viernes, 26 de diciembre de 2014

Viaje de invierno



 



Tú que has sido un país
remoto, inalcanzable,
eres frontera, al fin, donde comienza
el mundo que he soñado.
Toda mi realidad nace contigo:
cuando tus adjetivos la matizan,
cuando tu voz la nombra.
Y yo también me empiezo
y me termino en ti.

Atrás quedan las vidas que he llevado:
la que sufría el cuerpo, silencioso,
rodeado de sombras y mercurio;
y la que imaginaba de tu mano.                   

Allá donde otros temen jaurías de cristales en el suelo,
y se vuelven, confusos, al cráter donde entierran
[ilusión y deseos,
tú has encendido antorchas y has seguido avanzando.

Pero nada es sencillo.
Cuántas lágrimas dejas horadando la tierra
                                                            [a tus espaldas.
Llego hasta ti contando las campanas de sal
                                                [que lentamente lloras.
Es tu cuerpo una gota
que tiembla y yo recojo entre mis brazos
                                                     [de metal y de lana.

Resiste un poco más. Ya queda menos
para que los océanos se cierren y las nubes emerjan
                                                  [de su cárcel de agua.

Si tu amor es posible, si el prodigio
de tu cuerpo en la noche bajo el mío
es una realidad que nos envuelve,
no dudes de que siempre mantendremos
la aurora en la mirada al contemplarnos,
la hoguera de un futuro compartido.

Igual que las raíces, tú me arraigas.

Ya no temo la vida
porque sé que eres cierta.


(De mi poemario Helio, publicado en 2014 por La garúa)

 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Contrastes de Vietnam



 
Ho Chi Min.
Vietnam del Sur
  


Al sur del país pasamos una noche en una granja del delta del Mekong. Al día siguiente, nos trasladamos en un bote al mercado flotante de Cai Rang, donde los agricultores venden sus productos en barcazas. Y en la ciudad de Can Tho nos sorprende la vista de una iglesia cristiana con un pequeño muelle al pie de sus escaleras. Aunque lo más fascinante es la incursión en canoa por el delta y sus islas. Durante horas, el guía nos muestra los recursos de la economía local: fábricas de caramelos de coco y de tejidos. Y contrariamente a lo que ocurre en el corazón de Vietnam -que envía a Dinamarca la cerveza para su envasado-, el trabajo corre a cargo de la eficacia y fuerza de tendones y músculos. Todo lo que se fabrica son materias primas, y nada se desprecia. Las cáscaras de arroz se utilizan como combustible en las casas. En contraste con esta industria limpia, artesanal, se alza la capital financiera de la república: Ho Chi Min (Saigón), con su mosaico de rascacielos. Su pasado colonial francés es evidente en la nomenclatura de las calles, en la réplica de Nôtre Dame o en las amplias avenidas. El gen arquitectónico del pueblo invasor modeló la fisonomía de la ciudad: robusteció sus parques y ornamentó las fachadas de las instituciones públicas. Vemos que los seres humanos y las motos son seres con los mismos privilegios en calzadas y aceras; juntos constituyen el magma denso, lento y ruidoso que mueve la ciudad. Un niño viaja con sus padres y hermanas en una Vespino destartalada y sucia. Llevan mascarilla. Qué distinto del joven de ojos puros, sonrisa matinal, cuerpo desnudo, que bañaba en la orilla del Mekong -alegre como aurora, como pulso de pájaro- a un negro buey de agua.



Recuerdos de nuestro viaje a Vietnam en 2010 



sábado, 13 de diciembre de 2014

Tara




Elena Medel (Córdoba, 1985), con mucha valentía y no poco dolor, ha escrito un poemario que recoge la herencia de un género poético en desuso: la elegía; de gran vitalidad, sin embargo, en la alta Edad Media y en los Siglos de Oro. Este arraigo en la tradición, como vamos a ver, nada tiene de copia o de imitación de modelos. Es verdad que el libro sigue, sobre todo en su primera parte, algunos de los temas que abordaron las Coplas de Jorge Manrique o la Canción elegiaca de Juan de Arguijo. Incluso retoma motivos e imágenes de la mejor estirpe renacentista. Pero el caudal poético de Elena no se detiene aquí. Desde las cumbres áureas baja hasta el valle tenebroso y oscuro del Romanticismo. Su voz es un torrente sin límites. En sus aguas se mezclan la Biblia y los trágicos griegos; el temor y el desdén; resplandores y sombras. No extrañe, pues, que el tema angular del poemario, entre otros, se salga de la preceptiva del género. Tara es la elegía de una escritora del siglo XXI, de una poeta privilegiada que conoce muy bien la literatura, y que, por ello, ha sintetizado con inteligencia distintas corrientes. Así, el libro conjuga tradición e innovación, por cuanto dialoga con un género de raíces romanas para subvertirlo.

Tara se ubica en la órbita de las elegías medievales. Algunos de sus temas son de origen manriqueño: la estimación del plazo de la vida, la reflexión sobre la inexorabilidad de la muerte, o el elogio del fallecido. Además, desarrolla motivos tradicionales de la elegía fúnebre renacentista y barroca. Muchos de ellos guardan relación con Garcilaso: la idea de que la muerte no daña a quien muere sino a aquellos que le sobreviven, el anhelo de la propia extinción, o el contraste entre las “memorias llenas de alegría” y el dolor actual. El asunto de la rebelión del individuo contra la voluntad de Dios, tiene un precedente en la bella elegía “al padre Matías Tercero”, de un desengañado Juan de Arguijo. Más allá de estos temas, ciertas imágenes son típicas también del siglo XVI. El río que aumenta su caudal por el llanto, presenta,  desde luego,  analogías con el poema “a la muerte de doña Marina de Aragón”, de Diego Hurtado de Mendoza. Elena, pues, asume la tradición; pero no la repite. La reelabora. La adapta a su propio tiempo. Lejos estamos de la resignación estoica ante la muerte y de la descripción del reino de los bienaventurados. No hay salvación posible. Ni tan siquiera la palabra escrita puede hacer que las cosas perduren. Esta visión apocalíptica, por supuesto, es de cuño romántico. 
 
 
Ya desde el mismo título, Tara, Elena hace apología de lo deforme. El hombre es imperfecto, porque es mortal. Cuando el niño descubre la finitud ajena y vislumbra la propia, sale de su atemporalidad, e ingresa en el tiempo a través del dolor. Así las cosas, la voz narrativa del libro evoluciona desde el mundo sensible del primer poema, de simbología becqueriana, y tono apesadumbrado; hacia el mundo violento de los últimos, de tono sarcástico e imágenes macabras (suicidios, mutilaciones). En medio, un presagio: la condena al Infierno. Todo suicida acaba allí, por su desdén. El yo lírico de Tara, cargado de amor (como Ruth) y vacío de alegría (como Noemí), emprende el camino de la autodestrucción como desafío y remedio a su infelicidad. Si al comienzo de la obra se muestra temeroso de aceptar su destino de ser-para-la-muerte, al final, en cambio, lo vemos lanzarse a él en un acto supremo de dominio de su vida, de reafirmación de su ego. Ninguna cosa puede consolarlo, salvo la conciencia de saberse heredero de un legado moral. Los cuerpos mueren, sí; pero les sobreviven sus ideas. La narradora de Tara se sabe un eslabón. Sus sueños son los sueños de sus antepasados. En ella confluyen el arrojo, la entrega, los principios de la madre y la abuela. Son un Todo, dice recordando las hermosas las palabras del Libro de Ruth. Pero no es suficiente. Otros pasajes bíblicos, las Profecías, están detrás del sueño premonitorio con que se cierra el libro. Allí se describe una muerte: el salto al vacío de la futura hija. Por desgracia, también se hereda el dolor. 
      
En conclusión, Elena Medel desarrolla el asunto de la trágica toma de conciencia de la mortalidad, haciendo confluir en un género clásico –la elegía fúnebre– materiales de origen variado –medieval, áureo y romántico–, que reelabora con absoluta libertad, adaptándolos a su estilo y mezclándolos con sus obsesiones personales.


sábado, 6 de diciembre de 2014

La Guerra de Invierno, en la revista Paraíso



 

G. GARCÍA, ARIADNA

LA GUERRA DE INVIERNO (2013)

MADRID: HIPERIÓN. PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ - COMUNIDAD VALENCIANA.

JUAN GABRIEL LAMA


El viaje en La Guerra de Invierno de Ariadna G. García (Madrid, 1977), libro con el que la autora obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana y publicado por Hiperión, es el elemento fundamental que vertebra la edición. Un viaje en tres etapas bien delimitadas que corresponden a los tres viajes (interiores, en la nieve y el hielo, en la historia sangrienta del siglo XX en Europa) que la autora realiza, como si fuera el Dante en su descenso a los infiernos acompañado por Virgilio, de la mano del amor.

Es el inicio del libro la antesala de lo que vamos a vivir a continuación. Los elementos de una Finlandia en la que los tópicos (sauna, madera, pájaros, idioma) se encuentran articulados de manera novedosa, huyendo de la mera descripción de paisajes para acercarnos al viaje interior de dos cuerpos («Te tumbas a mi lado / estamos solas», p. 16) que van a recorrer con sus dedos aeropuertos y catedrales. Pocas veces son los lugares descritos a través de una piel, de la sensación del frío o el calor, como en este libro. Pero un poema dedicado a las fortalezas que en pleno siglo XIX los soldados suecos y finlandeses levantaron para detener el avance de las tropas de la Rusia imperial nos avanza, como un destello brillante y heroico, el tema de la segunda parte, central y capital en el libro.

Es con «La guerra de invierno», el intenso poema en prosa eje del libro, con el que Ariadna G. García nos introduce en la épica de la guerra que se desarrolló entre la Unión Soviética, ya ávida de terror, estalinismo y gulag, y la joven república finlandesa que se había independizado sólo veinte años antes. Esa guerra, preludio de la que ya estaba en marcha en el frente occidental con la invasión de Polonia y de Francia por parte de la Alemania nazi, está retratada por la autora con el mismo uso que, en libros como Europa o Las trincheras, Julio Martínez Mesanza ha hecho de la Historia como metáfora de la agonía del ser humano en uno de los siglos más crueles como fue el siglo XX. Así, el retrato del patinador olímpico Birger Wasenius, verdadero héroe griego de esta tragedia, patinando veloz hacia su muerte («Ya no escucho las voces de las gradas. Sólo el sonido de mi respiración. Todavía me buscan. No distingo la meta en este bosque», p. 41) es la huida, heroica pero huida al fin y al cabo, de todos los totalitarismos que han formado esa historia de crueldad y mezquindad, pero también de épica y nobleza y fe en el ser humano, que fue la Segunda Guerra Mundial. Es esa épica la que nos muestra a los marineros soviéticos del submarino S-2 orgullosos de su tumba de hielo en el Báltico, personajes del mejor Eisenstein en el film Alexander Nevsky, otra gran parábola de la heroicidad humana. El choque de una mina con un sumergible se canta como si de un pasaje de la Ilíada se tratase («Pensarán, con orgullo patrio, que se les ha otorgado un gran honor: el descanso perpetuo en una tumba helada», p. 43). Las últimas sorpresas que el horror de la guerra hace reflotar, una primavera, una floración de muerte que aparece con el deshielo, pasadas ya todas las batallas, son los cadáveres que suben a la superficie («Cantarán de plano al mundo. Y estos bultos de aquí, que la corriente mece bajo la niebla helada, son los restos de miles de ilusiones que duermen boca abajo», p. 44).
 

Tras esta parte central en prosa vuelve Ariadna G. García al verso en la tercera y última parte del libro, que se va despojando, poema a poema, de la gravedad de la parte central. La cotidianeidad, en la línea ya habitual en determinada poesía española, nos acerca a escenas, a la manera de la pintura flamenca del XV, de una intimidad tan querida para los países norteños, allí donde no existen las cortinas en las ventanas, donde la lucha con el frío es un rito diario («Llegué al vehículo. / Despejé a patadas la nieve que lo estaba sepultando. / Retiré con los guantes el enchufe / que lo mantenía unido a la corriente / para evitar que el motor se congelara», p. 51). Retrato de una sociedad solidaria, austera en sus planteamientos, eficaz en su simplicidad tan alejada del barroquismo excesivo e improductivo de las sociedades mediterráneas («Cuando un coche se empotra contra un arcén nevado, / tú te bajas del tuyo y lo socorres / con una cuerda gruesa. / Sabes que un día, / él será quien se pare», p. 61). Esta austeridad trasciende finalmente a la forma en que se cierra el libro. Una serie de haikus, y algún día deberíamos plantearnos a qué se debe el florecimiento de este género en los últimos años en la poesía española ¿sencillez o simple desgana?, cierran el libro. No es este caso, la desgana, el de La Guerra de Invierno. Ariadna G. García ha demostrado su rigor y su osadía en el retrato de las atrocidades y los desastres de la guerra para poder permitirse, al final, el soplo de aire fresco que es la lluvia, una liebre, el hielo, el viento y la ceniza.



En definitiva, es este un poemario que con eficacia combina dos mundos extremos, la guerra y la vida, a través de la mirada íntima de una viajera. Viajera en el espacio de Finlandia, donde se suceden las referencias a Laponia o al Círculo Polar, viajera en el tiempo con el espejo que nos muestra episodios desconocidos, al menos en la crónica más transitada de la XX Guerra Mundial. Y todo ello desde un punto de vista humanista e íntimo muy destacable que no olvida la variedad de registros y formas que hacen de La Guerra de Invierno un libro ambicioso para una escritora tan joven como Ariadna G. García.

IMPORTANTE: La Guerra de Invierno es finalista del Premio de la Crítica de Madrid. Una noticia que me alegra y anima a seguir trabajando. Os dejo aquí el enlace con el resto de obras que optan al premio en las modalidades de Poesía y Novela.

jueves, 4 de diciembre de 2014

El comité de la noche



  
El comité de la noche, Belén Gopegui. Random House Mondadori. 2014. 260 páginas.



La escritora madrileña, tras Acceso no autorizado, parece haberse especializado en el género del thriller. Si en aquella novela Belén Gopegui especulaba sobre las intrigas políticas del partido en el gobierno, en esta última los protagonistas son ciudadanos de a pie, excluidos sociales, marginados, parados, como los hay a miles. Ambas obras representan la cara y el envés de la España de hoy. Si en la primera se describe la pésima gestión de la crisis por parte de nuestros responsables políticos, su corrupción interna y el sentimiento de culpa de quien no se ha arriesgado lo suficiente en la defensa de los demás, en la segunda el foco de pone en el empobrecimiento de la clase media, en el aumento del paro y en la labor que la ciudadanía teje a escondidas para salvar lo que queda del estado de derecho y de la dignidad del ser humano.

El comité de la noche se divide en dos partes asimétricas: “De Álex”, narrada en primera persona por una madre que regresa a la casa de sus progenitores, junto a su hija, a los 33 años (46 páginas), y “De Carla”, articulada a dos voces (194 páginas).

“De Álex” representa el desahogo lírico de quien ha perdido su empleo y su futuro, de quien sabe que la vida se pasa pero aún le queda energía para transformar el mundo. Este diario oscila entre el panfleto anticapitalista y el testimonio íntimo del derrumbe de una familia con todos sus miembros en el paro. El estilo –poético, repetitivo– recuerda a las asociaciones libres del flujo de conciencia.

“De Carla” centra el tema del libro y supone un giro de 180 grados en el tono y la estética. En esta parte, como adelantaba, encontramos dos voces: la de un biógrafo encargado de poner por escrito la vida de sus clientes (en primera persona, marcada con letra cursiva) y la del texto resultante (en tercera persona, con la letra redonda). Ambos se simultanean. Los protagonistas son Carla (trabajadora en Laboratorios Pharmen, una empresa de Bratislava interesada en la comercialización de la sangre) y el profesional que escribe sus memorias. Sus encuentros transcurren en siete sesiones de trabajo. La biografía de Carla, centrada en sus años en Eslovaquia, nos revela a un personaje contradictorio, angustiado por el enfrentamiento entre sus valores y sus necesidades. Se trata de un entretenido e inquietante relato de espías que, no obstante, descoloca en sus últimas páginas. El desenlace rompe la ilusión de realidad de todo lo narrado.

La trama hasta entonces, sin embargo, es sumamente interesante. No faltan las intrigas, coacciones y amenazas propias de la novela negra. Como en Matrix, en la novela encontramos un elenco de personajes que integran una resistencia invisible cuyo fin es despertar ciudadanos para la preservación del estado de derecho, así como luchar contra aquellos que quieren derribarlo. El tema de fondo de El comité de la noche es el límite moral para la compra-venta de productos (plasma, órganos vitales), y la defensa cerrada de un modelo público de sanidad. 





Además, hay párrafos dignos de elogio, en los que la autora apela al compromiso colectivo para obrar un cambio: “Lo que hay no existe, sino que está siendo construido ahora mientras escribo. Sin desigualdad nadie se sentiría obligado a vender un órgano, nadie apelaría a una necesidad impuesta por otros. Quienes consideran todo una cuestión de precios olvidan cómo se fabrica la pendiente por la que siempre podremos seguir bajando, pero por la que también podríamos ascender para llegar a un sitio distinto” (pág. 137).

El comité de la noche denuncia la “agresividad del enemigo” (los mercados, la casta política) con franqueza: “Su violencia es tan constante que parece natural. Y además usan su propia clandestinidad, su dinero, sus reuniones opacas […] promulgan leyes a su medida…” (pág. 152). Y a la vez, ensalza la solidaridad como un valor a proteger incluso con la propia vida: “cuando donamos sangre lo que hacemos es compartir nuestra salud” (pág. 212).

Si el compromiso ideológico es (una valiente) marca de la casa, reconocemos también en la obra el estilo inconfundible de una voz original, única, consciente de sí misma, que constituye un continente aparte dentro de la narrativa española de los últimos años.

Esta reseña ha sido publicada por el blog La tormenta en un vaso. Página original, aquí.

 

sábado, 29 de noviembre de 2014

Noche estrellada



 
Aníbal se frotó las bolsas de los ojos. Apenas había dormido en toda la noche.
Su gata dormía abrazada a él cuando su brusca incorporación la hizo bajar de un salto de la cama.
Oscuridad. Silencio.
Cada noche, desde hacía algún tiempo, el vigilante se despertaba de madrugada con los ojos humedecidos. Siempre lo zarandeaba la misma pesadilla. Y el despertar no lo calmaba. Al contrario. Sentado medio desnudo sobre el colchón, sentía pánico. Se imaginaba un cielo salpicado por cien mil estrellas, un espacio infinito donde bailaban miles de constelaciones. Una negrura inabarcable. Fría. Solitaria.
          Su futuro. El futuro de todos.
          Sabía que llegado el momento no volvería a pronunciar la palabra madre; ni el nombre de su gata o de su perro: Argos, Brisa.
          Sabía que una noche ni siquiera existiría él.
        Temblaba, pero no de frío. Y eso que dormía sin pijama en el mes de enero, y que su chalet se encontraba en el corazón de una finca justo en medio de un terreno pelado.
        Se puso un pantalón de chándal y una camiseta y salió a que lo abofeteara el aire. Su perro le siguió hasta el cobertizo donde guardaba las herramientas con la que araba el huerto. Cultivaba hortalizas y árboles frutales. Y es que vivía a kilómetros del primer supermercado. Le gustaba ser autosuficiente. Quizás porque no era demasiado social. Sin duda, era un líder dentro del aeropuerto, pero la gente le acababa decepcionando. Por eso vivía apartado. Sólo se fiaba de sus animales. Jamás le habían fallado. En sus tierras, además, tenía cuanto necesitaba.
Tras hurgar un rato entre útiles y máquinas, Aníbal cogió un viejo rastrillo de madera y se dirigió a un lateral de la finca lleno de arbustos, kilos de arena y piedras: su propio jardín zen. El perro, sentado sobre sus patas, lo veía en la distancia dibujar delicadas hondas bajo el cielo estrellado. Sólo así, sintiendo cómo el aire y el frío le mordían la piel, cómo el cuerpo se doblaba sobre la tierra, lograba serenarse.
Sólo así se sabía vivo.


       (Fragmento de mi novela Inercia, Baile del Sol, 2014)

viernes, 28 de noviembre de 2014

Vatanescu y la liebre



Vatanescu y la liebre. Tuomas Kyrö. Alfaguara. 2014. Traducción de Dulce Fernández Anguita. 345 páginas.
  
La literatura nórdica está de moda, y en concreto, la finlandesa. Las pruebas son evidentes, no sólo se traducen los libros al español, sino que el arco temporal entre los años de publicación en Finlandia y en nuestro país resulta cada vez más pequeño: se estrecha, se comprime. No fue el caso de Arto Paasilinna (1942). El desfase entre el año de publicación de sus novelas en su lengua y en la nuestra es enorme: El molinero aullador (1981-2004), El bosque de los zorros (1983-2005), Delicioso suicidio en grupo (1990-2007), La dulce envenenadora (1988-2008), El mejor amigo del oso (1995-2009) y El año de la liebre (1974-2011). La nueva generación de escritores finlandeses, sin embargo, lo tiene más fácil. Son los casos, sobre todo, de autoras que se han vuelto imprescindibles en la literatura europea: Sofi Oksanen (1977. Purga: 2008-2011; Cuando las palomas cayeron del cielo: 2012-2013), Riikka Pulkkinen (1980. La verdad: 2010-2012) y Katja Kettu (1978. La comadrona: 2011-2014); así como del autor que nos ocupa: Tuomas Kyrö (1974. Vatanescu y la liebre: 2011-2014).

Esta última novela es un claro y explícito homenaje al gran Paasilinna, y por supuesto, al libro que lo catapultó a la fama: El año de la liebre. Si éste tardó la friolera de 37 años en traducirse, su acólito ha tardado sólo tres. Y no porque la obra sea mejor, sino por la simple razón de que el lejano Norte y sus estepas heladas cruzadas por auroras boreales por fin nos interesan a los mediterráneos. Será que necesitamos la oscuridad y el frío de Laponia, su silencio, para olvidar la crisis, para dejar de ver esta sociedad consumista que nos consume, este capitalismo que carece de importancia. Los valores necesarios son otros, y por lo visto, no se encuentran aquí.  

Vatanescu y la liebre imita la estructura itinerante de los libros de Arto Paasilinna. El protagonista de la historia es un rumano que ha contratado una red clandestina dedicada al tráfico humano para rehacer su vida en un país del Báltico (la narrativa europea se está interesando de verdad por un problema que nos afecta a todos, valgan como ejemplos las obras: Libro, Purga, Inercia, Temblad villanos…). En su huída de la red, Vatanescu (versión rumana de Vatanen, el protagonista finlandés de El año de la liebre) se irá relacionando con distinto personajes –nativos o emigrantes– que le pondrán obstáculos o le ayudarán en ese ejercicio tan difícil de la supervivencia. El motor que le mueve es el sueño de su hijo por calzarse unas botas de tacos y ser futbolista.

Como en el caso de la novela de Paasilinna, encontramos en esta obra la concatenación de situaciones absurdas y disparatadas, aderezadas con humor negro; no obstante, la narrativa de Tuomas Kyrö no alcanza los niveles de desolación y desencanto de su maestro. Kyrö se decanta por la redención, por el cumplimiento de promesas, por la fantasía que sólo la literatura puede propiciar.

 
Lógicamente, aunque ambas novelas compartan un espíritu irónico, una actitud crítica ante el modo de vida occidental, una defensa de la ecología, un armazón, una pareja protagonista o una localización espacial, la Finlandia que describen no es del todo idéntica. Entre ambas novelas han transcurrido 40 años. De ahí que en la galería de tipos sociales de Vatanescu y la liebre nos topemos con mafiosos rumanos y soviéticos o con exiliados vietnamitas y ghaneses. Y por eso también la voz narradora en la que Kyrö delega su responsabilidad enunciativa es una voz macarra, hasta soez, muy a menudo.

Los lectores de Paasilinna disfrutarán con este libro, en el que encontrarán guiños y ecos de las novelas del prolífico y afamado escritor finlandés. Los demás descubrirán un horizonte narrativo heredado: divertido y sarcástico.

Ojalá Anagrama aproveche el interés editorial por Finlandia para seguir editando los títulos del indiscutible maestro, al que echamos en falta.

Esta reseña ha sido publicada por el blog La tormenta en un vaso. Tenéis la página original aquí.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Temblad villanos

 



Temblad villanos, Luis Manuel Ruiz. Premio Málaga de novela. Fundación José Manuel Lara. 2014. 19 euros. 304 páginas.
 

Existen muchos tipos de novelas policíacas o de investigación, pero al que últimamente se dedica, y con éxito, el novelista sevillano Luis Manuel Ruiz, es a la parodia del género. No vayan a pensar que este juego humorístico con los resortes y piezas que mueven a las novelas de detectives resta relevancia a sus obras. Todo lo contrario. Este escritor ha leído a Cervantes, lo ha asimilado, sabe que entre burlas y veras los libros sirven para la denuncia de aquello que no funciona bien donde uno vive. Y en nuestra sociedad, qué les voy a contar que ustedes no sepan, hay muchísimas cosas averiadas, rotas e imposibles de reparar. No, al menos, con estas estructuras de que nos hemos dotado. En resumen, en su nueva y premiada novela, Temblad villanos, Luis Manuel Ruiz se ríe de las convenciones de un subtipo literario para pintar un duro –y divertido retrato– de su época, de nuestra sociedad.

¿Con qué ingredientes? A saber: una inspectora, Esther Béjar, torpe e insegura, separada recientemente de su marido; éste, Adam: un ilusionista especializado en escapismos, sobre todo, cuando se trata de huir de su propia familia; el hijo de ambos, Tomás, un crío de cuatro años superdotado, a quien la madre impone por castigo que abandone sus lecturas científicas por los dibujos de Bob Esponja; su superior, el inspector jefe Lago, un hombre abstraído por la música, inútil para el cargo que ocupa, que recuerda al alcalde de las Súper Nenas; y el verdadero protagonista de la historia: un empleado de la oficina de objetos perdidos en un galáctico centro comercial, Modesto Pardo, un hombre de aspecto harapiento, que goza de un coeficiente intelectual fuera de lo común.

¿Qué aventuras viven? Cuando la inspectora Béjar se incorpora a su nuevo puesto en Sevilla, tras abandonar a su esposo en Madrid, su nueva comisaría tiene abiertas dos investigaciones sobre otros tantos crímenes: la ejecución de varias mujeres por un asesino en serie apodado el Asesino del Tobillo; y la tortura hasta la muerte de Martín Merlo, gerente de un restaurante temático, el Transilvania Express, dedicado al conde Drácula. A ella le asignan este segundo caso, para el que contará con la ayuda inestimable de Mo Pardo, experto en criptogramas y en el mundo del cómic.



¿Qué otros alicientes nutren la trama? Los amantes del pop de los ochenta gozarán de lo lindo con las citas de The Communards (grupo por el que siento debilidad, para qué voy a mentirles, desde mi tierna infancia), Modern Talking, Elton John… Los adictos al cotilleo tendrán su dosis de actualidad rosa gracias a la madre de Béjar, que sintoniza los programas del corazón nocturnos.

Temblad villanos en una obra entretenida, muy bien escrita, que no deja un cabo suelto. La pintura de los personajes es inverosímil, pero es que Luis Manuel Ruiz rinde homenaje con su libro a los padres de las historietas: Ibáñez, Hergué, Hugo Pratt… Este tributo se combina con la influencia de novelones serios: Coma, de Robin Cook. 

Que no les disuada la ilustración de la cubierta (esa mujer armada con un hacha), la novela no va a herirles, aunque es probable que a veces, sí les parta de la risa.

Esta reseña ha sido publicada en Culturamas. Página original, aquí.
 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Contratiempos

 


La tormenta en un vaso publica mi reseña del primer libro de relatos de Pilar Tena (Madrid, 1955): Contratiempos (Salto de Página, 2014).
 
Podéis leerla aquí.
 
 

martes, 4 de noviembre de 2014

El vigilante



 

El vigilante. Peter Terrin (Rayo verde editorial. 2014). 221 páginas. 17´30 euros.



En 2009, la Unión Europea creó un Premio Internacional de Literatura para promover la obra de novelistas emergentes fuera de sus países. Desde entonces, un jurado de prestigio selecciona a doce escritores pertenecientes a otros tantos estados de la Unión. Cada año varían las naciones a participar en el certamen, que consiste en la traducción de las novelas a otras lenguas comunitarias y una retribución a los autores de cinco mil euros en metálico. Los requisitos para optar a una candidatura son tres: que dichos novelistas sean europeos, que hayan publicado más de un libro y que su país haya sido propuesto en la convocatoria. El fallo se produce en Ferias del Libro como las de Gotemburgo o Frankfurt. En palabras del presidente de la Federación Europea de Editores, el premio nace con una clara voluntad de descubrir “nuevos mundos, nuevas culturas, a través de la obra de los autores galardonados […]; es una excelente manera de celebrar la diversidad de Europa, un valor que debemos cultivar en estos tiempos de crisis”.

En 2010 fueron premiados los siguientes escritores: Myrto Azina Chronides (Chipre), Adda Djørup (Dinamarca), Tiit Aleksejev (Estonia), Riku Korhonen (Finlandia), Iris Hanika (Alemania), Jean Back (Luxemburgo), Răzvan Rădulescu (Rumania), Nataša Kramberger (Eslovenia), Raquel Martínez-Gómez (España), Goce Smilevski (Macedonia) y el autor que nos ocupa: Peter Terrin (Bélgica).

Cuando Terrin (nacido en 1968) consiguió su reconocimiento por El vigilante (2010), contaba en su haber con las novelas Kras (2001), Blanco (2003) y Vrouwen en kinderen eerst (2004).

 

El vigilante narra en primera persona las vicisitudes laborales de una pareja de vigilantes de seguridad que prestan un servicio armado en el sótano de un edificio de lujo. Quien habla es Michel, un hombre meticuloso, metódico y disciplinado. Su compañero, Harry, representa su contrapunto: es impulsivo, brusco y descuidado. Entre ambos se establece una relación jerárquica (liderada por el segundo), pero también de interdependencia. No en vano, apenas mantienen contacto con el resto del mundo. Sólo se tienen el uno al otro. Recluidos en un aparcamiento, su misión es proteger la vida de cuarenta –acaudalados– residentes, con los que mantienen un trato meramente profesional: frío y distante. Extraña que carezcan de contacto con su empresa, pese a lo peligroso y delicado que parece su cometido. Pero lo cierto es que no disponen de emisoras, que en caso de necesidad no podrán pedir refuerzos a un centro de control, a un mando operativo. Si bien este detalle refuerza el aislamiento de los protagonistas, su soledad, convengamos en que es del todo inverosímil. Un punto flaco de la obra. Escrita con una prosa sobria y directa, la novela avanza lentamente hacia dos conflictos: el éxodo de la mayoría de los vecinos del inmueble y la llegada de un tercer componente que rompe la simetría del equipo. Esa desaparición en masa virará la novela hacia la ciencia ficción y del terror psicológico. Los personajes elucubrarán teorías apocalípticas que justifiquen el exilio. Por su parte, la irrupción del nuevo compañero escorará la obra hacia la demencia.

El vigilante es un libro de planteamiento original, hay que reconocerlo. Sus temas, actuales (la incomunicación, la desinformación, el miedo). No obstante, algunos aspectos de la trama son previsibles. Los prejuicios –infundados– sobre los vigilantes de seguridad, también. Quien busque una novela realista o verosímil no la encontrará en estas páginas. Sin embargo, deleitará a los lectores que gusten de historias delirantes. Como quiera que sea, un consejo: desconfíen de su mente, no hay mayor peligro que la propia inseguridad…


Esta reseña ha sido publicada en La tormenta en un vaso. El enlace, aquí

sábado, 1 de noviembre de 2014

La Guerra de Invierno en Viento Sur



Os dejo un enlace la revista digital Viento Sur, donde el poeta Antonio Crespo Massieu (autor de la espléndida Elegía en Portbou, Bartleby, 2011) ha publicado una reseña de mi cuarto poemario (La Guerra de Invierno, Hiperión, 2013; Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana) acompañada de textos sacados del libro.

Podéis leerlo todo aquí.


martes, 28 de octubre de 2014

Sorteo de ejemplares de Inercia



Es para mí un placer difundir el sorteo de ejemplares de mi novela, Inercia (Baile del Sol, 2014), que el  realiza el blog de críticas literarias Libros que hay que leer.

Para participar sólo tenéis que pinchar aquí.

El plazo acaba el 14 de noviembre. ¡Animaos!

Feliz lectura ;)




domingo, 26 de octubre de 2014

Vivo en lo invisible, reseñado por Alberto García-Teresa



El poeta y crítico literario Alberto García-Teresa, autor -entre otros- de los títulos Abrazando vértebras (Baile del Sol, 2013) y Para no ceder a la hipnosis. Crítica y revelación en la poesía de Jorge Riechmann (UNED, 2014), publica en La República Cultural una reseña de nuestra traducción Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos, del mítico Ray Bradbury (Salto de Página, 2013).

Os dejo el enlace aquí.

jueves, 16 de octubre de 2014

Helio, reseñado en la Revista Literaturas.com



Nueva reseña de mi quinto poemario: Helio. En este caso, la firma el escritor y crítico Eduardo Cruz Acillona (autor, entre otras obras, del volumen de microrelatos El final está cerca). El artículo ha sido publicado por Literaturas.com

Lo tenéis aquí.

domingo, 12 de octubre de 2014

Americanah



 
Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie. Literatura Random House. 2014. 605 páginas. 24´90 euros. En ebook, 12´99. Traducción de Carlos Milla Soler.


 
No siempre comprendemos a los personajes de novela, a menudo diferimos en nuestras opiniones, vemos el mundo desde esquinas contrarias, y no los entendemos. Puede que sus actuaciones o palabras nos saquen de quicio, y que entren en conflicto con nuestros valores, con la visión del mundo que nos hemos forjado con el tiempo. Aún así, nos interesamos por sus vidas, por sus andanzas, porque sabemos que hay una parte nuestra que se explica algunas de esas cosas, que reconoce que en los comportamientos humanos existen mil matices, que no todo es blanco o negro, que es muy fácil poner etiquetas (bueno- malo, correcto-erróneo, ético-inmoral), pero que si escarbamos en el fondo de cada uno, las columnas de los prejuicios caen. Y el que esté libre, que lance la primera piedra.

Que un autor consiga de ti que te zambullas en la vida de su personaje principal, que intentes ver el mundo a través de sus ojos, pese a la distancia inicial que te aleja de él, es una proeza a la altura de muy pocos. La nigeriana Chimamanda Ngozi Adichi (1977) es una de ellos. Lo logra con su última novela: Americanah.  

La obra relata la vida de Ifemelu, desde su adolescencia hasta su edad adulta. Comienza in medias res, cuando a los treinta y tantos años decide abandonar su país de acogida (los Estados Unidos) para regresar a Nigeria. El libro compagina el presente de Ifemelu con el amasijo de recuerdos y experiencias que la empujan a tomar su decisión.

El comienzo del libro se centra, pues, en su etapa de instituto y en los primeros cursos en la universidad. Estas páginas parecen sacadas de una entretenida (y típica) novela juvenil sobre el despertar del erotismo. No obstante, encontramos en ella el eje sobre el que girará toda su historia: Obinze, su amor de juventud; un muchacho resuelto, amable y atractivo del que le separará su visado de estudiante en Filadelfia. El dolor de la pérdida, su recuerdo indeleble, se enquistarán en ella como un tumor. Si la descripción de Lagos resulta atractiva a un lector europeo, la lucha por la adaptación de una extranjera a un país extraño es portentosa. Ifemelu, de familia acomodada en Nigeria, descenderá al abismo de la humillación en el país de las oportunidades. Americanah denuncia no ya sólo el trato vejatorio hacia los inmigrantes, sino la discriminación racial de los blancos hacia los negros y de los negros locales hacia los africanos. Algunas oraciones son demoledoras: “yo no me consideré negra hasta que llegué a los Estados Unidos”. En adelante, el libro pondrá una lupa sobre la letra pequeña de la nación (el precario nivel educativo en la enseñanza media, la hipocresía social…). El hilo argumental son las distintas relaciones sentimentales que Ifemelu mantiene a lo largo de los años con hombres de distintas razas, desde que aterriza hasta que se convierte en una bloguera afamada.




La novela se cierra con el regreso de la protagonista a Lagos. Allí se reencontrará con Obinze, de quien se nos ha narrado sus dificultades en Londres (carece de papeles y se pone a merced de una mafia, que lo explota a destajo). Para entonces, cada uno de ellos carga con una vida insatisfactoria y agrietada, construida desde el dolor y los sueños apartados.   

Americanah es, ante todo, un libro sobre la identidad, sobre la reivindicación de una misma, de sus raíces, de su modo de ser. El fuerte carácter de Ifemelu le ayuda a encontrarse a sí misma en donde otros sucumben a la influencia externa. Valgan como símbolo su acento y su pelo. No renuncia a la dicción nigeriana ni a las trenzas propias de su tierra natal. Pero que nadie piense que se trata de un camino fácil de recorrer. La depresión convive con la esperanza, el acomodamiento con la melancolía, la felicidad con las ganas de aplastarlo todo. Chimamanda Ngozi critica por igual la vida de Nigeria, la dependencia de las mujeres hacia los hombres, el consumismo, las carreras profesionales truncadas por la maternidad, la apariencia o el fanatismo religioso.

De traducción impecable, el libro goza de una prosa elegante, cuidada, dulce y de un léxico variado; el caudal necesario para nombrar la diversidad de emociones y sentimientos (a veces contradictorios) que sienten sus protagonistas. Un estilo que al final, te acerca a ellos.

Un libro valiente, ambicioso, que acumula sentimientos e ideología; una novela total, minuciosa en su análisis de la psicología humana.

De lo mejor del año. Corran a sus librerías.     


Les dejo una conferencia de la autora sobre los peligros de las versiones únicas sobre los países y las personas. Pinchen aquí.

Esta reseña ha sido publicada por la revista digital Culturamas. Aquí.