viernes, 8 de abril de 2022

El mapa del caos

 


El mapa del caos, Félix J. Palma. Plaza y Janés. 2013. 662 páginas.

 

 

A Félix J. Palma le llevó siete años de trabajo la creación de su célebre trilogía de los mapas, situada en época victoriana. Este excelente narrador, curtido en el género del cuento —del que es un reconocido maestro aplaudido por la crítica y por la comunidad lectora—, dio el paso en 2006 de comenzar una aventura literaria que habría de arrancarle 600.000 palabras —2.000 páginas— de pura fantasía e imaginación. De hecho, ese podría ser el lema de su saga: los sueños nos salvan del tedio y del aburrimiento. En cada uno de los tres volúmenes de su obra steam punk se explicita la necesidad que tenemos los humanos de dejarnos caer por el tobogán de lo imposible como vía de escape de la vulgaridad que nos rodea. Y vaya si lo logra. La lectura de sus libros es una fiesta imprevisible, una espiral que gira sobre sí misma como una galaxia que rota sobre un eje mientras se desplaza por el cosmos. Palma no somete sus tramas a una vuelta de tuerca, sino a espectaculares ejercicios de contorsionismo. Por no hablar de la belleza de su prosa: cuidada, elegante, eufónica y con las metáforas precisas para cautivar nuestros sentidos, que quedan deslumbrados por sus fogonazos lingüísticos cual dulces mariposas.

 

Entretenimiento, sí. Pero también algo de crítica. Félix J. Palma siempre visualiza en sus mapas algún tipo de peligro que asola a la especie humana: ya sea porque perecemos a manos de autómatas (de la tecnología consciente de sí misma, como en Terminator o en Matrix), o porque somos esclavizados por extraterrestres que pretenden apoderarse de los recursos de la Tierra hasta agotarlos y emigrar a otros mundos (como en “V”), o porque el sol está a punto de extinguirse y las modificaciones genéticas a las que se ven sometidos los humanos son insuficientes para sobrevivir en un planeta helado. Como puede apreciarse, el autor gaditano gusta de imaginar escenarios diferentes para una misma catástrofe: el fin de la civilización.

 

El mapa del caos cierra la trilogía, tras las espléndidas El mapa del tiempo y El mapa del cielo —bajo mi punto de vista, la cresta de la saga, su incomparable cima—. Se trata de un auténtico fin de fiesta. En este volumen hacen apariciones estelares, además del célebre, H. G. Wells —a quien rinde tributo el ciclo—, otros novelistas imprescindibles de la narrativa británica, como son sir Arthur Conan Doyle y Lewis Carroll. Para romper el patrón de los libros anteriores, los protagonistas de esta última entrega, en lugar de viajar en el tiempo, saltan hacia otros mundos, llegando a cohabitar con seres mitológicos, legendarios e incluso novelísticos. 

 

Félix J. Palma, al igual que en los libros previos, articula tres piezas en esta nueva trama. Pero mientras que en Tiempo y Cielo cada sección es autoconclusiva y hasta podría concebirse como una nouvelle, en Caos esas novelas cortas son mucho más interdependientes. Es más, dos de ellas sólo encuentran sentido pleno si se relacionan con el resto de la saga. En cualquier caso, hablamos de tres piezas de época perfectamente ambientadas (el trabajo de documentación del novelista es encomiable) por las que termina sobrevolando el elemento fantástico. Esa imposición final de lo maravilloso sobre lo realista, es marca de la casa.

 

Las tres historias de El mapa del caos están protagonizadas por personajes de sobra conocidos para los lectores de la trilogía: el agente especial Cornelius Clayton, que se enfrenta a un par de casos de índole sobrenatural: de licantropía y de espiritismo; el adinerado Gilliam Murray, que vive su noviazgo con su adorada Emma; y el matrimonio Wells, en cuyas manos descansa la salvación del multiverso, amenazado de colapso (como en Las puertas del infinito, escrita a cuatro manos por José Antonio Cotrina y Víctor Conde).

 

Y aquí veo un problema. Los contínuos resúmenes que el narrador se ve en la obligación de realizar a los lectores para recordarles los entresijos de los personajes citados, aun siendo pertinentes, suponen un lastre. Palma incluso vuelve a incluir las cartas que se cruzaron Wells y Murray en El mapa del cielo. Es por esto que este tercer volumen me resulta el menos atractivo del conjunto, por lo repetitivo. Tampoco me convence la necesidad de justificar la existencia de Tiempo y Cielo haciéndolos depender de Caos. No era necesario. La argamasa de la trilogía es el propio homenaje a las obras emblemáticas de un clásico: Wells (La máquina del tiempo, La Guerra de los mundos y El hombre invisible); no había que buscar una excusa para justificar la existencia de dos libros que se defienden solos.

 

Dicho esto, Caos cierra de modo magistral todos los cabos sueltos de la saga. Y en ese sentido, da cumplida respuesta a cada interrogante que pudiéramos tener sobre los personajes o sobre situaciones pretéritas. Desde luego, Palma ha armado un libro ambicioso y complejo, al que no faltan deslumbrantes destellos imaginativos.

                      

La trilogía de los mapas es un tributo a la literatura, un desafio a nuestra capacidad de concebir infinidad de alternativas y posibilidades. Su autor posee un ingenio muy agudo, con el que logra hacernos disfrutar de sus enrevesadas invenciones. Es un orfebre de la retórica y un ingeniero de la planificación (aunque a veces, eso sí, se pase de rosca).

 

Como coda añadiré que el protagonista del ciclo no es, ni mucho menos, Wells. Este es un personaje gris, para nada interesante. Tampoco su esposa, por mucho que se empeñe Palma en hacérnoslo creer en el último volumen. No. Los galones deben recaer, por méritos propios, en Gilliam Murray; este sí es un personaje redondo, vivo, lleno de matices, que evoluciona de modo sorprendente ante nuestros ojos. De entre los restantes, destaco a Tom (el capitán Shackleton), si bien sólo sale en Tiempo y Cielo. Ambos nos conmueven, ofenden y engatusan a partes iguales.

 

Aconsejo leer los libros de la trilogía en el orden cronológico de su publicación. Y aconsejo hacerlo ya, antes de que las ediciones en tapa dura sean inencontrables. Bon appétit.

 

 

 

 

 

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