Breve reseña
El primer poemario de Gracia Aguilar Almendros (Libérame, Domine; premio “Emilio Prados”, Pre-Textos, 2017) es un canto a los vínculos y a la búsqueda de la luz en tiempos de violencia física (intentos de violaciones) e incluso laboral (contratos precarios). Con un lenguaje claro no exento de lirismo, la autora albaceteña (1982) evoca la fuerza milenaria de quien intuye sus remotos orígenes romanos, de quien siente que su alma procede de una época pura, de quien goza su unión con la familia humana y animal, de quien se sabe parte de la naturaleza. Son muchos los poemas a destacar dentro del conjunto, pero me quedo con “Mechas”, toda una lección afectiva, un programa político simbolizado en las manos de quien le trata el pelo. El texto nos arroja una pregunta, de cuya respuesta depende nuestra organización social: ¿nos cuidamos las unas a las otras?
El primer poemario de Gracia Aguilar Almendros (Libérame, Domine; premio “Emilio Prados”, Pre-Textos, 2017) es un canto a los vínculos y a la búsqueda de la luz en tiempos de violencia física (intentos de violaciones) e incluso laboral (contratos precarios). Con un lenguaje claro no exento de lirismo, la autora albaceteña (1982) evoca la fuerza milenaria de quien intuye sus remotos orígenes romanos, de quien siente que su alma procede de una época pura, de quien goza su unión con la familia humana y animal, de quien se sabe parte de la naturaleza. Son muchos los poemas a destacar dentro del conjunto, pero me quedo con “Mechas”, toda una lección afectiva, un programa político simbolizado en las manos de quien le trata el pelo. El texto nos arroja una pregunta, de cuya respuesta depende nuestra organización social: ¿nos cuidamos las unas a las otras?
Estoy sentada
con las piernas abiertas,
la cabeza entre ellas.
La peluquera esponja
mis rizos húmedos,
con delicadeza y ternura.
Sus manos ásperas y largas
son las manos redondas
y suaves de mi madre
peinando mis coletas
para ir al cole.
Recuerdo a Safo
trenzando flores
en el cabello
de su pequeña Cleide.
Y lo que dijo
mi esteticién
cuando posó sus dedos en mis cejas:
“qué poco acostumbradas
a que nos toquen”.
Miro mis uñas rojas,
uñas de gata,
que recorto intentando
que se vuelvan retráctiles
y duelen de tan afiladas.
El miedo, la distancia
con la que nos tocamos.
Sacudo
mi nuca estremecida
por la ternura de la peluquera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario