viernes, 17 de octubre de 2025

Adamar, en Estado Crítico


 

Juan Carlos Sierra firma hoy un extensa e interesante reseña, para Estado Crítico, de mi último poemario: Adamar (Pre-Textos, 2025). La tenéis aquí:


"Mística pagana ecologista y enamorada


Según se indica en las páginas de inicio de Adamar, el último poemario publicado hasta la fecha por Ariadna G. García (Madrid, 1977), este título hay que entenderlo etimológicamente como “amar con pasión y vehemencia”. Tirando de este hilo, podríamos pensar que nos espera un libro de amor desbordante, de amor fou, uno más, pero ya anticipamos que en sus versos no aparece lo que comúnmente se entiende por pasión y vehemencia en materia amorosa ni mucho menos estamos ante unos poemas que reduzcan al amor al ámbito de la pareja.

            Esta nota etimológica se complementa al volver la página con una serie de citas que encajan coherentemente con el programa lírico que prometen y que se materializará más adelante. Son, por otra parte, citas heterogéneas, multiculturales y diacrónicas que van de Lao-Tse a Van Gogh pasando por Fray Luis de León, Marco Aurelio, Horacio o Virgilio. Las ideas que se desprenden de ellas además guardan relación -y lo comprobaremos según avancemos en la lectura de Adamar– con parte de la obra más reciente de la poeta madrileña, especialmente con Sabiduría de los límites y Línea de flotación, dos libros publicados en un solo volumen en el año 2023 por la Editorial Universidad de Alcalá. Cabría pensar, pues, que para asistir otra vez a la misma poética no va a merecer la pena continuar ni con el poemario -¡error!- ni con esta reseña -¿acierto?-. Ariadna G. García no es poeta que escriba siempre el mismo libro, aunque el sustrato pueda parecer similar. En Adamar añade un elemento no mencionado en poemarios anteriores o quizá solo tratado de refilón, algo a lo que llamaremos mística pagana. Me explico.

Adamar está atravesado principalmente por la filosofía oriental Zen, como refleja el título de su séptima y última sección, es decir, por el taoísmo de Lao-Tse, pero este se entrelaza con el estoicismo clásico de Marco Aurelio y compañía, la ascética de Fray Luis de León o la mística de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, a los que en cierto modo se echa de menos entre el cuerpo de citas que encabezan el poemario que nos ocupa. A esta tradición habría que añadir una línea de pensamiento y de acción más actual, el ecologismo anticapitalista -valga el pleonasmo-. Esta aparente dispersión de escuelas de pensamiento encuentra su mínimo común múltiplo en el desapego materialista y la aspiración a una trascendencia no adscrita a creencia religiosa alguna.

Ariadna G. García construye en sus versos un discurso que busca, en primer lugar, la introspección, el recogimiento reflexivo en los particulares cuarteles de invierno de cada uno, el autoconocimiento, en definitiva, condición imprescindible para ir más allá de las miserias de(l) ser humano, de sus limitaciones -¿autolimitaciones?- y angustias. La contemplación de la Naturaleza -‘Rosa amarilla’- y del cosmos -‘Noche oscura’- puede conducirnos por las vías de iniciación previas -purgativa e iluminativa- a alcanzar un estado de comunión mística con lo que la autora llama el Todo -sea eso lo que sea-.

En este sentido, la poesía parece cumplir un papel más que interesante. Los versos son en ‘Premonición’ (página 15), primer poema del libro, “poema-arca” que salva el mundo, al tiempo que lugar indicado para refugiarnos, ese cuartel de invierno que nos remite al libro homónimo de 1987 de Luis García Montero. En ‘Defensa de la poesía o el sabor de la manzana’, el prólogo añadido a la edición de 2002 de este ensayo del poeta granadino, se concluye lo siguiente: ”…Palabra poética que defiende la conciencia singular frente a la homologación y mantiene abierto el diálogo con el otro frente a la pérdida de los vínculos…”. Hay que entender que la poesía, en concreto la de Ariadna G. García, puede erigirse como uno de esos lugares propicios para esa introspección, para encontrarse uno consigo mismo al margen de los lugares comunes, pero sin endiosarse por ello, sino más bien como punto de partida para el diálogo con los demás en un entrecruzarse constante de lo privado y lo público, lo personal y lo social, el individuo y la república. Por otra parte, la poética de Adamar parece orientarse además hacia la preocupación por la potencialidad real de las palabras en los versos, por su capacidad para pasar de las palabras a los hechos, como podemos leer en ‘Luz’ (página 64).

Este diálogo se establece en todo el libro, pero muy particularmente en la parte titulada ‘Álbum familiar’, sección cuarta y central del poemario. Toda la lucha y la denuncia públicas a favor siempre del conjunto de la Humanidad, se cultiva también en lo pequeño, en lo aparentemente insignificante, de forma muy especial a partir del cultivo de cierta sensibilidad en el ámbito común más privado, en el seno familiar, en particular en los hijos; una sensibilidad construida a partir de experiencias que puedan convertirse en recuerdos definitivos y definidores de una personalidad adulta responsable, empática, solidaria, fraternal, respetuosa con lo natural y con lo humano, un legado este que probablemente la voz poética de Adamar no va a ver porque la lógica de las leyes naturales relativas a la vida y a la muerte así lo van a dictaminar, pero que confía en que se convierta en esperanza de futuro  -‘Rascafría’ (página 49) e ‘Isla de Ons’ (página 52)-.

Volviendo un poco hacia atrás, en concreto a la segunda sección de Adamar, la titulada ‘Naturaleza urbana’, habría que apuntar otro diálogo, pero en este caso fracasado de momento, el de la civilización frente a la Naturaleza o, dicho de otro modo, la imposibilidad de conversar con un capitalismo sordo, ciego, pero gritón, estridente, avasallador. No obstante, desde un ecologismo nada naif, se puede apostar por rincones de resistencia dentro de las ambiciones desproporcionadas del propio sistema  como, por ejemplo, un huerto urbano en el poema ‘Locus amoenus’: ”…Qué lejos de nosotros los coches deportivos,/ las escopetas de caza, las vajillas de oro,/ los chalets en la costa o el dinero./ No ambicionamos más/ que la charla en la sombra con amigos,/ la risa de los hijos cuando pisan un charco/ los besos que el sol riega estremecido,/ la colorida fiesta de los frutos/ colgados y una mesa/ de paz. Nuestra riqueza/ consiste en ser conscientes del milagro/ de estar un tiempo aquí, entre las cosas”.

Abundando en la misma línea de pensamiento y de acción, los versos de Ariadna G. García  nos advierten de que, a no ser que se haga algo ya, la herencia que van a recibir nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, si es que la cosa se alarga tanto, va a ser desastrosa -‘El legado’ (página 41)-, porque el capitalismo solo deja ”…altas torres de acero ya oxidado,/ las colinas de escombros y las negras/ cordilleras de latas y de plástico…”, es decir, basura, el envés de la belleza de la Naturaleza o de algunas civilizaciones pasadas.

De modo que llega un momento en Adamar, en concreto en su quinta parte, la titulada ‘En el reverso: el odio’, para la denuncia frontal, abierta y descarnada. Hay que asumir, por tanto, el riesgo poético y cambiar un poco el tono del libro, aun a riesgo de pinchar. Las tres secciones/poemas en que está dividida esta parte, aunque complementarias, adolecen en cierto sentido del blanco y negro, de la retórica de los buenos frente a los malos. Aunque no le falte razón en la denuncia a la poeta madrileña y tampoco realidad, el conjunto se ve huérfano de la profundidad del conjunto del libro; la denuncia resulta, por tanto, algo falta de fuerza por su previsibilidad. No obstante, dentro de la arquitectura del poemario no dejan de ser poemas necesarios, ya que reflejan una realidad insoslayable, la pertinaz existencia del mal.

            En cualquier caso, Adamar remonta inmediatamente -y de qué manera- en sus dos últimas secciones, las tituladas ‘Plenitud’ y ‘Zen’. Esa ‘Plenitud’ deviene de la contemplación de la Naturaleza, de la apreciación de su belleza humilde, para lo cual uno también ha de adquirir esa misma condición sencilla, incorpórea, ascética -’Ascetismo finlandés’ (página 65) y ‘Recogimiento polar’ (página 66) principalmente-. ‘Zen’ a partir de su tono admonitorio recoge y cierra, especialmente en los poemas titulados ‘Sabiduría de los límites’ (página 77) -ojo a la concomitancia con uno de los libros inmediatamente anteriores de Ariadna G. García- y ‘Crisálida’ (página 78), el programa filosófico y poético del conjunto del poemario en absoluta coherencia con las citas que lo encabezaban.

            Decíamos al inicio de esta reseña que Adamar era un poemario dedicado al amor o en el que se transpira amor, pero de momento no lo hemos mencionado explícitamente. Pues bien, la manera de mirar y vivir el mundo que aparece en sus versos, la aparente insignificancia de lo sencillo y humilde cotidiano, el desasimiento de lo material, la mística pagana propuesta a lo largo de este poemario, incluso la denuncia y la reivindicación en la sección en la que aparece la palabra ‘odio’, no son más que una declaración de amor vehemente y apasionada a la Humanidad y a la Naturaleza. La literatura no tiene la capacidad efectiva e inmediata de cambiar el mundo, y mucho menos la poesía, que como todos sabemos cuenta con una mala salud de hierro en lo relativo a lectores. No obstante, sí que tiene la capacidad de tocar amorosamente lo más profundo de nuestra conciencia. Así sea con Adamar".

Adamar (Pre-textos, 2025) | Ariadna G. García | 88 páginas | 16 euros


Enlace, aquí: https://www.criticoestado.es/mistica-pagana-ecologista-y-enamorada/



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