Ho Chi Min.
Vietnam del Sur
Al sur del país pasamos una noche en una granja del delta del Mekong. Al día siguiente, nos
trasladamos en un bote al mercado flotante de Cai Rang, donde los agricultores
venden sus productos en barcazas. Y en la ciudad de Can Tho nos sorprende la
vista de una iglesia cristiana con un pequeño muelle al pie de sus escaleras.
Aunque lo más fascinante es la incursión en canoa por el delta y sus islas.
Durante horas, el guía nos muestra los recursos de la economía local: fábricas
de caramelos de coco y de tejidos. Y contrariamente a lo que ocurre en el
corazón de Vietnam -que envía a Dinamarca la cerveza para su envasado-, el trabajo
corre a cargo de la eficacia y fuerza de tendones y músculos. Todo lo que se
fabrica son materias primas, y nada se desprecia. Las cáscaras de arroz se
utilizan como combustible en las casas. En contraste con esta industria limpia,
artesanal, se alza la capital financiera de la república: Ho Chi Min (Saigón),
con su mosaico de rascacielos. Su pasado colonial francés es evidente en la
nomenclatura de las calles, en la réplica de Nôtre Dame o en las amplias avenidas. El gen arquitectónico del pueblo invasor modeló
la fisonomía de la ciudad: robusteció sus parques y ornamentó las fachadas de
las instituciones públicas. Vemos que los seres humanos y las motos son seres
con los mismos privilegios en calzadas y aceras; juntos constituyen el magma
denso, lento y ruidoso que mueve la ciudad. Un niño viaja con sus padres y
hermanas en una Vespino destartalada y sucia. Llevan mascarilla. Qué distinto
del joven de ojos puros, sonrisa matinal, cuerpo desnudo, que bañaba en la
orilla del Mekong -alegre como aurora, como pulso de pájaro- a un negro
buey de agua.
Recuerdos de nuestro viaje a Vietnam en 2010
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