jueves, 10 de diciembre de 2020

Las hogueras azules


 

Las hogueras azules, Juan F. Rivero. Candaya. 112 páginas.

 

 

 

 

Hace un año publiqué la reseña de Escaramujos, un bello libro de haikus a cargo de Jesús Munárriz que había editado la editorial Pre-Textos. En aquel artículo (que podéis leer AQUÍ) hacía un repaso de la influencia de la lírica nipona en nuestras tradición, remontándome a los poetas del 98. El nuevo libro de Juan F. Rivero (Sevilla, 1991), Las hogueras azules, dialoga, pues, con una doble corpus de lecturas: las fuentes orientales (chinas y japonesas: Basho o Santoka, entre otros) y las españolas. Leído el libro, me atrevo a especular con la idea de que su joven autor haya sentido arder dentro de sí la llama de una de las formas de espiritualidad más antiguas del mundo, la china, vertida sobre la cultura japonesa, donde florecerá con sello propio. Visto el año que llevamos, con la pandemia y la crisis económica de fondo (que no dejan de ser síntomas de esa enfermedad llamada capitalismo –parafraseo a Jorge Riechmann), estamos necesitados de una desacelarción de nuestros ritmos laborales y existenciales, de un apego sincero a la naturaleza, de un ejercicio de instrospección que nos permita conocernos y dejarnos sorprender por el mundo. A este propósito contribuye la lectura de Las hogueras azules. Esta pequeña colección de haikus, tankas y prosas nos recuerda que tenemos al alcance de la mano una vida más plena, quizás porque (también) nos hace ser conscientes de la fragilidad que soportamos. Así, abunda en estos textos delicados y minimalistas una simbología aérea (cielo, luz, pájaros, polillas, libélulas, amanecer) que connota exaltación. “La alegría/ consiste en no creer:/ la vida basta” escribe Juan F. Rivero. Sostiene Mexence Fermine en Nieve, un hermoso cuento que rinde culto al haiku y a la belleza, que las artes y el amor persiguen un mismo fin: “vivir cada momento de la vida a la altura del sueño”. Puede que por esa razón Las hogueras azules incluyan poemas amorosos de cuño celebrativo (“el olor de otro cuerpo/puede ser un paisaje”), donde no falta el temor a la pérdida, a la frustación del ideal: “sentimos miedos nuevos/ cada vez que diluvia/ y  asignamos un nombre/ a las cosas que amamos”. No quiero acabar la reseña sin mencionar el tema de la Luz. Rivero, como el Juan Ramón del Diario de un poeta recién casado, dedica un hermoso texto (“Haibun 1”) a la luminosidad. Ambos buscan los matices cromáticos ahondando en la luz interior, esa que alumbra los colores de fuera. Detenerse, contemplar, conocerse. Tres versos imprescindibles para el siglo en que estamos.

 

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