G. GARCÍA, ARIADNA
LA GUERRA DE INVIERNO (2013)
MADRID: HIPERIÓN. PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL
HERNÁNDEZ - COMUNIDAD VALENCIANA.
JUAN GABRIEL LAMA
El viaje en La Guerra de Invierno de Ariadna G. García (Madrid,
1977), libro con el que la autora obtuvo el Premio Internacional de Poesía
Miguel Hernández-Comunidad Valenciana y publicado por Hiperión, es el elemento
fundamental que vertebra la edición. Un viaje en tres etapas bien delimitadas
que corresponden a los tres viajes (interiores, en la nieve y el hielo, en la
historia sangrienta del siglo XX en Europa) que la autora realiza, como si
fuera el Dante en su descenso a los infiernos acompañado por Virgilio, de la
mano del amor.
Es el inicio del libro la antesala de lo que vamos a vivir a continuación.
Los elementos de una Finlandia en la que los tópicos (sauna, madera, pájaros,
idioma) se encuentran articulados de manera novedosa, huyendo de la mera
descripción de paisajes para acercarnos al viaje interior de dos cuerpos («Te
tumbas a mi lado / estamos solas», p. 16) que van a recorrer con sus dedos
aeropuertos y catedrales. Pocas veces son los lugares descritos a través de una
piel, de la sensación del frío o el calor, como en este libro. Pero un poema
dedicado a las fortalezas que en pleno siglo XIX los soldados suecos y
finlandeses levantaron para detener el avance de las tropas de la Rusia
imperial nos avanza, como un destello brillante y heroico, el tema de la
segunda parte, central y capital en el libro.
Es con «La guerra de invierno», el intenso poema en prosa eje del libro,
con el que Ariadna G. García nos introduce en la épica de la guerra que se
desarrolló entre la Unión Soviética, ya ávida de terror, estalinismo y gulag, y
la joven república finlandesa que se había independizado sólo veinte años
antes. Esa guerra, preludio de la que ya estaba en marcha en el frente
occidental con la invasión de Polonia y de Francia por parte de la Alemania
nazi, está retratada por la autora con el mismo uso que, en libros como Europa o Las trincheras, Julio Martínez Mesanza ha hecho de la Historia como metáfora de la agonía
del ser humano en uno de los siglos más crueles como fue el siglo XX. Así, el
retrato del patinador olímpico Birger Wasenius, verdadero héroe griego de esta
tragedia, patinando veloz hacia su muerte («Ya no escucho las voces de las
gradas. Sólo el sonido de mi respiración. Todavía me buscan. No distingo la
meta en este bosque», p. 41) es la huida, heroica pero huida al fin y al cabo,
de todos los totalitarismos que han formado esa historia de crueldad y
mezquindad, pero también de épica y nobleza y fe en el ser humano, que fue la
Segunda Guerra Mundial. Es esa épica la que nos muestra a los marineros
soviéticos del submarino S-2 orgullosos de su tumba de hielo en el Báltico,
personajes del mejor Eisenstein en el film Alexander
Nevsky, otra gran parábola de la heroicidad
humana. El choque de una mina con un sumergible se canta como si de un pasaje
de la Ilíada se tratase
(«Pensarán, con orgullo patrio, que se les ha otorgado un gran honor: el
descanso perpetuo en una tumba helada», p. 43). Las últimas sorpresas que el
horror de la guerra hace reflotar, una primavera, una floración de muerte que
aparece con el deshielo, pasadas ya todas las batallas, son los cadáveres que
suben a la superficie («Cantarán de plano al mundo. Y estos bultos de aquí, que
la corriente mece bajo la niebla helada, son los restos de miles de ilusiones
que duermen boca abajo», p. 44).
Tras esta parte central en prosa vuelve Ariadna G. García al verso en la
tercera y última parte del libro, que se va despojando, poema a poema, de la
gravedad de la parte central. La cotidianeidad, en la línea ya habitual en
determinada poesía española, nos acerca a escenas, a la manera de la pintura
flamenca del XV, de una intimidad tan querida para los países norteños, allí
donde no existen las cortinas en las ventanas, donde la lucha con el frío es un
rito diario («Llegué al vehículo. / Despejé a patadas la nieve que lo estaba
sepultando. / Retiré con los guantes el enchufe / que lo mantenía unido a la
corriente / para evitar que el motor se congelara», p. 51). Retrato de una
sociedad solidaria, austera en sus planteamientos, eficaz en su simplicidad tan
alejada del barroquismo excesivo e improductivo de las sociedades mediterráneas
(«Cuando un coche se empotra contra un arcén nevado, / tú te bajas del tuyo y
lo socorres / con una cuerda gruesa. / Sabes que un día, / él será quien se
pare», p. 61). Esta austeridad trasciende finalmente a la forma en que se
cierra el libro. Una serie de haikus, y algún día deberíamos plantearnos a qué
se debe el florecimiento de este género en los últimos años en la poesía
española ¿sencillez o simple desgana?, cierran el libro. No es este caso, la
desgana, el de La Guerra de Invierno. Ariadna G. García ha demostrado su rigor y su osadía en el retrato de
las atrocidades y los desastres de la guerra para poder permitirse, al final,
el soplo de aire fresco que es la lluvia, una liebre, el hielo, el viento y la
ceniza.
En definitiva, es este un poemario que con eficacia combina dos mundos
extremos, la guerra y la vida, a través de la mirada íntima de una viajera.
Viajera en el espacio de Finlandia, donde se suceden las referencias a Laponia
o al Círculo Polar, viajera en el tiempo con el espejo que nos muestra
episodios desconocidos, al menos en la crónica más transitada de la XX Guerra
Mundial. Y todo ello desde un punto de vista humanista e íntimo muy destacable
que no olvida la variedad de registros y formas que hacen de La Guerra de
Invierno un libro ambicioso para una
escritora tan joven como Ariadna G. García.
IMPORTANTE: La Guerra de Invierno es finalista del Premio
de la Crítica de Madrid. Una noticia que me alegra y anima a seguir
trabajando. Os dejo aquí el enlace con el resto de obras que optan al premio en las modalidades de Poesía y Novela.
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