jueves, 26 de junio de 2014

Cuando las palomas cayeron del cielo



La tormenta en un vaso publicó hace unos días mi reseña de la última novela de Sofi Oksanen: Cuando las palomas cayeron del cielo (Salamandra. 2013). Quiero señalar aquí que la traductora del libro, Luisa Guitiérez Ruiz, recomendó a la editorial que el título de la obra fuese este otro: Las palomas desaparecieron. Yo avalo su opción, pese al descarte de Salamandra. El título impuesto por la editorial no connota nada. Simplemente es lírico. La sugerencia de Luisa Guitiérrez, en cambio, no sólo connota peligro, muerte (temas asociados a la historia que se relata), sino que además se trata de una traducción literal del finés. Además, este título está relacionado con un pasaje del texto, que lo justifica: tanta hambre se pasó en la Estonia ocupada por los nazis, que éstos se vieron en la necesidad de alimentarse de palomas; de ahí su extinción. Y de ahí la relevancia del título original y de la traducción de Luisa Guitiérrez. 

Mi reseña, aquí.

domingo, 22 de junio de 2014

"Helio" en "La estación azul" RNE



Os dejo el link al programa dirigido por Ignacio Elguero de Olavide y Cristina Hermoso de Mendoza, emitido el pasado 14 de junio, durante la Feria del Libro de Madrid. Con mi gratitud hacia una casa, RNE, que me viene acogiendo desde hace trece años; y con mi cariño sincero no ya sólo hacia Ignacio y Cristina, sino también hacia Javier Lostalé.

Podéis escucharlo aquí.

miércoles, 18 de junio de 2014

Luis Alberto de Cuenca reseña Vivo en lo invisible



BRADBURY POETA*

Luis Alberto de Cuenca
Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo
(CCHS, CSIC)


Sabemos que Raymond Douglas Bradbury nació en Waukegan, Illinois, un 22 de agosto de 1920, y que falleció en Los Ángeles, California, el 5 de junio de 2012. También sabemos que inició su carrera literaria en 1939, cuando lanzó en Los Ángeles su fanzine Futuria Fantasia, germen de tantas otras empresas posteriores. Lo que no teníamos tan claro es que, además del inmenso narrador cuyas novelas  Crónicas marcianas (1950), Fahrenheit 451 (1953)— conoce todo el mundo, fue un espléndido poeta, como se han encargado de decirnos a los hispanohablantes dos libros recientes, ambos en edición bilingüe: esta preciosa antología preparada por Ariadna García y Ruth Guajardo y unas Poesías completas (Madrid, Cátedra) de más de mil páginas traducidas por Jesús Isaías Gómez López, profesor de la Universidad de Almería.

De modo que con la poesía de Bradbury, que empezó a publicar en los años 70 del siglo pasado, cuando ya era un cincuentón, hemos pasado de la ignorancia al más preciso de los conocimientos, pues la labor de García y Guajardo, por una parte, y de Gómez López, por otra, nos ha puesto al alcance de la mano, de los ojos y de la mente la producción poética del maestro norteamericano. En el caso de la antología que nos ocupa, hay que decir que está vertida al castellano con una sensibilidad poco común, lo que no es de extrañar, participando en las tareas de traducción un nombre propio tan acrisolado dentro de la poesía española de última hora como el de Ariadna G. García, que ha dado muestras de su enorme calidad lírica en poemarios como Napalm, Apátrida o La Guerra de Invierno (los tres en Ediciones Hiperión). Las traductoras indican al final del hermoso texto introductorio que antecede al florilegio que se han mostrado en todo momento “fieles al tono, la intención y el nivel del discurso de cada poema de Bradbury”, realizando los cambios pertinentes en el terreno de la sintaxis y del léxico, que son característicos de cada lengua y que, por tanto, precisan de una adaptación. El inglés es, además, mucho más condensado que el castellano, por lo que la mancha impresa del texto original es bastante más reducida que la de la versión española. Hay versos ingleses que exigen un desarrollo en castellano mucho mayor, y eso explica que haya páginas pares en blanco con texto impreso en las páginas impares enfrentadas con ellas (que son las que corresponden a la traducción de Ruth y Ariadna).

Bradbury, a quien Borges adoraba —firmó un prólogo para la primera edición de sus Crónicas marcianas (1955) de Minotauro que no tiene desperdicio— y al que mi amigo Garci dedicó a comienzos de los 70 un libro memorable —Ray Bradbury, humanista del futuro— es un poeta de verdad, de los que transmiten emoción a raudales. Ariadna y Ruth hablan de Dylan Thomas y Gerard Manley Hopkins como sus dos influencias poéticas más notorias. Yo añadiría la del inevitable Walt Whitman, cuya huella es perceptible en los poemas más bíblicos y versiculares de Ray y en los de casi todos los poetas norteamericanos que vinieron al mundo después de la publicación de Hojas de hierba. No es fácil sustraerse a la influencia de Whitman, y la postura anímica de Bradbury recuerda mucho, en su vitalismo exacerbado, a la del autor de Canto a mí mismo.

 Foto Julián de Domingo

Decía Bradbury en el prólogo a sus Cuentos de dinosaurios que había tres temas que fascinan a los lectores y que seguirán fascinándolos por los siglos de los siglos: el antiguo Egipto, el planeta Marte y los dinosaurios. Yo añadiría como fuente de fascinación permanente para el lector de hoy y de mañana la escritura de Bradbury, tanto la de sus novelas y cuentos, sobradamente conocida y reconocida, como la de sus poemas, ahora puesta en circulación entre nosotros por esta antología de Salto de Página y por la poesía completa de Cátedra. Los amantes de esa escritura estamos de enhorabuena con el descubrimiento de sus versos.


 (Artículo publicado en el número 20 de la revista Nayagua. Junio 2014)




* Ray Bradbury, Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos (edición bilingüe). Traducción y prólogo de Ariadna G. García y Ruth Guajardo González. Madrid, Salto de Página, 2013.

miércoles, 11 de junio de 2014

El hombre sin rostro




El hombre sin rostro, Luis Manuel Ruiz. Salto de Página. 224 páginas. 16,90 euros. 2014.
 

Según la contracubierta de la novela El hombre sin rostro, el protagonista del libro es el profesor Salomón Fo, una mente brillante al servicio, hace años, de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales del Reino de la España de 1908. Pero basta leer la obra para percatarnos de que la verdadera depositaria de semejante galardón es su hija; sin lugar a dudas, el personaje más importante y original de toda la trama: una mujer que rompe con las convenciones sociales de la época, que gana para la feminidad distintos espacios reservados a los hombres (cuadriláteros de boxeo, carreras de automóviles), de carácter independiente, razonador e imaginativo y espíritu curioso. Sobre sus hombros cae la responsabilidad –libremente aceptada– de proteger la vida de su padre y del elenco de científicos asociados al misterioso proyecto Anfitrión, financiado por el Ejército y la Policía para defender al reino de las amenazas internas (revueltas anarquistas) y externas (Guerra de Marruecos) que puedan socavarlo. Y ahora sí, tras el –justo– intercambio de galones, podemos empezar a analizar el libro.

El hombre sin rostro es una estupenda novela de humor, aventuras e intriga que saciará las expectativas de los amantes de dichos géneros. Se trata de un cóctel donde se mezclan historias clásicas de detectives (Las memorias de Sherlock Holmes), guiños a películas de misterio (Un cadáver a los postres, El secreto de la pirámide) o a dibujos animados (Los autos locos, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?), y obras fundacionales de la ciencia-ficción (El hombre invisible, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?).

La estructura del libro no se aparta un punto del canon: tras el asesinato inicial de Ernesto Silva (director del Museo de Historia Natural de Madrid), un joven reportero del heraldo El Planeta (Elías Arce) intenta resolver el enigma que encierra esta muerte, a la que sigue la de Enrique Saldaña, director del Comité Científico del Reino. En sus pesquisas, Arce encuentra en la figura de Salomón Fo la clave de un programa de exterminio. Una vez analizado el nexo que une a las víctimas (su colaboración con el proyecto Anfitrión), el periodista y la hija del científico, pese a sus desavenencias, se alían para contactar con el resto de profesores a fin de prevenirles y proporcionarles seguridad. Lista en mano, los personajes emprenden una alocada carrera contrarreloj que los lleva por los barrios de Madrid, Barcelona y Pontevedra.

El libro destaca por su ambientación. Luis Manuel Ruiz ha realizado un encomiable ejercicio de documentación histórica sobre el mapa y los usos de la corte a principios del siglo pasado. Lo mismo que el Galdós de los Episodios Nacionales, revive el pulso de un Madrid bipolar donde el progreso –acotado entre Embajadores y Recoletos, y reflejado en lujosos palacios, en el asfaltado de calles, en la iluminación eléctrica o en la instalación de tranvías– convive con la miseria del extrarradio urbano –localizado en Legazpi, un barrizal lleno de escombros, roedores y fábricas–.



Foto de Raúl Doblado

Otro aspecto destacable del libro es la voz narradora. La ironía, el humor, la mirada sarcástica sobre los personajes dotan a la novela de pasajes realmente divertidos. Luis Manuel Ruiz es un narrador de raza, que maneja los tiempos, el ritmo y la retórica con inteligencia.

El hombre sin rostro supone un homenaje a muchos referentes literarios y cinematográficos de la infancia y de la adolescencia. No faltan ni las tormentas, ni los apagones, ni los mayordomos, ni las miradas de recelo que se lanzan entre sí los desconfiados personajes. Pese a estos guiños, la imaginación de Luis Manuel Ruiz (al contrario que la de su reportero, Elías Arce, que “más parecía un filete de bacalao, por lo tieso y árido”) reportará a los lectores varias horas de grato –y necesario– entretenimiento.

(Esta reseña ha sido publicada por micro-revista. Tenéis el enlace aquí.)

jueves, 5 de junio de 2014

No han visto las estrellas



 


No han visto las estrellas,
ni una sola, ni una
de todas las criaturas de este mundo
desde que las arenas rozaron el viento por primera vez.
Ni una sola, ni una,
ni una bestia de entre todas las bestias se ha parado
en el prado o la llanura o la colina
y ha conocido la emoción de mirar esos fuegos;
nuestras almas admiran lo que ellas, ¡oh, ellas!, jamás han conocido.
Durante cinco mil millones de años han salido volando 
                              [girando alrededor de las esferas
pero ni una sola vez en todos esos años
un león, un perro o un pájaro que atraviesa el aire
ha mirado hacia allí, ¡oh, mira! Ha mirado hacia allí, ¡ah Dios!, a las estrellas;
¡Oh mira, mira allí!
Es como si nunca hubieran existido
ni el universo ni el sol ni la luna ni la simple luz de la mañana.
Su tragedia era muda y ciega, y aún lo sigue siendo.
¿Nuestra percepción?
Sí, ¿la nuestra? Averiguar lo que somos ahora.
Pero piénsalo, después elige…di, ¿a quién?
¿A los nacidos de la salvaje Tierra, habitantes de un espacio
que tan pronto se mira se borra y queda ciego
como si sus milagros no hubieran existido?
¿Extensas órbitas de penetrante luz, fuego y escarcha,
que nada más mirarlas ya se pierden?
¿O a nosotros, de carne delicada, con los ojos nuevos de Dios
que suben y comprenden y rastrean los cielos?
Nosotros observamos la deriva de las estaciones en la marea lunar
y sabemos del paso de los años, recordando lo muerto.

Oh, sí, quizás algunos pájaros alguna que otra noche
han sentido la salida de Orión y han virado sus vuelos
y han girado hacia el sur
porque llevaban cartas estelares impresas en sus dulces
sueños genéticos…
O así parece.
¿Pero ven? ¿Pero de veras ven y se percatan?
Y, percatándose, ¿es que acaso desean tocar esas hogueras,
alargarse hasta que la poderosa frente de un hombre 
                                  [de la altura de Lamarckiar
golpee terremotos, impacte contra la superficie de la luna,
después de Marte, después de los anillos de Saturno?;
y, alargándose, ¿pretenden enseñar
al resto de las bestias cómo
volar con sueños en lugar de con sus viejas alas?
Así que, piénsalo: ¡somos los primeros! Los únicos
a los que Dios ha honrado con su ascensión de soles.
Para nosotros, como regalo: Aldebarán, Centauro, el doméstico Marte.
Despierta, dice Dios. Mira hacia allí. Ve a cogerlas.
Las estrellas. Oh, Señor, muchas gracias. ¡Las estrellas!


(Del libro Vivo en lo invisible. Salto de Página. 2013)