Curva, Aurora Delgado. Palma de Mallorca, Sloper, 2018. 175
páginas
Sostiene Daniel Pennac que una de las prerrogativas del
lector es el derecho a abandonar la lectura de un libro, cuando no le convence.
Admito que en contadas ocasiones he dejado a medias una obra. Por lo regular,
siempre acabo lo que empiezo. De lo que no me gusta también aprendo a sortear
errores. Además, he comprobado por mi dilatada experiencia lectora que no
siempre se cumple el refrán que sentencia que lo que mal empieza, mal acaba. Así que yo no me rindo si una
novela me aburre o si un poemario no me emociona. Espero. Paro. Retomo.
Obviamente, si abro un libro es porque ha llegado a mis manos por alguna razón.
Confío en los editores que están detrás, en los colegas del gremio que lo han
recomendado, en los escritores que los firman y en mi propio instinto. Dicho
esto, también reconozco que hay lecturas que no emprenderé en la vida,
acogiéndome —precisamente— a ese decálogo de Pennac: vade retro, librum! Esa fe de la que hablo es la que
me armó de paciencia (virtud indispensable, forjada con los años) para no
desistir de la lectura de Curva, segunda novela de Aurora Delgado, publicada en Sloper.
Y he obtenido, claro, mi recompensa. Vayamos al asunto.
La obra tiene dos partes
claramente diferenciadas. La primera abarca hasta el capítulo 18, inclusive.
Justo la mitad. Tiene 36. Ese tramo me resultó anodino. El narrador omnisciente
focaliza su punto en vista en Antonio, un hombre abúlico sin un proyecto
propio, un padre de familia apático y un marido desapasionado. Por medio del flashback
conocemos su
vida anterior, en Melilla, donde trabajaba de profesor interino en un IES
público de secundaria. Impartía la asignatura de Historia. Sabemos que sacrificó
su vida laboral por la plaza de funcionario en prácticas que sí ganó su esposa,
tras opositar en Andalucía. Desde entonces vive bajo el yugo de su suegro y de
su cuñada, a los que debe su empleo en un hospital veterinario. En esta cara de
la moneda asistimos a rencillas domésticas y conflictos familiares de lo más
común. Si bien es cierto que el estilo de Delgado es pulcro y en ocasiones muy
lírico, las escenas adolecen —siempre a mi juicio— de fiebre o de pasión. El
número de personajes a los que se alude es excesivo y apenas son esbozos.
Además, la obra —hasta aquí— carece de una trama. Parece un retazo de apuntes
de recuerdos y de leves disputas. Tan sólo se menciona un dilema de calado que
asole al protagonista: aceptar o no una considerable suma de dinero
(ofrecimiento inverosímil, tal y como se plantea) para replantearse su vida
profesional como miembro de una cooperativa docente. Si a esto añadimos que el
capítulo 18 está lleno de incoherencias (página 100: un vigilante jurado provisto de pistola que presta un servicio armado en un Burger, y que juega a la
ruleta rusa en el establecimiento; una inspectora de policía que le pregunta si
es suya la pistola, a
lo que responde el vigilante que la cogió prestada de la empresa…), demostrando la autora un desconocimiento
absoluto del mundo de la seguridad privada (tecnicismos, armamento
reglamentario, condiciones de uso de la armería, prestación de servicios
armados… recogidos en la Ley 5/2014, del 5 de abril, y con anterioridad, en la
Ley 23/92 de 30 de julio), pues ya tenemos razones suficientes que justifiquen
el abandono del libro. Pero como adelantaba, soy lectora tenaz. Así que
reinicié su lectura, y lo hice desde otro ángulo. ¿Esa ambientación tan poco
seductora estaba al servicio de qué? ¿Esa falta de progresión argumental, que
sentido tenía? Y supuse, entonces, que ambas expresaban el propio estancamiento
de Antonio, el protagonista. Y recurrí a la fe.
La segunda parte de la novela
bien merece el penoso ascenso por la montaña: las vistas son impresionantes. Y
es que el reverso de la moneda de Curva es un thiller inspirado en el mejor Tarantino (Pulp
Fiction), con
algún eco de Delibes (Los santos inocentes). En esos últimos 18 capítulos el montaje de
escenas es soberbio. El flashback no se anuncia, se presenta. La autora va enhebrando
elementos con la primera parte que ahora cumplen su función. Va atando cabos. Y
así descendemos, vertiginosamente, hacia el desenlace de la historia a bordo
del vagón de una montaña rusa. El libro se revela puro vértigo.
Curva pone sobre el tapete de la mesa
temas actuales: el bulliyng, los centros educativos privados y la selección de su
cuerpo docente (como en Cuatro por cuatro, de Sara Mesa; o en Mandíbula, de Mónica Ojeda), la búsqueda de
un porvenir por el atajo del dinero fácil y no por el esfuerzo o el trabajo, la
falta de autoestima y de amor hacia el prójimo… que son para mí las claves de
la obra. A todas luces hija de su tiempo.
Aurora Delgado fue finalista de
premio Nadal por esta novela.
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