lunes, 22 de agosto de 2016

Atletismo y oposiciones de secundaria

 
El actual sistema de acceso a la enseñanza pública nos equipara a los profesores con los atletas. Cada dos años –últimamente la convocatoria es incluso anual– nos obliga a asistir a una prueba para demostrar nuestra valía, ignorando las marcas –las notas– alcanzadas los años previos. Pero tal equivalencia es un auténtico error.

En la prueba de los 100 metros lisos de los campeonatos del mundo hay que demostrar cada dos años quién es la mujer o el hombre más veloz, no te guardan la marca de una cita para otra. Es una prueba que evalúa el presente. No sanciona quién tiene aptitudes para la velocidad o el atletismo, sino quién es el atleta imbatible ese año. Esto es así porque la fortaleza del cuerpo se deteriora muy rápido. La vida de un atleta es efímera y apenas dura un tiempo.

¿Pero qué pasa con la vida profesional de los profesores? ¿Por qué tienen éstos que examinarse cada dos años, igual que los velocistas o los lanzadores de disco? Los conocimientos demostrados en una oposición se almacenan en la memoria durante décadas. No se desgastan ni se debilitan con la edad. ¿Entonces?

Las oposiciones de enseñanza secundaria no deberían estar pensadas para saber quién es el mejor opositor en una determinada convocatoria, sino para saber quién reúne los conocimientos, las habilidades y las destrezas que le vayan a servir para toda su carrera docente, que se puede prolongar durante más de treinta años.

De lo contrario, si sólo importa lo que seas un año concreto, una convocatoria precisa, entonces nada exime al claustro en su conjunto (funcionarios interinos, en expectativa y de carrera) del deber de demostrar su valía en una prueba externa que lo examine curso tras curso hasta el día de la jubilación.

¿Por qué sobre los profesores interinos –la mayoría hemos aprobado la oposición de secundaria varias veces, y con muy buenas notas– recae la sospecha de que puedan perder conocimientos y aptitudes de un año para otro, y sobre los funcionarios de carrera, no? ¿Qué malformación genética se desactiva cuando se consigue la plaza?

Lo mismo el profesor interino no tiene ninguna tara genética, y como el funcionario de carrera, posee una gran capacidad de almacenaje de información, de entusiasmo, de adaptación y de innovación, de modo que no tiene porqué pasar año tras año por los campeonatos de las oposiciones, porque sus facultades intelectuales y pedagógicas ni se desgastan con la edad ni se menoscaban, ni se pierden, ni se deterioran.

Por eso, es necesario el NAD, un nuevo acceso a la función docente más razonable y justo que el tenemos ahora. El NAD pide la no caducidad de notas de los opositores, de modo que se les sume la nota de baremo (según los criterios de ponderación estatales) para entrar directamente en la lucha por una plaza.

La Educación Pública ganará en calidad en cuanto la administración deje de jugar con la vida de sus profesores; liberados de una oposición que ya han aprobado tendrán más tiempo para invertir en sus estudiantes, más ánimo y más energía que la que ahora les agota una prueba absurda que ya han superado varias veces. 

viernes, 19 de agosto de 2016

"(Tras)lúcidas" en la revista "Yo dona"



Os dejo por aquí la breve reseña de (Tras)lúcidas (Bartleby, 2016), publicada en la revista Yo Dona que publica el diario El Mundo. La firma Álvaro Colomer.


jueves, 18 de agosto de 2016

El sueño de Einstein


 El sueño de Einstein. Jenaro Talens. Salto de Página. 2015. 176 páginas. 13,50 euros.
  

Jenaro Talens es uno de los poetas decisivos de la Generación del 70, autor de una obra experimental, hermética y reflexiva. Exatleta (velocista que a punto estuvo de acudir a la Olimpiada de México del 68), profesor universitario en varios centros europeos y americanos, experto en novela picaresca y viajero infatigable, tiene una biografía tan indómita como lo son sus libros de poemas. Clásico en vida (su quehacer lírico ha sido antologado en la colección Letras Hispánicas de Cátedra con el título Cantos rodados. 1960-2001), en la actualidad dirige, junto a Clara Janés, la colección de poesía de la editorial Salto de Página.

El sueño de Einstein es un extenso libro formado por poemas en prosa. Los textos tienen un impecable sentido musical, y es fácil reconocer en ellos la presencia camuflada de versos de distinta medida. El propio Jenaro ha confesado que su padre, clarinete del ejército, fue quien le inculcó la importancia del ritmo. Las piezas son una suerte de baúl donde el poeta ha reunido recuerdos de diferentes épocas, “tal vez contarlo impida que los borre el viento” (pag. 148). Así, nos encontramos cara a cara con aquel pequeño Jenaro que estudió con los maristas, aprendió solfeo, vivió los sinsabores de la posguerra (la “sinrazón”, “la tristeza del rosario”, el “aburrimiento” de una sociedad negada a la eclosión del entusiasmo, a las innovaciones o a la curiosidad, llena de “casas en las que habitó el odio a lo desconocido”), descubrió el misterio que encerraban los libros de la biblioteca, soñó otras vidas, recorrió con su panda de amigos tanto los territorios reales (cuevas donde el pueblo se escondía al escuchar las sirenas para resguardarse de los bombardeos) como los fantásticos (qué cerca aquí el poeta de Ray Bradbury: “Pertechados los unos con armas de juguetes, los otros con gomeros, buscábamos culebras, dragones, lagartijas y animales salvajes a los que vencer”, de Beiro, pág. 67). Jenaro nos habla de un mundo extinguido, el propio y el ajeno. Los pecados de entonces se han desvanecido. El niño le palpa la rugosa memoria por dentro, tratando de salir al exterior. El hombre en que se convirtió, también. El sueño de Einstein tiene mucho de holograma: cada parte contiene al todo, las distintas perspectivas conviven en un mismo espacio-tiempo (el libro, ahora). Eso sí, es una existencia opaca, enneblinada, fantasmagórica; de ahí que Talens recurra a un estilo visionario, yuxtaponga imágenes, fragmente la mirada o evoque más que narre. Además de la memoria, el poeta aborda otros asuntos: el paso del tiempo (“Dime tú ahora, tiempo que me sumergiste sin contemplaciones en la vorágine del devenir, ¿me escuchas?”, de La densa bruma del conocimiento, pág. 31), la muerte (“Eres tan sólo el intervalo, el antes de un después”, pág. 130), el deseo, el miedo, el amor (precioso el texto dedicado, supongo, a sus padres: “Se amaron. Semanas. Meses. Años. Fueron felices juntos tanto tiempo que apenas sí pensaban en la amenaza frágil del adiós. Juntos también envejecieron mientras caminaban por descampados y por sementeras, cogidos de la mano y sin mirar atrás”, de Futilidad de la melancolía, pág. 72). 

El sueño de Einstein es un libro extraordinario. De los que se plantean preguntas y nos las hacen, de los que se enfrentan a la verdad y nos ponen un espejo delante para que compartamos emociones y anécdotas. No en vano, Jenaro Talens, al igual que Antonio Machado, expresa genialmente con su libro “los universales del sentimiento”.



miércoles, 17 de agosto de 2016

En defensa del NAD (Nuevo Acceso Docente)



 
El vigente sistema estatal de acceso a la función docente debe ser modificado. Desde hace años, los profesores interinos venimos reclamando el NAD, un nuevo acceso más razonable y justo que el tenemos ahora. El NAD pide la no caducidad de notas de los opositores, de modo que se les sume la nota de baremo para entrar directamente en la lucha por una plaza. Esta petición es de sentido común. ¿Por qué un profesor debe demostrar convocatoria a convocatoria que posee unos conocimientos, unas destrezas y unas habilidades pedagógicas que ya ha demostrado que tiene? ¿Por qué una docente debe aparcar su vida, dejar en la cuneta las horas dedicadas a sus hijos, a sus aficiones, para preparar una oposición que ya ha aprobado en varias ocasiones? ¿Qué castigo es ése? El NAD está pensado para poner fin al castigo de Sísifo que los profesores padecen, y por el que sale perdiendo tanto el claustro como los estudiantes. Si los profesores tienen que encerrarse en casa para repasar unos temarios, ejercicios y una programación que ya han demostrado que dominan, ¿quién sale perdiendo? Para empezar, ellos, que ven frustrados sus planes de presente; en segundo lugar, sus familias, que dejan de su gozar de una piedra angular en casa; pero en tecer lugar, los estudiantes: lógicamente, un profesor enfrascado en una oposición carece de tiempo y fuerzas para innovar y proponer actividades atractivas a sus muchachos.

Por eso es razonable dejar la nota más alta que haya alcanzado cada opositor a lo largo del tiempo. El que quiera superarla sólo tendría que presentarse voluntariamente a la oposición, pero ésta no sería obligatoria para los demás.

Un profesor que ha aprobado de manera sistemática todas las convocatorias de los últimos ocho años, ¿no ha demostrado ya su valía? ¿Cuántas veces la ha demostrado el que se sacó la plaza a la primera porque ese año se ofertó un número altísimo de puestos? Los dos forman parte del sistema, se enfrentan a los mismos problemas, imparten sus clases con la misma profesionalidad, ¿por qué a uno se le obliga a demostrar año tras año sus conocimientos y aptitudes, y al otro no?

Si yo he sacado un 7 en un proceso selectivo y me quedé sin plaza porque ese año sólo se ofertaron 27, y otro opositor, pongamos que con otro 7 (o un 6 o un 5), sí se la sacó porque ese año se ofertaron más; ¿qué nos diferencia? ¿La suerte de haber sacado la nota adecuada en la oposición precisa?  ¿Y por eso yo he seguir penando, con la misma nota o incluso más que él? Qué sistema de selección es éste. ¿Qué culpa tengo yo de que sacasen un número ridículo de plazas el año que saqué mi mejor nota? Si esa convocatoria se hubiesen dado 200 plazas en vez de 27 o 3, yo ya estaría dentro; y como yo, otros muchos compañeros que han dado lo mejor de sí en unas oposiciones muy duras, con unos criterios muy exigentes, y que se merecen mayor respeto hacia su sacrificio y el de sus familiares.

Desde aquí os pido la máxima difusión (y defensa) del NAD para acabar con el castigo que obliga a los funcionarios interinos a subir la piedra de la oposición todos los años, lo que repercute negativamente en sus vidas y en la vida de los centros.