viernes, 19 de julio de 2019

Escaramujos

Escaramujos, Jesús Munárriz. Valencia, Pre-Textos, 2019. 76 páginas.


El haiku está de moda. Prueba de esta convicción es el último número de la revista Ínsula (El haiku entre dos orillas, coor. JM Rodríguez), dedicado en exclusiva a esta pieza de origen japonés; así como la coincidencia en el último año de varias publicaciones que también lo confirman (Apunto de ver, José Luis Morante –Polibea, 2019–; Río Mekong, Verónica Aranda –Cartonera Island, 2018–; Capitalinos, Jesús Munárriz –La isla de Siltolá, 2018–; Grillos y luna, Susana Benet –La isla de Siltolá, 2018–; ¿Y si escribes un haiku?, antología a cargo de Josep M. Rodríguez –La Garúa, 2018–; Ars nesciendi, Jorge Riechmann –Amargord, 2018–… Por citar algunos ejemplos de creación nacional. Hiperión, por su parte, está contribuyendo a este feliz estado del haiku (y del tanka) en nuestros país con los volúmenes Tristes juguetes, de Ishikawa Takuboku (2019); Muevo mi sombra, de Ozaki Hoosai (2018); y con un libro extraordinario que traigo aquí a colación, aunque salió de imprenta en 2016: Haikus de guerra. Como ven, son muchas las editoriales que se rinden a sus encantos. ¿Y a qué viene este gusto, tan extendido hoy, por la estrofa japonesa? El haiku ya gozó de predicamento en los albores del siglo pasado. En el artículo fechado en 2001 “La protohistoria vanguardista de la promoción poética del 27”, Javier Pérez Bazo (Universidad de Toulouse) vincula esta influencia al interés de la nueva poesía por lo sintético, por la miniatura. Pedro Aullón de Haro, de hecho, la rastreó en JRJ, Antonio Machado, Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Lorca, Alberti, Aleixandre y Guillén, entre otros (El jaiku en España, Playor, 1985; Hiperión, 2002). Es decir, el haiku se avenía a una nueva estética, a un nuevo concepto del poema (claro y preciso) que en España arraigó en la poesía pura, en Rusia en el acmeísmo y en Estados Unidos y en Inglaterra en el Imagismo. ¿Pero, y hoy? El haiku nació como vía de meditación. Sin excluir este noble motivo –habría que dar voz a los poetas, para que se explicasen–, quizás ahora su escritura –y lectura– se deba a una doble causa: la inmediatez (vivimos en un mundo gobernado por la velocidad que imponen las nuevas tecnologías y las redes sociales) y la sencillez (el haiku –al igual que nuestra lírica breve– encarna una forma humilde y espontánea de humanidad. Sirve de contrapeso a la artificiosidad de la urbe, a la civilización corrompida y sin alma que habita en las ciudades).

Ejemplo de la reivindicación de la naturaleza es la última colección de haikus del poeta, editor y traductor Jesús Munárriz, Escaramujos (Pre-Textos, 2019). Divida por estaciones, la obra nos regala más de 150 delicadas miradas a un entorno campestre. Cada texto nos muestra un detalle pictórico de un conjunto. Cada verso es una pincelada evocadora de un estado de ánimo. Munárriz no recurre a las herméticas metáforas yuxtapuestas del Antonio Cabrera de Tierra en el cielo (Pre-Textos, 2001): “Voz de las peñas,/eco que vuela oscuro/sobre la helada”; él describe lo que ve: “El chaparrón/se ha llevado las flores/de los cerezos”. Confesaba Verónica Aranda en la presentación de Río Mekong que cuando viaja, en lugar de hacer fotos, escribe haikus para recordar un sitio. El prestigioso poeta vasco destila en sus composiciones esencias de distintos lugares (Vizcaya, Segovia, León…), con el objeto de inmortalizarlos. En ocasiones, además, desliza un tono crítico al servicio de un mensaje ecológico (“Agosto rojo,/pantanos sofocados,/bosques ardiendo”) o denuncia del cambio climático (“Ya han florecido/almendros y ciruelos./¡Loco febrero!”). No faltan  guiños intertextuales al célebre Basho (“Salta la rana./Resuena el viejo estanque/como hace siglos”), y es que, en líneas generales, estos hermosos haikus son de corte tradicional –al contrario de los que leemos en Capitalinos–: pauta métrica, kigo estacional, abolición de la individualidad, búsqueda de la belleza y congelación de un instante; si bien no falta en algunos el tono humorístico –marca de la casa– o desenfadado. 

Un libro al año viene publicando Jesús Munárriz desde que publicara en 2017 Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste (Hiperión). ¡Y está a punto de cumplir los 79 años! Que la inspiración perdure, maestro.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario