jueves, 26 de diciembre de 2013

Nostalgia


 
Nostalgia, Mircea Cartarescu. Impedimenta. 2012. 375 páginas. 23´95 euros. Traducción de Marian Ochoa de Eribe.



En 1993, un poeta rumano consagrado –Mircea Cartarescu, de treinta y siete años–  publicó en un solo volumen tres relatos (“El ruletista”, “El Mendébil” y “El arquitecto”) y un par de novelas cortas (“Los gemelos” y “REM”) que habrían de colocarlo en la cumbre literaria de su país. Aquel libro, Nostalgia, es un crisol que recupera el paraíso perdido de la infancia y la época de crisis de la adolescencia. Pero que nadie busque aquí un relato edulcorado de la edad temprana. Cartarescu se encuentra más cerca de Tim Burton que de Disney. En sus páginas arden pesadillas y sueños, vaticinios y leyendas de la mejor estirpe romántica. Cada cuerda contribuye a la interpretación de una melodía enigmática, de una partitura que nos abre las puertas al fondo de nosotros mismos: a los primeros besos, a la indefinición erótica o a la búsqueda de la identidad.

Ya en el prólogo al libro –desempeñado por “El ruletista”– , el escritor rechaza la impostura de otros autores y defiende la honestidad como materia prima de trabajo. Además, recuerda que la literatura no consiste en la ejecución de una técnica, sino en la expresión de un conflicto que te sacude por dentro: “La escritura exige drama y el drama nace de la lucha entre la esperanza y la desesperanza, en la que la fe desempeña un papel, me imagino, esencial” (p. 16). En una entrevista reciente, Cartarescu insistía en ese buceo íntimo que define su obra: “Yo no soy un narrador de la vida social… Solo me interesa mi mundo interior” (Qué leer). Quizás por eso sus libros comparten “cierto aire de familia”, razón por la que –como veremos– las cinco historias de Nostalgia están muy bien hiladas.

En la primera de ellas, “El ruletista”, un narrador-testigo relata “la vida larvaria de un psicópata” que se convertirá en un hombre rico, si bien su ascenso social se debe a un irredento espíritu suicida. El protagonista de este magnífico cuento se gana la vida en la ruleta rusa, ofreciendo su sien a las balas. Su suerte en los tugurios le granjea el título de “campeón mundial de la supervivencia” y pone a su disposición dinero y mujeres. Pero él busca la gloria, e igual que un deportista, necesita más retos. Así, va añadiendo cañones al revólver. Políticos, empresarios y militares acuden por las noches en pareja para ver su espectáculo. Toda la clase dirigente rumana se concentra allí, como una parábola de su degradación moral y de su sed de sangre. Entre tanto, el ruletista asume desafíos mayores porque “cualquier perspectiva es preferible a la de desaparecer para siempre”. Cartarescu nos habla de un hombre que pretende quedarse en la memoria de los demás gracias a sus proezas. Sirva de metáfora de su actividad literaria, donde cada uno de los libros también es un disparo: un riesgo y una apuesta por inmortalizarse.

 
Un segundo narrador-testigo retoma la narración en “El Mendébil”. De ahora en adelante, las historias se van a localizar –antes o después– en la calle Stefan de Mare. Los protagonistas son los niños de un barrio obrero, reprimido, de la capital rumana, que se entretienen con juegos crueles y sádicos. La llegada de un nuevo vecino (“menudo, delicado y de ojos tristes”), pintará ante sus ojos un nuevo horizonte. Con él la violencia sucumbirá al poder de las palabras, de la imaginación y de la fantasía, así como se derribarán las fronteras invisibles que separan a los niños por sexos. Será esta traición, precisamente, la que desencadene el final del relato. Cartarescu escarba no ya sólo en el amanecer de la sexualidad, sino en la incomprensión y en la soledad de aquellos que maduran antes que el resto.

Con “Los gemelos” entramos en un ventrículo de Nostalgia. El mundo real se mezcla y se confunde con la pesadilla y con la crónica infanto-juvenil. La madeja de voces teje una historia desgarrada sobre el mito del andrógino, sobre aquellos amores no correspondidos –o al menos, no del todo; y en cualquier caso, jamás como quisiéramos–, y sobre la turbia construcción de la personalidad. Esta nouvelle comienza con un varón travestido que pretende emular “a la chica de los sueños de todos”: dulce, sensual e inocente. Su relato confiesa a los lectores (los médicos de un pabellón psiquiátrico) las causas de su transformación, de su metamorfosis, que no es otra que la obsesión por su amada imposible. La historia nos enfrenta a un montón de preguntas: ¿En qué consiste la normalidad? ¿Quién la impone? ¿Bajo qué preceptos? ¿Es, acaso, inmutable? ¿A quiénes beneficia? Como en “El Mendébil”, Cartarescu retoma el asunto de la hostilidad infantil de la mayoría de los niños hacia las niñas, hacia el erotismo y hacia las ocupaciones femeninas (como la recolecta de fresas o el tejido de flores con que los más valientes se aventuran en el cortejo amoroso). La mirada del autor nos pinta un mundo despiadado y represor del instinto. La propia sociedad rumana reprueba el deseo, y los adolescentes se aproximan a él desde el sentimiento de culpa: “me atormentaba yo solo, no podía evitarlo” (p. 118). El impulso erótico, no obstante, se impone al protagonista en la adolescencia, cuando –muy a su pesar, y avergonzado de sí mismo– se enamora de una compañera del instituto que lo maneja y trata como quiere. El amor, sin embargo, pese a lo doloroso y decepcionante, le abre los ojos a la vida y al mundo. La consumación del deseo obrará el milagro de la trasmigración de almas.   


El corazón del libro es la nouvelle “REM”. Si la obra, en general, posee un estilo muy lírico –debido a la presencia constante de los sueños–, ahora va a dilatarse hasta inundar cada uno de los párrafos. El mundo inconsciente va a mezclarse con la imaginación desbordante de una niña de apenas 12 abriles. La prosa de Cartarescu adquiere estatus de prosa poética. En esta ocasión, el narrador de la historia es un insecto-testigo de la superficial y anodina relación de amantes que mantienen Svetlana (treinta y cinco años, de aspecto varonil) y Vali (veintiuno, dueño de un amor impostado: “espero que lo único que hagamos sea aprovecharnos el uno del otro durante una temporada”). La acción se sitúa en una tarde de invierno, pasada la Nochevieja. Tras el encuentro erótico –durante el cual el sardónico insecto ha invitado a los lectores a leer “El ruletista”, para que se entretengan esos veinte minutos de sexo que dura la escena–, la pareja mantiene una conversación de cama en la que ella confiesa no acordarse del primer hombre con el que se acostó, pero sí de la primera vez que se enamoró y del beso que inauguró su boca. En adelante, “REM” se convierte en un extenso flash back donde Svetlana cuenta cómo fue aquel el verano de infancia en que comprendió que nunca cumpliría los sueños de casarse y de poseer a su mejor amiga. Pero el fin de la infancia consiste en superar un rito. Así, a lo largo de una semana de juegos estivales, las siete amigas irán perdiendo –con ayuda de sus objetos mágicos: un anillo, un reloj, una muñeca, una perla, un hueso, un bolígrafo y un termómetro– pasado e inocencia. Cartarescu desarrolla una inventiva apasionante en esta nouvelle. Su estilo único, hermoso y terrible –muy buena traducción de Eribe–, es sin duda el adecuado para describir la angustia que supone la negación de la sexualidad, la muerte del alma que implica la aceptación de los roles sociales.

El epílogo a Nostalgia lo pone el último relato: “El arquitecto”, emparentado con la ambición y el deseo de trascendencia del personaje principal de “El ruletista”. 

Encontrarán pocas aventuras estéticas y psíquicas más bellas y desoladoras que las propuestas por Mircea Cartarescu en Nostalgia. Entrar en el libro es descender por zanjas, pasadizos y túneles hacia esa parte de nosotros en que conviven los miedos junto a las ambiciones, la tristeza al lado de la alegría, la duda muy pegada a la certeza, la pesadilla cerca de la paz. El libro es un aleph. Entre sus páginas reconocerán las huellas de Eminescu, de Borges, de Gabriel García Márquez, de Cortázar, de Ray Bradbury, de Kafka, de Michael Ende, de Lesage, de Vélez de Guevara, de Unamuno, de Pirandello, de Cervantes… Lo que no es extraño. El propio autor avisa de que en su obra trata de medirse con los mejores escritores del mundo.

Una joya de obra iniciática. Para quienes gustan de gozar con las complejidades de la conciencia. Para quienes no temen los espejos y son capaces de mirar de frente la triste radiación de un sol oscuro.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Topología de una página en blanco



Os dejo el podcast completo del programa Castillos en el aire, donde podréis escuchar mi sección de poesía: La luz de la linterna. Hoy hablo del último poemario de Alejandro Céspedes, y leo alguno de sus textos. ¡Subid el vólumen al máximo! Lo tenéis aquí. A partir del minuto 55.

viernes, 13 de diciembre de 2013

La clarividencia de Pedro Salinas


 
Carta de Pedro Salinas a Jorge Guillén.

San Juan de Puerto Rico. 28 de agosto de 1945:

“Pues es precisamente lo de la bomba atómica… Te aseguro que desde que me enteré de la invención y del uso de la tal bomba, me siento avergonzado y disminuido en mi calidad de humano. Sí, la guerra ha terminado, pero antes de morir se deja puesto ese huevo monstruoso, del que pueden salir horrores nunca vistos. Por otra parte, el invento es exactamente lo que había que esperar, es el coronamiento de la época más estúpida de la historia humana. ¡Y qué comentarios los de alguna gente! Demuestran que la historia estaba a punto para que la bomba naciera, que es la descomunal forma simbólica de la brutalidad y la estupidez del hombre del automóvil, de la radio, etc., del hombre del progreso. Se inaugura la era del terrorismo mundial. Ahora ya vivimos bajo una amenaza vaga, difusa, superior a todos los temores de antes. No sabes hasta qué punto me ha perturbado el invento, y lo descorazonado que me tiene”.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Los líquidos íntimos


 

Los líquidos íntimos, Olga Novo. Cálamo poesía. Palencia. 2013. 144 páginas. 15 euros.


El pasado miércoles 4 de diciembre, a las 20:00 de la noche, estrené mi sección de poesía La luz de la linterna en el programa Castillos en el aire, que dirige Javier Fernández Jiménez en Radio 21. En mi debut al frente de este nuevo espacio que dedico a la lírica, hablé del nuevo libro de la autora gallega Olga Novo: Los líquidos íntimos. Les dejo el podcast donde podrán escuchar el programa completo; La luz de la linterna la encontrarán a partir del minuto 60.

jueves, 5 de diciembre de 2013

El siglo de la gran prueba



 

El siglo de la gran prueba, Jorge Riechmann. Baile del sol. 2013. 166 páginas. 12 euros.


Hay peligros que por más que nos acompañen desde hace años merecen que se nos adviertan contra ellos una y otra vez. Tal es su poder de destrucción. Jorge Riechmann lleva una vida literaria cumpliendo con rigor su misión de bandera roja en un playa de aguas revueltas; es verdad que puede resultar reiterativo, pero es que el mal contra el que nos apercibe no descansa, se limita a esperarnos. Sabe que nos precipitamos hacia a él. Además, nadie dice que todo el mundo deba leer la bibliografía completa de un autor. Su último ensayo poco aportará –desde un punto de vista ideológico– a los lectores habituales del poeta, sin embargo, constituye una buena plataforma para que aquellos que aún lo desconocen salten y se sumerjan en el ideario de uno de los autores más interesantes de la literatura española reciente.

El siglo de la gran prueba alerta contra el genocidio al que nos encaminamos por una mera cuestión numérica: no hay energía para los siete mil millones de habitantes de la Tierra. No, al menos, manteniendo nuestro actual modelo económico. Los estragos de esa masacre los estamos sintiendo ya y aquí. ¿Puede pararse la maquinaria que nos conduce al abismo? Sí. Su detención depende de nuestra voluntad. Y la poesía –nos dice Riechmann– debe contribuir al cambio, debe aproximar lo lejano a fin de establecer vínculos y de movilizar a la gente. La búsqueda de la empatía, de hecho, es una de las obsesiones del autor, que aconseja en su excelente bitácora (tratarde.org) que realicemos “ejercicios de estiramiento moral” para aumentar nuestra conciencia de especie.




En su último ensayo, Jorge Riechmann incluye una poética donde reflexiona sobre el papel de los escritores y el sentido de la cultura; así como un manual ascético con el que aboga por una existencia austera, tranquila y maravillada por el descubrimiento diario del mundo. Su libro se suma, así, a otras obras que en este 2013 proponen a los lectores una alternativa al capitalismo (Un futuro sin más, de Antonio Turiel; La vida simple, de Sylvain Tesson; El último lapón, de Oliver Truc). Son muchos los escritores que perciben el próximo colapso civilizatorio, el “Gran Batacazo del Progreso”, y por esa razón, ahora más que nunca, tratan de que sus conciudadanos mediten sobre quiénes son, qué sociedad desean o qué podrían hacer para salvarse a sí mismos y salvar su hábitat. Riechmann, con sus preguntas, nos invita a la auto-crítica. Su lectura no es cómoda, pero es imprescindible. El siglo de la gran prueba pretende contribuir al cambio del paradigma de vida dominante (Elisabeth Peredo), apoyado en la sociedad de consumo y sustentado por valores como la codicia, la individualidad, el egoísmo o la violencia. Reconoce la dificultad del intento, pero sabe que hay un margen para la esperanza: “La fuerza del sistema estriba en conseguir que nos rindamos por adelantado, sin tener siquiera que hacer uso efectivo de su tremenda fuerza. Nuestra oportunidad: no ceder en ese momento”.    

Este artículo ha sido publicado por La tormenta en un vaso.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Entrega del Premio Miguel Hernández



 
El pasado día 8 de noviembre recibí en el aula CAM de Orihuela el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández. El acto, breve y poco concurrido (coincidía con una procesión consagrada a Jesús, y la gente -no olvidemos que en Orihuela hay diecisiete templos católicos- se echó a las calles para honrar la figura), estuvo amenizado por el grupo escénico Auralaria, que realizó un par de montajes audiovisuales sobre los dos poemarios ganadores: La vida en los ramajes, de Olalla Castro (Premio Nacional) y La Guerra de Invierno, el libro con el que concurrí y me alcé con el certamen Internacional.

Acabada la escueta ceremonia, lo mejor del viaje a Orihuela vino al día siguiente, cuando Aitor Larrabide -Presidente de la Fundación Miguel Hernández- nos mostró a las premiadas y a nuestros respectivos acompañantes (sus padres y mi esposa) la casa del poeta. Para mí fue acontecimiento mágico. 


 En la casa de Miguel Hernández.


Miguel (a secas) guió mis comienzos líricos desde que un antiguo profesor de instituto (Ángel Ysern -qué importancia han tenido en mi vida algunos maravillosos docentes de la enseñanza pública, tan vapuleada ahora por el ministro Wert y por ese laboratorio privatizador en que se ha convertido la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid-) me regalara una entrevista a Claudio Rodríguez (publicada en el ABC), a quien luego tuve el gusto de conocer en aquel instituto seis años antes de su fallecimiento. El poeta hablaba en ella de la huella indeleble de Miguel Hernández en su primera obra, Don de la ebriedad, libro que publicó con tan sólo 18 años tras conquistar el Premio Adonáis. Aquellas palabras de Claudio Rodríguez, así como su posterior conocimiento, me animaron a leerle con avidez y a remontarme a sus orígenes: al poeta-pastor de la tórrida Orihuela. Fruto de aquellas lecturas escribí mi primer poemario en 2º de BUP, con 16 años (pacientemente leído por otro profesor impagable: el poeta salmantino Gonzalo Alonso-Bartol), y publiqué mis primeros poemas en un par de revistas. Mi inquieto e insaciable espíritu poético cobraba forma en la vasija de sus poemas, pero lo más importante que aprendí de Miguel fue su actitud ante el mundo: su valentía, su desafío humano a las injusticias, su vehemencia amorosa, su afán transformativo de la realidad. Ese legado de entonces todavía perdura. Lo llevo en la sangre. Orienta mi creación y mi conducta. Y ya se puede implantar la LOMCE, que yo -profesora de instituto y poeta-, seguiré animando a mis alumnos a la lectura de autores como Miguel Hernández; les seguiré inculcando valores para que no se dejen dominar, para que no se acomoden, para que sean solidarios, para que se cuestionen el orden establecido, para que saquen lo mejor de sí mismos.  Ustedes saben muy bien a qué se deben los esfuerzos de Wert para derribar la cultura de este triste país y para aprobar la LOMCE: teme la libertad de espíritu, la sensibilidad, la conciencia crítica y la empatía con que el arte ilumina a la ciudadanía y la engrandece. Yo, desde luego, no voy a permitir semejante agresión a la democracia. Seguiré creando. Seguiré inculcando valores. Seguiré luchando junto a aquellos que conmigo se vengan a las calles. No se me ocurre otra manera de rendir homenaje a mis antepasados y a Miguel.


 En el huerto de Miguel, sentada bajo su higuera preferida, 
donde escribía y recibía a sus amistades.


Para acabar, aquí les dejo dos poemas donde se aprecia la impronta del poeta-soldado:                    


                 Habibi


Se me cuaja la sangre cuando veo
la rosa de tus labios encrespada;
y es mi sangre un helado de granada,
y es tu rosa mi más firme deseo.

Me derrites con ese bamboleo
de leche con espuma desbordada;
y por beberla avanzo entusiasmada
como el polen directa a su apogeo.

Pero la timidez irreductible
que por costumbre sale de tu boca
el corazón me deja disgustado.

Y al no poder librarme de esa roca
una punta de acero, inamovible,
se clava como un pez en mi costado.


                              (De mi libro Construyéndome en ti. Libertarias/Prodhufi. 1997)




         Be Strong


HOY me siento invencible
como un viejo autobús
acelerando a tope
en los discos en ámbar.

Qué pocos poderosos los emblemas
en contra de la sangre,
los halcones cegados por el odio
a lo desconocido,
el petróleo avanzando
sobre estanques de luz.

Soy un guerrero en busca
del registro de héroes
para inscribir su nombre,
un bíceps musculoso estrangulando
prejuicios y complejos,
una nube metálica a punto de tormenta.

No quiero un cementerio de ilusiones,
ningún sueño surcado por las balas.
No es la vida un juguete prescindible
que podamos romper en nuestro cuarto
una tarde con forma de tridente.
En tu pecho se esconde
una joya olvidada por las constelaciones más borrosas,
un arpa nunca oída por caballos con crines de coral;
pero sé que la pólvora devolverá los peces a las urnas,
porque muy a menudo
te sorprendo tocando
el lomo de una estrella
con la profundidad de un arrecife
sangrando en tu mirada.

Destierra de tu boca
los bancos de escorpiones,
los eclipses de rosas,
el cetro de la cobra,
la pira donde arden
con tristeza de lámpara
tus besos.

En el fondo del mar la vida es menos dura,
asume cada especie  su papel con dignidad de esfinge:
los cangrejos recorren autopistas de plancton
de espaldas al momento,
a la erupción en pétalos del magma,
al carrusel azul de la medusa;
y no por eso emigran
a mares más profundos que el olvido.

Extrae de tus arterias
el miedo a ser tú misma,
la proa donde rompen tus deseos,
y no permitas nunca
que tu felicidad se ponga cárdena
a la sombra de un tótem.


                             (De mi libro Napalm. Hiperión. 2001. Premio Hiperión de Poesía)

lunes, 25 de noviembre de 2013

La Guerra de Invierno, en La opinión de Murcia




El pasado viernes 8 de noviembre el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga publicó en La opinión de Murcia la siguiente reseña sobre mi nuevo poemario:

 
La denominado Guerra de Invierno estalló cuando la Unión Soviética atacó a Finlandia el 30 de noviembre de 1939, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. La resistencia finlandesa se opuso a las fuerzas soviéticas, y el país aguantó hasta marzo de 1940, cuando se firmó un tratado de paz por el cual cedieron parte de su territorio a la Unión Soviética. Son pertinentes estos datos históricos porque los hechos bélicos evocados y la guerra en cuestión dan título al libro de Ariadna G. García (Madrid, 1977) quien, en efecto, reúne en La Guerra de Invierno un poemario con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández,  que ahora publica en Madrid en su colección de poesía la editorial Hiperión.

Se trata desde luego de un poemario muy original aunque heterogéneo, ya que en él confluyen por un lado la experiencia geográfica de un viaje detenido a Finlandia en el más crudo invierno y, junto a una apasionada historia de amor, la referencia histórica al conflicto militar entre Finlandia y Rusia junto a un decidido viaje también hacia el interior de un yo lírico, que desde luego es yo también autobiográfico, representado por la enamorada viajera que se entusiasma ante lo que ve y ante la historia que se ha vivido no hace mucho en los mismos amplios y prodigiosos escenarios evocados.

Asombra, como hemos adelantado, que, en un poemario donde todo es placidez y gozo de la vida y del amor, sensualidad y percepciones estimulantes, comparezca el recuerdo de una guerra sangrienta y especialmente cruel desarrollada en los helados campos de un país que volvía a sufrir el martirio de la invasión y la opresión. Quizá, en el contraste entre el disfrute pleno del amor, plácido y sereno, en unos paisajes envidiables, y el horror de la guerra esté la mayor virtud de este originalísimo libro, escrito con pasión y con detenimiento, con un estilo claro y sosegado, formulado en composiciones poéticas de una entereza especial, singularmente aquellos poemas en prosa que reflejan historia y pasado épico, o los brevísimos e impresionistas poemas finales que revelan concentración e intensidad pero acaso muestran, aún más, gozo.

Desde luego, predomina Finlandia, con sus nieves casi perpetuas, con sus bloques de hielo, paisajes, ríos, helados árboles y ambientes que adquieren metafórica reflexión alusiva al propio viaje interior que todo este libro transmite. Lírica y épica se compensan adecuadamente en la estructura del poemario y el verso sucede a la prosa cuando la historia y los personajes de la historia comparecen en el libro con su tragedia y en ese sentido destacan la evocación de las proezas del francotirador Simo Häyha, o el monólogo del patinador Birger Wasenius, caído en aquella horrorosa contienda.

Quizá el poema más representativo de esta fusión estética sea el titulado Catedral luterana de Turku, que comienza con una afirmación absoluta: “Es el ciclo anual de muerte y vida/ de la naturaleza”, a la que sigue la presencia de unos grandes bloques de hielo descendiendo sobre la superficie del río cercano, mientras las viajeras amantes se abrazan junto a la puerta entornada de una sólida catedral, resistencia y memoria frente al tiempo. En su interior suena el Réquiem de Mozart, que suplica permanencia y suena a infinito, el mismo infinito que buscan las enamoradas para su amor, cuando quieren “detener este instante/ suspenderlo, clavarlo”, mientras los bloques continúan deslizándose sin descanso río abajo. Lección de vida, de muerte y de más allá que revela la intensidad metafísica de muchas de estas reflexiones poemáticas.

Divido entonces en tres partes y un epílogo, La Guerra de Invierno de Ariadna G. García pone de relieve la capacidad de su autora para compensar paisajes remotos, el relato amoroso y la historia, mientras manifiesta igualmente la calidad estructural de un libro que es ambicioso en su proyecto creativo, al abarcar elementos muy variados bajo un tema común (Finlandia). Todo ello confirma la destreza de Ariadna para construir un poemario y crear una obra conjunta, cohesionada y sólida, inevitablemente atractiva para el lector que no sale de su asombro al ver tantos y tan variados componentes debidamente coordinados y ofrecidos al lector para comprometerlo en reflexiones que son la identidad misma de su autora, la propia introspección del yo lírico y, desde él, alcanzar una conclusión tan lacónica como lapidaria, la de su último poema: “El espejo glaciar se ha derretido/ a lo lejos redobla/ la intensa partitura de las aguas”.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Vivo en lo invisible, de Ray Bradbury: en el ABC Cultural

Jaime Siles

Es su placer compartir con vosotros la reseña que el poeta y crítico Jaime Siles publicó el pasado 3 de octubre en el ABC Cultural sobre Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos, del escritor Ray Bradbury (Salto de Página. 2013); la primera traducción conjunta que publicamos Ruth Guajardo y yo.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Tierra

Fotografía de Ulf Andersen

La tormenta en un vaso y Culturamas publican mi reseña de la última novela del escritor alaskeño David Vann: Tierra (Mondadori, 2013). Otras novelas suyas son: Sukkwan Island (Alfabia, 2010) y Caribou Island (Mondadori, 2011). 

lunes, 11 de noviembre de 2013

La vida simple




Hoy publica La tormenta en un vaso mi reseña de La vida simple, ensayo de Sylvain Tesson (Alfaguara, 2013). Cada vez somos más los que localizamos nuestras obras en el Norte, los que buscamos la naturaleza virgen porque "lo salvaje consuela", los que aspiramos a una vida intensa y desprovista de utensilios inútiles. Igual el hombre nuevo que tanto reclamaban los místicos del siglo XVI no es otra cosa que una generación de mujeres y de hombres bien avenidos, respetuosos con su entorno natural y satisfechos con su mundo interior. Igual para salvarnos de nosotros mismos debemos, más que nunca, despojarnos de la piel del hombre viejo (individualista, tecno-dependiente, insatisfecho) para renacer a una segunda naturaleza evolucionada desde un punto de vista moral: empática.   

jueves, 7 de noviembre de 2013

sábado, 2 de noviembre de 2013

Esta noche arderá el cielo

Ilustración de cubierta de Pier Brito

Mi reseña de Esta noche arderá el cielo (Salto de Página. 2013), la última novela de unos de los mejores narradores de este país -Emilio Bueso-, en Micro-revista.

Os dejo también mis críticas a Diástole y Cenital (Salto de Página. 2011 y 2012).

lunes, 21 de octubre de 2013

Bosque de Luosto




El trineo avanza por la nieve a gran velocidad.
Tiran de él seis perros de hermoso pelaje.
Sus ladridos anuncian nuestra presencia,
espantan el peligro y nos protegen
de aquellas amenazas que no vemos.
Sus pezuñas se hunden en el frío,
de donde extraen la fuerza y el coraje.
Recorremos kilómetros así.
Confiamos en ellos.
Yo voy de pie, guiando.
Tú vas sentada sobre una piel de alce.
Ellos van a la caza del horizonte.
Formamos un equipo con los huskies.
Atravesamos juntos una soledad espesa,
que de otro modo, nos mortificaría.
De vez en cuando,
algunos de los animales se sienten atraídos por la nieve,
y aunque nunca se paran,
lamen copos o se frotan contra los desfiladeros blancos.
Qué belleza la de sus ojos llenos de alegría y de ímpetu.
Poseen el espacio que recorren, y el aire que respiran.
Miro los árboles.
Luego, dentro de mí.
Disfruto el sueño que he tenido el valor de imaginar.


                      (Poema de mi libro La Guerra de Invierno. Hiperión. 2013) 

domingo, 13 de octubre de 2013

Oeste



 
Oeste, Pureza Canelo. Pre-textos. Poesía. 72 páginas. 12 euros. 2013.

 

A los 45 años, Luis Cernuda publicaba uno de los libros más bellos de la lírica del siglo pasado: Como quien espera el alba; en él encontramos un texto hondo y esperanzador sobre la continuidad del autor en la obra de otros. Escribía Cernuda en A un poeta futuro

“Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo./Que otros ojos compartan lo que miran los míos./Aunque tú no sabrás con cuanto amor hoy busco/por este abismo blanco del tiempo venidero/la sombra de tu alma, para aprender de ella/a ordenar mi pasión según nueva medida…Yo no podré decirte cuánto llevo luchando/para que mi palabra no se mueva/silenciosa conmigo, y vaya como un eco/a ti…”.   

A sus 67 años, Pureza Canelo nos confiesa en su último libro el emocionado deseo de que su obra también se perpetúe en nuevas voces. Esta obsesión (tan propia de poetas, recordemos a Miguel de Unamuno: “Sí, lector solitario/que así atiendes/la voz de un muerto,/tuyas serán estas palabras mías/que sonarán acaso/desde otra boca,/sobre mi polvo/sin que la oiga yo que soy su fuente…Yo ya no soy; mi canto sobrevíveme/y lleva sobre el mundo/la sombra de mi sombra,/¡mi triste nada!/Me oyes tú, lector, yo no me oigo” del poema Para después de mi muerte) recorre Oeste de principio a fin. 

Para Canelo la literatura no es sólo el cáliz que contiene el agua de vida, la fuente de la eterna juventud, sino que también es el arca que contiene su mundo y su familia. Gracias al poder sobrenatural de una palabra de contenido mítico (nos habla del origen, de la creación, de la inmortalidad) y de expresión humilde (“pegada al grano, a los hierros, a las cuerdas” p. 13), la autora aspira a un hueco en el corazón de las generaciones por venir. Si abrimos la cubierta del poemario-arca, encontramos dentro el testimonio sagrado de unas costumbres, unas gentes, un lugar y una época perdidos. Aquí aún se asoma la madre a la ventana, las mujeres aún lavan sobre piedras, aún se oyen los carros de la leche y un murmullo de máquinas que cosen, los hombres aún separan las semillas y los niños se apropian de los campos a lomos de sus bicis.  

Pureza Canelo defiende del ataque de la ruina a la naturaleza (flora y fauna) y a los elementos del entorno rural (establos, cobertizos o pozos). El lector siente que estrena un mundo en cada verso. Entre estos sugerentes poemas en prosa –sensoriales, plásticos y contemplativos– destacan algunos realmente bellos como el nostálgico Bicicleta, el desalentador Abandonados, el entusiasta Mundos, el misterioso Diciembre o el  admirativo Coros (“se ven gallos sobre el tejado; extraño permanecer a esta hora donde sólo se espera la madrugada” p. 17). 

El tono épico del libro sacraliza el Oeste, la tierra originaria. 

Con sus versos, Pureza Canelo (lo mismo que Cernuda y Unamuno) pretende levantar “un poema sin lindes para saludar a quien por nuestro lado pase”; abriga la esperanza de que “un surco mío pudiera alguien prolongarlo en una porción de tierra”. Esta reseña aspira a propiciarlo.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Los funcionarios de la Escuela Pública, en Madrid, no cobramos


 
Los lectores asiduos de este blog ya sabéis que, desde su comienzo, lo utilizo como arma defensiva de la enseñanza pública. En más de una entrada he alertado sobre el impacto de los recortes en los institutos, sobre el desprestigio que padecemos los docentes en general y los docentes interinos en particular, y sobre la necesidad de que el claustro esté unido para secundar una huelga indefinida que paralice el proceso de privatización de la Escuela de tod@s.

Hoy quiero hacer visible un grave problema:

Los interinos de la Dirección de Área Territorial de Madrid Capital no hemos cobrado el mes de septiembre, pese a haberlo trabajado íntegro; lo que vulnera un derecho fundamental de cualquier trabajador: el derecho al salario. En la sección de Nóminas Secundaria de la DAT Madrid Capital (calle Vitruvio, nº 2) a mí, personalmente, se me ha informado de que creen que cobraremos juntos, dentro de tres semanas, los meses de septiembre y octubre. Pero nadie ha podido confirmarlo. A día de hoy, esa retención ilegal de nuestras nóminas, de nuestro dinero, ha puesto contra las cuerdas a muchas compañeras y compañeros, que no pueden pagar sus hipotecas o sus alquileres.

Que me conste, ningún medio de comunicación se ha hecho eco de la noticia. La administración ha silenciado este impago. Por eso os pido la máxima difusión.

La Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid está barriendo cada día un derecho de sus funcionarios. Primero el derecho al trabajo (despido de miles de docentes en los últimos dos años, pese al aumento del alumnado en las aulas públicas; despido de todo el cuerpo de interinos a 30 de junio, cuando el curso finaliza en septiembre) y ahora el derecho al cobro del salario. 

Madres, padres, alumn@s, compañer@s y amig@s, si todavía dudáis de la necesidad de actuar de inmediato, de secundar las huelgas, de acudir a las concentraciones, de votar en el referéndum que ahora mismo se está llevando a cabo en las calles de Madrid, me temo que hoy os he dado un argumento más para vencer la inercia y sumergiros en la Marea verde.


lunes, 7 de octubre de 2013

La Guerra de Invierno, en El Cultural



Hoy publica El Cultural, en su edición digital, una reseña de mi nuevo poemario. La firma el profesor de la Universidad de Zaragoza y catedrático de Teoría de la literatura y literatura comparada: Túa Blesa.