viernes, 28 de junio de 2013

La venda púrpura


 
A los obispos españoles


Nuestros padres votaron
con sus manos de fresa estallando en el aire como ramas
una Constitución para nosotros
–un acuario sin redes–,
y con sus propios brazos
–con voluntad de dique–
levantaron a pulso un parlamento
para que legislase
según los intereses
de nuestros corazones.

Hace tiempo que pedimos
el fin de la injusticia:
el reconocimiento
de un amor perseguido por la duda,
sometido a sospecha. Era el amor
una razón de Estado.

                                    Se logró.

Pero hay tipos que aún ponen cerrojos al alba.

Ved:
            una catarata de metal o silencio
es su lengua extendida hacia nosotros.
En sus tendones crecen
caracolas sin alma
como bosques talados.
Encienden partituras
en la alcoba del ojo,
pero son sus promesas
gaviotas con el pecho
partido por lo amargo de la ausencia,
como alfombras de agua.

Y mientras,
                    en las calles
de una ciudad distinta a la esperada
por aquellos que ponen
a sus vidas un toldo
para evitar el filtro de la luz,
la danza de la lluvia,
la verbena del polen…

                        corretean:
los abrazos caídos con forma de planeta,
matrimonios de hombres o mujeres
–algunos ya con hijos–
que viven en sus casas,
los gemidos nocturnos
de cisnes incendiando las cortinas del cuerpo,
películas, canciones, libros, series…
que tonifican, dan volumen (forma)
a los abdominales más endebles
de nuestra sociedad.

                        Y pese al cambio,
esta Iglesia no mueve sus peones
sobre el tablero a cuadros del destino.

A veces me pregunto
por esa cobardía
disfrazada de espuela;
si este reino de erizos
se construyó con opio.

No entenderé en la vida
la falta de conciencia de su tiempo
que tienen los prelados.

(De mi libro de poemas Helio, de próxima publicación)



 Uno de nuestros obispos homófobos, el de Alcalá:
Juan Antonio Reig 

martes, 25 de junio de 2013

Confianza


 Linford Christie
medalla de oro en los 100 ml, a los 37 años,
en Barcelona 92


No hay que tener prisa por publicar. Lo que importa es divertirse a lo largo del proceso creativo y sacar de las entrañas nuestras verdaderas emociones e impulsos. Cuando un libro es honesto, si es un géiser que propulsa al exterior sentimientos reales, acaba seduciendo a los lectores y convenciendo a editores o jurados. Pero hay que ser pacientes. Cada libro es distinto. Un escritor no es un plusmarquista, no se debe fijar como meta sacar una serie de libros en un tiempo récord. Muy probablemente, las prisas arruinarán sus obras, que no tendrán ocasión de desarrollarse, de pulirse, de ser las piezas que el artista soñó. Durante el tiempo de escritura, sin embargo, los autores sí deben poseer cualidades deportivas: confianza, determinación, instinto, perseverancia, tesón, certeza y concentración. Son imprescindibles, además del talento. Poco importa si un libro tarda más o menos en escribirse o en publicarse. Lo importante es no perder la fe. Mientras el libro encuentra su oportunidad y surgen las condiciones adecuadas para su publicación, lejos de desanimarse, el escritor debe comenzar nuevos proyectos. A menudo, la edición de un libro no depende de sus méritos o deméritos, sino de su adecuación a las modas y al mercado. Cuando un atleta pierde una carrera no deja de entrenar. Tampoco busca excusas. Prepara la siguiente. Así surgió mi nuevo poemario, La Guerra de Invierno. Mientras lo escribía, descansaba sobre la impresora un libro anterior, Helio, de poemas intensos y llenos de fuerza. Hace unos meses, tuve la suerte de que se comprometiera a sacarlo una editorial independiente y de exquisito diseño: La Garúa. A las pocas semanas, ganaba con La Guerra de Invierno el “Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana” (Hiperión. 2013). A veces sólo se trata de esperar el momento adecuado o la lectura entusiasta de tu obra por parte de editores o jurados valientes. Todo llega. Nunca pierdan la fe en sus posibilidades ni tracen una línea que les imponga límites.     

domingo, 16 de junio de 2013

La importancia de la buena literatura (II)


 

La buena novela, Laurence Cossé (Impedimenta, 2012). Trad. Isabel González-Gallarza

Desde que existe la literatura, el sufrimiento, la alegría, el horror, la gracia, todo lo grande que hay en el hombre, ha generado grandes novelas. Con frecuencia, esos libros excepcionales no se conocen. Corren el riesgo permanente de caer en el olvido y, hoy en día, cuando la cantidad de títulos publicados resulta inabarcable por su número, el poder del marketing y el cinismo del comercio se afanan por que no se los pueda distinguir de los millones de libros anodinos del mercado, por no calificarlos de vanos.

Pero esas novelas magistrales hacen mucho bien. Embelesan. Ayudan a vivir. Instruyen.

No necesitamos libros insignificantes, libros huecos, libros confeccionados para gustar.

No queremos libros escritos sin mimo, deprisa y corriendo “Vamos, termíname esto para julio, en septiembre se lo lanzo como es debido y vendemos cien mil ejemplares”, “Trato hecho”.

Queremos libros escritos para nosotros que dudamos de todo, que lloramos por nada, que nos sobresaltamos ante al más mínimo ruido.

Queremos libros que hayan costado mucho a su autor; libros en los que se hayan depositado sus años de trabajo, su dolor de espalda, sus crisis, su temor a veces a la idea de perderse, su desánimo, su valentía, su angustia, su cabezonería y el riesgo que ha asumido de fracasar.

Queremos libros espléndidos que nos sumerjan en el esplendor de la realidad y que nos mantengan ahí; libros que nos demuestren que el amor obra en el mundo al lado del mal, muy cerca, a veces de forma indistinta. Y así continuará, igual que siempre. El dolor desgarrará los corazones.

Queremos buenas novelas.

Queremos libros que no eludan nada de lo trágico de la condición humana ni de las maravillas cotidianas; libros que nos devuelvan el aire a los pulmones.

jueves, 13 de junio de 2013

Extracto de mi conferencia en el IC de Praga




Fotos Isaac Sibecas
 
Un poeta siempre está llamado a la rebelión. No hay verdadero poeta (hombre o mujer) que carezca de un espíritu a contrapelo de la ideología oficial. Poeta es querer transformar el mundo, crear una sociedad civil más justa. En los tiempos que corren, la poesía es absolutamente imprescindible. Necesitamos palabras que nos unan, que nos alienten y que nos acompañen. Los buenos poemas nos mueven y nos purgan. La poesía tiene propiedades curativas, ahonda en las heridas por las que sangramos todos, para después sellarlas. La literatura, en general, es un antídoto que anula los efectos de la existencia. Así lo expresaba el escritor norteamericano Ray Bradbury en su libro de ensayos Zen, el arte de escribir: “El arte no nos salva, como desearíamos, de la guerra, las privaciones, la envidia, la codicia, la vejez o la muerte, pero puede revitalizarnos en medio de todo”. 

Occidente necesita reinventarse. No dirigimos en línea recta hacia un abismo económico y social. Debemos recuperar valores en desuso. Muchos se encuentran en la tradición literaria. Quizás es tiempo de pararnos a pensar quién somos o quiénes estamos siendo. ¿Queremos una sociedad competitiva o colaboradora? ¿Deseamos un mundo de relaciones sociales virtuales o reales? ¿Nos hace más felices el mundo caduco y perecedero de la sociedad de consumo, o el compromiso y la estabilidad de la sociedad del desarrollo sostenible?

A estas preguntas he querido enfrentarme en mi nuevo libro de poemas: La guerra de invierno.

Mi última obra nació por casualidad. No la esperaba. Allá por 2011 yo estaba finalizando un libro anterior, Helio, que se publicará el año que viene. Pero un viaje a Finlandia y el despido de miles de profesores a finales del curso académico (yo soy docente), me motivaron a escribir la obra. La guerra de invierno, por lo tanto, nació del hechizo que me produjo un país nórdico y de la vergüenza que me produjo el mío.

La gran protagonista de la obra es la naturaleza helada, que sirve de escenario a una historia de amor, al robustecimiento de una comunidad y al vínculo entre las personas y los animales. El libro enaltece la vida sencilla, apegada al entorno natural, saciada por la pareja y protegida por la vecindad. Los valores que defiendo en los poemas son el amor, la solidaridad, la colaboración, la confianza y el respeto.

Pero el libro no sólo exporta una serie de valores, sino que también critica a sus contrarios. Así, arremete contra la guerra: símbolo de la destrucción, del imperialismo, de la competitividad y del enfrentamiento.

La guerra de invierno dialoga con la literatura renacentista, recoge algunos de sus temas y motivos: la alabanza de aldea y el menosprecio de corte, la confianza en el logro de los sueños, el tempus fugit… En ocasiones conviene desandar lo andado para tomar impulso hacia delante o para realizar otro camino. Hoy, más que nunca, debemos encontrarnos en los clásicos. La crisis de occidente es una crisis de valores. No seamos menos felices de lo que soñamos hace siglos. Recuperemos el sentido de la verdadera felicidad, que no descansa en la posesión, ni en la tecnología; sino en la plenitud que nos otorgan las cosas más sencillas: “un ángulo me basta/ un libro y un amigo” (Epístola moral a Fabio, Andrés Fernández de Andrada).

 Junto a Elena Buixaderas y Denisa Škodová
durante el recital bilingüe español-checo

viernes, 7 de junio de 2013

Madrid rinde homenaje a Ray Bradbury

Ruth Guajardo y yo
 
El pasado día 5 hizo un año que perdimos a Ray Bradbury, aunque su memoria y recuerdo palpita como un pájaro dentro de tus nuestras venas. Sigue vivo en nosotros. Nos recorre la sangre. Anida en nuestros pechos. Para celebrar su continuidad en nosotros, su presencia diaria en el imaginario de miles de lectores, le rendimos homenaje en Los Diablos Azules. El encuentro fue mágico. Viajamos en el tiempo. En medio de todos, Ray Bradbury cobraba consistencia. Su mundo nos envolvía a medida que nuestras voces lo nombraban. Un mundo atravesado por la luz, que edificamos Juan Carlos Mestre, Ruth Guajardo, Juan Gómez Bárcena, María Sevilla, Carlos Salem, Ismael Martínez Biurrun, Raquel Lanseros, Pablo Mazo y yo. Pero lo compartieron muchos más.

Os dejo aquí el enlace de una lectura de Ray Bradbury en la NASA en 1971.

El maestro vive y nosotros con él.

 Pablo Mazo
Fotografías: María Sevilla