en el año 2023 por la Editorial Universidad de Alcalá. Cabría pensar, pues, que para asistir otra vez a la misma poética no va a merecer la pena continuar ni con el poemario -¡error!- ni con esta reseña -¿acierto?-. Ariadna G. García no es poeta que escriba siempre el mismo libro, aunque el sustrato pueda parecer similar. En Adamar añade un elemento no mencionado en poemarios anteriores o quizá solo tratado de refilón, algo a lo que llamaremos mística pagana. Me explico.

Adamar está atravesado principalmente por la filosofía oriental Zen, como refleja el título de su séptima y última sección, es decir, por el taoísmo de Lao-Tse, pero este se entrelaza con el estoicismo clásico de Marco Aurelio y compañía, la ascética de Fray Luis de León o la mística de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, a los que en cierto modo se echa de menos entre el cuerpo de citas que encabezan el poemario que nos ocupa. A esta tradición habría que añadir una línea de pensamiento y de acción más actual, el ecologismo anticapitalista -valga el pleonasmo-. Esta aparente dispersión de escuelas de pensamiento encuentra su mínimo común múltiplo en el desapego materialista y la aspiración a una trascendencia no adscrita a creencia religiosa alguna.

Ariadna G. García construye en sus versos un discurso que busca, en primer lugar, la introspección, el recogimiento reflexivo en los particulares cuarteles de invierno de cada uno, el autoconocimiento, en definitiva, condición imprescindible para ir más allá de las miserias de(l) ser humano, de sus limitaciones -¿autolimitaciones?- y angustias. La contemplación de la Naturaleza -‘Rosa amarilla’- y del cosmos -‘Noche oscura’- puede conducirnos por las vías de iniciación previas -purgativa e iluminativa- a alcanzar un estado de comunión mística con lo que la autora llama el Todo -sea eso lo que sea-.

En este sentido, la poesía parece cumplir un papel más que interesante. Los versos son en ‘Premonición’ (página 15), primer poema del libro, “poema-arca” que salva el mundo, al tiempo que lugar indicado para refugiarnos, ese cuartel de invierno que nos remite al libro homónimo de 1987 de Luis García Montero. En ‘Defensa de la poesía o el sabor de la manzana’, el prólogo añadido a la edición de 2002 de este ensayo del poeta granadino, se concluye lo siguiente: ”…Palabra poética que defiende la conciencia singular frente a la homologación y mantiene abierto el diálogo con el otro frente a la pérdida de los vínculos…”. Hay que entender que la poesía, en concreto la de Ariadna G. García, puede erigirse como uno de esos lugares propicios para esa introspección, para encontrarse uno consigo mismo al margen de los lugares comunes, pero sin endiosarse por ello, sino más bien como punto de partida para el diálogo con los demás en un entrecruzarse constante de lo privado y lo público, lo personal y lo social, el individuo y la república. Por otra parte, la poética de Adamar parece orientarse además hacia la preocupación por la potencialidad real de las palabras en los versos, por su capacidad para pasar de las palabras a los hechos, como podemos leer en ‘Luz’ (página 64).

Este diálogo se establece en todo el libro, pero muy particularmente en la parte titulada ‘Álbum familiar’, sección cuarta y central del poemario. Toda la lucha y la denuncia públicas a favor siempre del conjunto de la Humanidad, se cultiva también en lo pequeño, en lo aparentemente insignificante, de forma muy especial a partir del cultivo de cierta sensibilidad en el ámbito común más privado, en el seno familiar, en particular en los hijos; una sensibilidad construida a partir de experiencias que puedan convertirse en recuerdos definitivos y definidores de una personalidad adulta responsable, empática, solidaria, fraternal, respetuosa con lo natural y con lo humano, un legado este que probablemente la voz poética de Adamar no va a ver porque la lógica de las leyes naturales relativas a la vida y a la muerte así lo van a dictaminar, pero que confía en que se convierta en esperanza de futuro  -‘Rascafría’ (página 49) e ‘Isla de Ons’ (página 52)-.

Volviendo un poco hacia atrás, en concreto a la segunda sección de Adamar, la titulada ‘Naturaleza urbana’, habría que apuntar otro diálogo, pero en este caso fracasado de momento, el de la civilización frente a la Naturaleza o, dicho de otro modo, la imposibilidad de conversar con un capitalismo sordo, ciego, pero gritón, estridente, avasallador. No obstante, desde un ecologismo nada naif, se puede apostar por rincones de resistencia dentro de las ambiciones desproporcionadas del propio sistema  como, por ejemplo, un huerto urbano en el poema ‘Locus amoenus’: ”…Qué lejos de nosotros los coches deportivos,/ las escopetas de caza, las vajillas de oro,/ los chalets en la costa o el dinero./ No ambicionamos más/ que la charla en la sombra con amigos,/ la risa de los hijos cuando pisan un charco/ los besos que el sol riega estremecido,/ la colorida fiesta de los frutos/ colgados y una mesa/ de paz. Nuestra riqueza/ consiste en ser conscientes del milagro/ de estar un tiempo aquí, entre las cosas”.

Abundando en la misma línea de pensamiento y de acción, los versos de Ariadna G. García  nos advierten de que, a no ser que se haga algo ya, la herencia que van a recibir nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, si es que la cosa se alarga tanto, va a ser desastrosa -‘El legado’ (página 41)-, porque el capitalismo solo deja ”…altas torres de acero ya oxidado,/ las colinas de escombros y las negras/ cordilleras de latas y de plástico…”, es decir, basura, el envés de la belleza de la Naturaleza o de algunas civilizaciones pasadas.

De modo que llega un momento en Adamar, en concreto en su quinta parte, la titulada ‘En el reverso: el odio’, para la denuncia frontal, abierta y descarnada. Hay que asumir, por tanto, el riesgo poético y cambiar un poco el tono del libro, aun a riesgo de pinchar. Las tres secciones/poemas en que está dividida esta parte, aunque complementarias, adolecen en cierto sentido del blanco y negro, de la retórica de los buenos frente a los malos. Aunque no le falte razón en la denuncia a la poeta madrileña y tampoco realidad, el conjunto se ve huérfano de la profundidad del conjunto del libro; la denuncia resulta, por tanto, algo falta de fuerza por su previsibilidad. No obstante, dentro de la arquitectura del poemario no dejan de ser poemas necesarios, ya que reflejan una realidad insoslayable, la pertinaz existencia del mal.

            En cualquier caso, Adamar remonta inmediatamente -y de qué manera- en sus dos últimas secciones, las tituladas ‘Plenitud’ y ‘Zen’. Esa ‘Plenitud’ deviene de la contemplación de la Naturaleza, de la apreciación de su belleza humilde, para lo cual uno también ha de adquirir esa misma condición sencilla, incorpórea, ascética -’Ascetismo finlandés’ (página 65) y ‘Recogimiento polar’ (página 66) principalmente-. ‘Zen’ a partir de su tono admonitorio recoge y cierra, especialmente en los poemas titulados ‘Sabiduría de los límites’ (página 77) -ojo a la concomitancia con uno de los libros inmediatamente anteriores de Ariadna G. García- y ‘Crisálida’ (página 78), el programa filosófico y poético del conjunto del poemario en absoluta coherencia con las citas que lo encabezaban.

            Decíamos al inicio de esta reseña que Adamar era un poemario dedicado al amor o en el que se transpira amor, pero de momento no lo hemos mencionado explícitamente. Pues bien, la manera de mirar y vivir el mundo que aparece en sus versos, la aparente insignificancia de lo sencillo y humilde cotidiano, el desasimiento de lo material, la mística pagana propuesta a lo largo de este poemario, incluso la denuncia y la reivindicación en la sección en la que aparece la palabra ‘odio’, no son más que una declaración de amor vehemente y apasionada a la Humanidad y a la Naturaleza. La literatura no tiene la capacidad efectiva e inmediata de cambiar el mundo, y mucho menos la poesía, que como todos sabemos cuenta con una mala salud de hierro en lo relativo a lectores. No obstante, sí que tiene la capacidad de tocar amorosamente lo más profundo de nuestra conciencia. Así sea con Adamar".

Adamar (Pre-textos, 2025) | Ariadna G. García | 88 páginas | 16 euros


Enlace, aquí: https://www.criticoestado.es/mistica-pagana-ecologista-y-enamorada/



jueves, 16 de octubre de 2025

Un recuerdo de la presentación de ayer

 


Ayer tuve la suerte de que me presentase El bosque sagrado (Cántico, 2025) uno de los novelistas que más admiro, Ismael Martínez Biurrun; a quien me une un lazo de amistad desde hace una década. Esta foto me encanta porque dice mucho de la complicidad que compartimos, de la buena sintonía que hay entre los dos. Es un formidable lector de mi obra, y comparto con él un mundo de inquietudes y de referencias. 

Por otro lado, me arroparon mis hijos, mi mujer y un montón de amigos que llenaron la sala de presentaciones de la librería Tipos Infames. Fue una tarde emotiva, divertida y entrañable. Muchos ex alumnos del IES Cervantes, a los que di clase entre los años 2018 y 2021, compartieron conmigo la velada. Cuánto debe este libro a su adolescencia audaz, inteligente y curiosa. 

Soy una escritora afortunada.


   

miércoles, 15 de octubre de 2025

Hoy presento El bosque sagrado

 


Esta tarde, a las 19:00, presento mi tercera novela, El bosque sagrado (Cántico, 2025) en la librería Tipos Infames. Estará conmigo en la mesa su prologuista: Ismael Martínez Biurrun.


Os esperamos.



sábado, 4 de octubre de 2025

Adamar, en Prensa Ibérica


 


Juan Carlos Abril firma una nueva reseña de Adamar. La publica, hoy, el suplemento Abril, del diario Prensa Ibérica. Quedo muy agradecida. El final es inolvidable. 


La reproduzco completa:

Un silencio azulado «Amar con pasión y vehemencia». Eso es lo que significa Adamar, título del nuevo poemario de Ariadna G. García JUAN CARLOS ABRIL Adamar Ariadna G. García Pre-Textos 88 páginas. 16 euros

Ariadna G. García (Madrid, 1977) ha desarrollado una trayectoria de marcada coherencia en la que destacan poemarios como Ciudad sumergida (2018) y Sublevación (2020). Su última obra, Adamar, recoge desde su título un verbo que se encuentra en desuso en nuestra lengua española y que significa amar con pasión y vehemencia. Adamar se divide en siete secciones, que van marcando a su vez una evolución narrativa: I. El invierno interior, II. Naturaleza urbana, III. Lecciones de las ruinas, IV. Álbum familiar, V. En el reverso. El odio, VI. Plenitud y VII. Zen. Desde el título se indica una energía positiva, una pasión que emana de un amor profundo, no desesperado y trágico, sino un sentimiento utópico y universal, una motivación que nace de lo más interior del ser humano. Además, en este caso, usado así como verbo en infinitivo y como título del poemario, se refuerza esa idea de querer incidir en el amor. Amor absoluto actualizando el arcaísmo. Desde el inicio, en Premonición (15), la voz autorial se halla ante la nada y el vacío, ante una situación poco halagüeña. El sujeto contemporáneo se encuentra escindido, roto por las incumplidas promesas de felicidad pública y por la precariedad de lo cotidiano. El sueño de la ciudad produce monstruos. La vida urbana es miserable. El invierno representa una estación arisca y dura, pero al mismo tiempo posibilita la meditación y la mirada reflexiva. «Mira el cielo en la noche / de temblores helados, cuando pienses / que nada importa mucho, que es un fraude / la vida, que tenemos / muy poco tiempo / y demasiada angustia / para estrujarlo» (16). Sin embargo, el ser humano debe aferrarse a algo, aunque sea a lo efímero de la existencia. ¿Y a qué nos asimos como un clavo ardiendo? Al amor, del que existen diversas clasificaciones a lo largo de la historia, dividiéndose en el amor erótico o pasional, el amor familiar, el amor fraterno, etcétera. He ahí donde este Adamar comienza a desplegarse, desde su propio concepto, a manera de universo expandido en el que subyace el amor al planeta y a los seres que nos rodean como principio base, desde la tolerancia de la diversidad que nos define tanto en el reino vegetal, en el reino mineral y en el reino animal. La poesía de Ariadna G. García entronca de este modo de lleno en una lectura ecocrítica de la realidad, muy urgente ante el cambio climático. Fruto de esa búsqueda es la sección segunda. El poema Huerto urbano (23-24) plantea una realidad cada vez más habitual, rodeados de verduras transgénicas y carne hormonada. El saludo a la renovación de la naturaleza y el nuevo ciclo vegetal es más que una constatación, pues se plantea como un símbolo del poder natural a pesar del desastre humano: «Decidme quién detiene en primavera, / tras los duros rigores invernales, / la lasciva explosión de los almendros» (25). Y con esa eclosión también va madurando el poemario. A pesar de las ruinas, los viajes y el cariño darán paso a los hijos, nuestra extensión individual en el tiempo y en la historia colectiva: «Ascienden por el aire / las risas de mis hijos / como fulgor que une lo disperso, / lo que olvidé, los huecos, las ausencias. / Regresa a mí la paz» (45). El poema Bahía de Arcachon ratifica ejemplarmente nuestro lugar en el mundo y nuestra misión, si es que hay alguna, como habitantes de pleno derecho y residentes desde nuestra brevedad. «Tras recorrer la senda polvorienta, / subimos los peldaños de la duna / con los niños cargados a la espalda. / Luce un sol de cristales. Ascendemos / a un silencio azulado / donde respira todo lo que importa / con la humildad del barro sin cocer.» (46). Brevedad definida por ese mandato ético de nuestras acciones, que vienen determinadas por una suerte de código deontológico no escrito, pero que plantea necesidades vitales como no matarás. Asimismo contra la barbarie: «Los disparos de tanque han demolido / los gigantescos budas / tallados con amor en la montaña» (58). Poco más podemos añadir excepto que la poesía de Ariadna G. García es tan necesaria como el pan de cada día. Como el aire que exigimos 13 veces por minuto. 


domingo, 28 de septiembre de 2025

Adamar, en Vien Sur

 


Acaba de salir una nueva reseña de mi último poemario,  Adamar (Pre-Textos, 2025). La firma el poeta Antonio Crespo. La ha publicado Viento Sur, nº 128, septiembre 2025. Pág. 127. Se detiene, fundamentalmente, en el diálogo que entablo con la cultura clásica, citando tanto mis versos como las citas que coloqué al frente del libro. Habla de las "referencias clásicas constantes" y del "homenaje a los clásicos" que yo misma explicito en los poemas y en los paratextos. En realidad, no realizo ningún homenaje. Actualizo su legado para adaptarlo a nuestro tiempo. En mis versos no recoge una herencia como quien colecciona un fósil. La hago revivir con de forma nueva. Reacuño los topicos para que latan con fuerza en nuestro tiempo. Lo mío no son las estatuas, sino la piel caliente.   

jueves, 18 de septiembre de 2025

Alguna pista sobre El bosque sagrado


 


El miedo es paralizante. Nos limita. A menudo construimos nuestra identidad a partir de él, negando la posibilidad de ser quienes podríamos. ¿Cómo lo podemos evitar? Enfrentándonos a nuestros terrores. De esa prueba trata, en parte, El bosque sagrado. De la lucha de una adolescente por encontrar su sitio; del silencio de una anciana para proteger un secreto demasiado comprometedor.

 

La novela se articula en dos partes.

 

La primera se localiza en Madrid.

 

Y aquí la historia se divide en dos tramas. Ambas están narradas por un narrador omnisciente. La primera transcurre en febrero de 1936, y está protagonizada por José Sandoval: un biólogo de la Escuela Veterinaria, recientemente seleccionado para formar parte de un equipo de investigación que realizará su trabajo de campo en la Laponia finlandesa. La segunda se localiza en la actualidad, y tiene por protagonistas a Nico y Jimena, dos hermanos mellizos adolescentes, estudiantes de 4º ESO en el IES Cervantes, uno de los seis institutos históricos de la capital. El hallazgo de un extraño diario en las buhardillas secretas del centro es el detonante de la aventura en la que, sin quererlo, se verán implicados.

 

La segunda parte de la novela se localiza en el Círculo Polar.

 

De nuevo la historia se divide en tramas. En esta ocasión, la primera transcurre entre los años 1941-1944. Es decir, durante la Guerra de Continuación y la Guerra de Laponia, que enfrentó a finlandeses y rusos. La denomina “Operación Barbarroja”, puesta en marcha por el III Reich, pondrá en jaque a los científicos de la base de Inari, donde trabaja José Sandoval. La presencia de un grupo de soldados alemanes pertenecientes a la 3ª División de Montaña creará tensiones entre los militares y los civiles. Más aún, al desvelarse el motivo real de su irrupción allí: la búsqueda de un objeto que cambiará el curso de la Guerra.

 

La segunda trama la protagonizan Jimena y Nicolás. El traslado de la familia a Rovaniemi, por el puesto de trabajo que ha conseguido una de las madres en Finlandia (docente, de profesión), desencadenará una serie de sucesos que mantendrá en vilo a los adolescentes: persecuciones, espionaje, encuentros fortuitos, enfrentamientos y aparición de elementos sobrenaturales. 

 

Hay una tercera trama, protagonizada por Aina, una adolescente finlandesa. En ella convergen las tramas anteriores, es el catalizador del libroAina emprende en la obra el viaje de la heroína, un rito de paso en el que son cruciales los hermanos españoles y sus propios ancestros. Y es que aquí la novela se escora hacia la fantasía, la ecología y la espiritualidad: lo que incluye viajes en el tiempo, viajes astrales en busca de conocimiento y el enfrentamiento entre fuerzas opuestas: el bien y el mal.

 

La chamana es una novela muy bien narrada, con mucho ritmo, diálogos trepidantes y personajes redondos, que carga contra uno de los males eternos que arrastra nuestra civilización: la ambición desmedida, que conlleva amenazas para el mundo. El estilo es lírico, poético; la prosa, cuidada.

 

El libro rinde culto a la amistad, al empoderamiento femenino, a la cultura, a la espiritualidad y a la preservación de la Tierra. Por otro lado, critica la discriminación racial, religiosa y homófoba; así como la destrucción de la biosfera. Y todo ello lo hace combinando con habilidad distintos géneros: aventura, ciencia-ficción y fantasía. 

 

Mi libro dialoga con un doble cuerpo de lecturas: las clásicas de aventuras (Viaje al centro de la tierra, La llamada de lo salvajeLa máquina del tiempo) y las de fantasía más reciente (El bosque mitago, La canción secreta del mundo, Las leyendas de los Otori).

 

El bosque sagrado combina la Historia con la mitología, la ciencia con la religión, la realidad con la magia.

 

Cuando se acaba el libro, los lectores también se han transformado.



jueves, 11 de septiembre de 2025

Publico nueva novela (y ya van tres)

 


Es un honor anunciar la publicación inminente de mi tercera novela, El bosque sagrado, que tengo la fortuna de publicar, de la mano del editor y poeta Raúl Alonso, en Cántico. Estará en las librerías a finales de mes. Además, tengo el privilegio de que el libro salga con prólogo de Ismael Martínez Biurrun, uno de los novelistas españoles que gozan de más predicamento por parte de la crítica académica y entre los lectores de ciencia-ficción, terror y fantasía.

Me puse en contacto con Raúl Alonso para hablarle de la novela el pasado 15 de mayo, y apenas cinco días después, el 20, me proponía lanzarla en su colección de narrativa. Lo cierto es que libro encaja a la perfección en su línea editorial, centrada en cuestiones ecológicas, de género y de diversidad afectiva. Si algo he aprendido con el paso de los años, es que cuando una obra literaria gusta, los editores la acogen con cariño e ilusión desde el primer instante. Encuentran un camino y la hacen hueco. No se hacen de rogar. Y este es el momento idóneo para agradecer a mi editor su apuesta por el libro y su profesionalidad; a Daniel Vera, las horas que ha invertido en su maquetación; y a Ismael Martínez Birrun, su generosas palabras preliminares.    

Durante los próximos días subiré al blog información variada sobre El bosque sagrado. Por el momento, os dejo aquí la nota de sinopsis:

Jimena y Nicolás abandonan Madrid rumbo al norte de Finlandia sin saber que sus vidas están a punto de entrelazarse con un misterio ancestral. En el corazón helado de Laponia, bajo auroras boreales y rodeados de bosques amenazados por la industria, descubren una conexión olvidada con los espíritus de la Tierra y con una estirpe de guardianes chamánicos que lleva siglos resistiendo en silencio. A través de una trama que cruza tiempos y generaciones —desde la persecución de los chamanes sami en el siglo XVII, hasta las expediciones científicas de los años 30 y las luchas ecologistas del presente— El bosque sagrado traza un poderoso relato coral sobre la urgencia de defender la naturaleza. En su tercera novela, Ariadna G. García despliega una prosa lírica y envolvente que fusiona la intensidad de la aventura con la delicadeza de la poesía. Su narrativa, rica en imágenes sensoriales, evoca los paisajes árticos y los ecos de la mitología sami, mientras entrelaza con maestría múltiples líneas temporales y un elenco de personajes caracterizados con una profunda penetración psicológica. El bosque sagrado es una novela ambiciosa donde la tensión épica se equilibra con grandes momentos de introspección y reflexiones sobre la vida, el amor y la esperanza.