El vigilante. Peter Terrin (Rayo verde editorial. 2014). 221
páginas. 17´30 euros.
En 2009, la Unión Europea creó un Premio Internacional de
Literatura para promover la obra de novelistas emergentes fuera de sus países.
Desde entonces, un jurado de prestigio selecciona a doce escritores
pertenecientes a otros tantos estados de la Unión. Cada año varían las naciones
a participar en el certamen, que consiste en la traducción de las novelas a
otras lenguas comunitarias y una retribución a los autores de cinco mil euros
en metálico. Los requisitos para optar a una candidatura son tres: que dichos
novelistas sean europeos, que hayan publicado más de un libro y que su país
haya sido propuesto en la convocatoria. El fallo se produce en Ferias del Libro
como las de Gotemburgo o Frankfurt. En palabras del presidente de la Federación
Europea de Editores, el premio nace con una clara voluntad de descubrir “nuevos
mundos, nuevas culturas, a través de la obra de los autores galardonados […];
es una excelente manera de celebrar la diversidad de Europa, un valor que
debemos cultivar en estos tiempos de crisis”.
En 2010 fueron premiados los siguientes escritores: Myrto
Azina Chronides
(Chipre), Adda Djørup (Dinamarca), Tiit Aleksejev (Estonia), Riku Korhonen (Finlandia), Iris Hanika (Alemania), Jean Back (Luxemburgo), Răzvan Rădulescu (Rumania), Nataša Kramberger (Eslovenia), Raquel Martínez-Gómez (España), Goce Smilevski (Macedonia) y el autor que nos
ocupa: Peter Terrin (Bélgica).
Cuando Terrin (nacido en 1968) consiguió su reconocimiento por El
vigilante (2010),
contaba en su haber con las novelas Kras (2001), Blanco (2003) y Vrouwen en
kinderen eerst (2004).
El vigilante narra en primera persona las vicisitudes laborales
de una pareja de vigilantes de seguridad que prestan un servicio armado en el sótano
de un edificio de lujo. Quien habla es Michel, un hombre meticuloso, metódico y
disciplinado. Su compañero, Harry, representa su contrapunto: es impulsivo,
brusco y descuidado. Entre ambos se establece una relación jerárquica (liderada
por el segundo), pero también de interdependencia. No en vano, apenas mantienen
contacto con el resto del mundo. Sólo se tienen el uno al otro. Recluidos en un
aparcamiento, su misión es proteger la vida de cuarenta –acaudalados–
residentes, con los que mantienen un trato meramente profesional: frío y
distante. Extraña que carezcan de contacto con su empresa, pese a lo peligroso
y delicado que parece su cometido. Pero lo cierto es que no disponen de
emisoras, que en caso de necesidad no podrán pedir refuerzos a un centro de
control, a un mando operativo. Si bien este detalle refuerza el aislamiento de
los protagonistas, su soledad, convengamos en que es del todo inverosímil. Un
punto flaco de la obra. Escrita con una prosa sobria y directa, la novela
avanza lentamente hacia dos conflictos: el éxodo de la mayoría de los vecinos
del inmueble y la llegada de un tercer componente que rompe la simetría del
equipo. Esa desaparición en masa virará la novela hacia la ciencia ficción y
del terror psicológico. Los personajes elucubrarán teorías apocalípticas que
justifiquen el exilio. Por su parte, la irrupción del nuevo compañero escorará
la obra hacia la demencia.
El vigilante es un libro de planteamiento original, hay que
reconocerlo. Sus temas, actuales (la incomunicación, la desinformación, el
miedo). No obstante, algunos aspectos de la trama son previsibles. Los
prejuicios –infundados– sobre los vigilantes de seguridad, también. Quien
busque una novela realista o verosímil no la encontrará en estas páginas. Sin
embargo, deleitará a los lectores que gusten de historias delirantes. Como
quiera que sea, un consejo: desconfíen de su mente, no hay mayor peligro que la
propia inseguridad…
Esta reseña ha sido publicada en La tormenta en un vaso. El enlace, aquí.
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